Celebramos un nuevo día del periodista con desafíos claros: la precarización laboral; las noticias falsas como insumo de los discursos de odio; el acoso del poder político a los comunicadores profesionales para lograr disciplinarlos.
Siete de cada diez periodistas argentinos tiene sueldos por debajo de la línea de la pobreza, más de la mitad de los trabajadores según una encuesta reciente, realizada por SiPreBA, tiene dos o más empleos para sobrevivir. La explotación laboral y los malos salarios inciden directamente en la calidad de los contenidos periodísticos. Un periodista que debe escribir diez notas en un día no puede profundizar en ningún tema, ni consultar fuentes, ni acercarse al lugar de los hechos, ni realizar buenas entrevistas. Cada vez hay más espacios de comunicación, pero menor calidad informativa. La proliferación de canales de streaming, y otros formatos como podcast y plataformas digitales, garantizan una comunicación más horizontal, pero no mejores remuneraciones ni mayor calidad de los productos periodísticos.
A esto hay que sumar la inundación de noticias falsas, muchas veces elaboradas y esparcidas por el propio poder político. El gobierno argentino cuenta con una legión de militantes, muchos de ellos rentados por el Estado, que inyecta en las redes artificios e inexactitudes para amplificar luego mensajes violentos. Las fake news son el insumo principal de los discursos de odio. Estas acciones coordinadas cuentan con el inevitable “reposteo” del presidente Javier Milei y sus principales funcionarios, curiosamente, en nombre de la libertad. La famosa batalla cultural por la que es válido agredir a las minorías o insultar a los periodistas, economistas o artistas críticos.
Milei habla, insulta y gesticula como un dictador, pero todavía no actúa como tal. Se pueden contar sí dos hechos graves. El ataque a golpes al periodista opositor Roberto Navarro por un militante libertario y las denuncias judiciales contra Carlos Pagni y Ari lijalad, desestimadas esta semana por el juez federal Daniel Rafecas.
Las agresiones cuentan con aval de un sector de la población. Para ellos es la consigna “no odiamos lo suficiente a los periodistas”. A la estigmatización contribuye un dato objetivo: el periodismo viene de años de degradación por la mala praxis y la corrupción. Hace años que la verdad dejó de ser importante. Curiosamente, entre los periodistas preferidos de Milei es fácil reconocer los vicios que el presidente le enrostra a la totalidad del gremio. Algo está claro, el periodismo bien ejercido molesta, es un bastión ante los abusos, provoca la incomodidad de los autoritarios. Más en una época donde los dirigentes que se reivindicaban defensores de las instituciones han callado por miedo o conveniencia política.
El maestro Tomás Eloy Martínez en 1998 escribió un Decálogo del Periodista que comenzaba: “el único patrimonio del periodista es su buen nombre. Cada vez que se firma un artículo insuficiente o infiel a la propia conciencia, se pierde parte de ese patrimonio, o todo”. Difícil saber qué diría al ver que los que trabajan mal logran buen rating y, hasta se hicieron millonarios.
Hace unos años, me animé reactualizar su famoso Decálogo del Periodista. Fue un homenaje explícito, en el último punto dice: “El principal dilema del periodismo actual sigue siendo ético. Escribamos en un iPad o en una libreta, emitamos por la web o desde un teléfono inteligente, el tema es qué contamos y cómo lo hacemos. En palabras de TEM: «El lenguaje del periodismo futuro no es una cuestión de oficio o un desafío estético. Es, ante todo, una solución ética».
Ante los insultos, hagamos como Diego Maradona en el Mundial de 1990 en Italia, “cuando me putean juego mejor”.