jueves 14 de noviembre de 2024
Lo mejor de los medios

«Historias insólitas de la selección argentina», de Luciano Wernicke

Historias insólitas de la Selección argentina no ofrece una cronología precisa de éxitos o fracasos, ni pretende abrumar con números. El listado de juegos y las estadísticas están al alcance de la mano (o del mouse) en cientos de páginas web, confiables o de las otras. Luciano Wernicke, autor, entre muchos otros libros, de Historias insólitas de los Mundiales de Fútbol, se propone repasar más de un centenar de las actuaciones albicelestes para rescatar anécdotas tan extravagantes como divertidas.

La novia “cábala” que ayudó a vencer a Brasil; el día que se vistió una curiosa camiseta amarilla o el caso de un futbolista que se perdió un partido mundialista porque debía rendir un examen en la universidad y los sucesos que tuvieron como protagonistas a celebridades de la talla de Diego Maradona, Lionel Messi, Mario Kempes, Carlos Bilardo o César Menotti. Pero también aparecerán héroes ignotos, como un espectador convocado para completar el equipo nacional en una Copa América.

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

El campeón que nunca jugó

El caso de Héctor Miguel Zelada debe ser único en la historia del fútbol: fue campeón del mundo sin jugar un solo segundo en su selección. El arquero surgido en Rosario Central nunca defendió los colores nacionales, ni siquiera en amistosos ni a nivel juvenil. Una versión asegura que la incorporación de Zelada al plantel que participó en México 1986 fue producto de una condición de Emilio Diez Barroso, presidente del club América, para alquilar el predio deportivo a la Asociación del Fútbol Argentino. De todos modos, es justo reconocer que el guardametas nacido en la ciudad santafesina de Maciel llegó al equipo celeste y blanco con un currículum intachable que incluía tres títulos aztecas consecutivos y haber sido elegido como mejor arquero de la liga mexicana en 1982/3, 1983/4 y 1984/5. Otra curiosidad consistió en que Zelada estuvo a punto de disputar su único partido en noviembre de 1985, cuando la Selección hizo una gira por América del Norte que incluyó dos amistosos con México, uno en Los Ángeles y otro en Puebla. El técnico Carlos Bilardo había resuelto que Luis Islas ocupara el arco en el primer compromiso, y que Zelada interviniera en el segundo. Sin embargo, horas antes del juego, el santafesino fue reclamado por su club para un partido importante y regresó al Distrito Federal, lo que truncó un debut que jamás llegó a concretarse, porque terminado el Mundial de México no volvió a ser citado nunca más para la escuadra nacional.

 

El balcón de Perón

La selección campeona arribó a Buenos Aires la mañana siguiente del triunfo en México. A bordo de un micro especial, la delegación se trasladó directamente del aeropuerto de Ezeiza a la Casa de Gobierno, donde fue recibida por el entonces presidente Raúl Alfonsín. Tras los saludos de rigor con los funcionarios, todos los jugadores y el cuerpo técnico salieron al célebre balcón de la Casa Rosada —que, entre otros, fue utilizado por el ex presidente Juan Perón para dirigirse al pueblo—, y festejaron el título con los miles de hinchas que colmaron la tradicional Plaza de Mayo. Alfonsín, sin embargo, prefirió no asomarse y quedarse dentro del edificio. «Nos regaló el balcón —recordó tiempo después Diego Maradona—. Era algo importantísimo y él lo entendió. Nos dio la posibilidad de estar al lado de la gente, se portó muy bien». Cuatro años más tarde, cuando el seleccionado retornó subcampeón de Italia, el sucesor de Alfonsín, Carlos Menem, también ofreció a los jugadores el «balcón de Perón». Pero, en este caso, Menem no pudo reprimir su espíritu «cholulo» y salió junto a los deportistas para «figurar» en las fotos y absorber parte de los vítores lanzados a los héroes.

 

Si lo dice Diego…

El 12 de julio de 1989, Brasil empezó a calzarse la corona de campeón de la Copa América organizada en su tierra cuando superó a Argentina por dos a cero en un encuentro vibrante. El arquero albiceleste Nery Pumpido había conseguido mantener el cero en su valla durante el primer tiempo, en base a excelentes atajadas. Pero, apenas tres minutos después de iniciado el complemento, el delantero bahiano José Roberto Gama de Oliveira, más conocido como Bebeto, rompió la igualdad con un golazo. Tras un centro de Paulo Silas y un toque de lujo del carioca Romário da Souza Faria, Bebeto, casi en el punto del penal, echó su cuerpo para atrás y ensayó una tijera que lanzó el balón al ángulo del, hasta ese momento, inexpugnable Pumpido. Brasil cerró su victoria siete minutos más tarde, luego de que Romário eludiera al portero argentino y definiera ante el arco libre. Cuando terminó el clásico sudamericano, el capitán visitante, Diego Maradona, se acercó a Bebeto, le regaló su camiseta y lo felicitó por su maravillosa conquista. «Te merecés una placa en este estadio», aseguró el «10» albiceleste. La federación brasileña no lo consideró así y la obra de arte quedó en el olvido.

 

El primer convocado

Tres meses antes del inicio de la Copa del Mundo de Italia 1990, la selección argentina viajó a Glasgow para enfrentar a Escocia en un amistoso que sirviera de preparación para la gran competencia. El técnico Carlos Bilardo voló a Londres con unos pocos futbolistas del medio local (como Pedro Monzón de Independiente, Sergio Batista de River o Néstor Fabbri de Racing) y allí se reunió con otros jugadores que habían llegado directamente desde los países en los que trabajaban, como José Basualdo (Alemania), Oscar Ruggeri, Jorge Valdano y Nery Pumpido (España), o Gabriel Calderón y Jorge Burruchaga (Francia). Horas antes, en el aeropuerto de Roma se juntaron cuatro convocados que actuaban en la Serie A: Pedro Troglio, Claudio Caniggia, Gustavo Dezotti y Néstor Lorenzo. Los muchachos embarcaron y, durante el vuelo, Lorenzo le preguntó a Troglio qué era ese timbrado extraño que tenía en el pasaporte. El ex mediocampista de River le explicó que se trataba de la visa que, en ese tiempo, se exigía a los argentinos para ingresar al Reino Unido. El defensor se puso pálido: no había realizado ese trámite, fundamental para superar los controles migratorios. Al llegar a su destino, Troglio, Caniggia y Dezotti superaron las barreras sin inconvenientes. A Lorenzo, en cambio, un agente le anunció que no podría acceder al país. Desesperado, el zaguero comenzó a gritar. «Somos de la selección argentina, déjenme pasar», vociferó mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. El funcionario, conmovido, le pidió al jugador que se calmara y llamó a su supervisor. Durante algunos minutos, los oficiales realizaron llamadas, analizaron los sellos del pasaporte y el pasaje de Lorenzo, que tenía fecha de retorno para dos días más tarde. Al comprobar que el defensor, en efecto, había viajado para enfrentar a Escocia, lo dejaron pasar. Finalmente, Lorenzo no jugó ese partido, pero su experiencia le granjeó la confianza de Bilardo. Admirado por lo que había sucedido, el entrenador convocó a todos los integrantes del grupo y, antes de abordar el avión rumbo a Glasgow, anunció: «En la lista del Mundial de Italia, el número uno es Néstor Lorenzo. Este tipo es vivo, está preparado para cualquier cosa, hizo lo imposible para jugar con la Selección. ¡Es un fenómeno!».

 

Maradona diplomático

El 8 de junio de 1990, pocas horas antes de que la selección argentina enfrentara a Camerún en la inauguración del Mundial de Italia, el presidente Carlos Menem se reunió con el plantel que conducía Carlos Bilardo en el estadio Giuseppe Meazza de Milán. Allí, Menem le entregó a Diego Maradona un pasaporte oficial y lo nombró «asesor ad honorem» del gobierno «para asuntos deportivos y difusión de la imagen argentina en el exterior», según se indicó en el decreto presidencial 912 del 11 de mayo de 1990. «Este tipo de nombramientos debería tener imitadores», declaró el entonces jefe de Estado. Por su parte, Maradona agradeció la designación y expresó su alegría «por mi papá y mi mamá, que seguramente hoy estarán orgullosos por mí». La carrera «diplomática» del futbolista terminó algunos meses después. El 17 de marzo de 1991, tras el encuentro en el que Napoli derrotó por 1 a 0 a Bari, Maradona fue escogido por sorteo para el control antidoping. Doce días más tarde, luego de efectuar dos análisis, la Federación Italiana informó que se habían encontrado restos de cocaína en la orina del volante argentino. Maradona regresó casi de inmediato a Argentina, mientras la FIFA lo condenaba a quince meses de inactividad, hasta el 30 de junio de 1992. La adicción de Maradona a la drogas provocó un verdadero escándalo a nivel mundial. Para «despegarse» del ídolo caído en desgracia, Menem firmó un nuevo decreto —número 811 del 25 de abril de 1991—, que dejó sin efecto la anterior designación diplomática. Exactamente 24 horas después de la rúbrica de esta segunda norma legal, Maradona fue detenido por efectivos de la Superintendencia de Drogas Peligrosas de la Policía Federal Argentina en un departamento del barrio porteño de Caballito. El operativo desarrollado permitió la captura de dos amigos del futbolista, que compartían con él la propiedad allanada, y el secuestro de estupefacientes para consumo personal. Luego de este incidente, Maradona se distanció del Gobierno, al que denunció en más de una oportunidad de «utilizar» su imagen con fines políticos. Tenía razón. Pero, poco tiempo más tarde, el genial futbolista aceptó acercarse una vez más a Menem, y hasta apoyó su reelección durante la campaña electoral que el 14 de mayo de 1995 le permitió acceder a su segundo mandato al frente del Poder Ejecutivo. Ese mismo año Maradona fue convocado como figura central del operativo «Sol sin Droga» que llevó a cabo la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico.

 

El golpe

Al igual que contra Bélgica en España ’82, Argentina comenzó la defensa del título con una derrota, pero en este caso la caída fue mucho más sorpresiva: En Milán, perdió, también por uno a cero, ante la prodigiosa selección de Camerún, un equipo que, en la previa, se suponía muy inferior al albiceleste. La escuadra sudamericana no pudo evitar el humillante fracaso a pesar de terminar el partido con dos hombres más que su rival: los africanos Andre Kana y Benjamin Massing fueron expulsados a los 61 y a los 89 minutos, respectivamente. Con esta victoria, la selección de Camerún se mantuvo además invicta en los Mundiales porque en su única participación anterior, España 1982, había quedado eliminada en primera ronda al cabo de tres empates ante Italia, Polonia y Perú. «Fue una derrota inexplicable —evaluó Bilardo en su autobiografía—. Esa noche, en Trigoria —el centro deportivo Fluvio Bernardini de las afueras de Roma, lugar elegido para establecer la concentración celeste y blanca—, casi nadie pudo dormir. Otra caída nos mandaba de vuelta a casa. Los jugadores más grandes se juntaron por su lado y hablaron como hasta las cinco de la mañana. Los más chicos también estuvieron juntos hasta tarde. En un momento, [Carlos] Pachamé [ayudante de campo del entrenador] se unió a los más experimentados y yo me dediqué a acompañar a los más jóvenes. Hablamos como tres horas. Tenía que darle un fuerte golpe de efecto al grupo, porque estábamos obligados a ganarle a Unión Soviética, que había perdido con Rumania, sí o sí para no depender de los demás en el último encuentro del grupo ante la escuadra del centro de Europa. Cuando me levanté al día siguiente, estaba fusilado. Me miré en el espejo y vi a un hombre ojeroso, con la barba crecida, ¡hasta me habían salido unos granitos en la cara por tanto estrés! Sin embargo, recordé la historia de un general que, tras perder una batalla muy importante, al otro día se vistió con su mejor traje, se afeitó y se perfumó para levantarles la moral a sus soldados en el campamento. Así lo hice. Me afeité, me bañé, me puse un traje nuevo que me había traído un amigo de Caniggia desde Milán, una corbata de colores. Parecía que, el día anterior, hubiéramos ganado 5 a 0. Cité a todos para una reunión después del almuerzo. Cuando me vieron, cambió el humor de los muchachos. Aunque no soportaba la idea de volvernos eliminados en la primera rueda —de hecho, llegué a bromear con que prefería que se cayera el avión que nos llevara de vuelta a Argentina—, les expliqué que todavía no estábamos muertos. Nos quedaban seis finales para levantar otra vez la Copa. Todo dependía de nosotros». Para el capitán argentino, Diego Maradona, el dolor fue doble. Además de repetir el trago amargo con Camerún (el «10» había integrado el equipo que cayó ante Bélgica en la apertura de España ’82), dejó perdido en el césped milanés un aro de diamante que le había regalado su esposa Claudia en su último cumpleaños, valuado en unos cinco mil dólares. Otra de Diego: luego del encuentro inaugural, en el que los africanos recibieron el masivo aliento de los milaneses, Maradona —figura del club sureño Napoli, históricamente enfrentado con sus rivales del norte, en especial de Turín y Milán—, declaró al periódico local Corriere della Sera: «Gracias a mí, Italia no es más racista». Se dice que el excepcional rendimiento de la selección de Camerún —venció también a Rumania, luego a Colombia en octavos de final y cayó ante Inglaterra en un partidazo que acabó con una victoria británica por tres a dos— estuvo directamente ligado a un zoológico. La historia comenzó cuando los responsables de la delegación eligieron un hotel de la ciudad sureña de Brindisi para concentrar al equipo durante la Copa. Al arribar al lugar, los jugadores plantearon a los directivos mudarse a otro alojamiento, que se encontraba junto a un zoológico de tipo «safari», con animales sueltos. Los futbolistas justificaron su demanda al señalar que, cerca de los leones, jirafas y otros ejemplares de la sabana africana, se sentirían un poco más cerca de casa y de sus familias. Los dirigentes accedieron y los muchachos, en cada momento libre, se pegaban una vuelta por el parque para levantar el ánimo. «El ambiente no es africano pero ayuda para no extrañar a la familia ni a nuestro paisaje», dijo el defensor Emmanuel Kunde. El notable desempeño de los cameruneses justificó plenamente el cambio y demostró que el alma se alimenta con algo más que ejercicios y videos.

 

La otra «mano de Dios»

El 13 de junio, la selección argentina salió al césped del Stadio San Paolo de Nápoles con hambre de revancha y necesidad de una victoria que la mantuviera con vida en el grupo B. Sin embargo, la mala racha que la había envuelto ante Camerún pareció continuar: a los 11 minutos, Nery Pumpido chocó contra Julio Olarticoechea y sufrió una fractura de tibia y peroné. Su puesto en la cancha fue ocupado por Sergio Goycochea; su lugar en la lista de buena fe, por Ángel Comizzo, porque por primera vez, la FIFA autorizó a un equipo a modificar su nómina en medio de la Copa del Mundo. Un rato más tarde, los soviéticos lanzaron un córner desde la izquierda, cabeceó Oleg Kuznetsov y la pelota fue despejada en la línea por Diego Maradona… ¡con su brazo derecho! Un clarísimo penal que el árbitro sueco Erik Fredriksson no vio. Luego, Argentina rompería el maleficio y se impondría por dos a cero, con goles de Pedro Troglio y Jorge Burruchaga.

Historias insólitas de la Selección argentina
Historias insólitas de la Selección argentina es un libro ideal para prepararse para la gran cita de Rusia 2018 o para releer cada vez que la bandera albiceleste flamee en un estadio.
Publicada por: Planeta
Fecha de publicación: 04/01/2018
Edición: 1a
ISBN: 978-950-49-6201-4
Disponible en: Libro de bolsillo

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