miércoles 24 de abril de 2024
Cursos de periodismo

«Mayo del 68», de André y Raphaël Glucksmann

¿Por qué hablar de Mayo del 68 en el siglo XXI? ¿Por qué volver a un caso archivado cuando hay asuntos más graves, problemas más urgentes? El espíritu de Mayo del 68 pervive, y esto queda patente en una reflexión a dos voces entre André y Raphaël Glucksmann, padre e hijo, dos personalidades sólidas, libres y pertenecientes a distintas generaciones. Diez años después de su primera edición, Raphaël retoma la conversación: «Siento la necesidad, tanto hoy como hace diez años, de defender los derechos y las libertades que nos legó el 68 […]. Y sin embargo, aún más que hace diez años, siento la necesidad de cuestionar ese legado».

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

Mirada retrospectiva a un pequeño olvido del 68

Centro Béthanie, distrito de Kibuye (Ruanda), Día de Todos los Santos, 2007

Mis queridos lib-libs:

No me dirijo a los rezagados de Mayo, fans entrecanos de Ernesto Guevara, alternativos fosilizados destructores de transgénicos, trasnochadas figuras de un museo de cera de la protesta. A mí, que no tengo edad para haber compartido su glorioso pasado, no me interesan. No, me dirijo a vosotros, alegres hijos de un 68 exitoso que, al librar a Francia de tradiciones e ideologías caducas, jugó a pídola con las fronteras de la vieja Europa; a vosotros, sepultureros del gaullismo y del catecismo comunista, del Pravda mental y de la ORTF [Oficina de Radiodifusión y Televisión Francesa]; a vosotros, que os desposasteis con vuestra época como nosotros desearíamos hacerlo con la nuestra.

Me dirijo a vosotros desde la orilla del lago Kivu, en el centro y el fin del mundo. Aquí el tiempo es suave; la luz, viva; el paisaje, magnífico. Grandes colinas verdes se mojan tranquilamente los pies en la balsa de aceite de un mar en el que gustaban de bañarse los dioses cuando todavía existían.

Un auténtico «paraíso terrenal», si no fuera porque muy cerca de aquí se exterminó a 50.000 personas en 1994. Más bien es un infierno, similar a tantos otros en Ruanda. Un poco distinto, a decir verdad, porque en la colina de Bisesero el hombre plantó cara a la bestia inmunda. A mis espaldas se alza la Varsovia de nuestro tiempo.

Durante más de un mes, miles de tutsis armados con piedras y lanzas resistieron allí a la máquina genocida. Durante más de un mes, «los desertores del destino», como poéticamente los denomina un amigo superviviente, rechazaron los asaltos de los asesinos; exactamente hasta el 13 de mayo de 1994, aniversario de vuestra mayor manifestación, y sobre todo el día en que las frágiles defensas de Bisesero cedieron bajo los ataques brutales de las milicias y del ejército hutu.

Un ejército equipado, entrenado y formado por Francia. Bisesero: un nombre que forma parte de nuestra historia y sobre el que habría que meditar.

Y es que nuestros soldados conocían estas colinas. Hicieron acto de presencia allí a finales de junio. Al paso de sus jeeps, los escasos supervivientes salieron de sus escondrijos y pidieron protección. Los hombres del COS [Comando de Operaciones Especiales] pararon los motores y siguieron luego su camino, prometiendo volver más tarde. Demasiado tarde. Prudentemente, habían tomado como guía a un notable del pueblo. Un hombre con un francés delicioso que, cuando cayó la noche, regresó al lugar con sus acólitos para «terminar el trabajo».

Queridos lib-libs, dirigirme a vosotros desde este infierno disfrazado de paraíso no es inocente, lo reconozco, incluso resulta un tanto perverso. ¿Qué relación hay entre el 13 de mayo del 68 y el 13 de mayo del 94, entre los happenings del Barrio Latino y los machetazos de Ruanda? Si exceptuamos que vosotros entrasteis en la edad adulta participando ale- gremente en los primeros y yo lo hice asistiendo avergonzado a los segundos, evidentemente no hay ninguna.

Tranquilos. No estoy en campaña, no hablo ante treinta mil militantes de laUMPcongregados en un recinto al rojo vivo. Por tanto, no afirmaré que Mayo del 68 abrió la vía al genocidio de los tutsis al igual que «a los contratos blindados y a los empresarios sinvergüenzas», ni que vuestro levantamiento libertario llevaba en su seno las operaciones Noroît, Panda,Amaryllis o Turquoise2 como el nubarrón lleva en su seno la tormenta. No hay el menor vínculo entre el 68 y el 94. Ni el más mínimo, os lo aseguro. Y precisamente quiero hablaros de ese problema: de la ausencia de relación entre el 68 y el 94. Algo ha debido de fallar en algún sentido, en lo político, lo moral, lo social, lo cultural, lo filosófico, lo mediático, lo humano. Me parece, amigos míos, que debisteis de saltaros una etapa, de comeros una curva, de equivocaros en una bifurcación.

«¡Todos somos judíos alemanes!», coreabais entonces. Era osado, transgresor, bello, tan revolucionario como todas las tomas de la Bastilla juntas. Atormentados por la vergüenza de la redada del Velódromo de Invierno, que tuvo lugar veintiséis años antes, soñabais con enterrar a la vieja Francia, la Francia que había entregado a sus judíos y a la que los gaullistas mantenían artificialmente viva, inoculando mitos y silencios.

Pues bien, veintiséis años después del 68, cuando entrabais en los cincuenta, la edad de las responsabilidades, la edad en la que uno toma en sus manos el destino de su comunidad, Francia se hundió de nuevo. Agentes de nuestro Estado separaron otra vez la paja del trigo y entregaron a los indeseables. En esta ocasión lejos, muy lejos de París. ¿Pero eso lo hace más disculpable? Ciertamente los ciudadanos eran menos culpables, ya que no estaban tan al corriente3. Pero en 1994 Francia no estaba ocupada. Ningún Gauleiter* le exigió enviar tropas a patrullar en las colinas de Bisesero, Biumba o Murambi.

Evidentemente, nuestra venerable nación no planificó el genocidio de los tutsis, como tampoco «inventó el Holocausto ». Evidentemente, los soldados que desembarcaron en Ruanda no eran sesentayochistas; no tenían ni la edad ni el look. Evidentemente, los «valores» de «Francáfrica » se oponían del todo a los vuestros. Evidentemente. Sólo que, exactamente a medio camino entre el verano de 1942 y el de 1994, tuvo lugar ese Mayo que iba a cambiarlo todo. ¿Cómo explicar la política llevada a cabo en 1994 si uno cree que el 68 tuvo alguna importancia? ¿Cómo explicar que la izquierda, vuestra querida izquierda, estuviera en el origen del mayor escándalo de la V República? Peor aún: ¿cómo explicar que este escándalo nunca haya estallado? ¿Cómo explicar vuestra ausencia de reacción, camaradas? Porque fue, en efecto, un presidente de izquierdas, el primero y el único desde Mayo, quien metió a nuestro país en este atolladero moral y político. Antes de él, Ruanda apenas figuraba en el mapamundi mental de nuestros diplomáticos. Con él se convirtió en el epicentro de un enfrentamiento planetario fantaseado entre influencias anglosajonas e intereses franceses. Sin él, Bisesero sería tan parte de nuestra historia como de la de los finlandeses, los cingaleses y la humanidad en general.

En el 68 teníais razón al clamar: «¡Diez años! ¡Ya está bien!». ¿Pero quién gritó en el 94: «¡Treinta años! ¡Ya está bien!»? ¿Quién coreó: «¡Todos somos tutsis de Ruanda! » veintiséis años después de: «¡Todos somos judíos alemanes!»?

Os habla un espectro, queridos lib-libs:

«¿Quién soy?

»Me doy a conocer, en 1935, en un pequeño círculo no muy progresista, la verdad, por mis artículos en L’Écho de Paris en los que lamentaba que el Barrio Latino, vuestro Barrio Latino, se hubiera transformado en una “torre de Babel”, en “mezcolanza discordante de colores y sonidos”… A la edad a la que vosotros coreáis “¡Todos somos judíos alemanes!”, yomeplanto detrás de una pancarta que dice “¡Fuera los metecos!”… En 1943 recibo la francisque* por los servicios prestados a un mariscal en cuya tumba todavía deposito flores en 1984 (De Gaulle, que no tenía muchas probabilidades de que le concedieran la francisque, también lo hace)…

Declaro en 1953: “El mantenimiento de la presencia francesa en el norte de África, de Bizerta a Casablanca, es el primer imperativo de toda política nacional”4… En 1954, siendo ministro del Interior, proclamo que el sangriento Día de Todos los Santos** “no permite concebir, de ninguna manera, negociación alguna” y que “sólo puede concluir de una forma: la guerra”… En 1956, siendo ministro de Justicia, entrego por decreto a los tribunales militares a los autores de “crímenes contra la seguridad del Estado”, “participación en asociación criminal” u “obstaculización de la circulación viaria” (sic) en los departamentos argelinos… En 1962 declaro en favor del general Salan*… Me abucheáis en 1968… Y sin embargo (risas)… ¡soy vuestro presidente, el único hombre que os ha conducido a la victoria! Mi nombre es…».

Vuestra generación, formada en la escuela del anticolonialismo, forjada, en el caso de los más viejos de vosotros, precursores de Mayo, en los combates argelinos de laUNEF [Unión Nacional de Estudiantes de Francia] y de la UEC6, no llevaba en el corazón a François Mitterrand, quien encarnaba ese pasado del que queríais libraros a toda costa. Entonces, ¿por qué diablos en 1994 llevaba ya en el poder trece años y, para colmo, con el apoyo explícito o tácito de la inmensa mayoría de vosotros? ¿Cómo pudo enviar a nuestros soldados a jugar al voleibol sobre las fosas comunes de Murambi sin que reaccionarais?

Tendríais que ir a Murambi, a la escuela donde fueron hacinados y después exterminados más de cuarenta y cinco mil tutsis en tres días. Qué extraña cancha es ese Auschwitz fugaz en el que nuestro ejército fue a establecer su cuartel general avanzado a finales de junio de 1994. Saldríais de las cámaras de la muerte con la piel oliendo a cadáver y cal, hechos un manojo de nervios, y os daríais de bruces con esta inscripción: «Aquí se plantó la bandera francesa durante la Operación Turquoise». Puede que pensarais: «A small step for France, but a giant leap for mankind», riendo por no llorar, comprendiendo de repente que la cuestión Mitterrand no es tan irrisoria.

Su entrada en el Elíseo fue vuestro fracaso. Un auténtico fiasco. Para Francia, que se recuperará de ello; para la izquierda, a la que le costará recuperarse; para los tutsis de Ruanda, que nunca se recuperarán. ¿Cuándo fracasasteis? ¿Cómo es posible que, después de Mayo del 68, Mitterrand pudiera apoderarse de la izquierda?

Para comprenderlo, volvamos a otra fecha clave de vuestra trayectoria: 1979. Fecha clave precisamente por no haberlo sido para vosotros.

Del 6 al 8 de abril de 1979, el Partido Socialista celebra su congreso en Metz. ¿Es anecdótica esta cita de hombres trajeados que pronuncian discursos apasionantes cual largos ríos de Valium? Seguramente, si se compara con 1789, 1917 o… 1968.

Pero no lo es tanto. Vayamos a Metz. Aunque los congresos del Partido Socialista no os apasionen, éste bien vale el viaje: definió la orientación del país durante catorce años, preparó la victoria de 1981, selló vuestra derrota. Se enfrentaron dos líneas, dos personas, dos destinos: a mi derecha (o a mi izquierda, como prefiráis) François Mitterrand, heredero de la IV República y de su partidocracia; a mi izquierda (o a la inversa), Michel Rocard, heredero de Mayo y del PSU.

La primera y la segunda izquierda. Vieja rivalidad entre la jacobina, que «deposita su confianza absoluta en un mando central, profundamente convencida de que todo es política », estatalista, despectiva con las «almas bellas» de la sociedad civil, y la anarcogirondina, descentralizadora, recelosa frente al Estado, «preocupada por el movimiento social». «Pero en todas las épocas, y ya con Jules Guesde y Jaurès, los más populares son los minoritarios», constata con amargura Michel Rocard.

«Verdad a este lado de los Pirineos, error al otro lado», decía Pascal. Relativismo inoperante en el universo del socialismo francés. Verdad antes del 68, verdad después del 68.

Mitterrand, aliado con el muy dogmático CERES [Centro de Estudios, Investigación y Educación Socialistas en sus siglas en inglés], vence a Rocard y a Mauroy.

Se podía soñar con un líder más seductor, más «cohnbenditiano » o «kouchnerista» que Michel Rocard. Por el contrario, hubiera sido difícil encontrar a un hombre más cercano a vuestras ideas, a vuestra historia, a vuestros combates. «Hizo» Argelia junto a la UNEF, coadministró el ingobernable caos de Mayo, combatió a los estalinistas, apoyó la autogestión de Lip*, leyó, amó y comprendió a Lefort, Morin, Glucksmann, Clastres e incluso a Solyenitsin. Perdió.

Exactamente como perdieron en 1946 Léon Blum yDaniel Meyer. El mítico jefe del más que mítico Frente Popular y su acólito, gran resistente socialista (uno de los pocos, ¿hay que precisarlo?), habían repensado los esquemas ideológicos clásicos a la luz del cataclismo de 1940, el uno, detenido, el otro, en la clandestinidad. Propugnaban una honda revisión del marxismo en pro de un nuevo humanismo europeo, criticaban el intervencionismo estrecho y el conservadurismo social de la SFIO [Sección Francesa de la Internacional Obrera]. Era la ocasión para un Bad Godesberg** francés. «Fatalitas, decía ChériBibi». Guy Mollet los barrió sin dificultad gracias al cóctel habitual de retórica ultramarxista y arcaísmo político, antes de lanzar, en 1956, a otro audaz reformador: Mendès France.

Entre los fracasos de Meyer o Mendès y la derrota de Rocard tuvo lugar vuestra Primavera celestial. No obstante, triunfaron las mismas recetas. Con las mismas consecuencias10. Continuemos:

Entre julio de 1942 y julio de 1994, Mayo del 68. El Estado francés conserva sus buenas costumbres en materia de complicidad en el genocidio. Entre 1946 o 1956 y 1979, Mayo del 68. La vieja izquierda socialista no cambia un ápice. La cuestión Mitterrand nos plantea otra: ¿quizá es que no pasó nada en el 68?

Y YO, Y YO, Y YO…

París erizado de barricadas, un Estado con abonados ausentes, diez millones de huelguistas, ocupaciones de fábricas que escapan al control de la CGT, un país patas arriba durante un mes, el hombre del 18 de junio* huye de Francia a Alemania, el partido de los fusilados expulsado de la escena contestataria: todo esto, evidentemente, no es nada. ¿Quién no querría vivir la jubilosa excitación de estos momentos de alborozo en los que todo parecía posible? ¿Quién no soñaría con transformar su instituto en sóviet surrealista y festivo? La única ocupación de instituto que yo he organizado, en el otoño de 1995, pretendía conseguir una máquina expendedora de condones. ¿Qué queréis? Pertenecéis a la generación del 68 y yo, a la generación del sida.

¿A quién no le gustaría rehacer el mundo una cálida noche de mayo con encantadoras revolucionarias liberadas de la vieja moral burguesa? En las frías manifestaciones de 1995 —¡cada uno tiene el 68 que puede, y el nuestro fue organizado por la CGT en pleno mes de noviembre!—, la única militante con la que conseguí ligar, entre dos ataques de tos, me echó de su casa cuando me atreví a negar, craso error, el carácter auténticamente revolucionario de 1917. Es cierto, tuvisteis la suerte de «hacer» el 68. ¡Oh rabia, oh desesperación, oh juventud enemiga!* Nací once años después, y la única cuestión que importa, en mi egoísta opinión, es saber lo que el 68 cambió para mí, que he tenido que soportar catorce largos años de Mitterrand, encajar veinticuatro semestres de Chirac e irme hasta Ucrania para poder decirle a mi hijo una noche, junto al fuego: «El abuelo no es el único, también yo he conocido una revolución alegre».

Mayo del 68
Un agudo análisis histórico del famoso mayo del 68 en Francia. Sus consecuencias y su influencia sobre el curso posterior, de la política francesa.
Publicada por: Taurus
Fecha de publicación: 05/01/2018
Edición: 1a
ISBN: 9788430619566
Disponible en: Libro de bolsillo
- Publicidad -

Lo último