martes 23 de abril de 2024
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«Martropía», de Juan Carlos Diez

Con más de treinta y cinco años de trayectoria y cerca de cuarenta discos grabados (en grupo o como solista), Luis Alberto Spinetta es sin lugar a dudas uno de los representantes más significativos de la música popular argentina. Creador de letras de hondo lirismo y compositor que abreva en las armonías del jazz y en la esencia melódica de Buenos Aires, Spinetta es también uno de los integrantes más destacados de esa generación mítica que dio vida al rock nacional.

Sus influencias musicales, sus vivencias y sensaciones, sus obsesiones, su música y sus pensamientos sobre la realidad de hoy conviven con Castaneda y El Bosco, Jimi Hendrix y Los Beatles, Artaud y Bataille, Piazzolla y el capitán Beto. La discografía completa y una selección de letras de canciones, que incluye tres temas inéditos, integran esta obra ineludible para quienes quieran conocer en profundidad al artista y para todos aquellos que, conociéndolo, busquen reconocerse en su trayectoria.

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

El sueño recurrente

Primer atardecer de noviembre. Sentado en cuclillas en la vereda fumando un cigarrillo, con la puerta de calle abierta como se hacía antes en el barrio, Luis Alberto sonríe a la distancia, a modo de bienvenida. Nos quedamos un rato en silencio disfrutando del paisaje demorado, de la brisa que apenas agita los árboles, pinceles de trazos imperceptibles en el cielo borravino.

“El otro día te acordabas de ‘Penumbra’. ¿Sabés que esa canción la escribí antes que ‘Muchacha’? Era una de las que estaban anotadas en el cuaderno escolar. Después, cuando la grabé en Fuego Gris, me di cuenta de que encajaba perfecto. Le agregué el riff de guitarra en la introducción, pero el tema lo dejé tal cual. Fijate que en una parte, por la secuencia de acordes, tiene un aire a ‘Dear Prudence’, de Los Beatles. Era la influencia del álbum blanco, del 68. ‘Penumbra’ la compuse en esa época.”

Sobre el sillón descansa un block con dibujos de diseños de autos con los que el Flaco ilustra letras corregidas, bosquejos de canciones. También hay un libro en inglés: Get Back. The Unauthorized Chronicle of The Beatles Let It Be Disaster.

“Es una crónica fabulosa”, asegura, antes de tararear en su guitarra acústica una nueva melodía, una balada que todavía no tiene letra.

 

¿Los Beatles fueron tu mayor influencia?

Sin ninguna duda. Son ellos los que desatan en mí la pasión por componer.

 

¿Qué lugar ocupan para vos en la historia de la música?

Cuando escucho a Los Beatles me da la sensación de que ellos han hecho el sonido en un mural, en una piedra, o en algo que el tiempo no trastorna. Son una especie de fresco que la mirada de la música no puede dejar de ignorar y cuenta con eso para poder evolucionar. Sin Los Beatles es muy difícil imaginarse la canción actual como es, desde Caetano Veloso hasta Björk, pasando por Prince y los que me quieras nombrar. Lo que hicieron es muy perfecto, en el sentido de que contiene las imprecisiones del alma. Tiene la parte animal y la lleva con soltura.

La música de Los Beatles me hizo comprender desde muy temprano la discrepancia que aún hoy sigo sosteniendo con la cultura y el poder, con lo que cada cosa representa y cómo se hilvana hasta llegar a la gente.

 

¿Te referís a la llamada “música culta”?

No a la música en sí, sino a los que establecen su sentencia. Esa condición de aristocracia con la que se han rodeado es parte de la resaca y la rigidez que ha quedado de una época que sólo brindó belleza a través del trabajo de un montón de humildes genios.

Amo a Los Beatles porque terminaron de darle el golpe mortal a toda esa pacatería. Tanto es así que cuando la crítica dijo que a partes del disco Sgt. Pepper se las podía comparar con las obras más grandes de la música clásica yo me dije ¡por fin!, porque toda música puede tener esa condición.

Estoy seguro de que si vamos al África a escuchar a un grupo de percusionistas nativos nos ponemos a llorar. Seguro. El alma se nos va a estremecer. Tenés que estar con una escafandra para que eso no te llegue. Ahí tenés la animalidad y la música expresadas con un vigor y una virginidad ciento por ciento. Ahí no hay do, no hay fa sostenido ni claves, pero esos nativos están recogiendo el llamado de la música, mueven las manitos y tocan eso. O los otros con esas arpas o esos berimbaus inventados allá en los albores de los instrumentos creados por el hombre.

Todo eso es compatible con Gustav Mahler y no hay un grado jerárquico entre esas cosas. Ambas son emoción y vida, espacio-tiempo. Todo se desplaza y está preparado para que vos lo escuches. Entonces no puede ser que se haya discriminado tanto con la música. Los Beatles y la música grande se unen para siempre y me parece que es lo natural.

Ahora puedo tolerar un montón de música que cuando era chico no la hubiese escuchado, por ejemplo el flamenco. Odiaba el flamenco. Pero, de a poco, se me fue abriendo el marote. Rodolfo García me hacía escuchar a Manitas de Plata. Yo le prestaba mucha atención a este violero, escuchaba que el tipo era un enceguecido, un iluminado de la digitación y de la guitarra, y aun así me resistía a escucharlo más. Después crecés y el bocho se te abre y te da para eso como te dio para Keith Richards.

 

¿Qué pensás de un tema como “Revolution 9”, de Los Beatles?

“Revolution 9” es el producto de una osadía. Es una experiencia sonora, en donde texto y palabras se funden con todo lo que tienen alrededor. El tema perfectamente cabe así como está puesto. “Number nine” es un mínimo motivo de nada que balancea el todo. Y a la vez hay cintas al revés, hay texto. Me refiero a que no es nada, en el sentido de que son múltiples capas de sonidos, pero no hay un tema en sí. Y el “number nine”, “number nine”, es una reiteración, un llamado. Al lado de ese todo que escriben en las canciones que están alrededor de ese tema, ese balance está perfecto. Porque contrapesa toda la gestualidad y toda la intención de una bocha de melodías y de letras que están inscriptas en piedra, pareciéndose más a una nube sonora. Esa marea que aparece con “number nine” es perfecta. Es un enorme juego de placer sonoro y, a la vez, de aventura. Da miedo por momentos. Depende de cómo lo escuches y del estado en que estés. Pero es un sueño básico, misterioso. Por otro lado me parece un sueño occidental.

 

¿Por qué?

Porque hay cosas que parecen de una radio de preguerra. Fantasmas de la Segunda Guerra Mundial, o anteriores. Hay algo de eso, de somnolencia británica, esos violines para atrás que van y vienen. Es medio un sueño occidental, de neblina, de la BBC.

 

Un sueño victoriano.

Ahí va. Los Beatles ya habían incursionado en un montón de géneros y, además, en música hindú, y podrían haberlos incluido en un collage de esa magnitud. Pero no lo hicieron, no usaron esos elementos.

Y después termina el disco, con esas cuerdas en “Good night”.

Te deja de cama. Lo canta Ringo y el tema es extraordinario. Y no sé qué decirte de los arreglos de George Martin, son descomunales.

En tus conciertos en Obras de diciembre de 2001, tocaste como homenaje a George Harrison su tema “Don’t bother me”. Quisiera que me hables de él y de su estilo.

No es fácil. Porque justamente tocaste a un músico que es muy difícil de describir y todo lo que diga no es nada al lado de lo que él es para mí. Porque es enorme la admiración que le he tenido constantemente como violero, como todo, como músico en su totalidad. Hace poco que también falleció Chet Atkins, de quien Harrison toma elementos. Esa finura, esa tranquilidad de ejecución que tiene Harrison en Los Beatles es una textura que une todo.

Y ese concepto que él tenía, especialmente en su época beatle, de trabajar tímbricamente las guitarras en función de cada tema.

Sí, es eso, la elección de los instrumentos. Uno estaba acostumbrado a ver en las fotos sólo violas Fender o Gibson y George usaba otra guitarra. Bastante después supe que era una guitarra Gretsch Chet Atkins, modelo Country Gentleman. Era una especie de Beethoven el que se me presentaba. Es eso que tiene George, que parece un músico clásico.

Harrison es cósmico y su fusión con la música hindú es única. Ningún otro músico, excepto quizás McLaughlin, se fundió así con la música hindú. Su música es de una calidad superior, sencillamente. Me gusta, por ejemplo, ese estilo semi country que usa, la frase medida. Además, su sonido de slide es mortalísimo.

Es un tipo con una cabeza por la que han pasado las mejores ideas de todos estos tiempos. Ideas musicales e ideas de liberación. Por otro lado, otra cosa que me hizo quererlo más es que ha estado en el mundo de la Fórmula Uno. Significa que le gustaban los autos de una manera increíble.

También algo que amo de él es que la primera guitarra que usó era una Matton, una marca que jamás vi.

 

¿Inglesa?

¿Quién puede saberlo? Jamás apareció otro violero con una Matton Guitar. Sin embargo, cuando Los Beatles están ahí, en The Cavern, él tiene una Matton, una que es medio chiquita, anterior a las Rickenbaker. Lennon ya está con una Rickenbaker vieja y George está con una Matton.

Yo considero que en algunos temas tuyos aplicás ese concepto de Harrison. Sobre todo cuando sobregrabás guitarras y utilizás distintos sonidos en función de un tema.

Contrastes sonoros con las violas. Aunque en trío traté de grabar todo con un mismo sonido. Me lo planteé como si fuera un concierto de Bill Evans, con piano eléctrico y dos músicos más. Es ese sonido siempre y no lo podés cambiar por un sonido de cuerdas o de piano acústico.

Ahora, si tengo la posibilidad de grabar varias napas de guitarras, seguramente voy a tener que poner una rítmica eléctrica de fondo con una proporción de medios para que ligue, y a eso agregarle una acústica o, por ejemplo, unos punteos con una Fender Stratocaster con mucho ataque, muy diferente de la otra eléctrica.

Si encima estoy sobre una estructura de riffs, puedo acentuarlas con una distorsión de equipo muy fuerte, a su vez muy diferente de las otras dos eléctricas. Si cuando observamos la naturaleza todas las cosas no están en el mismo nivel, ¿por qué en una grabación tendrían que estar todas las guitarras en el mismo plano sonoro?

Martropía
Convertido en un objeto de culto, este libro reúne incontables horas de conversaciones que durante cinco años mantuvieron el Flaco Spinetta y Juan Carlos Diez. El fruto de esos encuentros es esta hoja de ruta arbitraria que nos permite asomarnos al universo de este artista singular.
Publicada por: Aguilar
Fecha de publicación: 12/03/2018
Edición: 1a
ISBN: 9789877352146
Disponible en: Libro de bolsillo
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