Mientras los ejecutivos de Silicon Valley envían a sus hijos a escuelas Waldorf, nosotros estamos cada vez más conectados y dependientes de las redes. Perfilados como usuarios antes que ciudadanos, enviamos compulsiva y obsesivamente corazones y emojis para expresar nuestras “emociones” al tiempo que crece en la sociedad la falta de empatía y solidaridad.
Todo lo que el humanismo del Renacimiento definió como humano parece estar en crisis. En cambio, surge una nueva subjetividad posthumana que ya no logra conectarse con el placer o el dolor de los otros. La lectoescritura, el pensamiento crítico, la argumentación y la racionalidad ya no son la amalgama de las comunidades; y elegir libremente requiere mucho esfuerzo cuando hay algoritmos que nos conocen mejor que nosotros mismos. Pero para J. P. Zooey el posthumanismo ya no refiere solo al uso de la tecnología para modificar o asistir a los cuerpos, sino a una transformación en el plano de la subjetividad y la emocionalidad, iniciada por las tecnologías de la comunicación masiva y profundizada por internet y las redes sociales.
A continuación un fragmento, a modo de adelanto:
De la comunidad de lectores a la comunidad Movistar
El lazo letrado humanista
El humano es aquel capaz de establecer lazos comunitarios mediante la lectura y la escritura. Los libros demarcan las fronteras del idioma y su territorio, fijan en tinta los acuerdos comunales sobre ideas y puntos de vista. Para el humanismo, las naciones se formaron principalmente por un acuerdo acerca de los libros que las describieron cabalmente y que relataron sus principales historias. Hasta hoy la amistad humanista también se basa en discusiones y acuerdos sobre escritores en común. Las librerías son espacios donde libreros y clientes suelen conversar sobre el canon literario, el listado de escritores con los que se identifican. Las vidrieras de las librerías, con la variedad de títulos que exponen y el criterio que expresan, son una suerte de bandera patriótica del local.
El hombre que ascendió a la cumbre mediante la educación humanista puede abarcar todos los accidentes de la nación en que vive. Primero, en el siglo XIV, las cumbres fueron físicas (cuando Petrarca ascendió el monte Ventoso). Pero aun entonces hubo una relación entre estar “arriba” y demarcar la patria que se habitaba. Petrarca, desde las alturas del monte, contempló los accidentes de su patria así como un doctor en Letras, Historia o Sociología, mediante los libros, hoy puede dar cuenta de cada río de sangre y cada valle de lágrimas que sufrió su nación.
Petrarca cuenta desde la cumbre: “Dirigí mi mirada hacia las regiones de Italia, adonde se inclina más mi ánimo; los Alpes mismos, helados y cubiertos de nieve, a través de los cuales aquel fiero enemigo del hombre de Roma pasó […] Suspiré, lo confieso, en dirección al cielo de Italia, visible más bien al ánimo que a los ojos, y me invadió un deseo desmesurado de volver a ver a los amigos y la patria”. En ese punto de su relato, Petrarca aún no había leído el fragmento de las Confesiones de San Agustín que lo llevaría a rotar la mirada desde la naturaleza exterior hacia el interior y los asuntos humanos. Tal vez por eso define desde las alturas físicas a Italia por sus accidentes geológicos y su cielo.
Pero ya en 1401, cuarenta y ocho años después de la conversión humanista de Petrarca, el florentino Leonardo Bruni (1369-1444) no describiría a Italia por los Alpes ni los cielos, sino por los libros que la retrataban: “No hay en Italia costumbre, ni montaña, ni río, ni familia de cierto abolengo, ni hombre que haya realizado alguna hazaña digna de recordarse que Dante no tenga presente y no haya sido incluido oportunamente en su poema”.
La escuela y el colegio públicos son paraísos en blanco para el humanista. A la educación la llama “inversión” y “futuro” pues ahí puede crear, comenzar a formar almas maleables como plastilina, incluso fijarles un territorio, una lengua, entrenarlas en el pensamiento crítico y nacionalizarlas mediante libros de Historia, Educación Cívica, Lengua y Literatura, Ciencias Sociales, Educación Sexual. A través de algunas lecturas, posibles gracias a la alfabetización, se definió a la Argentina y una conciencia nacional.
El humano también podrá grabar en las memorias vírgenes de los escolares himnos célebres sobre la nación con valores humanistas. El niño argentino memoriza y canta: “Oíd, mortales, el grito sagrado: / Libertad, libertad, libertad”; se verá en otro capítulo el valor capital que tuvo la libertad para el humanismo en el manifiesto de Pico della Mirandola. Y como saliendo de la caverna platónica, habiéndose desencadenado, canta: “Oíd el ruido de rotas cadenas”. Y agrega el concepto laico y humanista-burgués (sin reyes ni aristocracia): “Ved en trono a la noble igualdad”.
La lectoescritura formó comunidad también mediante los diarios de papel que los ciudadanos compraban para conocer las noticias de su nación. Además, los diarios unificaban el lenguaje babélico de una patria poblada por inmigrantes. El humanista dedicaba, y a veces aún dedica, mañanas enteras a la lectura para iniciar el día con conocimiento de los “accidentes” políticos, económicos, sociales y culturales de su comunidad nacional. También para enterarse, mediante las necrológicas, de las bajas de sus amigos conciudadanos del gran club de lecturas que es su país.
El humanismo renacentista, que comprendió las extensiones territoriales como si fueran las extensas páginas que las describían, se vio fortalecido con la Revolución Francesa y sus valores de Libertad, Igualdad y Fraternidad apoyados sobre un proceso de alfabetización y educación burguesas. “En efecto, desde 1789 hasta 1945, tuvieron los Humanismos nacionales, amigos de la lectura, su tiempo de gloria […] el Humanismo burgués no fue otra cosa que la procuración de imponer clásicos a la juventud y de afirmar la validez universal de las lecturas nacionales”, sintetiza Peter Sloterdijk (1947-).
La lectoescritura, los libros canónicos de una comunidad, los himnos célebres y hasta los diarios formaron el lazo comunitario durante el tiempo de gloria humanista. Pero desde 1945 aquel lazo comunitario fue gradualmente reemplazado por el de la televisión primero y por el de las comunidades virtuales décadas después. Las grandes esferas inclusivas que fueron las naciones estallaron y de ellas se formaron esferas más pequeñas y evanescentes como espuma, también inclusivas aunque efímeras, de comunidades de televidentes, consumidores y usuarios de redes. “A través del establecimiento mediático de la cultura de masas en la Primera Guerra Mundial (radio) y después de 1945 (televisión) y más aún a través de las actuales revoluciones de red, la coexistencia de los hombres en las sociedades actuales fue puesta sobre nuevas bases. Y estas son, como se puede mostrar sin esfuerzo, decididamente post-literarias, post-epistolográficas y consecuentemente, post-humanísticas”, decía Sloterdijk en una conferencia dada en 1999 vislumbrando la emergencia de lo posthumano (de lo cual el pensamiento se debía empezar a ocupar).
Luego de las comunidades letradas llegó entonces la televisión que formaría la comunidad de los televidentes y competiría con las instituciones educativas. Casi desde el comienzo el humanista intuyó que la TV era una amenaza. Al principio el Topo Gigio diría con una canción a toda una nueva generación: “Veo la tele cuando salgo de la escuela / pero siempre antes hago la tarea”. Destacado: primero las letras. Pero en verdad, y esto hay que decirlo, el Topo Gigio admiraba a Brigitte Bardot, estrella del incipiente posthumanismo de los años cincuenta y sesenta que basaba el ascenso en el atractivo sexual; tal vez por esto no tardó ni una estrofa más en apostar enteramente al nuevo lazo comunitario: “Con café, con leche y mantecadas / a la tele no la cambio yo por nada”.
Aquella escuela de la primera mitad del siglo XX hacía comunidad, por eso no era extraño que un director ganara bastante dinero, su rol como formador de comunidad era necesario para el capitalismo, educaba para el trabajo en la nación. En la actualidad, los medios de comunicación masivos hacen comunidad, y no debe extrañar, por caso, que un conductor de televisión como Marcelo Tinelli, principal “funcionario nacional”, sea millonario. ¿Qué tipo de comunidad crea esta televisión? La comunidad que produce no es la gran esfera patriótica, sino una comunidad plural, de microesferas como las que componen la espuma, que se basa en las adhesiones y rechazos de los televidentes hacia las figuras de un programa. Las comunidades que se forman en cada programa son de fans, parciales y efímeras. Como sucede durante las emisiones de Gran Hermano. Lo mismo en torno a los instagramers. El espectador sube el pulgar o lo baja ante las figuras y puede cambiar la posición en la microesfera que lo contiene casi en la evanescencia del aire.
En internet las redes sociales también forman comunidades parciales y efímeras. Cada usuario de Facebook o Instagram, pertrechado de corazones, produce una comunidad de “amigos”. Y cada vez que algunos de sus “amigos” ven una foto divertida suben el pulgar o envían un corazón para decir “me gusta”, así crean una comunidad en torno a la foto o el posteo como mejillones pegados sobre una roca. Tal vez, ya se ha dicho, la condición efímera de estas comunidades genera una sensación de pertenencia débil y de identidad evanescente. Pero a diferencia de la comunidad nacional, Facebook o Instagram no nos pedirán que vayamos por ellos a la guerra, de momento. Apenas exigen que cumplamos un servicio de conexión y visualización obligatorio.
Al posthumano la lectoescritura y la nación le significan tan poco como la escuela. La educación y la patria son inútiles para el ascenso a través de la obtención de teléfonos de última generación (más aún, si grava la importación, la nación es un problema). Tampoco la educación y la patria son útiles para el ascenso en popularidad o hacia altos puestos de trabajo. Al posthumano no le interesan los valores intensos y anticuados de los himnos humanistas. El himno lo canta por deporte, en las canchas y para que Messi “la rompa toda”, aunque al ídolo “postmaradoniano” parezca no significarle nada. Para martirio del humanista, la letra del Himno Nacional, con sus rotas cadenas y noble igualdad, hace dos mundiales fue reemplazada por diversas tonalidades del “Oh Oóh Oóh / Oooooooooooóh / Oh Oóh Oóh / Oh, oh”.
Las comunidades posthumanas basadas en los medios masivos de comunicación, primero, y en la telecomunicación digital en red, después, se conjugan con las comunidades formadas por el consumo de productos y marcas. El principal lema de una compañía telefónica es “Comunidad Movistar”. Una publicidad de Movistar para televisión llamada “Paz”, de 2010, expresó cabalmente el pasaje hacia una comunidad posthumana. La primera imagen muestra una casa en medio de un paisaje desértico. La voz en off de un joven dice: “Me harté del ruido y me fui lejos de todo. Necesitaba paz”. Luego dice que se llevó sus cosas a la “casita” y después llamó a sus “viejos”.
Entonces la imagen muestra otra casa que se desliza mágicamente sobre el desierto y se acerca a la del joven, es de los padres. “Y como ellos sin mate no pueden vivir, se trajeron el almacén de Rubén para tener yerba”. Llega el almacén deslizándose sobre la tierra. Después llegaron unas “vaquitas” para tener leche para los sobrinos porque el hermano vio el lugar por internet y se acercó con su familia. Luego crearon una plaza, pusieron semáforos para que los chicos pudieran andar tranquilos, construyeron un estadio, una escuela primaria, un museo, un banco, autopistas y, finalmente, la imagen muestra toda una ciudad en torno al joven que se había ido al desierto harto de la ciudad. Él mismo nos dice con ironía: “Así que acá estoy: solo, en el medio de la nada, paz total”. La voz en off, ahora del locutor que representa a la telefónica, nos recuerda: “Nacimos para vivir en comunidad. Comunidad Movistar. Conectados, podemos más”. En la sociedad posthumana, Pedro de Mendoza fue reemplazado por el joven emprendedor, la lectoescritura por la conexión digital, y la nación por la comunidad Movistar.
El lazo emocional posthumanista
En la comunidad humanista el lazo que unía a los ciudadanos era racional y se fundamentaba en la argumentación. De otro modo, en la comunidad posthumana el lazo que une a los “usuarios” de la nación es principalmente emocional. Tal como propone Facebook, lo que piensa el otro “me gusta”, “me encanta”, “me divierte”, “me asombra”, “me entristece”, “me enoja”; de ningún modo “me parece contradictorio”, ni “me resulta inconsistente”, ni “no se condice con la realidad”.
Claro que, si el anterior párrafo se publicara en Facebook y fuera del gusto del humanista, le pondría un corazón antes de seguir leyendo el libro que lo contiene. Pero, en el mejor de los casos, el corazón digital estaría pixelado por varias dudas y transportaría el virus de una pregunta.
La escritura fue fundamental para el establecimiento del humanismo nacional-burgués. La palabra en tinta fue una tecnología que, una vez internalizada, promovió hábitos de pensamiento que crearon la mente racional (se podría decir “fría” –sin que esto tenga una connotación negativa–) del humanista. Porque como dice el filólogo Walter Ong (1912-2003): “Las tecnologías no son solo recursos externos, sino también transformaciones interiores de la conciencia, y mucho más cuando afectan a la palabra”.
La lectura y la escritura, independientemente del contenido que canalizaran, dieron forma a un tipo de razonamiento basado en la argumentación separada del afecto primario del escritor. Leer de izquierda a derecha, a un tiempo que se percibe como más o menos lento, fue formando durante siglos el pensamiento y lo predispuso a comprender que de una causa (ubicable en la izquierda) se deduce una consecuencia (ubicable en la derecha). Así como cualquier paper, monografía o tesis presentan una introducción, un desarrollo y unas conclusiones, así también el ojo va siguiendo lentamente, palabra tras palabra, oración tras oración y párrafo tras párrafo un argumento fundado en una temporalidad y una linealidad heredadas de la lectoescritura divulgada por la imprenta. La frialdad, la objetividad, la secuencia causa-efecto, la distancia de lo observado con respecto a la subjetividad del observador y otras características de la ciencia moderna pueden haberse deducido del desarrollo de la imprenta de Gutenberg y su divulgación de la lectoescritura.
Ong señala que la palabra escrita está separada del contexto emocional en el cual es escrita. De otro modo, la oralidad se da en un momento y lugar, ante personas que también viven ese presente cargado de sonoridad y emoción. La palabra escrita está separada del presente vivo; como tecnología hace posibles pensamientos abstractos y una distancia emocional con respecto al contenido que vehiculiza. Más claro aún: la palabra escrita no transmite el tono de la voz, que es donde reside la emoción. Ong sostiene: “En el habla oral, una palabra debe producirse con una u otra entonación o tono de voz: enérgica, excitada, sosegada, irritada, resignada o como sea. Es imposible pronunciar oralmente una palabra sin entonación alguna. En un texto, la puntuación puede señalar el tono en un grado mínimo […] Los actores pasan horas diciendo cómo pronunciar en realidad las palabras del texto que tienen frente a sí”. La falta de tonalidad indica la carencia de emocionalidad de la palabra escrita. Pero no se trata solo de una carencia, sino de la posibilidad de desarrollar argumentos con altos grados de abstracción. Posibilidad en la que se apoyan tanto la educación y la ciencia como la democracia humanistas.
Marshall McLuhan (1911-1980) también analizó los efectos generados por la tecnología de la escritura: “En cualquier medio occidental, el niño [alfabetizado] está rodeado por una tecnología visual, abstracta y explícita, de tiempo uniforme y espacio continuo, en los que la ‘causa’ es eficiente y trascendente, y en los que las cosas se mueven y ocurren, por orden sucesivo, en planos únicos. Pero el niño africano [analfabeto] vive en el mundo implícito y mágico de la resonante palabra hablada”. Pero las cosas cambiaron, McLuhan nos dice que “cualquier niño occidental crece hoy en esta clase de mundo de cantinelas mágicas, pues oye constantemente los anuncios de la radio y de la televisión”.
El mundo secuencial y objetivo fue reemplazado, según vieron McLuhan y Sloterdijk, por el mundo audiovisual de la televisión. Con esto estalló la racionalidad y fue relevada por las “cantinelas mágicas” propias de los eslóganes de las publicidades y programas de los medios masivos. Más tarde, con la llegada de las redes sociales, la emocionalidad reingresó potentemente a la escena social hasta el punto de constituirse en el principal lazo para hacer comunidad.
Aun así, en la sociedad posthumana (y hasta cierto punto post-televisiva) no se ha dejado a un lado la tecnología de la lectoescritura. Los ojos devoran textos glotonamente y podría decirse que en ninguna época se leyó tanto como ahora. El posthumano lee en la parada del colectivo, en la mesa durante la cena en familia, mirando series, caminando por la vereda, cruzando una avenida, manejando, y a veces lee, incluso, entre sueños, cuando chequea el celular. Porque WhatsApp, Twitter, Facebook, y también Instagram, son plataformas de lectoescritura. Pero, independientemente del contenido, ¿qué tipo de reacción estimulan esas plataformas? ¿Promueven la argumentación, tienden a estimular la racionalidad? En primer lugar suponen una lectura vertical entre las unidades de sentido, de arriba hacia abajo, siguiendo un timeline que rompe con la linealidad horizontal acostumbrada. Pero más importante es que proponen una lectura totalmente fragmentada, breve, muy breve, y basada en la reacción emocional. Es posible pasar de una imagen política dolorosa al casamiento de un conocido, de este casamiento a la violencia policial tras una marcha, y del meme deportivo y el video de gatitos a un desgarrador pedido de ayuda ante un caso de violencia de género. A estas convulsiones emocionales, el lector posthumano se ve invitado a asistir pertrechado de corazones y pulgares para plebiscitar la emocionalidad que esa textualidad estallada le despierta.
No podría haber ahora poblaciones entregadas irracionalmente a los vaivenes emocionales propuestos por los medios masivos, por los titulares de los diarios y por las redes sociales sin la forma fragmentaria y emotiva de la lectoescritura posthumanista. Hacer una devolución de lectura, dar un dictamen sobre lo leído, evaluar contenidos escritos consiste hoy en poner un emoji o eructar un insulto. Así, reducida la capacidad de argumentar a la emocionalidad más primaria, es claro que pueda vivirse una forma de la realidad llamada “posverdad” (basada en fake news y deep fake) y que el principal partido de la alianza que llevó a Mauricio Macri a ganar las elecciones presidenciales en la Argentina en 2015 haya tenido por emblema simbólico los globos y toda la escenografía de las fiestitas con animadores infantiles.
El lazo posthumano está hecho de excitación, estrés, odio y miedo, tales son los actuales aglutinantes sociales. Los usuarios en las redes se reúnen en torno a posteos excitantes, irritantes, odiosos o amenazantes. Y se adhieren fuertemente, como limadura de hierro a un imán. Como dijo Paul Virilio, en la actualidad “ser es ser excitado”. La excitabilidad es una condición de la ciudadanía. El lector de titulares, de posteos en redes, de comentarios en los posteos debe estar alerta y preparado para responder con énfasis, indignación y cierto exceso de voltaje emocional. Los programas televisivos con paneles en los cuales los periodistas se gritan y escenifican una desbordada confrontación de emociones sin argumentación son un campo de entrenamiento para el televidente que reproducirá la lógica emocional en las redes.
Así, el posthumano queda reducido a un nodo en una red de información en la cual recibe inputs de “información” y emite outputs de reacciones. Un nodo caliente y al rojo vivo como una alerta informativa de un canal de noticias 24 horas. Dormir así es difícil. Pero este usuario emocional pronto se verá congregado por otros que también estarán alarmados y apenas alcanzaran a balbucear la causa de su indignación, el móvil de su excitación, las razones de su estrés, el fundamento de su odio y su temor, pero se sentirán, eso sí, en comunidad, reunidos, aglutinados por la emoción junto a una clase política que reemplazó la guía de la Constitución Nacional por las encuestas y los vaivenes anímicos de la población como en el primer capítulo de la temporada uno de Black Mirror.
Peter Sloterdijk lo dice del siguiente modo: “La ‘nación’ no es sino un plebiscito diario, algo que hay que entender incluso en un sentido más literal del que hasta ahora nos habíamos atrevido a pensar. Ahora deberíamos precisar más qué significa la expresión ‘plebiscito’; por ella entendemos las votaciones diarias de un pueblo acerca de las propuestas de excitación que le son presentadas por los medios de comunicación […] Considerada bajo este punto de vista, la opinión pública es mucho menos un medio de Ilustración que un foro organizado para desarrollar negocios temáticos. Los grandes medios de masas, sean impresos, televisivos, radiofónicos, se encuentran sumidos en una lucha permanente por lograr la máxima cotización de sus temas. De ahí que cuando se impone a lo largo y ancho de la sociedad un tema escándalo, esto significa ya, de entrada, que en una redacción se ha conseguido una propuesta de excitación que tiene que ser copiada bajo cualquier circunstancia por el resto de los competidores, incluso hasta llegar al punto en el que una sociedad completamente monotemática aparece sincronizada al compás de una misma y única excitación”.
El poder político posthumanista quiere a los usuarios de la nación de perfil. La mercadotecnia de la derecha posthumanista los quiere perfilados en las redes, descargando la furia sobre los teclados, amos y dueños de una parcela digital a la que acceden con una contraseña como si se tratara de una bóveda llena de poder y libertad.
Adheridos en torno a un posteo en una red como los mejillones se pegan sobre una roca. Convocados por un tema que los estresa, los usuarios se encuadran como comentaristas perfilados en esa comunidad que los pone a publicar, compartir, megustear, enfurecer, reír, insultar, bloquear, desbloquear. El estrés, la excitación y la irritación son hoy el mayor cemento social. Y el poder de facto quiere a los usuarios de perfil, no de frente, mucho menos en un Frente con mayúscula, de esos organizados y basados en principios humanistas, capaz de romper el hechizo de las pantallas e invitarlos a levantar la vista para encontrar otra mirada.
Aunque, posiblemente, el usuario posthumano no se reúna en torno a un posteo “como los mejillones se pegan sobre una roca”, porque la adhesión a los temas que se instalan es efímera, permanece solo un par de oleadas, dura pocos días, días intensos, sí, donde postean hasta en los colectivos, codo a codo y hasta codeándose. Pero el vaivén temático los perfila para hablar monotemáticamente de un asunto, hasta que otro mono-tema-red los captura y los pone a resistir con convulsiones digitales, hasta que este mono-tema-red también es reemplazado por otro. Entre tantas bofetadas que golpean las caras y llevan a cambiar de lado el perfil, es muy difícil organizar una lucha duradera basada en un punto de vista estable y humanista.
Santiago Maldonado, el “alivio” ante el no a la interrupción voluntaria del embarazo, el desfinanciamiento de la educación, la ciencia y la tecnología, el Quiero Verla Presa, Ele Não en Brasil, todos temas que expresan de un modo u otro el desprecio por lo humano de algunos poderes posthumanistas, no deberían llevar a la ciudadanía humanista a meter los dedos en computadoras y celulares como si fueran a masajear indignación o convicción, amor u odio. “La gente está muy pasiva”, se escucha decir mientras los poderes oprimen. Tal vez la gente está mandando corazones en paquetes de datos mientras algunos gobiernos excluyen y gozan excluyendo.
Para algunos autores que veremos en el próximo capítulo, el humanismo debería recuperar la iniciativa mediante la desconexión o, al menos, la interrupción del circuito caliente de inputs y outputs de información. Tal vez sea un momento para recuperar la introspección, la ensoñación y la lectura, la reflexión, y actuar decididamente, cuando llegue el momento, con los corazones latiendo e irrigando manos abiertas que ya no sujeten un celular con la firmeza con la que se sujeta la empuñadura de una espada sin hoja.