jueves 25 de abril de 2024
Cursos de periodismo

«Fernández & Fernández», de Franco Lindner

Es un impactante thriller político y privado sobre una pareja, la de Cristina y Alberto, que se necesita y se rechaza, se quiere y se odia.
¿Cómo piensan compartir el poder? O mejor dicho, ¿piensan compartirlo? ¿Quién se impondrá en la inevitable guerra que viene? ¿Cómo fue que se conocieron a espaldas del marido de ella, el último en integrarse al triángulo? ¿Por qué en el pasado él tuvo que enfrentarse a Kirchner para que ella no renunciara al gobierno? ¿A qué se refería el nuevo Presidente cuando, enemistado con su ahora vice, aseguraba que Cristina tenía «una enorme distorsión de la realidad», vivía en «su mundo dual» y debía «recuperar la cordura»? Alberto avisa: «Ella sabe que no me puede manejar. Un día ya le renuncié y estuvimos diez años peleando». Cristina no se conforma con dejar de mandar.
Franco Lindner, editor de la revista Noticias, descorre el velo de una relación en la que nada es lo que parece.

A continuación, un fragmento a modo de adelanto:

 

«Puedo ser Presidenta y vice»
Cristina y Alberto están reunidos en la oficina del jefe de Gabinete. De pronto, entra Eduardo Roust, el vocero de él, y deja sobre el escritorio un ejemplar recién salido de Noticias.

Ella ve su imagen en la tapa.

Lee el título: «¿Está bajo tratamiento psiquiátrico?».

Y debajo del título, este texto: «Sus ausencias prolongadas y sus repentinos cambios de ánimo ahora tendrían una explicación. Fuentes cercanas a la primera dama aseguran que está en tratamiento por trastorno bipolar. Habla uno de los psiquiatras que atienden el caso».

CFK le señala la tapa a Alberto.

Y dispara:

—Trastorno bipolar, qué bueno… Ahora puedo ser Presidenta y vice.

Fernández se ríe de la broma que busca bajarle el precio a la revelación periodística. Y luego, para variar, insulta a la revista.

Corre noviembre de 2006 y aquel chiste premonitorio de la jefa —que en ese momento ya aspira a lo primero, la Presidencia, y ahora va por lo segundo, la parte de ser vice— sale publicado en el sitio web Data54, de Jorge Lanata, ya sin aire en la TV abierta por decisión de Alberto y los Kirchner.

No queda claro si realmente ocurrió así, o si se trató solamente de la fantasiosa versión con la que Fernández, fuente habitual de Lanata, buscó burlarse de un dato que más bien merecía una confirmación o desmentida oficial. Pero la frase de CFK es tan redonda que, hay que admitirlo, merece haber existido.

La tapa de Noticias que provocó esa reacción real o imaginaria me llevó semanas de investigación. Las fuentes a las que consulté coincidían en el nombre de un psiquiatra, Alejandro Lagomarsino, la mayor eminencia en trastorno bipolar de la Argentina. Pero necesitaba la confirmación de boca de él. Así que lo llamé para entrevistarlo sobre su trabajo, con la intención de preguntarle sobre CFK.

Me citó en un restorán de Palermo, a pasos de su consultorio, y se puso algo incómodo cuando le pregunté si tenía pacientes famosos. Dijo que sí, pero que no podía revelar quiénes.

Se lo impedía el secreto profesional.

Entonces le pregunté por Cristina. Le dijo que sabía que se atendía con él.

Se quedó helado. Alcanzó a musitar que no todos los casos de trastorno bipolar eran igual de graves, algunos cuadros eran más leves.

Ante mi insistencia, imploró:

—Entendeme, de esto no puedo hablar… Aunque vos apagues el grabador, no puedo hablar.

Sin querer, por descuido, me había confirmado que atendía a CFK.

En ese momento no publiqué su nombre porque era evidente que no había querido romper el secreto profesional. Sí escribí sobre el trastorno de ánimo de la primera dama y ya candidata presidencial, una enfermedad que padecen entre tres y cuatro de cada cien personas y que se caracteriza por las periódicas oscilaciones entre etapas de euforia y otras de depresión, vaivenes que son suavizados con una adecuada terapia y medicación.

Recién en octubre de 2015, el reconocido periodista y médico Nelson Castro dio a conocer el nombre del psiquiatra de CFK en su libro Secreto de Estado, en el que tuvo la generosidad de citar mi investigación y entrevistarme. Tras esa revelación, aportada a Castro por un colega y amigo de Lagomarsino, mi compromiso de no mencionarlo quedó superado. Lagomarsino había fallecido un tiempo antes, a causa de un cáncer de colon.

En su libro, Nelson Castro reprodujo el siguiente diálogo con el psiquiatra amigo de Lagomarsino que le confirmó la historia, y cuyo nombre preservó por cuestiones de seguridad.

—¿Lagomarsino la trató mucho tiempo? —preguntó Castro.

—Me parece que no —dijo el psiquiatra—. Al menos no todo lo que él hubiese querido. No era sencillo atender a la Presidenta.

—Teniendo en cuenta lo que Lagomarsino hablaba con sus colegas y compañeros más cercanos, ¿cree que lo perturbó tenerla como paciente? ¿Afectó su vida personal o profesional de alguna manera?

—Sí, lo perturbó.

—De lo que usted sepa y me pueda referir, ¿el tratamiento que se le indicó a la Presidenta fue exitoso? ¿Resultó dentro de los parámetros corrientes?

—No lo sé. Lo que sí puedo decir es que terminó antes de lo estipulado. Debió extenderse por más tiempo. Tampoco sé si ella continuó su tratamiento con otro colega.

—¿Un paciente con trastorno de bipolaridad amerita un tratamiento prolongado?

—Por supuesto. Diríamos que de por vida.

Antes de esa confirmación adicional, otros hechos también habían arrojado luz sobre el asunto. El primero, en 2010, fue la filtración del sitio digital WikiLeaks de un cable firmado por Hillary Clinton, la secretaria de Estado del presidente Barack Obama, dirigido a la embajada norteamericana en Buenos Aires. El cable pedía investigar sobre la «salud mental» y los «estados de ánimo» de la Presidenta argentina, y determinar qué medicación tomaba.

Otro hecho confirmatorio ocurrió en 2014, cuando el jefe de la Unidad Médica Presidencial, Luis Buonomo, admitió ante Noticias que a Cristina le habían recetado el remedio Valcote luego de su operación en la cabeza por el hematoma subdural detectado seis meses antes. Aunque Buonomo no lo aclarara, es un anticonvulsivo que se receta como estabilizador del ánimo en los cuadros de trastorno bipolar. Ese es su uso más extendido. Quien se lo recetó fue el popular neurólogo Facundo Manes, a cargo del tratamiento por esos días.

En su libro Sinceramente, Cristina desmiente la información sobre su trastorno bipolar y dice que en Noticias la confundimos con su hermana, Gisele Fernández, quien sí padece esa enfermedad. Pero lo cierto es que no hubo tal confusión ya que la investigación hablaba de ambas hermanas y decía: «Los psiquiatras coinciden en que el trastorno bipolar es una enfermedad con un alto componente genético, es decir que puede darse en distintos miembros de una familia».

Hasta Alberto Fernández, cuando ya se había distanciado de CFK, hablaría de su atormentada psiquis y le dedicaría una carta abierta en la que la acusaba de «vivir en su mundo dual». También señalaría: «Cristina tiene una enorme distorsión sobre la realidad. Llegó a decir que Alemania estaba peor que nosotros en materia de pobreza. Sostuvo hasta el final que el cepo no existía y que la inflación no es importante. Eso es negación, es una negación terca, por momentos absurda».

«Negación absurda», «distorsión de la realidad», «mundo dual»… Por lo visto, no era el mismo Alberto que con gusto se había burlado de aquella primera investigación sobre CFK que publicamos en noviembre de 2006, cuando la primera dama aún se mostraba como una candidata en ciernes y no como la Presidenta que luego se haría famosa por su estilo impulsivo y megalómano.

Volvamos al momento de esa tapa, cuando Néstor Kirchner ya jugaba a las adivinanzas con aquello de que el próximo presidente sería «pingüino o pingüina», y Alberto estaba al frente de los que impulsaban la segunda opción.

Eduardo Duhalde, el ex padrino del patagónico, cuenta que charló con él al respecto.

—Con lo de «pingüina», ¿vos me estás hablando de Cristina? —le preguntó.

—Y sí, ¿de quién voy a hablar? —le confirmó sin vueltas Kirchner.

Duhalde se quejó:

—Vos me dijiste que es bipolar, ¿te acordás?

A lo que Néstor habría respondido:

—Pero voy a gobernar yo desde Olivos y ella va a hacer lo que sabe hacer.

El propio Duhalde le narró la escena a Jorge Fontevecchia en un reportaje para el canal Net TV y el diario

Perfil.

Y en otra entrevista, con Jorge Lanata, en Radio Mitre, contó cómo Kirchner le había confiado la verdad sobre el trastorno de CFK: «Me lo dijo él, no me lo contaron. Una vez estábamos en Santa Cruz, ella gritaba con gente que no sé quiénes eran y Kirchner salió diciendo eso…».

Era un presidente diciendo que otro presidente le había contado que una tercera presidenta, esposa del segundo, sufría un trastorno mental.

En el exterior jamás lo creerían.

Kirchner tenía otra frase para justificar que su esposa lo sucediera por un período de gobierno.

—Si me presento yo, en cuatro años no tengo reelección y se termina todo —les explicaba a sus funcionarios—. Pero si va ella, aunque haga un gobierno de 4 o 5 puntos, después yo vuelvo caminando.

El plan, como venían discutiendo desde siempre, era alternarse. Alternarse para durar más.

—Va a ser primero él y después yo —le había avisado CFK a Julio Bárbaro, como se contó en otro capítulo.

A Fernández le gusta presentarse como el hombre detrás de la idea, pero lo cierto es que los Kirchner ya lo tenían todo discutido cuando aún él no era importante en el espacio.

Ahora le tocaría a ella. Y si las cosas se complicaban, siempre estaba Kirchner para volver.

Además, Alberto seguiría siendo el jefe de Gabinete en el que ambos podrían apoyarse, porque era, como lo llamaban, «el disco rígido del Gobierno».

En las primeras semanas del año electoral que asomaba, 2007, el matrimonio terminó de definirlo. Fue en una reunión en la Quinta de Olivos, con Fernández de testigo, entre otros funcionarios, uno de los cuales me relató la escena.

En la sobremesa de la cena, cuando surgió el tema, Kirchner lo llamó a su médico Luis Buonomo por teléfono:

—¿Cómo me ves para cuatro años más?

—Para mí, no estás en condiciones —fue la dura respuesta—. No vas a aguantar.

Buonomo, como el resto del entorno, sabía que Cristina era la primera opción, pero Kirchner hasta último momento seguía coqueteando con la posibilidad de un segundo mandato propio. El antipático comentario de su médico lo terminó de desalentar. La gastroduodenits con hemorragia que tiempo antes había sufrido en un hospital del Sur aún rondaba por la cabeza de todos los presentes. Había sido un susto mayúsculo.

Kirchner cortó el llamado y le dijo a CFK, riendo:

—Bueno, está definido, vas vos… ¡Dice que estoy hecho mierda!

Los presentes, todos integrantes de la mesa chica del Gobierno, también rieron. Cristina no.

Miró a su marido y le dijo:

—Yo soy candidata, pero con una condición.

—¿Cuál? —preguntó Kirchner.

Ella descerrajó estas palabras:

—Me sacás a la yegua de tu hermana y al chorro de De Vido.

—¡Epa! —se rio su marido, divertido por esos epítetos.

Ni Alicia Kirchner ni Julio De Vido estaban allí.

La futura candidata no soportaba a ninguno de los dos, aunque al menos su cuñada, la ministra de Desarrollo Social, era familia. Su permanencia en el Gobierno se podía negociar. Pero ¿por qué incluir a De Vido, el funcionario más sospechado de los primeros años de gestión kirchnerista, en el Gabinete que preparaba Cristina? Dejarlo afuera —y sin necesidad de echarlo, porque la excusa del cambio de mando era ideal para renovar el staff oficial— podía leerse como una señal de mayor transparencia a futuro.

La candidata no tenía pruebas para calificarlo del modo en que lo había hecho, pero acaso sentía que no las necesitaba: solo les daba crédito a las denuncias y a la acumulación de causas judiciales. No, De Vido no sería parte de su proyecto.

Fernández & Fernández
Historia secreta de una relación peligrosa.
Publicada por: Planeta
Fecha de publicación: 11/01/2019
Edición: 1a
ISBN: 978-950-49-6869-6
Disponible en: Libro de bolsillo
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