viernes 29 de marzo de 2024
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«Por qué escuchamos a Stevie Wonder», de Edgardo Scott

Del góspel al pop, de la balada al funk, del jazz al soul, Stevie Wonder supo desde muy chico ser fiel a sus orígenes culturales y, al mismo tiempo, lo suficientemente curioso como para asomarse en su música a nuevas expresiones. “El genio de 12 años de edad”, como lo definieron en la célebre discográfica Motown en 1962, desde su primera aparición en un escenario, ciego de nacimiento, logró sortear todos los obstáculos.

Casi sesenta años después de aquel debut precoz, nos sigue conmoviendo y animando con sus canciones, su voz y su armónica.  En ese derrotero hubo hits y megahits (I Just Called to Say I Love You, Isn’t She Lovely?), obras conceptuales (Journey Through the Secret Life of Plants) y experiencias menos felices. La suma de este variado repertorio, notablemente virtuoso, convirtió a Wonder en un clásico multigénero. Quizá porque, como canta en Sir Duke, el tema que le dedicó a Duke Ellington y a otros grandes del jazz, “la música es un mundo en sí mismo/con un lenguaje que todos entendemos”.  A partir de un casete de In Square Circle grabado en su memoria, Edgardo Scott se propuso, con agudeza y erudición, pero sin piedad ni complacencia, “escribir la transformación de un gusto de infancia”. Esa patria que nos formatea para siempre, donde reina la canción.

A continuación, un fragmento a modo de adelanto:

Advertencia. Manual de instrucciones. GPS de lectura
Este es un libro de ensayo. Su aparente estructura por canciones, a la manera de un álbum e incluso de una larga antología o compilado es solo una forma de montaje que propone el autor. La fragmentariedad de los capítulos no inhibe una lectura continua; por el contrario, la alienta. Sin embargo, eso no significa que el libro, en cualquier sentido, se lea necesariamente en forma lineal. Los libros se leen como se quiera, como se pueda y también como sea (pero nunca como se debe). No obstante, y como dijo en una advertencia similar Jonathan Lethem, es “altamente recomendable” ir leyendo este libro con la música de Stevie de fondo. Con esta playlist u otra que el lector desee.

 

Ebony & Ivory
Tug of War (Paul McCartney, 1982)

A pesar de que los quiera tanto. O justamente, porque los quiero tanto. ¿Cómo se permitieron hacer esto? ¿Qué necesidad? ¿Quién puede tomarse en serio algún tipo de reclamo por la igualdad de derechos o la paz en el mundo por hacer una canción? Y menos por una canción así. O entre las razas –cierto que ahora no se puede hablar de razas, ni de la negra, ni de la blanca, ni de cualquier otra–. En estos casos, más allá de los agentes y representantes y productores siempre pienso y recurro a los amigos. ¿No había ningún amigo que los detuviera, que les dijera no, muchachos, no hagan eso en sus casas? O volviendo a lo que no debería hacer nunca un artista. Menos un gran artista, y en este caso dos. Ni siquiera bajo el paraguas de ser artistas populares, de la ocurrencia, de un buen motivo –ah, la buena voluntad, las buenas intenciones–, para no hablar de una buena causa.

Pero lo hicieron. Y esa, increíblemente, es la gran colaboración artística entre tal vez los dos melodistas anglófonos más talentosos de la segunda mitad del siglo xx: Paul McCartney y Stevie Wonder. Una canción –se me disculpará la facilidad del énfasis– mala por donde se la mire. Pobre. Ordinaria. Barata. De la letra no hace falta decir mucho: una sola y burda metáfora repetida hasta el cansancio. Pero la música –la canción es de Paul, de hecho fue incluida en Tug of War– es tosca, carece de un solo hallazgo, es de esas canciones en las que Paul abusa una vez más de su facilidad melódica y montajística. Y si bien Stevie no hace ningún escándalo (se nota que está controlado por el peor McCartney), tampoco logra salvar ni mejorar nada.

Sin embargo, como explicaba hace largo tiempo el sabio John Ruskin, “toda opinión errónea es inconsistente y toda opinión infundada es transitoria”. Y si bien la canción fue número 1 tanto en el Reino Unido como en los Estados Unidos y en otros rankings, y los dos la han gastado en sus compilados y discos de grandes éxitos, también ha sido considerada por la notoria y noventera revista Blender como una de las diez peores canciones de todos los tiempos, y por la BBC como el peor dúo de la historia. Es triste y tragicómico. Y por supuesto no afecta en nada el brillo de Stevie ni de Paul. Un mal día lo tiene cualquiera; una mala decisión, un error, también. Pero lo que supongo da más pena es el desperdicio de una gran oportunidad. Imaginemos qué podrían haber hecho en una colaboración genuina e inspirada, en su mejor forma, el autor de Blackbird, Jenny Wren o Helter Skelter y el de Superstition o Pastime Paradise.

Es que la colaboración entre artistas, la colaboración artística, es otro gran misterio. Es decir, es un misterio dentro de otro, una forma dentro de la gran forma. Por eso tantas reuniones han fracasado, pero algunas han dado páginas memorables. Pienso rápidamente en el disco de Burt Bacharach y Elvis Costello, Painted From Memory, o en el reciente de Jarvis Cocker y el inspirado pianista y performer Chilly Gonzales, Room 29. Por lo general, las cosas salen mejor de conexiones o asociaciones impensadas y fugitivas. De camarines, no de estilos. De sujetos, simpatías, complicidades y no de promotores. Ninguna causa humanitaria y universal ha producido un gran arte. O como dijo Simon Reynolds: “Amnesty pudo haberle hecho muy bien al continente africano, pero le hizo muy mal al rock”.

 

Superstition
Talking Book (1972)

Hay un precursor de Superstition. Es Do Yourself a Favor. Pero si consideramos que You Haven’t Done Nothin’ y Skeletons también son parte de la familia, tendremos un archipiélago Superstition. No es que sean versiones o variaciones, no. Todas son canciones que parecen apuntar al mismo centro. El estilo tiene eso. Y por eso es difícil entender a los que dicen de un artista: tal obra es buena, tal es mala. ¿Cómo podría ser eso? Si hay un artista, si hay un poeta o un músico, el estilo trabaja, va trabajando en todo el arco expresivo. Podrá decirse que en tal obra el artista estuvo más cerca o más lejos de tal o cual forma, de tal o cual línea o motivo que el artista suele transitar, y que esa proximidad o lejanía pueden tener un valor diferencial. Pero me resulta extraño cuando la valoración es absoluta, si es que verdaderamente hay un artista y un estilo.

Alguien podrá decir que las hermanastras o hermanastros de Superstition podrían haberse evitado. Y es cierto. Un rigor feroz, un rigor a lo Juan Rulfo podría decidir la decapitación de esos matices. Pero también es cierto que solo así podemos comprobar el grado de aproximación, de tanteo y error, y de acierto, en la conquista de la forma por parte del estilo. Lo que se dice el trabajo del estilo.

 

Up-Tight (Everything’s Alright)
Up-Tight (Everything’s Alright) (1966)

Motown viene de la conjugación poco creativa de motor y town. Detroit. La ciudad de los autos. Fines de los años cincuenta. En esa euforia obscena, en ese júbilo de Eisenhower, la música negra también se convierte, también se transforma, progresivamente, desde aquellos géneros nacionales de la primera mitad del siglo veinte: el jazz y el blues. Porque todo lo va ganando el pop. Stevie surge en Motown. Al comienzo, es tan chico que tiene que firmar por todo su madre. Llega a vender más de cien millones de discos. Una industria entera, él solo. “Melodista industrioso”, me escribió un día y acertó Luis Chitarroni, todo dicho con admiración y afecto.

 

Por qué escuchamos a Stevie Wonder
Edgardo Scott analiza la obra del autor de éxitos como “You are the sunshine of my life”, “Higher ground” y “Youn haven´t do nothing”.
Publicada por: Gourmet Musical
Fecha de publicación: 03/02/2020
Edición: 1a
ISBN: 9789873823411
Disponible en: Libro de bolsillo
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