miércoles 24 de abril de 2024
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«La vida digital», de Ariel Gurevich

Hace unos veinte años estar en el ciberespacio implicaba una experiencia diferente a la de la vida desconectada. Pero en la última década, con la emergencia y el auge de las plataformas sociales, y la creciente ubicuidad de los dispositivos móviles, no cabe duda de que nuestra vida social es inseparable de nuestra vida digital. La red Internet se ha vuelto cotidiana, embebida y encarnada, lo que ha traído incontables consecuencias sobre nuestra vida pública y privada, el marketing, los negocios, la política, el sentido de nuestra propia identidad y hasta el modo en que estamos en contacto.

Vivimos en una época donde la identidad no puede pensarse sin discurso, pero tampoco sin los soportes y dispositivos técnicos que traen asociados. Las reflexiones propuestas comparten la pregunta por las operaciones discursivas en estos nuevos medios digitales que dan como resultado un yo. Esta construcción del yo, ¿es una mera cuestión de publicar contenidos, o hay determinadas maneras de hacer que los usuarios deben incorporar al ingresar en estas plataformas? ¿Las redes sociales son un espacio neutro de publicación o los dispositivos son tecnologías morales que orientan en algún sentido las prácticas de los usuarios?

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

Fotografía del ahora
Para Barthes (1986) la fotografía es prueba de un haber estado, un testimonio, la huella de un real. La conjunción de un aquí y ahora en el acto de ver la imagen con el allá y entonces contenido. Tradicionalmente estos dos espacios no pueden compartir el mismo tiempo comunicativo. La fotografía celular comunicada de forma más o menos inmediata enlaza distintas personas estableciendo una conexión en presente. Deja paso a un aquí –ahora articulado a un allá– ahora (Gye, 2007). Aquí y allá se vuelven intercambiables, según dónde nos ubiquemos en el par ver y ser visto. “Esto es lo que vi” pasa a ser “esto es lo que estoy viendo” (Villi, 2010). La comunicación se da más a través del espacio que del tiempo.

La fotografía pasa a comunicar el presente en vez de preservar el pasado. Gana valor como “momento” mientras pierde el de “memento” (Van Dijck, 2007). Compartir el presente es parte del valor de la imagen, sus condiciones de lectura. Contienen el pasado reciente (acabo de, vengo de), lo que está sucediendo (presente) o el futuro próximo en su expectativa, un presente con valor futuro (voy a, estoy yendo a). La imagen sale a producir efectos dominada por la más pura inmediatez.

El tiempo real dramatiza la autenticidad de esas imágenes, testimonios del ahora. Se estructuran como enunciaciones transparentes, ventanas a la experiencia. Permite a los usuarios que miran la utopía de compartir distintos puntos de referencia sincrónicos: estar en dos lugares a la vez. Hay un cuerpo que está en una reunión con amigos, pero también hay un cuerpo que mira el celular y participa de una experiencia social que transcurre en simultáneo, sobre una superficie hecha de imágenes, mensajes, comentarios, interacción, a partir de fragmentos de mundo compartido, retazos de lo real transcurriendo en otro lado y para mí. El registro de la experiencia física se encabalga con una experiencia virtual que no exige la copresencia del contacto. O mejor dicho, exige un contacto a través de operaciones tecnológicas que ofrece la interfaz (reaccionar, comentar, compartir, etiquetar, mencionar), como maneras de aparecer, de comunicar la presencia. Inauguran formas nuevas de articular el par presencia/ ausencia. Trazos de un cuerpo mediatizado, que llega a través de operaciones indiciales que brinda la red: poner “Me gusta” –un dedo pulgar que afirma, que seduce, que marca presencia, que busca hacerse visible–, reaccionar “con el corazón”, tomar la palabra en los espacios del comentario. Un cuerpo que está sin estar, que compartiendo, incluso, el mismo espacio físico de experiencia inscribirá la presencia online de esos contenidos, que se vuelven “más verdaderos” al ofrecerse y reafirmarse para la mirada en red.

La imagen como postcarding y comunicación ritual aumentada
No hay imágenes en las plataformas de comunicación del sí que no tengan como destino la comunicación interpersonal. Todo lo que es visible existe y lo que no se ve ni se menciona no tiene existencia intersubjetiva, al menos online. Si la fotografía personal tradicional está asociada al registro de imágenes privadas del archivo propio con fines prácticos –fotografiar algo para no olvidarlo, un plano o un mapa, un documento en una hemeroteca–, la imagen personal compartida da paso a una socialización. En vez de un dispositivo para la memoria, se vuelven puros gestos de comunicación.

Shanks (2012) remonta las prácticas del fotomensaje a la cultura del postaleo. Lo que hace que una imagen fotográfica se vuelva postal es un proceso de circulación discursiva. Este proceso, como trayecto entre dos puntos, convierte a una fotografía en una postal. Es la versión analógica de un fotomensaje, con la diferencia de que las funciones antes cumplidas por diferentes actores –el fotógrafo que obtiene la imagen, el editor que la imprime y la comercializa, los quioscos donde se venden, la oficina de correos donde se compra el sello, el buzón, el cartero que la entrega– son hechas por los usuarios que envían mensajes visuales que se ajustan al contenido que quieren transmitir. La imagen postal se vacía de su contenido icónico para decir más de lo que estrictamente contiene: “acá estoy”, “estoy bien”, “pienso en ustedes”, “los extraño”.

Es un error pensar la imagen como pura representación y no como herramienta para la gestión del contacto. La fotografía celular integra prácticas heredades de la cultura postal, la fotografía personal y la mensajería móvil. La imagen que comunica el ahora, postal digital alterdirigida, se abre a nuevos usos para comunicar más allá del mensaje visual. Parece decir al destinatario: “ponete en mi lugar”, “mirá a través de mis ojos allí donde no estás” (Villi, 2010). “Mientras vivo pienso en ustedes, y espero sus reacciones como contraparte de la experiencia que les dono visualmente”.

El sentido no está solo en la imagen, sino en el acto de comunicarla en presente. Ese plus encuentra en los comentarios un lugar donde expresarse, que proliferan para fijar lo que la imagen no dice o dice en su interacción. Por eso derivan en conversaciones no asociadas directamente a la imagen. La fotografía funciona como place event que combina espacialidad y temporalidad, capaz de aglutinar contactos. Por eso se acercan así a la comunicación ritual. No importa el contenido del mensaje si no reasegurar un lazo. Aunque informen o testimonien el entorno y mundo de objetos, aunque estilicen el yo al enlazarlo a eventos asociados al consumo y al ocio, su causa final es establecer un contacto, su teleología. Su propósito y su misión, allí donde se juega su capacidad de ser vista y confirmada. La fotografía se integra al contexto de la comunicación ritual, manteniendo creando e integrando relaciones. A la vez que pueden comunicar una información específica, siempre expresan algún tipo de afecto. Por eso Villi no solo remonta el fotomensaje a la práctica postal sino a la cultura del photo-gifting. En sus usos comunicacionales el fotomensaje es más cercano al mensaje de texto que a la práctica fotográfica. Son cambios profundos en la manera de comunicar experiencias, que lleva a preguntar: ¿acaso deja de existir lo que no se comparte? Si la realidad está hecha de imágenes, ¿desaparecer en la imagen equivale a morir?

No habría que subestimar esta presencia social mediatizada del lado de la apariencia o el simulacro. Si la interacción entre perfil a perfil duplica la escena comunicativa persona a persona, un mensaje sin responder, una reacción que no llega de alguien que nos importa, no es una experiencia de valor segundo, tiene consecuencias en la sociabilidad fuera de línea. Como señalan Bauman y Lyon (2013), lo digital, al ser soporte de lo social, lo interpenetra. Nuestras vidas se mueven de un universo a otro, y cada universo tiene un contenido y reglas de actuación propias. “La experiencia obtenida en un universo acaba reformulando la axiología que guía los valores del otro”. No se puede describir lo que sucede en uno de los universos, ni entender sus lógicas y dinámicas sin referirse al papel que tienen en el universo que es su anverso. El usuario que comparte una fotografía de lo que está viviendo al hacerlo inscribe su experiencia, la autentifica. Busca testigos al registrar su vida, haciéndola más real por ser vista. La documenta para sí y para los otros. La documenta en la relación.

Los conceptos eje de “comunicación ritual” y “presencia social mediatizada” enriquecen los planteos de la cultura visual en términos de sociedad del espectáculo (Debord, 1976) en el que el ser parece disolverse en las pantallas líquidas del parecer y la ilusión. No accedemos a través de estos dispositivos a mundos virtuales: operan como medio de contacto entre seres reales en espacios físicos reales. Lo digital deja de ser una transposición más o menos distorsionada del mundo, un consecuente más o menos fiel del grado cero de su antecedente, para introducir relaciones de ida y vuelta, trayectos de imbricaciones mutuas.

Las imágenes otorgan más realidad a la realidad misma, configuran una nueva realidad ampliada. Lo real / virtual no puede pensarse desde el par esencia y apariencia. Castells (1996) utiliza la categoría de “virtualidad real” para referirse a estos fenómenos paradojales, que expresan cambios en los constructos sociohistóricos como experiencia. Lo digital indicial es más real al encontrar un lugar donde alojarse para la mirada, al inscribirse en la esfera de lo visible. A través de la mirada del otro mi contenido de experiencia se ve confirmado y asegurado.

Fontcuberta incluso señala cómo en los catálogos de IKEA, la empresa multinacional dedicada a la venta minorista de muebles, artículos y objetos de decoración para el hogar, la tradicional fotoproducto fue reemplazada por renders. Un render es una imagen digital creada a partir de un escenario 3D con softwares especializados, que tienen como objetivo simular condiciones físicas y lumínicas con suficiente realismo desde cualquier perspectiva del modelo. Generan, como resultado, imágenes fotorrealistas, que aparentan ser fotografías, cuando solo son dibujos. Los estudios de mercado señalan que dichas imágenes, aunque el usuario las reconozca como virtuales, están dotadas de mayor efecto de realidad. Paradojas donde el referente se sustrae, la foto (huella de un real) da paso a un dibujo que representa algo que nunca estuvo, incluso con mayor presencia que si hubiera estado allí para ser fotografiado. Inversiones propias de un capitalismo de la imagen que confirman la premisa 18 de La sociedad del espectáculo de Guy Debord: “Allí donde la realidad se transforma en imágenes, las imágenes se transforman en realidad”.

El problema de la intimidad
Las fotografías compartidas se basan en la hipótesis que van a ser vistas y consumidas en tiempo cercano. A la vez que son prácticas autorreferenciales, se articulan para el otro. No es la antigua foto de carácter privado que se comparte: su captura encierra la hipótesis de su comunicación. Se sacan porque van a ser compartidas.

Si los posibles discursivos fotográficos son prefigurados por la expectación futura del alter, la mirada del otro no es una irrupción en lo íntimo, que adquiría su carácter de tal al quedar resguardado en los muros opacos de los cuartos en los que se producía. Sibilia (2009) recuerda que la escritura de diarios íntimos en las mujeres del siglo XIX estaba asociada a una práctica masturbatoria, alejada de los padres, esposos o figuras de autoridad, incluso, teniendo que escribir de noche y a la luz de las estrellas, por no disponer del cuarto propio tan añorado por Virginia Woolf. En este nuevo régimen de lo visible, el yo conectado gestiona el despliegue de su persona en actos de puesta en forma que ponen en crisis distinciones antes opuestas:

privado/público, presencia/ausencia, real/virtual, exterior/interior.

Si la intimidad es introdirigida, interna y reservada, ¿cómo nombrar eso que se comparte? ¿Es la intimidad que se abre y comunica o lo íntimo pasa a ser un efecto, un constructo, una retorización? Las fronteras que separaban lo privado y lo público están desintegrándose y demandan nuevas interpretaciones. ¿Qué estatuto tiene por ejemplo un reflectograma sacado contra el espejo del baño, el hall del edificio o el ascensor? ¿Es un gesto privado, publicitario? ¿Invertir en un celular que saque mejores fotos, no es invertir un poco en mí?

Desde el punto de vista de Sibilia, en ese vaciamiento exterior, entran en juego visibilidades massmediáticas donde el yo se pone al servicio de técnicas confesionales para perfeccionar mecanismos mercadotécnicos de las sociedades posindustriales, que necesita nuevas formas de inscripción del poder sobre los cuerpos. La imagen sometida a una “presión por la buena forma” reduce al cuerpo a objeto de diseño, mercancía dócil que busca aumentar su valor en un mercado de miradas. El yo se espectaculariza, volcando su intimidad en su molde exterior. Queda disponible para ser utilizado, incluso sin saberlo, y entonces no queda más que arrojar a los jóvenes la pregunta de Deleuze en Posdata sobre las sociedades de control, para que puedan interrogar críticamente para qué se los usa.

La autora no afirma que hablar de lo íntimo en este nuevo contexto es francamente un problema. Esta exposición pública, “¿deja intactas las características fundamentales de los diarios íntimos al convertirlos en éxtimos? ¿O en cambio se trata de algo radicalmente nuevo? (Sibilia, 2009: 89) ¿Por qué titula entonces la intimidad como espectáculo? Parecería ser signo del momento en que fue escrito: la proliferación de blogs con formatos confesionales, la popularidad de los géneros de no ficción, los reality shows que llevaban a sus protagonistas del anonimato a la fama. ¿Si lo privado deja de serlo, entonces de qué se trata ahora?

Bauman y Lyon (2013) señalan que el único resquicio para lo privado tal vez sea el anonimato. Sacrificamos nuestro derecho a la privacidad por propia voluntad, nos parece un precio razonable por todas las maravillas que obtenemos a cambio. Es un cambio cultural profundo que trasciende lo tecnológico, sobre aquello que las personas consideran público y privado. De ahí que la mayoría de los reclamos de los usuarios por problemas de privacidad en Facebook, eso que Zuckerberg caracterizó como una “norma social en evolución”, no vienen tanto por conflictos con la plataforma, sino por problemas que causan en su uso entusiasta aquellos que hemos aceptado como amigos. Mark Zuckerberg siempre leyó adecuadamente está dinámica cultural. Mientras que la plataforma ofrecería cada vez más controles de privacidad, los usuarios irían perdiendo interés en retener su información. Por eso los rediseños de la plataforma la orientaron hacia más exposición, más «apertura» y «transparencia», dos principios morales que orientan su evolución.

No disfrutamos de tener secretos porque todo espacio privado, ajeno a la mirada del otro, se vuelve un lugar de encierro, impopular, condenado y abandonado a la suerte de no ser visto. Son medios que nos interpelan a manifestar opinión, a inscribir nuestra presencia si quiere ser comunicada. Formas de vida marcadas por la aceleración como cualidad y por criterios cuantitativos centrados en el más como valor, con el imperativo de mostrarse y conectarse para llegar a ser quién se es.

La representación, tradicionalmente ligada con la ficción, se vuelve nuestro vehículo con la verdad. Y esta verdad necesita apoyarse en la mirada del otro. El sujeto off line siempre opera como límite para la puesta en forma del yo como celebrity, que toma matrices de los géneros publicitarios y cinematográficos. La adopción de estos rasgos a la manera de un personaje mass media siempre queda sobredeterminada por la función de establecer más contacto, para hacer de la autoexpresión autopromoción.

Fontcuberta señala cómo compartir imágenes funciona, sin distinciones teóricas, también para el “cachondeo” y el levante. Este “desocultar provocante” del yo, en términos heideggerianos, o desocultar provocativo, en términos eróticos, sale a buscar la mirada del otro, la anticipa, con razonamientos típicos de las industrias culturales en relación con sus audiencias, del tipo “les muestro aquello que quieren ver”. Por eso para Sibilia estas vidas reales contemporáneas son impelidas a estetizarse constantemente, a ofrecerse para la mirada como si estuvieran ante fotógrafos paparazzi. En todo caso, habría que hablar, parafraseando a Étienne de la Boéite, de un exhibicionismo voluntario. Un paparazzi es un fisgón, un flash que se entromete, un teleobjetivo que se inmiscuye allí donde no lo llaman. Estos son, en cambio, juegos de exhibicionismo/voyerismo, en que no somos sorprendidos, sino que buscamos aparecer.

Por eso Bauman y Lyon (2013) dudan que Foucault hubiera pensado a los blogs dentro de las técnicas confesionales. Foucault pensaba que la confesión, de un crimen por ejemplo, se había convertido en un criterio fundamental de verdad, algo sacado de las profundidades del ser de alguien. Si la confesión religiosa era “buena para el alma”, sus homólogas seculares se ocupaban de la salud y el bienestar. “En cualquier caso, pensó Foucault, los individuos asumen un papel activo en su propia vigilancia. Ahora, imaginar qué habría pensado Foucault de los blogs exhibicionistas o del Facebook `íntimo´ y si los hubiera considerado confesionales, es materia de debate. Por otra parte, lo que es ‘público’ y lo que es ‘privado’ constituye un problema. La confesión cristiana, susurrada al oído de una persona, tiene que ver con la humildad. El blog, en cambio, se difunde para cualquiera que quiera leerlo y tiene que ver con la autopromoción. Tiene que ver con la publicidad, o al menos, con lo público” (Bauman y Lyon, 2013).

Balaguer (2009) prefiere hablar de outimidad, una mutación socio histórica de lo íntimo que busca preservarse afuera, en la mirada de los otros. “Es una lógica muy similar a la que se presenta en el “cloud-computing”, mis archivos – recuerdos dejan de estar en mi máquina/interioridad, para pasar a estar fuera de mí, en la “nube”. Allí estarán más seguros. Esto es un cambio conceptual importante. Pero, inclusive pensando el concepto de outimidad, se sigue manejando la problemática desde el binomio adentro y afuera y ese es el problema quizás derivado de las nociones de esfera pública y esfera privada, que nos acompañan desde hace algunos siglos” (Balaguer, 2009).

En esta proliferación de imágenes, lo que es digno de atraer, junto a aquello que queda fuera del campo visual, asociado con el pudor, los tabúes sexuales, lo desagradable, lo doloroso, lo “obsceno” –lo que queda “fuera de la escena”, y también lo que ingresa al “hacer público aquello que pertenece al dominio de lo privado”–. En esta hipervisibilidad, ¿a dónde va lo que no mostramos? Fontcuberta (2016) invita a prestar especial atención a lo que queda fuera del campo de la visión en esta cultura visual dominada por la cantidad, en la que todo es más: los exiliados, el sufrimiento, la protesta, la soledad. Esta “inhibición o interdicción de la imagen se extiende a muchas otras esferas de la vida en que la cámara –por decoro, por costumbre, por intereses comerciales o tabúes iconocastlas– no es bienvenida y, sería en estos intersticios a los que conviene prestar atención preferentemente. Desde esta perspectiva, la hipervisibilidad sería tan solo hiperhipocresía”.

Vida, muerte y resurrección de la imagen digital
Snapchat, desde su lanzamiento en septiembre del 2011, inaugura un concepto nuevo dentro de las aplicaciones móviles basadas en compartir imágenes y videos: el de mensaje efímero. El “Real time sharing of impermanent content” (compartir en tiempo real contenido no permanente). La aplicación permite mandar fotos o videos que desaparecen a partir de los 10 segundos, y busca “comunicar sin la ansiedad de la permanencia”. El hecho de que todo el servicio es efímero es parte del corazón de su éxito.

El fundador Evan Spiegel señaló que la compañía no compite directamente con Instagram, explicando que Snapchat busca compartir momentos, mientras que Instagram busca guardar fotos “bellas”. Spiegel afirma que Facebook no es un competidor directo: “Las redes sociales siempre tendrán un lugar. Nos ayudan a construir un archivo de conocimiento y registro de nuestras vidas”. Snapchat se inscribe en otra filosofía: dejar las cosas ir.

Para su creador, las tecnologías intentaban replicar experiencias analógicas en el mundo digital cuando ahora de lo que se trata es crear experiencias nuevas. Si Skype traspone a un espacio virtual la conversación “cara a cara”, en Snapchat “nunca hay que decir adiós y nunca hay que fijar una hora para hablar. (…) Estamos mirando a un futuro donde las personas son conscientes de la hibridización entre lo digital y analógico, y aprecian y entienden que los dos se afectan mutuamente”.

Snapchat, de esta manera, sortea el problema de la privacidad y la intimidad que traen asociadas las redes sociales, donde los contenidos son vistos por varios contactos simultáneamente y perduran, desplazando la comunicación a esquemas “uno a uno” en espacios de visibilidad restringida (mensajes privados). Por eso fue asociado a los más jóvenes, que aman Snapchat porque ven a Facebook como los adultos ven a Linkedin.

Snapchat incorporó la función Story, donde las imágenes y videos se agrupan en secuencias, a modo de relato del día. “Con la actualización de nuestro último producto, hacemos honor a la verdadera naturaleza del relato: toda historia tiene un orden cronológico –un principio, un nudo y un desenlace. Creamos Stories para ayudar a los Snaptchers a crear narrativas y compartirlas con todos sus amigos con solo tocar un botón”. Esto puede pensarse como una línea de tiempo que como máximo dura 24 horas, en contraposición al Timeline de Facebook que se extiende toda la vida, donde el contenido perdura.

Los conceptos en torno a lo efímero y la comunicación uno a uno o uno a varios marca el futuro de los servicios de comunicación y son nuevas formas (a través de plugins narrativos, como fue la Biografía) que encuentran las plataformas para seguir manteniéndonos presente en línea. Tanto Instagram, Facebook y WhatsApp incorporaron en 2017 las Stories y con ellas la funcionalidad de compartir “Estados” (WhatsApp), “Tu día” (Facebook), videos e imágenes de contenido efímero. Parece una obviedad pero lo “obvio” es también lo que está “frente a los ojos”: las Stories consagran el privilegio de lo icónico. Si se quieren compartir textos, tendrán que ser adosados a una imagen o video. Las imágenes se estructuran a modo de secuencia narrativa en forma de crónica visual. Establecen relaciones de solidaridad, lógicas y temporales de antecedente –consecuente en torno al arco temporal que transcurre en 24 horas.

El ritmo narrativo de las imágenes transcurre en la textura del presente (y de lo presente) en la captura de lo acontecido. Al mismo tiempo, operan como flashback de lo que ocurrió y como prospección de lo porvenir. El registro del ahora dramatiza lo próximo como inminencia. A diferencia de la trasmisión en vivo, en una Story se superponen de modo dramático presente, pasado y futuro. También suponen un consumo diario de estas plataformas. Una vez pasadas las 24 horas, el mensaje no solo no podrá ser visto: no existe más en la red. Las imágenes nacen conteniendo la hipótesis de su desaparición. Son Cenicientas, como los primeros ensayos fotográficos, cuando los pioneros ignoraban la forma de hacer permanente la huella visual a través de un baño fijador.

Las Stories no solo traen lo efímero como novedad, inauguran nuevas experiencias de comunicación a partir de la imagen. A diferencia de las publicaciones tradicionales, en las que el voyeur tiene que señalar su paso por la publicación para señalar que está viendo (reaccionar, comentar, compartir), las Stories siempre nos muestran quiénes las ven. El precio que hay que pagar por ver es comunicar la mirada propia. Si como en la frase de Berkeley “ser es ser percibido”, en la era digital tengo derecho a saber para quiénes existo. La reacción sobre una Story, a diferencia del comentario tradicional, que puede ser visto por todos los que tienen acceso a la publicación, da lugar a una comunicación uno a uno en espacios de visibilidad restringida. Reaccionar sobre una Story es iniciar un diálogo privado, a la manera de un chat. La plataforma los deriva a su propia aplicación de mensajería instantánea. Es la primera vez que las plataformas inauguran este pasaje, entre espacios abiertos y cerrados. Son formas en que hacen crecer los espacios privados de comunicación, sin comprometer su arquitectura básica.

En agosto de 2011 Facebook incorporó la aplicación Messenger, que permite a los usuarios intercambiar mensajes desde sus dispositivos móviles sin entrar al sitio, incluso sin tener una cuenta asociada a Facebook. Cambios que fueron una alternativa al crecimiento de WhatsApp: que el usuario pueda utilizar Messenger como servicio de mensajería de forma descentralizada a la plataforma. Este crecimiento de redes privadas de mensajería tiene un hito en febrero de 2014, cuando Facebook adquiere WhatsApp, que nos orienta hacia dónde se dirige el futuro de las plataformas sociales.

WhatsApp no solo expresa un mercado en auge. Es también una señal del crecimiento de los servicios de mensajería móvil como sustituto o complemento a las redes sociales. Al comprar Instagram, WhatsApp y desarrollar Messenger, Facebook busca mantener a los usuarios dentro de la misma empresa sin que esto sea evidente para ellos, apostando a una imagen descentralizada. Quién va ganarle la batalla al mensaje de texto parece expresar el futuro de este escenario.

Ante el intento fallido de Facebook de construir listas de amigos para estimular el “micro-sharing” (compartir una publicación con una lista de amigos divididos en categorías administradas por el usuario), la alternativa fue ofrecer diferentes aplicaciones para comunidades diferentes. La estrategia para conquistar el teléfono móvil fue incorporar standalone apps, aplicaciones descentralizadas de un “solo propósito de experiencia” (single-purposes experiences) en vez de incorporar más funcionalidades en el corazón de la plataforma. De ahí que la imagen que expresa esta estrategia de Facebook por conquistar el mercado de la telefonía móvil sea “romperse en pedazos”[4], que en verdad es “hacerse más poderosos”, porque su ecosistema de plataformas conforma un oligopolio.

Al respecto, señaló Zuckerberg: “Una cosa que tiene que quedar clara de nuestros productos como Messenger, Groups e Instagram, es que nuestra visión de Facebook es crear una serie de productos que te ayuden a compartir cualquier tipo de contenido que querés con la audiencia que querés. Las personas no quieren compartir con todos sus amigos al mismo tiempo. Quieren compartir diferentes contenidos con audiencias de distintos tamaños. Esto quiere decir compartir actualizaciones de estados, fotos, pero también enlaces, juegos, fiestas y más con la persona amada, un grupo pequeño de amigos, un gran grupo de conocidos o el público en general”[5]. El término “amigo de Facebook” ha evolucionado diez años después de la aparición de la red social. Si al principio se utilizaba para referirse a las personas de la misma universidad, se extendió a la familia, los colegas de trabajo, conocidos lejanos, o simplemente para nombrar una conexión con un total desconocido.

Las Stories no solo vienen a confirmar la hegemonía de la comunicación visual móvil: informan el desplazamiento de la comunicación a espacios privados de contacto. Una articulación nueva y bifaz entre espacios. El éxito de las Stories no se trata del éxito de una operación técnica, sino su inscripción en una matriz cultural donde se enraíza y hunde su potencia. Una Story repone los contextos del yo más inmediatos, posibilidades lúdicas o más osadas que cada usuario habilita, sabiendo que el contenido no permanecerá. Las Stories se adaptan bien a las concepciones de Zygmunt Bauman de lo líquido. WhatsApp las nombra como “Estados”. En esta no permanencia marcada por la fugacidad y la aceleración, nunca nos bañamos dos veces en el mismo río digital fluyente, pero sí arrojamos pedazos de contenido efímero para ver a quiénes pescamos.

La vida digital
Intersubjetividad en tiempos de plataformas sociales
Publicada por: La Crujía
Fecha de publicación: 07/01/2021
Edición: 1a
ISBN: 978-987-601-275-1
Disponible en: Libro de bolsillo
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