martes 19 de marzo de 2024
Cursos de periodismo
InicioPeriodismo JustoRobin Wood: adiós al héroe

Robin Wood: adiós al héroe

“Si dejas de pelear por tus muertos, más temprano que tarde dejarás de pelear por tus vivos”.  La frase fue lanzada al aire de mi adolescencia por Nippur de Lagash, el gran guerrero sumerio creado por Robin Wood. Y al joven que era en esos años le pareció pertinente utilizarla como epígrafe de un poema como si fuera un verso de Juan Gelman o de Mario Trejo. Nippur era mi héroe favorito de historieta y uno de los más populares del comic universal. No era Sandokan ni Marlowe pero decía cosas así. Como ellos tenía una ética a pruebas de victorias y derrotas. Entonces era el final de la dictadura militar y el terrorismo de Estado parecía con chances de impunidad. Había que pelear por los muertos, por los desaparecidos, por los niños secuestrados. Un poema no puede cambiar el mundo, una historieta tampoco, pero hay banderas que flamean en los lugares menos pensados.

Nippur nos hablaba desde un lugar imprevisible: las revistas D’artagnan y el Tony de editorial Columba. Allí también nacieron otros personajes entrañables como Dago (que hizo furor en Italia y recogió elogios hasta de Umberto Eco), Gilgamesh, El Inmortal, y Pepe Sánchez. Aseguran los que saben que creó un centenar de personajes más y que todos batallaron, amaron y sucumbieron en unos diez mil guiones.  Wood, el gran escritor aventurero murió esta semana en su Paraguay natal a los 77 años. Él mismo, como sus personajes, digno de su propia leyenda.

Si vuelvo a aquellos años del colegio secundario recuerdo que su nombre siempre me sonó a seudónimo, tiempo después descubrí que era su nombre real. Sus abuelos fueron unos militantes socialistas que llegaron al Paraguay desde Australia. Pienso ahora que esas ideas de justicia y dignidad que heredó de sus ancestros definen a sus creaciones.

Viajó a Buenos Aires a fines de los años 60, se inscribió en la Escuela Panamericana de Arte y allí conoció al dibujante Luis Olivera, con quien crearía a Nippur de Lagash. La historia tenía la potencia suficiente para generar adicción a primera lectura. Recuerdo que mi padre traía las revistas a casa como si fuesen un tesoro. La tira disputaba nuestra atención con los novelistas rusos y los protagonistas del boom latinoamericano. Yo bancaba la parada contra cualquiera que viniera a cuestionar esas lecturas. Borges, Cortázar, Marechal, Robin Wood y qué.

Un kiosco de revistas de la avenida Pellegrini en Rosario canjeaba una revista nueva por dos usadas (leídas en realidad), lo que obligaba a comprar siempre una nueva. Con todo, no recuerdo un intercambio más justo. También incentivaba el tráfico con los amigos de la cuadra. Con el tiempo me enteré de que mi devoción era global. Algunos dicen que Nippur es una de las obras de ficción más leídas de su época. Es más que probable.

Más tarde me enteré que tuvo, él mismo, una vida de aventuras. En un momento decidió dejar todo y mandar sus guiones por correo para recorrer el mundo. Dicen que lo hizo por cuarenta años. La editorial le enviaba sus honorarios a lugares insólitos y remotos. No era difícil imaginarlo lanzándose en paracaídas en la costa de Normandía o en algún arrozal de Saigón. Daban ganas de acompañarlo como acompañábamos a Nippur, marchando kilómetros y kilómetros, comiendo sólo queso y aceitunas antes de entrar en batalla. “También la verdad se inventa”, escribió Machado y así nos la tomábamos.

La única visita que hice a Asunción fue por una tarea periodística. Tenía que encontrar a Antonio Vanrell, ex gobernador de Santa Fe, acusado de corrupción y prófugo de la justicia. Teníamos pautada una entrevista en la clandestinidad para el diario Rosario/12. El encuentro finalmente se frustró y la nota se pautó para más adelante. Cuando me registré en el hotel, el conserje me dijo: “le voy a dar una buena habitación, la que usa Robin Wood cuando nos visita”. Era como ponerse la camiseta que usaba Mario Kempes.

Esta semana con su muerte me enteré de otra insólita coincidencia, Wood nació en Caazapá, a 200 kilómetros al sur de Asunción. Un sitio que elegí como ciudad natal de uno de los personajes principales de la novela que estoy escribiendo. Destino y azar. Quiero imaginar que se trata de otra buena señal, ahora que el gran historietista decidió entrar en la historia grande de la literatura.