domingo 28 de abril de 2024
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Adelanto de «Blackie, una voz insumisa», de Hinde Pomeraniec

Blackie fue muchas cosas a la vez. Nacida en la colonia judía de Basavilbaso, en la provincia de Entre Ríos, parecía predestinada a cantar en el idish que escuchó en el seno familiar. Aunque quisieron llevarla hacia el tango arrabalero, lo suyo fue, sin embargo, el góspel y el jazz. En Estados Unidos, se codeó con las grandes figuras del género, desde Louis Armstrong a Ella Fitzgerald.

Pero la música, esa música, nada menos, fue apenas uno de los planes de vuelo de Paloma, quien dejaría además su marca en el teatro y, en especial, en la radio y la televisión como protagonista y productora de numerosos programas y hasta como primera directora mujer de Canal 7 (con la música siempre reverberando a su alrededor, para que otros la canten y escuchen). Agitadora, polemista, divulgadora, Blackie demostró tempranamente en un mundo de hombres lo lejos que podía llegar una mujer de la que todos hablarían. No podía ser otra que Hinde Pomeraniec la que reconstruyera con sagacidad y soltura algo más que su vida: un gran fresco de época, una historia cultural en la que la cuestión de género es algo más que un programa: un asunto mayor.

A continuación, un fragmento a modo de adelanto

La gran productora

En 1960 terminó la hegemonía del Canal 7: fue cuando salieron al aire los canales privados 9 y 13. En las emisoras tenían acciones cadenas estadounidenses, que compartían los riesgos con los empresarios locales; así, el 9 tenía su arreglo con la NBC, y el 13 (que quedó en manos de Proartel, la productora liderada por el cubano Goar Mestre), con la CBS: al año siguiente, el Canal 11 haría lo mismo con la CBS.

Esos acuerdos les permitían a las cadenas extranjeras buscar nuevos mercados colocando sus “enlatados” y, a cambio, ofrecían asesoramiento técnico, tecnología y negocios conexos como agencias de noticias, de publicidad y discográficas. El 9, cuya primera emisión salió al aire el 9 de julio de ese año, era dirigido por Manuel Alba y Carlos D’Agostino (conductor del primer noticiero de la televisión argentina, famoso por la pícara frase “Les presento a mi secretaria”, con la que cada día mostraba al público una belleza joven diferente) fue nombrado a cargo de la subgerencia del canal. El directorio estaba conformado por empresarios del mundo de la radio y la cinematografía. La primera transmisión fue un especial de cuatro horas con público a la manera de una gran fiesta y el programa fue conducido por Blackie y D’Agostino.

Entre los platos fuertes del primer año de Canal 9 estaba Volver a vivir, tal vez el más emblemático de los programas de Paloma, quién sabe por su apelación a la emoción pero también porque en los hechos quedaba en evidencia el infatigable trabajo de producción que había detrás de cada puesta. Durante varios años el ciclo logró puntos de rating inusitados. El programa era una adaptación de un ciclo producido por Ralph Edwards que se emitió en Estados Unidos entre 1952 y 1961, cuyo título original era This is Your Life y que había comenzado como programa de radio a fines de los cuarenta.

Volver a vivir consistía en un homenaje a algún grande del espectáculo, el deporte o la sociedad argentina (o, mejor, a alguien que la producción y el canal consideraban un grande), y para eso se pasaba revista a la vida del homenajeado, quien recibía visitas en un gran living instalado en el estudio que podían ser desde compañeros o maestros de la escuela, hasta el vecinito que abandonó el barrio para irse del país o la primera novia, a quien el protagonista había dejado de ver cincuenta años atrás. La imagen final se asemejaba a una impactante foto de familia, con el protagonista en el centro, acompañado de sus seres queridos y de personajes clave de su vida.

Producir ese programa en tiempos en los que no existían ni el mail, ni Google ni los celulares era trabajo de hormiga, y de hormiga silenciosa, además, porque cualquier infidencia echaba a perder el secreto del programa. Cada emisión se trabajaba durante dos semanas, por lo cual la producción siempre estaba trabajando con dos programas a la vez. D’Agostino contó que como había mucho transporte de personas y productores, utilizaban la misma remisería para todo, a la que se le pagaba por mes. Aún hoy el ciclo sigue siendo referencia ineludible de calidad y esfuerzo en materia de producción televisiva.

Conducido por Paloma, quien estaba acompañada por D’Agostino (en algunos años solo condujo D’Agostino), Volver a vivir se emitió con intermitencias entre 1960 y 1971. “Era un programa para hacer una temporada corta”, explicaba D’Agostino, quien resaltaba lo agotador que era llevar adelante el ciclo. El primer homenajeado fue Juan de Dios Filiberto. El ciclo se convirtió en un clásico desde el vamos, al punto que, por ejemplo, en uno de los capítulos de la famosa comedia La Nena, estrenada en 1965, la protagonista, una joven e inquieta Marilina Ross, le regalaba por su cumpleaños a su papá (Osvaldo Miranda) un especial de Volver a vivir, conducido por la mismísima Blackie. En 1993, hubo una remake conducida por Alberto Closas que no tuvo ni la calidad ni la llegada del original.

Entre los productores de Volver a vivir estaban los periodistas Roberto García y Ricardo Horvath, quienes participaban activamente de la primera etapa de la producción, que consistía en una larga y puntillosa entrevista al homenajeado, con el objeto de dar con las posibles “sorpresas” para el programa; un interrogatorio que iba desde la más tierna infancia hasta el presente en busca de parientes, amigos, enemigos, maestros y discípulos que pudieran conmover al protagonista en el momento de presentarse en piso. El objetivo final era la emoción, la sorpresa, el show. Así, a la actriz Iris Marga le trajeron a uno de sus hermanos de Europa, y a Marilina Ross volvieron a reunirla con sus maestras de danza y de arte escénico.

Particularmente significativo fue el programa de homenaje a Arturo Frondizi, recordaba años atrás Roberto García, donde el político desarrollista posó con su pie sobre la pelota de fútbol rodeado de sus viejos compañeros de cancha en la juventud. “Buscábamos mostrar el lado humano de estos personajes públicos”, explicaba entonces García, quien también contó que junto con grandes hitos hubo fiascos, programas producidos para hacer llorar a todo un país pero que fracasaban cuando el homenajeado no parecía verse afectado por ninguna clase de emoción.

Esto ocurrió con la emisión dedicada al neurocirujano Raúl Matera, a quien le llevaron a su primera maestra, que pasó por debajo de un arco de luces para ir a su encuentro. “Pero Matera ni pestañeó”, reía García al recordarlo. También convocaron a varios chicos a los que el célebre médico había operado tiempo atrás, chicos a los que les había salvado la vida, pero nada. “Ni les pasaba la mano por la cabeza, ni un gesto amoroso. No hubo manera de hacerlo llorar: Paloma estaba indignadísima”.

El nombre de Blackie era una fija en las revistas del espectáculo y las secciones de chismes de los diarios. Norma Dumas –quien comenzó a trabajar con Paloma en Ustedes son formidables, versión local de un programa francés que daba premios a gente común– también trabajaba en periodismo gráfico y por ese tiempo escribió en El Mundo que el nuevo tapado de visón de Paloma había sido un regalo de Aristóteles Onassis, el multimillonario naviero griego amante de María Callas y más tarde marido de Jackie, la viuda del presidente John F. Kennedy. Lejos de molestarse, parece que Blackie estaba encantada con esa versión falsa de su compra lujosa.

Entre los sesenta y los setenta Paloma condujo y produjo shows especiales como los de Paul Anka, Nat King Cole, Lionel Hampton, Sammy Davis, Neil Sedaka, Judy Garland y Antonio Prieto. Ella era su propia firma, no dependía de los canales sino de su cabeza y sus sponsors. Mientras seguía produciendo y conduciendo TV, organizaba ferias espectaculares como Exposhow y festivales artísticos en todo el país, descubriendo talentos en músicos y actores.

Dos anécdotas vinculadas al show de Sammy Davis. Cuentan que cuando llevó al actor y cantante a la sala de maquillaje, desacostumbrado a esa piel morena, el maquillador la miró y le dijo: ‘¿Qué hago?’, y ella respondió: ‘No sé, lustralo’”. Dicen que durante la grabación del show, como el artista transpiraba mucho, Paloma, calzada con sus eternas alpargatas, lo corría con un repasador para secarle el sudor.

“De ahora en adelante, descalza y de negro”, le dijo a Marikena Monti cuando la escuchó cantar en Show 90, un ciclo que puso al aire en 1964, por Canal 11. También dio su bendición para el lanzamiento como cantante de Sandra Mihanovich, la hija de la periodista Mónica Cahen D’Anvers, y hasta aseguran que fue ella quien estimuló a la intérprete Ginamaría Hidalgo para que aceitara sus característicos grititos en el canto. A Sandra la escuchó cantar durante una cena y ahí mismo la invitó a participar de un proyecto nuevo. Lo contó así recientemente:

Blackie regenteaba y manejaba La Ciudad, un lugar nuevo en ese momento, un café concert precioso. Hablo del año 75, 76. El dueño, un empresario textil y melómano, había contratado a Paloma para que armara los espectáculos y al gran director Jorge Petraglia, para que se hiciera cargo de la puesta. Ese lugar lo estrenó Piazzolla con su Quinteto, todo era top máximo. Y Blackie, que conocía a mamá y conocía a los Mihanovich, fue invitada a cenar a casa. Y yo agarré la guitarra y canté. Y ahí fue donde me convocó para ser parte de un espectáculo en el que estaba Jaime Torres, Buenos Aires 8, el ballet de Beatriz Ferrari, Roberto Catarineu. Era la primera vez que yo cantaba parada, con un micrófono. Aterrada.

En aquel reducto de la calle Talcahuano, Sandra cantó entonces cuatro temas, dos en castellano y dos en inglés. Los temas en castellano fueron Aquellas pequeñas cosas, de Serrat y El día que me quieras, de Gardel y Le Pera.

La gran Susana Rinaldi siempre reconoció cuánto la estimuló Blackie para que se dedicara a la música cuando todavía era actriz. También había insistido Paloma para que María Elena Walsh aceptara hacer un espectáculo en el Maipo, que terminó dando una nueva dirección a su carrera. No en vano, desde un portarretrato una foto de Blackie iluminaba La Cigarra, uno de los programas insignia del regreso de la democracia en los ochenta, en el cual la misma Rinaldi, María Elena y María Herminia Avellaneda – gran discípula de Paloma– se dirigían a las mujeres argentinas ya no para enseñarles recetas de cocina o ejercicios de yoga sino para ponerlas al día en materia política y social, como a cualquier ciudadano.

En 1963, Paloma producía Pinochadas, el show de Juan Carlos Mareco, un conductor muy famoso y muy querido, por Canal 9. Fue durante la presentación del programa a la prensa que Blackie bautizó a una de las cantantes. En el momento de presentar a los artistas que iban a acompañar a Mareco, entre ellos los Jazz Singers, Paloma señaló a Dina Gutkin y entonces dijo: “y ella es Dina…, Bueno, vos ya te casaste, ¿cómo era el apellido de tu marido? Ah, sí, Rotemberg. Pues bien, ¡¡¡desde ahora sos Dina Rot!!!”. El relato pertenece a la misma Dina, quien, aunque guardaba mucho afecto por su madrina artística, también recordaba las tensas discusiones que tuvieron cuando ella quiso abandonar los clásicos estadounidenses del estilo Somewhere Over the Rainbow para pasar a elegir su repertorio, algo que a Paloma le cayó muy mal.

Por entonces, Blackie gestaba su etapa de gran descubridora de talentos y declaraba: “En la televisión encontré el medio de hacer periodismo animado. Y de apoyar algo nuevo, algo distinto, algo necesario. Por eso creo en el video, en el que cada día surge un nuevo valor, una nueva esperanza. Mi mayor anhelo es impulsar valores jóvenes. Abrirles el camino, aliviarles la lucha, para que tengan que hacer un poquito menos de sacrificio que nosotros para triunfar. Por eso en mis programas los recibo con los brazos abiertos”.

En 1971 tuvo un paso por la producción de Yo me quiero casar… ¿y usted?, el clásico programa en el cual el conductor Roberto Galán, a la manera de una celestina televisiva, buscaba armar parejas de gente común, generalmente de clase baja y poco ilustrada. Su trabajo en este programa le valió críticas de aquellos que entendían que Paloma no podía “ensuciarse” con ciclos en los que el entretenimiento avanzaba por sobre el buen gusto sin ambiciones culturales o artísticas de ningún tipo. Algo parecido le pasó con Titanes en el ring, el ciclo de catch liderado por Martín Karadagián, que también enturbió su imagen de productora de TV educativa y con alcance de divulgación cultural.

Así como inauguró los livings en TV, también fue pionera en materia de programas políticos. En Prensa visual, todavía en los cincuenta, Blackie entrevistaba a un político conocido y, entre otros detalles, en el piso estaba el humorista Landrú, que realizaba una caricatura del entrevistado. Pero el gran programa político de Paloma fue sin dudas Derecho a réplica, en donde un panel de periodistas especializados funcionaba a la manera de un parlamento con aires a Santa Inquisición y entrevistaba a figuras políticas del momento.

El estreno fue en 1972, por Canal 9, cuando faltaban meses para las primeras elecciones democráticas a las que convocó el general Alejandro Agustín Lanusse y que, indirectamente primero y directamente después, habilitaron el regreso de Juan Domingo Perón al poder.

El panel estaba integrado por periodistas políticos y cronistas parlamentarios, entre ellos, Esteban Peicovich, Horacio de Dios, Alejandro Rossiglione, Marcos Diskin, Pedro Olgo Ochoa, Julio Raventos y Enrique Alemán. En la conducción, Blackie estuvo primero acompañada de Bernardo Neustadt, quien luego fue reemplazado por Fernando de la Vega.

En 1997, en sus oficinas de Puerto Madero, en un tono ligeramente elegíaco, Neustadt recordaba a Paloma como a la “verdadera maestra” de su carrera televisiva. Aunque tenían sus diferencias, Paloma estimuló la carrera de Neustadt, quien venía de la gráfica. “No, no éramos amigos, pero yo la admiraba: pocas veces conocí a una mujer tan inteligente”, seguramente exageró Neustadt, “tan inteligente como cabeza dura”, me dijo. Calló Neustadt entonces algunos enfrentamientos entre ambos, acaso por caballerosidad. O porque siempre quedaba bien hablar bien de Blackie.

A Paloma no le costaba conseguir a la gente para sus programas, tenía fama de seria y rigurosa y además no tenía problema en levantar el teléfono y llamar ella en persona a alguien, si era necesario. “Favaloro, habla Blackie”, recordaba Carlos D’Agostino años atrás uno de esos llamados. Esa impronta personal, ese compromiso con cada emprendimiento, fue algo característico hasta el final de su carrera y de su vida.

Derecho a réplica era una especie de interpelación parlamentaria; en la práctica, un espacio para el lucimiento de los políticos o de figuras relevantes en otros ámbitos. Contaba Roberto García que en ese ciclo por primera vez se discutieron temas como los contratos de petróleo, con el economista, periodista y político Rogelio Frigerio y el físico Jorge Sabato en estudios. Hay quien asegura que el líder radical Ricardo Balbín, un hombre de hablar fluido, aprendió a dominar sus apariciones televisivas gracias a los consejos de Blackie. Los productores del programa recordaban que uno de los intelectuales que más redituaba en sus apariciones televisivas era Arturo Jauretche, porque era una figura de alto impacto, “que muchas veces amenazaba con un cuchillo o con un cachetazo”, contaba García, quien además explicaba que, si bien el programa no estaba totalmente guionado, “era un show periodístico y había mucho de cierta picaresca. Por ejemplo, el Gordo Rossiglione ya sabía que tenía que preguntar con la lapicera en alto”.

Horvath confirmó este armado, y contó de qué manera con García se turnaban en los roles de policía bueno y policía malo para “avivar” un programa si venía algo aplastado. En ese tiempo, surgieron otros ciclos que buscaban imitar a Derecho a réplica, como El pueblo quiere saber, conducido por Pinky, aunque con “un esquema más procaz”, en palabras de García. Según el periodista, aunque se trataba de un programa atípico en el cual, por ejemplo, podía tratarse el tema de la llegada de Perón al país, finalmente era “un programa de TV, es decir, no podían darse discusiones muy profundas. Necesariamente tenía que haber mucho de gesto, declaraciones de alto impacto, en definitiva: el programa debía ser entretenido”.

Derecho a réplica iba grabado y la edición estaba a cargo de García, no de Paloma, quien delegaba tranquilamente esa tarea. Alejandro Romay, dueño y director del canal, intervino personalmente en un primer momento del proyecto, cuando el programa estaba diseñándose, pero luego dejó hacer a Paloma.

La relación de Blackie con Romay era difícil, aunque el empresario le daba a ella muchas más libertades de las que otorgaba a cualquier otro productor. Él solía estar detrás de Paloma, no al revés. La tarde que lo entrevisté para este libro, en el invierno de 1997, Romay ya era un hombre mayor. Me recibió en una sala de reuniones de Canal 9 y advertí que tenía un papel en la mano. Lo primero que dijo fue que, desde que supo que teníamos la cita, un poema andaba dando vueltas por su cabeza, y la noche anterior, insomnio de por medio, finalmente lo había terminado.

Con su voz nasal y potente, asistido por una acústica que otorgaba convicción a sus palabras, recitó con fervor su Paloma voló, un conjunto de versos afectuosos redactados en un registro de poema popular no muy elaborado, pero evidentemente sentido.

Una productora que trabajó con ellos contó que una vez hubo una pelea feroz. Fue después de un especial en el que Paloma se arriesgó a poner la voz de Gardel acompañada por una orquesta actual. No hubo suficiente ensayo y el programa fue un fracaso, con la voz de Gardel yendo para un lado y la orquesta tocando para otro. Y Romay enfurecido y a los gritos, con cierto derecho.

Otra persona del entorno contó que durante muchos años Alejandro Romay practicaba con sus empleados una suerte de técnica de bibliomancia. Recibía a quien lo visitaba con la Biblia sobre su escritorio, abría el libro sagrado al azar y leía en voz alta lo que, imaginaba, funcionaría a la manera de oráculo, de palabra anunciada por una voz superior. Romay era una de las personas que asistía frecuentemente a las famosas cenas en la casa de Paloma.

Roberto García y Ricardo Horvath recordaron con mucho cariño, cada uno por su lado, un programa frustrado de Blackie de ese mismo tiempo que se llamó Politicabaré –también por Canal 9 y con guiones de Gius–, que como su nombre indica mezclaba show musical con política, y en el cual Paloma trabajó sobre la idea de que el equipo técnico debía saber cuestiones elementales de música y danza para poder llevar adelante el ciclo, es decir que para poder marcar los planos era indispensable que el director supiera de música. La idea, rigurosa en su ambición de excelencia, era avanzada para su tiempo.

Hay una gran discusión alrededor de la verdadera capacidad intelectual de Paloma: están quienes la recuerdan como una mujer muy culta y aquellos que dicen que no, que en realidad era una mujer bien formada y básicamente muy informada de todo lo que sucedía; alguien que hacía de las noticias la materia base para sus programas, pero que no tenía una inclinación natural hacia la alta cultura. Una anécdota puede servir para ilustrar este debate. Alguien contó que al momento de morir, Paloma tenía sobre su mesita de luz un ejemplar de Mira los arlequines, la novela autobiográfica del autor ruso exiliado en Estados Unidos Vladimir Nabokov, un escritor exquisito, no popular, siempre destacado entre las lecturas de otros escritores. Otra fuente, alguien que está del lado de los que piensan que básicamente Paloma era una persona inteligente y despierta, arriesgó: “No leía ese libro por natural gusto por la prosa de Nabokov sino porque era una de las novedades del mes que le habían enviado las editoriales para que las comentara por radio”. Aun si fuera cierto, podría decirse que al menos se obligaba a saber sobre qué iba a opinar, algo que ya no parece un mandamiento para los periodistas.

Cuando la dictadura de Jorge Rafael Videla ya era gobierno, Paloma estuvo haciendo el que sería su último programa por TV, La mujer, por Canal 9, un magazine en el que compartía espacio con periodistas como Horacio de Dios, Dionisia Fontán y Carlos Burone, entre otros, y por el que tuvo que pelear –escribano de por medio– para que las nuevas autoridades del canal le reconocieran el espacio adjudicado por contrato. Se avecinaban tiempos oscuros para el país y el mundo del espectáculo.

Muy pocos meses antes de morir, escribió una suerte de testamento sobre la TV que fue publicado por la revista Todo es Historia, dirigida por Félix Luna, en su N°120, de mayo de 1977. Allí, entre otras cosas, podía leerse:

Nadie que tenga una cuota mínima de sinceridad frente al medio puede proponer una programación de mejores valores culturales y dar por descontado que el éxito es seguro; pero con la misma sinceridad hay que reconocer que es prácticamente imposible saber el veredicto del público sin hacerle conocer una programación de mejores valores culturales. Es un círculo vicioso que no termina de resolverse; porque con una nota de cultura hecha de tanto en tanto y en horarios generalmente fuera del encendido, no se crea de ninguna manera el hecho más fundamental en el desarrollo de la televisión, que es el hábito.

La televisión es, antes que nada, periodismo e información, después
entretenimiento y luego todo lo que constituya una programación. Si la noticia está hecha por gente idónea y especializada; si el entretenimiento está ofrecido por programas de orden teleteatral que consulten un temario veraz pero que contribuyan a la doble función de la unión de la comunidad; si el ingenio se produce a través de programas de factura cómica de buen vuelo y sin recurrir a la chabacanería; si la información científica es transmitida con material ameno y de alcance masivo; si se tiene en cuenta la audiencia infantil que constituye un tremendo aporte a la audiencia general, así como también los adolescentes, ahí se tiene la posibilidad de realizar un ensayo previo con miras a elevar el nivel.

Reparemos en algo fundamental: cuando decimos cultura nos referimos a todos los ingredientes que componen este hecho; pero presentados de una hábil manera. Porque no se trata solo de presentar a Wagner
o Chopin, sino que hay que habituar (y aquí volvemos al concepto inicial) a la audiencia a la música popular –pero la mejor– con excelente imagen y mejor sonido. El buen gusto va siendo elaborado juntamente con la audiencia, y en un tiempo que incluso se puede predecir, el público estará acostumbrado y preparado para espectáculos de mayor nivel. Si Rudolf Nureyev concitó uno de los más altos ratings de la historia de la TV argentina, a no equivocarse; ese hecho no es un índice. Nureyev, además de su talento, viene acompañado de una leyenda ampliamente publicitada que lo convierte en una estrella de show. Narciso Ibáñez Menta constituyó un verdadero suceso con su célebre ciclo El fantasma de la Ópera durante muchas emisiones: este es un sutil ejemplo de cómo se aunaron la difusión de la célebre novela con una realización creada especialmente para televisión.

Si a la audiencia se la inunda con material de menor calidad, series cada
vez más violentas y plagadas de crimen y sadismo; con teleteatros retorcidos y sin esperanza; si los niños y los adolescentes son receptáculo de agresión, violencia y sexo indiscriminados es difícil que mantenga poder de selección, puesto que la han habituado a esto y a nada más que esto.

La televisión es el medio de difusión más penetrante que posee la
humanidad. Pero los valores se han invertido y la televisión es la que posee a la humanidad. Su sutil y abrumadora penetración debería ser profundamente analizada; sus rumbos debieran ser estudiados por psicólogos y sociólogos, de tal forma que su uso constituya un verdadero vehículo de honesta información, de correcto entretenimiento, de grandes pautas de buen gusto, que es una de las bases de la cultura; debe, en suma ser un medio por el cual la familia argentina reciba en sus hogares la verdad, la belleza estética, el buen lenguaje.

También es muy cierto que la televisión corresponde al medio que la
circunda y es bastante dificultoso escapar a su influencia; pero quizás debiera funcionar por antítesis. Ofreciendo un panorama que no sea un escapismo a la fuerte y atemorizadora imagen que da nuestro mundo de hoy, pero sí una revalorización de las grandes fuerzas del espíritu.

Los diarios los leen algunos; las revistas las leen quienes pueden
comprarlas; la televisión, que ha llegado a todos los estratos sociales, es abordada por todos sin discriminación. Su legendario enemigo (no tan legendario ni tan enemigo) el cine, tiene para su diferencia el hecho de que hay que salir de casa para verlo y tiene sus reglas, lo mismo que el teatro. Le cabe a esta joven rama del entretenimiento la tarea más difícil puesto que es un elemento más dentro del hogar; que no tiene reglas definidas, y si las hay, tampoco se cumplen. Existe en nuestro país una ley de Radiodifusión que es una de las más severas del mundo y hay en ella un articulado sumamente interesante para aplicar. La promoción que la TV hace de sus programas se transmite durante todo el día, de manera que el niño, aunque no vea los programas que están fuera del área del menor, de todos modos recibe su cuota de agresión. Como se verá, cada uno y todos los puntos a tocar exigen un estudio profundo y a conciencia basados siempre en la filosofía de que la televisión es un servicio para la comunidad, con todo lo que ello implica de responsabilidad y serios acercamientos. (…)

En suma, en los últimos años este joven monstruo moderno ha
demostrado su fuerza. El resto les compete a quienes lo manejan y trabajan en él. Hábito, respeto a la audiencia, conocimiento, veracidad y manejo idóneo de la profesión son los elementos con los cuales se conseguirá que la audiencia sea la dueña de la televisión para usarla para su mejoramiento.

Blackie, una voz insumisa
La figura de Paloma Efron, más conocida como Blackie, recorre numerosas coordenadas de la cultura argentina que, revisadas desde el presente, no hacen más que revalorizarse.
Publicada por: Gourmet Musical
Edición: primera edicion
ISBN: 978-987-3823-87-9
Disponible en: Libro de bolsillo

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