Alemania es famosa por fabricar autos de la más alta excelencia. Pero también es un país muy ecológico, que se anima a probar nuevas tendencias urbanas.
Una de estas tendencias ocurre en el centro histórico de la ciudad de Leipzig, donde no hay autos. Obviamente esto tiene muchas ventajas: no hay ruidos molestos ni embotellamientos, se respira mejor y los peatones cuentan con mucho espacio libre.
En los años 90, los dirigentes de Leipzig querían hacer algo con el centro de la ciudad, repleto de autos, que estaba «casi parado». El resultado fue un plan de bajo tráfico para la zona que desviaba los vehículos a las calles circundantes y dejaba más espacio en la calle para los peatones y ciclistas.
Aunque todavía son raros en Norteamérica, los barrios sin autos (o con pocos autos) son cada vez más comunes en Europa, en ciudades como París, Bruselas y Pontevedra, España. Sus promotores suelen destacar las mejoras en la calidad del aire y la seguridad vial que se producen cuando el espacio de las calles se destina a veredas, bicisendas y espacios públicos al aire libre, en lugar de al transporte y estacionamiento de autos.
Los investigadores han descubierto que aproximadamente la mitad del ruido urbano es atribuible a los vehículos de motor. En algunos lugares la proporción es mayor, como en Toronto, donde el tráfico produce cerca del 60% del ruido de fondo. Y silenciar esos ruidos puede propiciar el florecimiento de la vida en la calle.
Londres y París, conscientes del costo social que supone el ruido insoportable de los motores, han instalado cámaras de ruido automáticas que fotografían los vehículos cuando superan los umbrales máximos de decibeles y envían una multa a sus propietarios. La idea ha empezado a calar también en Estados Unidos, donde Nueva York y Knoxville (Tennessee) están experimentando con ella.
La exposición continuada a los ruidos elevados puede tener consecuencias serias para la salud, como un mayor riesgo de derrame cerebral, hipertensión e infartos de miocardio. Un número creciente de investigaciones ha separado los efectos sobre la salud del ruido de los autos, y sus conclusiones son contundentes. Según la Organización Mundial de la Salud, el ruido excesivo de los vehículos de motor «puede perturbar el sueño; causar efectos adversos cardiovasculares, metabólicos, psicofisiológicos y en el parto; y provocar trastornos cognitivos y auditivos». Un informe de Naciones Unidas de 2022 coincidía al afirmar que un ruido de tráfico de 60 decibeles «es suficiente para elevar la frecuencia cardiaca y la presión arterial y provocar pérdida de concentración y sueño». En Dinamarca, un estudio plurianual sobre 2 millones de personas mayores de 60 años reveló que el 11% de los diagnósticos de demencia podían atribuirse al ruido de los coches.
De cara al futuro, el auge de los vehículos eléctricos ofrece una solución parcial a la contaminación acústica, pero con énfasis en «parcial». Los motores de este tipo de autos son más silenciosos que los nafteros, pero a velocidades superiores a 56 km/h, el ruido del coche procede en gran medida de la fricción entre los neumáticos y el asfalto, que la electrificación no mitiga.
Hay formas técnicas de amortiguar el ruido de fondo de los vehículos, como erigir barreras en las rutas que bloqueen el sonido y utilizar asfalto diseñado para amortiguar los neumáticos que ruedan sobre él. Las políticas también pueden mitigar aspectos concretos de la cacofonía automovilística. Lima promulgó leyes contra los bocinazos innecesarios en un esfuerzo por silenciar a los exuberantes conductores de la capital peruana; Israel prohibió las alarmas ruidosas de los coches. Pero la solución infalible al ruido de los vehículos urbanos es muy sencilla: hacer como Leipzig y limitar o eliminar los coches.