No siempre hace falta viajar lejos ni buscar paisajes espectaculares para volver con la sensación de haber vivido algo genuino. A veces, basta con dejarse llevar por una ciudad tan encantadora como Logroño.
Viajar ya no es lo que era. O al menos, no para todos. Frente al vértigo del turismo exprés, los itinerarios con 17 paradas y las fotos obligatorias en los mismos lugares de siempre, hay quien empieza a buscar otra cosa. Algo más lento, más cercano, más real y ahí es donde aparece Logroño.
Además de ser la capital de La Rioja, famosa por su vino, es también la ciudad de las charlas largas en una terraza cualquiera, de las callejuelas que parecen hechas para perderse, y de esa hospitalidad serena que te hace sentir parte del lugar incluso cuando llegas sin conocer a nadie.
Caminar sin rumbo también es viajar
Lo primero que llama la atención es lo fácil que resulta moverse por la ciudad. Todo queda cerca. Todo invita a caminar. Desde el puente de piedra que cruza el Ebro hasta la calle Laurel, donde cada bar tiene su pincho estrella y su manera particular de servir un Rioja. No se trata solo de comer, que también, sino de entender una forma de estar en el mundo con tiempo, con sabor y con alegría.
Y si vas a quedarte, hacerlo en alguno de los Hoteles en Logroño es una excelente idea. No solo por la comodidad o la ubicación, ya que muchos están a pasos del casco antiguo, sino porque muchos de estos alojamientos han entendido que el viajero de hoy no busca lujo aparente, sino experiencias que se sientan auténticas. Y eso, aquí, se cuida.
Quienes ya estuvieron suelen volver por el vino, claro, pero también por algo más difícil de explicar. Tal vez por ese paseo al atardecer junto al Ebro, o por las horas muertas en la Plaza del Mercado. O porque, incluso en sus momentos más turísticos, Logroño conserva una calma que desarma.
A su manera, la ciudad también se ha ganado un lugar en el mapa cultural. Desde el Festival Actual, que combina música, cine y arte, hasta pequeñas exposiciones locales, hay siempre algo pasando, pero sin estridencias.
Y lo mejor es que a unos pocos minutos, la ciudad da paso al campo. Viñedos interminables, pueblos detenidos en el tiempo y rutas que parecen pensadas para quien no tiene apuro. Todo eso sin dejar de estar a un paso de una ciudad con buena gastronomía, buenos vinos y mejor gente.
Uno no sabe por qué vuelve, pero vuelve
Logroño no es una ciudad que quiera gustar a todo el mundo. No hace falta. Prefiere ser sincera, fiel a sí misma. Ofrecer lo que tiene sin disfraz. Y eso, en una época donde tanto se maquilla, se agradece.
Uno vuelve de Logroño sin saber muy bien por qué le gustó tanto. Quizás porque allí, entre copa y copa, uno recuerda que viajar también puede ser eso, simplemente caminar sin mapa, sentarse sin mirar el reloj y dejar que la ciudad hable bajito, sin gritar.