jueves 25 de abril de 2024
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«La civilización en la mirada», de Mary Beard

Toda civilización se configura en torno a unas imágenes compartidas colectivamente. Sus miembros se caracterizan por un modo peculiar de ver el mundo en que viven, de modo que la diferencia de las percepciones marca la diversidad de cada civilización. Mary Beard lo ilustra con una doble y fascinante exploración.

La primera parte se refiere al arte del cuerpo: a las diversas visiones del cuerpo humano a través del tiempo y del espacio, desde las gigantescas estatuas de los faraones a los guerreros de terracota de China. La segunda aborda un tema todavía más complejo: el de las imágenes de Dios y de los dioses. Y nos lleva a una reflexión acerca de los problemas que todas las religiones, antiguas o modernas, han tenido para representar lo divino. Su propósito es mostrarnos cómo la diferencia de las percepciones de lo que vemos marca la diversidad de las civilizaciones.

A continuación, un fragmento a modo de adelanto:

 

¿QUIÉN O QUÉ FUE JESÚS?
En el siglo VI e.c., las marismas de la costa adriática de Italia se convirtieron en uno de los frentes de una guerra ideológica. Los primeros cristianos, cuya fe distaba de estar unificada en esta primera fase, discutían con vehemencia sobre elementos fundamentales de su doctrina, y en estos debates empleaban el poder del arte de la forma más feroz y encarnizada.

Vista espectacular del ábside e interior de San Vital, con la elevada
cúpula y los pilares recubiertos de costoso mármol. Gran parte de las pinturas
que decoran los niveles superiores son muy posteriores, los únicos mosaicos
originales se encuentran en el ábside.

La iglesia de San Vital de Rávena — una ciudad que por aquel entonces era un importante centro administrativo y que hoy combina el turismo cultural con un puerto industrial— fue erigida en la década de 540 y costeada por un acaudalado banquero o prestamista del lugar, y dedicada a un santo y mártir de la ciudad (san Vitalis, en latín). Se construyó en parte con los restos de un edificio romano anterior y su estructura se convirtió en un recordatorio de la «conquista» cristiana de la Roma pagana. Todas y cada una de las técnicas utilizadas en la iglesia tienen por objetivo reafirmar el mensaje cristiano y destacar su poder; lo más asombroso de todo son las imágenes del resplandeciente mosaico dorado, la gran innovación de los primeros artistas cristianos.

Una parte evidente del mensaje es que el poder de Dios y el poder de la Iglesia organizada aunaban esfuerzos, junto con el poder del emperador cristiano bizantino, que era el sucesor directo del emperador romano, con capital en Constantinopla, hoy Estambul (ubicada en el emplazamiento de la antigua Bizancio). En el ábside, debajo de una escena en la que Cristo entrega una corona a san Vital, están ubicados los mosaicos de la pareja imperial reinante ataviada con sus mejores galas: Justiniano, un expansionista militar y ambicioso reformista civil (muchos sistemas legales modernos todavía se fundamentan en su código legal), luce el calzado especial de color púrpura que solo los emperadores podían llevar; su esposa Teodora, que, como proclaman ciertas historias lujuriosas, se había criado en la industria del espectáculo, rebosa opulencia y color, cubierta de complicada joyería.

Teodora con todo su séquito. En los bajos del vestido de la emperatriz
están representados los tres reyes magos (quizá un guiño a los presentes que
la realeza podría aportar), y el atuendo de la dama de honor que vemos a su
derecha hace juego con el estampado de la túnica de san Vital (Fig. 60).
Hemos de imaginar que acaban de entrar, porque la fuente de la izquierda
estaba ubicada en el patio de la iglesia.

Estos mosaicos, concebidos casi con toda certeza por un obispo de la localidad y un estrecho colaborador del emperador, eran en parte un ejercicio de engrandecimiento monárquico como el que acabamos de ver. Las fuerzas de Justiniano habían conquistado Rávena arrebatándosela a los ostrogodos en un intento por reconstruir el imperio romano y restaurar su grandeza anterior. No obstante, ni él ni Teodora jamás se trasladaron a esta ciudad, pese a que, en cierto sentido, han residido allí desde entonces, abriéndose paso a la fuerza en el espacio más sagrado de la iglesia (donde la emperatriz, siendo mujer, nunca habría tenido acceso si se hubiera presentado en carne y hueso en aquel lugar) y casi colgando de los faldones de Cristo. Bien es cierto que los artistas tuvieron mucho cuidado en no representar a Justiniano como un igual ante Cristo, pero es difícil no percatarse de las concordancias visuales entre los gobernantes humanos y el divino. El emperador lleva el mismo color que Cristo y adopta la misma pose que san Vital, que a su vez viste una túnica estampada muy similar al vestido de un miembro del séquito de Teodora. Además, el hecho de que Justiniano aparezca con doce seguidores es, sin duda, una evocación de Jesús y los doce apóstoles.

Jesucristo como cordero de Dios sostenido por dos ángeles en el medallón
central de la bóveda del ábside

No obstante, sea o no un despliegue imperial, la única imagen indiscutiblemente dominante de la iglesia es la de Jesucristo, quien al mismo tiempo ocupaba el centro de las batallas teológicas de la época. Los primeros siglos del cristianismo no fueron un período de paz y buena voluntad, sino que estuvieron desgarrados por controversias religiosas de todo tipo, la más intensa en aquellos tiempos versaba sobre la naturaleza y esencia divina de Cristo. Estaban en juego aspectos cruciales de creencia. ¿Cuál era la relación exacta entre Jesús y Dios? ¿Qué era y dónde estaba Cristo antes de nacer del cuerpo de María? ¿Cómo podía un dios perfecto e indivisible ceder parte de sí mismo para crear a un hijo? Por ende, y esta era la cuestión crucial para muchos, ¿estaban Dios y Jesucristo hechos de la misma sustancia o eran solo semejantes el uno al otro? Dichas cuestiones no eran temas de debate solo de la intelectualidad cristiana, puesto que, según relatos, en algunos lugares ni siquiera se podía ir al mercado a comprar una barra de pan sin que el dueño del puesto obsequiase al cliente con una lección acerca de la posición teológica de Jesucristo.

En el intradós del arco triunfal que da acceso al ábside hay una figura en
la que confluyen aspectos de Jesús y del Dios padre, con los apóstoles a ambos
lados: Pedro a la derecha y Pablo (considerado como apóstol) a la izquierda

Como para eliminar cualquier malentendido, los mosaicos de San Vital añaden fuerza al argumento del estatus divino de Jesús, que aparece como parte de un calculado esquema de imágenes diseñado para poner fin a la polémica, conduciendo al espectador a la conclusión «correcta». En el extremo este de la iglesia, perfectamente alineadas, aparecen imágenes que presentan tres aspectos diferentes de Jesucristo. En el ábside hay un Cristo joven e imberbe, el hijo de Dios; en el centro del techo está Jesús convertido en cordero místico de Dios; en la parte superior del intradós del arco triunfal se encuentra el Cristo maduro, barbado y todopoderoso, lo más idéntico posible al Dios padre. Toda una lección de cómo ver a Cristo, y concretamente en esta última imagen una evidente orientación. El arte mismo ofrece una resolución al debate, puesto que las imágenes nos dicen que nunca debemos dudar de la divinidad de Jesucristo.

La civilización en la mirada
Toda civilización se configura en torno a unas imágenes compartidas colectivamente.
Publicada por: Editorial Crítica
Fecha de publicación: 06/01/2019
Edición: 1a
ISBN: 978-987-4479-21-1
Disponible en: Libro de bolsillo
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