jueves 28 de marzo de 2024
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Mi amigo el murciélago

Agonizaban los años sesenta. El cine: Madre Cabrini de avenida Pellegrini, en Rosario. En la pantalla mi amigo cuelga de una escalerilla sobre el mar. La escalerilla, a su vez, cuelga de un helicóptero. No parece peligroso. Pero todo cambia de pronto ―tal vez en el momento en que repartíamos los caramelos Media Hora entre la barra de chicos exaltados― cuando un tiburón sale del océano y muerde con ferocidad la pierna de mi amigo. Lejos de inmutarse, él golpea con fuerza al temible pez pero no logra liberarse. Entonces pide ayuda. Robin activa el piloto automático y se descuelga por la escalera. Engancha sus piernas y con una pirueta le alcanza un aerosol ―parecía un desodorante común pero era “batirrepelente para tiburones”―. Mi amigo lanza el vapor sobre el tiburón que cae pesadamente al agua. ¡Santa Salvación!
La película es de 1966 y se consigue en video. He vuelto a ver esa escena varias veces y su candidez se parece a la infancia. El piloto del helicóptero es Burt Ward (Robin) y el enmascarado en peligro es Adam West, el mejor Batman de la historia.

― Me hubiera gustado ser alguien importante… Un científico o un literato tal vez.
― Bueno, ahora es actor. Eso también es importante.
―Ahora soy Batman, querrá decir usted.

El diálogo es parte de una entrevista a Adam West realizada para la televisión por Harry Albright. Desde que comenzó a interpretar al superhéroe enmascarado para la serie de televisión, West nunca pudo deshacerse de su personaje. Ya nunca lograría desarrollar una carrera como actor. A los 38 años se había convertido en Batman para siempre. Lo mismo le sucedió al joven Burt Ward, más conocido como Robin.

El hombre murciélago surgió de la imaginación de Bob Kane. En 1938 había nacido Superman y, desde el comienzo, parecía destinado a reinar en soledad. Fue entonces cuando el editor de DC Comics, Vincent Sullivan, lanzó un desafío al dibujante. ¿Es posible crear otro Superman? Kane apeló a sus recuerdos de infancia para comenzar el trabajo que le habían encomendado. Así engendró a Batman, mezcla rara de El Zorro, la primera imagen del avión diseñada por Leonardo Da Vinci y el villano de la película The Bat Whispers, que utilizaba una máscara. Después Kane y su colaborador Bill Finger terminaron de caracterizar al personaje: el asesinato de sus padres, la doble personalidad, la sed de justicia. El comic fue un suceso.

Batman está por cumplir 80 años y es probable que el secreto de su vigencia se relacione con que se trata de un hombre de carne y hueso. “Es el superhéroe menos fantasioso”, dice Santiago, que a sus doce años es un especialista. Un millonario excéntrico, es verdad, pero sin superpoderes. Su escenario: la noche, con sus infinitos misterios, hicieron el resto.

En pocos años el personaje se desprendió del papel impreso y se convirtió en desafío para los actores: en 1943 lo interpretó Lewis Wilson. En 1949 lo encarnó Robert Lowery. El batimóvil era entonces un convertible gris. Pero su popularidad definitiva vino con la televisión y de la mano de Adam West en la década de 1960.

Era la hora de tomar la merienda. “Chicos, a tomar la leche”, voceaban las madres. En mi infancia, la televisión comenzaba a emitir imágenes recién después de la siesta. Recuerdo que el aparato era enorme y dominaba la casa. Por entonces no había invadido los dormitorios ni interrumpía almuerzos y cenas familiares. El nuestro estaba ubicado en medio del living, frente a dos sillones. Las imágenes en blanco y negro nos deslumbraban. A las cinco de la tarde su magnetismo era tal que lograba lo que parecía imposible: interrumpir un picado o el vagabundeo en bicicleta.

A diferencia de los chicos norteamericanos, nosotros no conocíamos al encapotado por las revistas de historietas. Las virtudes de la serie televisiva eran muchas: había acción y los golpes aparecían escritos como si se tratara de una revista. Presentaba la más impresionante colección de villanos que recuerde: eran los más temibles el malvado Pingüino, el desconcertante Acertijo, el perverso Guasón y la sensual Gatúbela. Cada programa se emitía en dos partes, la primera invariablemente terminaba con el dúo dinámico a punto de perecer en una horrible y absurdamente elaborada trampa. Siempre se salvaban con algún artilugio del estilo del batirrepelente para tiburones y en el final triunfaba la justicia.

Los malos demostraban una caballerosidad conmovedora: con Batman atado, drogado, desvanecido e indefenso, jamás cometieron la bajeza de quitarle la máscara. Como cualquier niño del mundo, respetaban el misterio.

Los personajes secundarios eran imprescindibles para sostener la historia. Contribuían al éxito el mayordomo Alfred con su paternal sobriedad y el Comisionado Fierro con su batiteléfono metido en una campana de vidrio que parecía una fiambrera. A las seis de la tarde, después de que el murciélago era corrido por las telenovelas, ya teníamos puesto un trapo o una toalla sobre la espalda atada al cuello con un palito de la ropa. Cualquiera de nosotros podía ser Batman.

Cuando parecía que el personaje había perdido su potencia y estaba condenado a refugiarse en la historieta, volvió al cine y a la noche. Michael Keaton (Batman, 1989 y Batman vuelve, 1992, las dos dirigidas por Tim Burton); Val Kilmer (Batman Forever, 1995) y George Clooney (Batman y Robin, 1997, al igual que la anterior dirigida Joel Schumacher); Christian Bale (Batman Begins, 2005 y Dark Knight, 2008, ambas dirigidas por Christopher Nolan) se enfundaron la máscara del caballero de la noche. Máscara que en la versión de 1966 tenía dibujabas las cejas con líneas blancas.

Según su creador Bob Kane, el más fiel al comic fue Adam West (la serie apenas se emitió tres temporadas de 1966 al 68 tiempo suficiente para inscribirse en la memoria de millones de niños). Antes de morir, el dibujante ponderó además la última parte de la saga The Dark Knight Returns de Frank Miller: “Su Batman es una propuesta innovadora”, dijo. Los dos tomos de la historia de Miller son piezas de colección para fanáticos y proyectaron otra vez la señal en el cielo de Ciudad Gótica, como a veces se llama a la ciudad de la imaginación.

Si todavía muchos pibes del mundo se atan un trapo o una toalla a la espalda y salen por patios y terrazas en busca de aventuras es por ese hombre, algo excedido de peso, que dejó el mundo de los vivos.

Gracias por tanto, querido Adam.

N. del A.: esta nota fue publicada originalmente, hace muchos años, en el Diario La Capital en una sección llamada Noche de sol.