viernes 19 de abril de 2024
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El nombre de Néstor

La decisión de bautizar con el nombre de Néstor Kirchner al Centro Cultural creado en el Palacio de Correos dice más de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner que muchos de sus otros gestos personales y políticos. Desde la muerte de Néstor Kirchner más de un centenar de lugares fueron designados con su nombre. Calles, plazas, puentes, hospitales, dispensarios, guarderías, escuelas, carreteras, etc. El argumento de preservar la memoria del ex presidente y homenajearlo queda así bastardeado por el exceso y el culto a la personalidad. El valor de su presidencia no podrá ser medido por esta compulsión pública. La perdurabilidad en la memoria popular de un dirigente político no la determinan los alcahuetes sino los ciudadanos beneficiados por sus acciones.

Más allá de la polémica que despertó el monto de la obra y el tiempo de duración de los trabajos, estoy a favor de abrir espacios culturales y educativos. Siempre son bienvenidos. Y en este caso se trata de una obra magnífica en un edificio público maravilloso. Este tipo de intervenciones arquitectónicas están recomendadas internacionalmente por los especialistas en diseño urbano. Anteponer su creación a otras prioridades es una falacia. Si se contrapone construir teatros a abrir hospitales, nunca se abrirían teatros. Se trata de teatros y hospitales, centros culturales y escuelas, no “o”. Por cierto vale mencionar que varios de los funcionarios que aplaudían la inauguración, del jueves pasado, son los mismos que impidieron la construcción del Puerto de la Música un mega teatro diseñado por el gran arquitecto brasileño Oscar Niemeyer para la ciudad de Rosario a orillas del Paraná.

Pero volviendo al tema de los nombres. El nuevo Centro Cultural podría haberse llamado Julio Cortázar, Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, Leopoldo Marechal, Roberto Arlt, Juan Gelman, Roberto Fontanarrosa… y la lista podría seguir con decenas de opciones. También podrían haber optado por llamarlo Raúl Alfonsín y hacer así un merecido homenaje al primer presidente del último período democrático y de esta manera abrir el festejo a otras fuerzas políticas. O haber propiciado una compulsa para que el nombre surgiera de una votación popular o vía redes sociales. O llamarlo Libertad o Justicia, o por qué no: Justicia y Libertad, esas dos hermanas que juntas hacen a una sociedad mejor. Pero no.

La presidenta volvió a elegir el nombre de su marido. Demasiado egoísmo. Demasiada mezquindad. Una manera de entender la política.