sábado 20 de abril de 2024
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La insoportable levedad de la lealtad

La lealtad en la política argentina dura lo que dura la conveniencia. Por sabido este concepto no deja de sumar capítulos sorprendentes. Esta semana Hugo Moyano se deshizo en elogios a Mauricio Macri. Hasta lo llamó “compañero” y le reconoció sus esfuerzos para cumplir con los trabajadores. En su opinión más y mejor que el Gobierno nacional. Hasta hace muy poco tiempo el líder camionero definía al Jefe de Gobierno porteño como una suerte de paradigma del mal. Para el candidato presidencial del PRO, Moyano era un lastre para la democracia sindical.

Si bien Moyano había anunciado su prescindencia para las elecciones de Octubre próximo su encono con Cristina Kirchner pudo más y decidió hacer explícito el romance político que viene cultivando desde hace varios años con Mauricio Macri. Eligió un acto formal organizado por el gobierno porteño para distinguir a trabajadores del área Higiene Urbana. Allí le entregó al candidato a presidente de Cambiemos una foto de campaña a un mes de los comicios. “Este gobierno, supuestamente de derecha, fue el primero que reconoció el derecho de los trabajadores”, dijo el dirigente de la CGT opositora. Macri le respondió a tono: “Hugo, hace cuatro años que el país no crece, con un tercio de trabajadores en negro”. Una cerrada ovación de camioneros y dirigentes del PRO los arropó por igual.

El gesto de Moyano también habla de su manera de conducir. Le había dicho a sus compañeros de ruta que no se manifestaría abiertamente por ningún candidato presidencial. Razones para la prudencia no le faltaban. Su hijo Facundo Moyano, titular del gremio de Peajes, milita en el Frente Renovador de Sergio Massa y varios de los secretarios de la CGT que conduce militan ahora en la mesa sindical Daniel Scioli presidente. Pero Moyano hace lo que quiere y cada tanto se lo recuerda a socios y familiares. Hace una semana el setenta y cinco por ciento de los camioneros volvieron a elegirlo para otro mandato al frente del Gremio. Lleva 32 años en el cargo. Desde la época en que enfrentaba las políticas liberales del menemismo. “Es porque hago las cosas bien”, me dijo alguna vez en una entrevista para el desaparecido diario Crítica y agregó: “si hacés las cosas bien no tiene por qué existir la oposición”.

En el oficialismo hicieron cola para pegarle por el encuentro con Macri. La actitud conlleva también su cuota de hipocresía. Moyano fue el principal aliado del kirchnerismo durante ocho años. “Es una alianza estratégica”, la definía el dirigente camionero. En ese período recibió concesiones extraordinarias. Evitó el reconocimiento de la CTA, logró colocar a hombres de confianza en puestos clave y recibió una enorme cantidad de recursos por parte del Estado. Incluso logró participar en la conducción de los organismos que regulan la seguridad social, entró en el negocio ferroviario y de puertos. Fue Moyano quien pidió a voz en cuello, en un gran acto en la 9 de Julio, por la reelección de Cristina Kirchner en 2011.

La ruptura con la Presidenta le cambió los amigos pero también lo hizo mudar de enemigos. Moyano fue el inventor de la frase “Clarín miente” que el kirchnerismo agitó como un eslogan. El diario de mayor circulación del país lo había mostrado, en un dibujo del maestro Hermenegildo Sábat, con las manos manchadas de sangre. Ocurrió cuando asesinaron en un garaje de Rosario al tesorero de su gremio. Tiempo después, ya enfrentado al gobierno, Hugo Moyano lanzó un paro general desde los estudios de TN, el canal de noticias, el grupo Clarín. Todo cambia.

Los ejemplos son interminables. Daniel Scioli, por ejemplo, pasó de candidato del estáblishment a ser la garantía del modelo en lo que tardó su nominación por parte de la Presidenta. Ni el Papa Francisco se salva de la liviandad de las adhesiones. Jorge Bergoglio pasó de enemigo declarado del gobierno nacional, cuando predicaba en Buenos Aires, a sujeto de todas las ponderaciones cuando llegó al principal sillón del Vaticano.

“El que cambió fue Bergoglio”, se excusan los kirchneristas. Algo similar le pasó a los sectores que se entusiasmaban con el accionar y las palabras del Arzobispo de Buenos Aires y ahora se muestran desilusionados con el Santo Padre porque critica al capitalismo salvaje y exige “Tierra, Techo y Trabajo” para todos.

El último viaje de Francisco por Cuba y los Estados Unidos es revelador de la volatilidad de las adhesiones. Para algunos periodistas y políticos hasta antes de pisar La Habana el Papa era una suerte de superhéroe. Luego cuando el Papa no hizo lo que deseaban: reunirse con los disidentes, evitar a Fidel Castro y condenar aspectos del régimen cubano, lo cuestionaron y hasta le enrostraron una supuesta simpatía por el comunismo.

El planteo es curioso pero también de ignorantes. En 2012 el Papa Benedicto XVI que exhibió posiciones muy distintas a las de Francisco, y al que podría calificarse sin polémica como conservador, tampoco se reunió con los disidentes cubanos en su visita a la Isla. Y antes Juan Pablo II en su visita a Cuba en 1998 tampoco se reunió con dirigentes opositores. Y se trataba del Papa que contribuyó como pocos a la caída del comunismo en Europa. Pero Francisco sí tenía que hacerlo.

Incluso antes del histórico discurso ante el Congreso norteamericano donde abogó a favor de los inmigrantes, el medio ambiente y cuestionó la pena de muerte y la venta de armas. Y antes de sus críticas al sistema financiero mundial en el recinto de Naciones Unidas, un periodista le preguntó al Papa si estaba más cerca de Cuba que de Estados Unidos. Faltaba que le preguntaran si era marxista. Una tontería producto de la idea de un Papa a medida. Muy bueno si coincide con los intereses coyunturales que profesan. Cuestionable si los refuta o cuestiona.

Desde la política a los medios de comunicación, desde el oficialismo a la oposición, desde los empresarios al sindicalismo, desde Moyano al Papa Francisco, la insoportable levedad de la lealtad se convirtió en una marca distintiva de un tiempo plagado de hipocresía.