jueves 25 de abril de 2024
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«Las mujeres de mi vida», de Carlos Perciavalle

Este es un libro escrito con devoción. Carlos Perciavalle, actor reconocido por una carrera plena de éxitos y por estar siempre en la vanguardia artística, decide hacer en este libro un homenaje a todas las mujeres que marcaron su vida y su carrera.

Lo personal y lo público van de la mano porque Perciavalle es artista de alma y en sus homenajeadas encuentra motivo de admiración y amistad. Su madre, sus hermanas, China Zorrilla, María Elena Walsh, Susana Giménez son sólo algunos de los nombres de un listado exquisito, cuyas anécdotas se despliegan narradas con humor y cariño por estas páginas.

A continuación, un fragmento a modo de adelanto:

Susana, mi estrella

A Susana la conozco desde hace años. Juntos hicimos una revista en 1978 en Mar del Plata junto a Zulma Faiad, su marido Daniel Guerrero (con quien tuve un altercado en plena temporada) y Cacho Castaña. Para el sketch que me tocaba hacer con Susana propuse hacer de un director de cine. Una parodia de Leonardo Favio. Le pedí a Susana que hiciera de una estrella divina, pero algo tonta, tipo Marilyn. Susana me pidió que por favor no le cambiara los tiempos porque ella se iba a perder. Pero yo sabía que eso no iba a pasar. Conozco poca gente que tenga esa capacidad para contestar cualquier cosa y esa genialidad y perfección para adaptarse a todo. El resultado fue graciosísimo. Ella de tonta no tiene nada, es inteligentísima y muy creíble.

Producir La mujer del año fue uno de los sucesos cuyo recuerdo me llevaré a la eternidad. Con Susana vimos la obra en Broadway con la genial Lauren Bacall. Yo compré los derechos pensando que en Buenos Aires la podía hacer Chiquita. Daniel Tinayre —con el que me reuní para proponérselo— me dijo que Chiquita estaba a full con su programa de televisión y que hacer dos funciones por día le parecía pedirle demasiado.

Entonces pensé en Susana, a quien siempre he admirado y amado sin claudicar jamás. Se lo propuse y casi me mata:
—¡Estás loco! Lauren Bacall podría ser mi madre. Yo soy muy chica todavía gracias a Dios…

Intenté decirle que confiara en mí, que yo rejuvenecería a todo el elenco y la historia, que se olvidara de lo que vimos en Broadway y tratara de ver la versión en cine de La mujer del año, que habían hecho en los 40 Katharine Hepburn y Spencer Tracy. Se negó prácticamente a seguir escuchándome y se fue de casa diciendo algo como: «Con amigos así, quien necesita enemigos».

Esa noche salió en el diario La Razón que Lauren Bacall había dejado La mujer del año y la había reemplazado Raquel Welch, una sex symbol de la época a la que Susana admiraba casi tanto como a Rita Hayworth, su actriz de cine favorita. Mientras leía eso, sonó mi portero eléctrico. Era Susana, que había venido hasta mi casa.
—Perdoname, Charlie —me pidió—, tenés razón. Si lo puede hacer Raquel Welch, también lo puedo hacer yo.

Hablé con Zully Moreno —que ya estaba al frente del Maipo— y arreglaron con Susana. Vino de los Estados Unidos Mary Bettini —una coreógrafa notable—, Manuel Lamarca iba a hacer el vestuario a Susana, Juan Carlos Cuacci dirigiría la orquesta y haría los arreglos musicales. Contraté a un grupo de bailarines jóvenes estupendos, a Maurice Jouvet, a Nené Malbrán y a una notable Tina Serrano, con la que cantaba el tema El pasto está más verde, que era todas las noches una standing ovation. Dirigió Mario Morgan y las letras de las canciones las tradujo China.

Cuando Susana estrenó en los 70 Las mariposas son libres, dejó al público argentino mudo. Estaba genial junto a Ana María Campoy y a Rodolfo Bebán. Yo la vi y supe que era la mejor comediante que había visto en mi vida y que nunca vería nada igual.

La misma Susana me tapó la boca con lo que hizo en La mujer del año. Estaba mejor todavía. El Maipo nunca dejó de estar completamente lleno: dos funciones todos los días. Y así durante tres años. Su primer galán fue Jorge Mayorano y después entró Arturo Puig.

Susana terminaba la obra teniendo una discusión con el hombre que amaba y él le tiraba un balde de agua en la cara. Se abrazaban, bajaba el telón, saludos, se vaciaba la sala y se volvía a llenar. Todo esto muy rápido, como en cinco minutos. Yo digo cinco minutos porque, como ustedes saben, exagero siempre. Pero era muy rápido.

Cuando empezaba la segunda función Susana estaba espléndida, radiante, fresca y seca. No se le notaba la menor agitación. Y en el Maipo de aquella época había que subir miles de escalones desde los camarines hacia el escenario. Las críticas fueron maravillosas y unánimes. No hubo ni un solo disenso en los comentarios. La hicieron en Mar del Plata, en el Maipo de nuevo al regresar del verano. Carlos Paz al año siguiente y Maipo otra vez. No tenía de qué sorprenderme: yo siempre supe que Susana era un fenómeno único.

Mientras La mujer del año estaba en cartel, preparaba La jaula de las locas, también dirigida por Morgan, letras de China, vestuario de Guma Zorrilla, escenografía de Pedreira, coreografía de Mark Knowles, un joven coreógrafo que me recomendó Mary Bettini. El espectáculo se hacía en el teatro Metropolitan, nada menos que con Tato Bores, pero esta historia y mi relación con Tato las contaré en otro libro que ya estoy preparando y se va a llamar Los hombres de mi vida.

 

Azúcar

Cuando Spadone me llamó para que hiciera un espectáculo con Susana Giménez y reinaugurar el Lola Membrives, propuse Sugar, cuyos derechos había comprado junto a los de La jaula de las locas en Nueva York. La obra no era buena. Yo quería hacer la versión de Una Eva y dos Adanes, que hicieron Marylin Monroe, Jack Lemmon y Tony Curtis. Quería coreógrafo, músico, arreglador y escenógrafo norteamericanos para adaptar la obra y hacer una versión teatral del film.

Yo vivía en ese entonces en Esmeralda 880 —frente a la Plaza San Martín— en un apartamento de dieciséis habitaciones. En uno de esos salones instalé espejos para que Susana —que no es una gran bailarina pero se mueve muy bien— pudiera ensayar con total privacidad sus números musicales. Lo mismo Ricardo Darín y «Carlín» Calvo, que fueron elegidos para hacer los personajes masculinos. Yo creo que a las estrellas hay que cuidarlas y darles seguridad.

Cometí el error de no llamar a Puig después de lo bien que estuvo en La mujer del año. Pero en ese entonces había visto una versión maravillosa de Taxi con Darín y Carlín, y creí que estos dos deslumbrantes actores y Susana harían un trío único e irresistible. Después Carlín —con el que me reconcilié haciendo Costumbres argentinas— prefirió dejar este proyecto y yo finalmente llamé a Puig. Lo invité a comer a casa con un despliegue de cristalería y manjares en el enorme comedor de mi apartamento. Le pedí humildemente perdón por no haberlo llamado de entrada y Arturo no solo aceptó, sino que me agradeció el haber vuelto a pensar en él. Arturo es buen actor, buen padre, buen amigo, buenmozo y mejor persona todavía. Hacía un galán con humor, algo muy difícil de conseguir en teatro.

Susana estuvo maravillosa. La capacidad de trabajo, la vitalidad, el buen humor, el buen ambiente que esa mujer crea a su alrededor es único. Darín es hoy, para mí, el mejor actor argentino.

Sugar también estuvo tres años en cartel, llenando siempre en todos los lugares donde se hizo. En esa época Susana empezó su programa de televisión y eso la hizo llegar al lugar del que no ha bajado ni bajará jamás. La gran diva, actriz, sex symbol y esa belleza que va mucho más allá del físico. Entre las estrellas no hay equivalentes, todas son distintas. Susana no se parece a nadie. Es lo más y lo seguirá siendo mientras viva.

Ella siempre me hablaba de su abuela, que ya mayor usaba unos tacos aguja increíbles y a pesar de los años era joven de espíritu y de físico. El nombre de «Susana de América» le queda chico.

Estuve un poco distanciado de Susana. Fue para 2009, en la época en la que murió Fernando Peña. Yo estaba muy solo y pensaba que la vida es muy efímera. Que una persona que uno piensa que no se va morir nunca, de repente se muere. Entonces me di cuenta de que era estúpido pelearse por lo que sea. La llamé a Susana. Quería decirle: «Yo no sé qué pude haber hecho para ofenderte. Pero si hice algo, te pido perdón».

Cuando llamé, Susana estaba durmiendo en su casa La Mary, de Punta del Este. La persona que me atendió me dijo:
—Está durmiendo la señora.
Pregunté a qué hora se despertaría. Me dijeron que a eso de las seis. Pedí que le avisaran que había llamado yo.

Por supuesto a las seis de la tarde llamé de nuevo. Le avisaron que era yo. Escuché que Susana dijo:
—¿Carlos Perciavalle? ¿En serio? —y levantó el tubo. —Antes que nada —empecé—, ¡feliz año nuevo! No sé qué te hice pero te pido que me perdones y desde ya te deseo el mejor año de tu vida.
Nunca dejé de quererte. Estás unida a mi vida para siempre.
Yo me emocioné. Lloré. Ella se rio y quedamos en vernos pronto.

Susana es más de un capítulo a lo largo de mi vida. Yo me hubiera casado con ella y hubiera sido muy feliz, como también me hubiera casado con Moria o con María Elena Walsh. Con China estoy casado. La amo con locura.

Las mujeres de mi vida
Carlos Perciavalle decide hacer en este libro un homenaje a todas las mujeres que marcaron su vida y su carrera.
Publicada por: Planeta
Edición: 1a
ISBN: 9789504948889
Disponible en: Libro de bolsillo
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