¿Acaso pertenecer a la nobleza, tener dinero y poder son pasaportes seguros a la felicidad? ¿Fueron realmente dichosos Sissi y Francisco José, Farah Diba y el sha de Irán, Carlota y Maximiliano de México, Enrique VIII y Ana Bolena, Grace Kelly y Raniero Grimaldi, Eduardo VIII y Wallis Simpson, Luis XV y Madame de Pompadour, que lo tuvieron todo? ¿Cuántas renuncias y acuerdos bajo llave sostienen las parejas del príncipe Carlos y Camila Parker Bowles, Juan Carlos I y Sofía, Máxima Zorreguieta y Guillermo Alejandro de Orange?
En Amores reales, María Isabel Sánchez –autora de Perras y gatos. ¿Ellos las prefieren malas? y Pasiones y tormentos. Cuando el amor lastima– pone la lupa sobre diez romances de la monarquía y desnuda muchos secretos de estos personajes que aun gozando de títulos, poder y lujos no se han salvado del dolor ni la frustración. Representantes de la nobleza con las mismas debilidades y contradicciones que el resto de los mortales.
A continuación un fragmento, a modo de adelanto:
La reina criolla
Máxima Zorreguieta y Guillermo Alejandro de Orange
«Vemos aquí a un hombre que sabiendo lo que le venía encima ha aguantado, y tenemos a una mujer que está dispuesta a acompañarlo en un camino tan especial. Máxima será un gran apoyo, con su carácter alegre, con su talento, con su bondad. Es importante que pueda ser ella misma y mantener su carácter espontáneo. Recuerden que juntos son más.» Con estas palabras, el reverendo Carel Ter Linden, ministro emérito de la Iglesia Kloosterherk, daba comienzo a la ceremonia religiosa más conmovedora de los últimos tiempos, aquella que unía en matrimonio a Máxima Zorreguieta y Guillermo de Orange. Tal vez el amor más real de la historia de la monarquía, que, sin embargo, tuvo su momento más triste dentro de tanta felicidad: la ausencia de los padres de la novia. Los acordes de Adiós Nonino sonaron en la iglesia y la argentina rompió en llanto.
El principio más remoto
Máxima Zorreguieta nació el 17 de mayo de 1971 en el seno de una familia acomodada de Buenos Aires, de origen español e italiano. Su padre fue secretario de Agricultura y Ganadería durante la última dictadura militar, y ese fue el escollo más difícil para ella a la hora de concretar su historia de amor con el príncipe heredero de la corona holandesa. Su adolescencia y los primeros años de su juventud, como los de cualquier otra chica de su edad, estuvieron marcados por la lucha contra el sobrepeso y por los amores fallidos. Educada en los mejores colegios porteños, estudió y se recibió de licenciada en Economía en la Universidad Católica Argentina, lo que le abrió las puertas del mundo de las finanzas y la llevó a radicarse en Nueva York en 1996, para desempeñarse como bróker del HSBC. La idea original era adquirir experiencia durante un par de años en Estados Unidos y luego regresar a la Argentina.
Mientras Máxima se encontraba trabajando en uno de los bancos más importantes del mundo, se reencontró con una ex compañera del colegio Northlands, Cynthia Kaufmann, quien ofi- ció de Cupido entre la rubia y el príncipe. Corría el año 1999 y la protagonista de este amor real ya era vicepresidente del departamento de Mercados Emergentes del Dresdner Kleinworth Benson, un banco de inversión con sede en Nueva York, y estaba en pareja con el sueco Dieter Zimmerman, con quien convivía en el exclusivo barrio neoyorkino de Chelsea. Pero como la relación no marchaba del todo bien, habían decidido tomar distancia por un tiempo.
En el mes de marzo Máxima recibió una invitación de Cynthia para asistir a una fiesta en Sevilla, en el marco de la famosa feria que tiene lugar para Semana Santa en la ciudad andaluza. Su amiga ya le había hablado de su intención de presentarle a un hombre que, según ella, la deslumbraría. «Tengo un tipo ideal para vos», le dijo Cynthia, tal vez con la idea de que una nueva ilusión la rescatase de un vínculo que no estaba funcionando. En principio, no le dijo de quién se trataba, solo le anticipó: «Cuando te enteres de quien es, te vas a caer de c…».
Una vez en la reunión, cuando su amiga le señaló al candidato, la argentina se tomó la propuesta en broma: «¿Ese? ¡No jodas!», habría contestado la rubia, bastante descreída. Evidentemente, la atracción física a primera vista no funcionó como esperaba la celestina. Pero Guillermo —que ya había recibido fotos de Máxima— estaba interesado en conocerla, y la vida le dio una oportunidad esa misma noche. ¿Y quién era Guillermo?
Nacido el 27 de abril de 1967, el hijo mayor de la reina Beatriz y del príncipe Claus fue bautizado como Guillermo Alejandro Nicolás Jorge Fernando. Asistió a una escuela protestante de La Haya, donde se relacionó con chicos de diferente condición social, y más tarde a la United World Collage of the Atlantic, en Gales. Estudió Economía en la Universidad de Leyden y se convirtió en piloto militar del 334 Escuadrón de Transporte del Ejército del Aire. Desde su mayoría de edad, formó parte del Consejo de Estado de su país, y viajó por el mundo en representación de la reina de Holanda, su madre. En ese contexto, era miembro de honor de la Comisión Mundial del Agua y también formaba parte del Comité Olímpico Holandés, perteneciente al Comité Olímpico Internacional. Tenía ya 34 años cuando se cruzó en esa fiesta con aquella mujer que iba a cambiarle la vida para siempre. Sin embargo, ese encuentro en Sevilla no empezó de la mejor manera: Máxima sacaba fotos con una enorme cámara profesional, y eso a Guillermo lo incomodó, por lo menos en un principio: «No, por favor», fue lo primero que murmuró cuando la vio avanzar para fotografiarlo. Pero en pocos minutos el mundo de estos dos personajes fue otro.
El universo dado vuelta
Todo cambió un rato más tarde. Ya presentados y más relajados, el príncipe heredero la invitó a bailar, y Máxima aceptó. Pero Guillermo no era precisamente de esos hombres que llevan el ritmo en la sangre y nuestra compatriota se burló de su torpeza para la danza: «You are made of wood» (Sos de madera), le dijo ella con humor, ante lo cual Guillermo, muerto de risa y sorprendido por su espontaneidad, cayó rendido a sus pies.
Si bien Máxima también parecía haber quedado deslumbrada a partir de esa noche por su príncipe naranja, tenía que resolver lo que estaba pendiente en la relación con el sueco que la esperaba en la capital yanqui, así que decidió volver a Nueva York a cerrar su historia.
Guillermo la llamaba hasta tres o cuatro veces por día, y tres meses después de aquel encuentro viajó a la capital de los Estados Unidos para visitarla. «Hasta me había olvidado de su cara», dijo Máxima de su candidato. Pero seguramente no se olvidó del flechazo que él le había hecho sentir aquel día porque, mientras analizaba sus sentimientos, aceptó una propuesta de trabajo en el Deutsche Bank de Bruselas, que la llevaría más cerca de su nuevo amor.
Máxima mantuvo en secreto la relación con Guillermo todo el tiempo que pudo. «Es un abogado », le dijo a sus padres, quienes al conocer la identidad del candidato decidieron viajar a Nueva York para convencerla de la complicación que podría traerle ese vínculo tan exigente. «No lo lograron —confesaría tiempo después la argentina—, nos vieron enamorados.» Y es que si bien Máxima comprendía que sus padres quizá tuviesen razón, no podía evitar aquellos sentimientos que la habían poseído por completo: «Yo sabía que mi vida iba a cambiar mucho, pero estaba muy enamorada », declaró en la televisión la carismática joven.
«Se llama Máxima, es argentina, pero vive en Nueva York. Confía en mí y no preguntes nada», fueron las palabras con las que Guillermo Alejandro puso al tanto de la situación a su mamá, la reina Beatriz. Le dijo que había conocido a una mujer diferente. Y como toda madre que conoce a su hijo, la soberana supo inmediatamente que esa porteña plebeya era la elegida.
Tres meses más tarde, Beatriz y Máxima se conocieron en un contexto de ensueño: a bordo del yate Dragón Verde, perteneciente a la familia real holandesa, mientras navegaba por las costas de la Toscana. «Tu amor por Guillermo deberá reflejarse también en el respeto por el protocolo que yo establezco», le dijo la reina ese día, y el príncipe Claus le recomendó que empezase ya a estudiar el idioma holandés, cosa que Máxima comenzó a hacer de inmediato. Por su parte, Guillermo viajó a Buenos Aires para conocer a los padres de la mujer que lo había conquistado.
«Es el gran amor de mi vida», dijo Máxima al poco tiempo; motivo que la llevó a renunciar a la nacionalidad argentina, requisito indispensable para lo que vendría. Por el contrario, la novia del príncipe no renunció a la religión católica para adoptar la protestante, el culto oficial de los Países Bajos.
La propuesta de matrimonio tuvo lugar el 19 de enero de 2001 a las cuatro y media de la tarde. Fue a orillas de un lago congelado, en el palacio de Huis Ten Bosch de la capital holandesa. Guillermo se presentó con un ramo de rosas y una botella de champagne e hizo la propuesta en inglés, para estar completamente seguro de que su chica comprendería lo que le estaba pidiendo. «Quiero compartir mi vida, mi futuro, mi reinado con vos. Quiero que nos casemos», le dijo. «Claro que sí», le respondió ella, sin la más mínima duda, sumamente conmovida.
Dos meses más tarde se anunció oficialmente el enlace, y comenzaron los preparativos y los detalles a resolver. Máxima ya había aprendido el idioma y sorprendió a la prensa y al pueblo hablando fluidamente en holandés para agradecer el recibimiento que había recibido; se manifestó muy feliz. Estudió política y legislación del país que la adoptaría como ciudadana. Y el pueblo de Holanda valoró su esfuerzo, la aceptó y la amó en medio de una verdadera «máxima manía».
Dos puntos oscuros en medio de la felicidad
Los diarios holandeses reflejaban el ánimo que reinaba en el pueblo: «Holanda sucumbe ante Máxima», titulaba el Algemeen Dagblad. «Máxima conquistó a Holanda», anunciaba la portada del Haagsche Courant. Y los medios locales prodigaban elogios a raudales a quien ya había conquistado el corazón de ese pueblo esperanzado —a partir de la aparición de la futura princesa en la vida de Guillermo— en una renovación de su monarquía.
En relación con el hecho crucial que empañaba el momento de felicidad de los novios y del pueblo holandés, Máxima debió expresar ante los medios su posición frente a la actuación política de su padre, funcionario del gobierno de facto de Jorge Rafael Videla: «Mi padre hizo lo mejor en un régimen equivocado», dijo con extrema diplomacia. Pero muchos medios cuestionaron este escollo, se preguntaban si la sola ausencia de Jorge Zorreguieta en la boda de su hija sería suficiente para resolver un tema tan complejo y sensible para ellos. Fue el primer ministro Wim Kok quien llevó adelante las negociaciones para que el padre de la novia renunciase voluntariamente a estar presente en el casamiento de su hija y así allanarle el camino para su aceptación definitiva en Holanda. El lamento de Máxima por la dictadura militar argentina también fue recibido con alivio por la opinión pública holandesa.
Pero más allá del amor que los unía, no todo fue un camino de rosas, y no solo por la dificultad que significó el pasado político de Jorge Zorreguieta. La crisis también tuvo su origen en un mal terrenal que azota a casi todos los enamorados: los celos. Es que en toda relación amorosa, por más armoniosa que resulte, siempre hay una ex dando vueltas para disgusto de algún miembro de la pareja. Y fue el pasado de Guillermo el que, de pronto, volvía al presente, con uno de sus viejos romances que no prosperó por el rechazo de la suegra.
Emily Bremers —una azafata, hija de un odontólogo holandés acusado de evadir impuestos— fue la novia de Guillermo durante cuatro años. Por tal motivo y, aunque el pueblo de Holanda la había aceptado, la reina la rechazaba. Las sospechas sobre la honorabilidad de su padre ponían a la candidata en una situación que la reina no toleraba. Sin embargo, la situación de Máxima no era mucho más ventajosa que la de su antecesora. Claro que meterse con el bolsillo de la corona evidentemente fue peor visto que la participación de un consuegro en un gobierno anti democrático. La novia rechazada siguió entonces su vida y se casó con un empresario y aristócrata holandés que el mismo Guillermo le había presentado (tal vez para compensar el abandono de su novia para obedecer el mandato materno).
Pero, consciente o inconscientemente, el cazador muchas veces regresa a buscar su presa, o al menos a marcar el que alguna vez fue su territorio. Y la bella Emily reapareció un día en la vida del príncipe de Orange. Hasta los medios se hicieron eco del regreso a la escena real de la ex prometida, e incluso la compararon con Camila Parker Bowles y sus permanentes intromisiones en el matrimonio entre Carlos de Inglaterra y Lady Di.
Como cualquier mujer enamorada, Máxima sufrió los celos y la humillación que tales versiones le provocaban, además del miedo de perder a ese hombre que aún no era totalmente suyo. En Máxima, una historia real, los periodistas Gonzalo Álvarez Guerrero y Soledad Ferrari cuentan: «Cuando Máxima comenzó su noviazgo con el príncipe, la amistad entre Emily Bremers y el Heredero sembró rumores e intrigas palaciegas». La biografía no autorizada de Máxima Zorreguieta revela el disgusto de la argentina por esas versiones: «A Máxima no le gustaba nada ese paralelismo que trazaban los medios más sensacionalistas. Sospechaba que algo se escondía tras la amistad entre su novio y la ex… Desconfiaba de las intenciones de Emily. Era demasiado simpática, demasiado atenta con ella… como si quisiera despistarla para que no advirtiera que todavía se seguían encontrando a escondidas».
Más allá de las notas de las revistas y de las muchas conjeturas, lo cierto es que las fotos entre Guillermo y Emily llegaron a manos de Máxima, que, contrariada, le advirtió a su novio que no volviera a humillarla y lo castigó con un viaje a la Argentina con el pretexto de ver a sus padres. Él, asustado, viajó a la Patagonia a buscarla, cual marido culposo, con un ramo de flores y un anillo de diamantes.