jueves 28 de marzo de 2024
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«Salsipuedes», de Gillespi

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“La vida me ha regalado grandes momentos con muchos de los músicos más importantes de nuestro rock”, dice el trompetista conocido como Gillespi. Varios de esos encuentros memorables fueron parte de sus programas de radio, otros se desarrollaron en las casas de los entrevistados, “tomando mate o vino, yendo y viniendo, con terceras personas ahí conversando. Naturalmente”.

Salsipuedes (Historias de rock argentino) reúne una selección envidiable de esta serie de conversaciones con Luis Alberto Spinetta, Charly García, Fito Páez, Gustavo Cerati, Roberto Pettinato, David Lebón y Litto Nebbia, entre otros, y suma las experiencias personales del autor como miembro de bandas como Divididos y Las Pelotas, además de su carrera como solista y las innumerables participaciones con cientos de artistas durante más de treinta años. “Hice música para danza contemporánea, obras de teatro underground, participé de las jam sessions del mítico boliche Jazz y Pop, y me subí a tocar con Sumo y Soda Stereo. Siempre con mi trompeta metida en un bolso, junto a algún pulóver, un libro y una radio portátil”.

A continuación un fragmento, a  modo de adelanto:

Pettinato, el padrino de la criatura

Un día, cuando nadie lo esperaba, Pettinato volvió de España.
Llamó a mi casa en Monte Grande y atendió mi mamá. Como era habitual, Petti se quedó hablando un rato largo con ella hasta que empezó a boludearla.
—Pero, ¿cómo, señora? —le decía— ¿No sabe dónde está su hijo? Mi vieja se reía: siempre lo adoró.

Después me pasó el teléfono. De entrada me quedó claro que durante su estadía en España no había perdido el tiempo. A lo largo de los tres años y medio que pasó en Madrid, Petti había sido mozo, libretista de televisión y el fundador de bandas como Los Carnavales de Franco –con Tito Fargo, ex-guitarrista de La Hurlingham Reggae Band y los Redondos– y Pachuco Cadáver, un proyecto junto a Guillermo Piccolini que de alguna manera heredó el costado más freak de Sumo, con la incorporación de máquinas de ritmo, sintetizadores analógicos y voces procesadas. El asunto era que Piccolini se había quedado en Europa. Por lo tanto, el llamado de Petti tenía un objetivo muy claro.

—Dale, vos sos el tipo para este grupo —empezó a quemarme el coco—. Vos tocás bajo, tocás teclado.
Era verdad. Yo podía ocuparme de esos instrumentos y para entonces ya estaba bastante más equipado. La propuesta era realmente tentadora, incluso superadora de las típicas invitaciones a tocar la trompeta. Porque a pesar de que me llevaba bien con todos los ex Sumo, mi vínculo de amistad era con Petti. No solo compartíamos el humor, sino que me había iniciado como escritor y guionista acompañándolo en sus primeras incursiones dentro de los medios de comunicación. Por otro lado, el proyecto de Pachuco Cadáver era muy libre, había todo un mundo musical y sónico por inventar.

Ya desde los primeros ensayos me sentí más cómodo que en Divididos. Petti me valoraba integralmente como músico. Me daba un montón de participación, vía libre total a las improvisaciones y mis ideas eran siempre consideradas. En ese contexto debía tomar una decisión y fue lo que hice: me junté a charlar con Diego Arnedo y por suerte me fui de Divididos en circunstancias muy buenas. Fuimos, somos y seremos amigos. Casi parientes. Venimos de un mismo ecosistema.

Al poco tiempo de haberme sumado a Pachuco Cadáver, Piccolini regresó al país por seis meses y seguimos como trío. Como en España se vivía una época gloriosa, llegó con un montón de data y de plata: se trajo teclados, máquinas de ritmos, guitarras eléctricas y un largo etcétera de arsenal sonoro. En ese grupo, Petti casi no tocaba el saxofón. Más bien cantaba y tocaba una vieja guitarra Rickenbacker. Esa circunstancia me favorecía especialmente, porque tenía a disposición todo un territorio virgen en el que podía moverme como una especie de líbero; en algunos temas tocaba el bajo, en otros la viola, a veces la trompeta. Picoteaba por acá y allá, metía un corito, una pandereta. Los temas sonaban bien y me sentía parte de la banda. Mi trabajo, de repente, era espectacular. Emergía desde un segundo plano. Finalmente me había convertido en el Brian Jones que siempre había querido ser.

Fue una etapa genial. Grabamos Life in La Pampa, que fue el segundo disco de la banda, y logramos que se editara tanto en la Argentina como en España. Se grabó en cuatro o cinco días en un estudio de grabación instalado en un departamento en Barrio Norte. El hecho de usar batería electrónica nos permitía grabar en cualquier lado. Recuerdo que hicimos todo tipo de experimentos sonoros. Incluso hicimos improvisaciones con piano acústico y los vientos al estilo free jazz. Grabábamos absolutamente todo. Fue un momento de supercreatividad grupal. Con ese envión estuvimos haciendo por un tiempo el Pachuco Cadáver argentino. Felices, creativos y libres. Hicimos una docena de buenos shows con creciente interés y cantidad de público. Tuvimos invitados de lujo como Alejandro Medina en bajo y Willy Crook en saxo. Fue así hasta que, de repente, Petti se aburrió del grupo, dejó de venir a los ensayos y su energía fue para otros sitios.

Por entonces empezaba a hacer muchas cosas en la tele y tenía la cabeza en otro lado. Piccolini, sin embargo, me consideraba tan parte de la banda que llegó a plantearme varias veces seguir sin Petti. No acepté. Pachuco funcionaba con aquella química y no podía hacerse de otra manera.

Una noche, mientras atravesábamos esa crisis del grupo, tocamos en Arpegios, un teatro subterráneo en la calle Cochabamba donde nos presentábamos bastante seguido. Creo que no lo sabíamos pero ahí, mezclado entre el humo y el público under de los primeros años noventa, estaba Germán Daffunchio. Después de Sumo le había perdido completamente el rastro, pero ahí estaba Germán, viendo a Pachuco Cadáver. Casualidad o no, por esos días Las Pelotas había perdido a Superman Troglio y al bajista Beno Guelber. En ese momento de introspección y demos de nuevos temas, solo habían quedado Tomás Sussman, el propio Germán, el Bocha Sokol y una máquina de ritmos. Eso era, más o menos, Las Pelotas.

Escribo “más o menos” porque también estaba Pepe Gil, que era un amigo de todos. Un personaje impresionante que gravita en un montón de épocas de esta historia. Pepe, que originalmente era amigo de Petti desde los tiempos de Sumo, también tocaba el saxo y había viajado a España con Roberto. Vivieron juntos en Barcelona y armaron el grupo Los Carnavales de Franco, donde Pepe era el sonidista. Además colaboró durante mucho tiempo con Timmy McKern en el trabajo del sello y, no menos importante, Pepe es el responsable principal detrás de los dos discos solistas de Luca que se publicaron a mediados y fines de los noventa: Time, fate, love y Perdedores hermosos. Pepe agarró las cintas, las llevó a Estados Unidos para hacerles todo un tratamiento de reconstrucción por la humedad, el desgaste y, finalmente, masterizar todo ese material. Pepe tocaba el saxo en Las Pelotas –de hecho, el histórico solo de “Shine”es suyo– y como tenía una buena posición económica y estaba muy metido en el mundo del audio, logró armarse un estudio de grabación en la Zona Norte de la provincia de Buenos Aires. Algo que había comenzado en Barcelona, pero ahora con equipos profesionales. Ahí, en ese ámbito, Las Pelotas estaba preparando su segundo disco, Máscaras de sal. Ahí, después del reencuentro en Arpegios, me invitó Germán.

Muchos años después Pettinato emerge de la escalera con una guitarra acústica, viene del piso de abajo, donde atesora su colección de instrumentos. Lo esperamos con mi compañero Andrés Ruiz en ese lugar donde tiene docena de saxos, guitarras, equipos valvulares, hasta una batería completa. Su exitosa carrera como conductor de televisión le ha permitido comprar los mejores instrumentos. Esta es la misma que usaba Nick Drake. El otro día vi una foto de él donde tenía la misma guitarra.

Gillespi: Hablemos de Nick Drake.
Roberto: ¿Esto es para el libro? A Nick Drake lo conocí por Luca Prodan. Luca me había traído una caja que era verde, la que tenía el arbolito. Eran tres discos y ahí me enganché con la onda de este chico fotógrafo de clase media. Ahora me compré la biografía. Sus canciones son una belleza, hizo solo tres discos que fueron una joya total y son gemas. Hace poco los hicieron con orquesta, para un homenaje. Pero nada suena como sus versiones, porque tenía la depresión típica del heroinómano que, si bien te cuesta la vida, le da un gran placer al mundo.

Andrés: La familia estaba relacionada con la música, su madre era concertista de piano.
Roberto: Sí, es que son de esos tipos que hacen tres discos y se terminó. Son como el primer Fleetwood Mac, Peter Green. Son tipos que hacen una música especial y acá ¡no los conoce nadie! Nunca llegó Nick Drake. Es toda una camada: Nick Drake, John Martyn, Tim Buckley, su hijo Jeff, Phil Ochs. Es toda una gama de monstruos que se murieron así.

Gillespi: Son todos acústicos, ¿no?
Roberto: Es un folk acústico, es un folk acústico raro. Están como pasados. No sé, como también la Incredible String Band. Son gente que disfruta de lo acústico y lleva la música a otro lugar. Pasa que acá somos “Mañanas campestres”. Por suerte después vino Bob Dylan y lo agarró León Gieco, si no estábamos en el horno (risas). ¡No quieren trabajar! Para trabajar el folk tenés que desafinar la guitarra, ponerte a inventar tonos, ver por qué te salió eso, ¿viste? Qué sé yo, ¡tenés que ponerte a trabajar! Acá se laburó mucho con la guitarra sin desafinar y allá trabajan mucho con la desafinación. ¡Elliott Smith es otro animal! Lo que pasa es que si lo escucho me deprimo. No me dan ganas de escribir nada. No me dan ganas de producir. También me da envidia, no me da ganas de tocar nada.

Andrés: ¿Robert Wyatt?
Roberto: Bueno, Robert Wyatt es la voz más triste que dio este mundo. Yo soy fanático de Robert Wyatt. No logró llegar a ese estilo de música. No hay manera.

Gillespi:¿Cómo empezaste con la música? Es algo que nunca supe…
Roberto: Una cosa es empezar con la música y otra es convertirte en músico. Porque uno dice: “Aaay, yo siempre fui periodista”. Sí, bueno, una cosa es ser periodista y otra es convertirte y laburar de periodista. Yo tocaba con músicos. Con Julio, que era un amigo, estábamos en séptimo grado y escuchábamos a Ginger Baker, Cream y él tocaba la batería y yo ponía el disco al lado. Ese era el grupo. Él tocaba los solos de Ginger Baker de memoria y tocaba tan bien que nadie quería ser baterista, después de Julio no había nada. Y ahora, de grande, que es cantante lírico en Venecia, en Milán, el hijo de puta en los ratos libres agarra discos de jazz que no tienen batería y la agrega y la graba. No sabés lo que es eso.

Gillespi: ¿Lo viste últimamente?
Roberto: Sí, lo vi hace unos años atrás. Vino acá y comimos todos juntos. No quiero ni pensar lo que debe estar tocando Julio. Y él tocaba también la trompeta. Yo empecé a tocar el saxofón porque Julio tocaba tan bien la batería que no valía la pena. Yo en realidad soy baterista. Podría tocar en un grupo y ser el baterista de ese grupo.

Andrés: Como Wyatt en Soft Machine…
Roberto: Bueno, Wyatt en Soft Machine era una bestia tocando. Paralítico y no paralítico, porque paralítico tocaba sin bombo.

Andrés:Y el saxo, ¿por qué?
Roberto: Fue por el Gato Barbieri. Yo escuchaba al Gato Barbieri. Me encantaba el sonido. Me volvía loco. Una vez me robé una boquilla en Casa América, vi que nadie miraba y la agarré de la vidriera. Yo pensaba que todo salía de la boquilla. Cuando llegué a mi casa la boquilla sonaba a cualquier cosa ¡y me di cuenta de que faltaba todo el saxofón!  ¿Podés creer que fuera tan estúpido? Yo creía que ya con tener la boquilla tenía un saxofón.

Gillespi: ¿Qué tenías, catorce años?
Roberto: ¡Menos! Trece o doce… Después, mucho tiempo después, ahorré y pude comprarme con plata que me daban mis papás un Rampone. Yo solo quería tocar como Ornette Coleman. A mí me encantaban los ruidos.

Gillespi: ¿Me estás jodiendo?
Roberto: Claro, yo tocaba ruidos, nada más. Y me parecía que eso era genial y escuchaba a Cecil Taylor, todos esos tipos. Éramos los raros del colegio, y nuestro disco de cabecera era The Art Of Improvisers. Escuchaba ese disco todo el tiempo y yo arriba haciendo ruidos. Después fui a un profesor, Hugo Pierre, que me decía que había perdido años de mi vida poniendo mal la boca. Se me cuarteaban los labios, me salía sangre. Me pasó cualquier mierda por hacer todo a mi manera. Me enseñó a poner los dedos, todo. La verdad es que aprendí con Hugo Pierre. Él me dijo: “Tenés un muy buen sonido de saxo alto”. Ese día me compré un tenor a propósito.

Gillespi: ¿Ahí fue que empezaste a tocar con los de MIA?
Roberto: Claro, porque yo toqué con Supermoco un tiempo. Era música aleatoria, música que salía de la nada.

Gillespi: Tenían una guitarra transparente. Yo los vi.
Roberto: Sí, claro. Yo la compré después de grande. Era una Armstrong. La tenía Keith Richards.

Gillespi: Esto es en la época de la dictadura…
Roberto: Sí, se tocaba en boliches pequeños, en casas de familia. Igual, un integrante, Mica, era como del grupo Gong. Era una especie de Daevid Allen. A mí me tocó estar con gente loca y rara. La información llegaba porque teníamos a la hermana de Julio que bueno… Teníamos trece años y ella tenía veintiséis. Tenía una amiga en Inglaterra. Por ejemplo, Sgt. Pepper, apenas salió ¡pumba!, se lo manda por correo. Imaginate que nosotros a los cuatro días teníamos Sgt.Pepper en la mano. Los Manal también, me lo contó Claudio Gabis. Tenían amigos de guita que viajaban por el mundo, les traían los discos y ellos los escuchaban.

Andrés: Gabis me contó también que había pegado onda en esa época con gente de la CBS acá. Que le daban discos…
Roberto: Yo me acuerdo de que una vez escuché “Jugo de tomate frío” en inglés, porque está íntegramente afanado de un grupo. ¡Puse el disco y era “Jugo de tomate” en inglés! No me acuerdo qué grupo era. Parecía una canción de Wilson Pickett, Otis Redding, qué sé yo. Para mí la época más fuerte de locura en mi vida fue de séptimo a cuarto año. Ahora estoy volviendo a comprar los discos que escuchaba en esa época. Le pedí a mi hija Tamara que viajó a Estados Unidos que me compre el disco de una banda que se llama Spooky Tooth, que es una banda desconocida. También de Crazy Elephant, Mountain, ¡poníamos unos simples en esa época! Y por supuesto, todo teñido por Frank Zappa con los Mothers Of Invention. Acá habían salido unos discos…

Gillespi: Y no los entendía nadie…
Roberto: Eran nuestros discos de cabecera. Yo iba a un colegio de curas y llevábamos las tapas a propósito para que los sacerdotes nos dijeran: “¡Ese es el mal!”.

Andrés: Y con el rock argentino de esa época, ¿cómo te llevabas?
Roberto: No, con el rock argentino era todo. Es que también éramos raros. Yo tenía el simple de Leonardo Favio Fuiste mía un verano. A mí me gustaba juntar y coleccionar vinilos. Yo tenía mi disco de La Bibliade Vox Dei que me la sabía ultra de memoria tocada en batería y tenía al lado el disco rosa de Leonardo Favio. Y a todo le encontrábamos una vuelta, porque escuchábamos “Las olas y el viento” y tratábamos de encontrarle un sentido irónico. Le pregunté de grande por esa canción a Donald.

Gillespi: Sí, y yo me acuerdo. Porque hay un puente ahí que tiene un manejo armónico tan descomunal que parece Jobim.
Roberto: Claro, y ahí me confesó que tenía una influencia muy grande de la música brasileña…

Gillespi: Esa parte que dice “Tiritando laralaralaralaaraa”.
Roberto: ¡Pará! Pará que si no no se entiende nada. Entonces el tipo se pone a tocarla y cantármela en portugués y era una bossa nova. No hay músicos a los que no les llame la atención los tonos brasileños. No hay una sola cejilla, ¡son todos cangrejos del mar! ¡Parecen todas canciones de Spinetta con ritmo!

Gillespi: Y cuando empezaste a tocar con los de MIA cómo fue…
Roberto: Bueno, ellos me metieron en el Free. ¿Murió uno?

Gillespi: Sí, Nono Belvis, en Rosario.
Roberto: Esos pibes estaban avanzados. Ahora tengo los casetes míos de pibe que recuperé. Me grababan unos discos increíbles. El otro día vi uno que de un lado tenía “The Fuchsia Swing” de Sam Rivers y del otro lado Chico Freeman con “Beyond the Rain”. Me grababan un disco por cada lado. Obviamente, como suele suceder en el jazz, todo suena como si hubiera sido ayer. Son todos unos discos… Viste por ejemplo los discos de Coltrane. No hay ningún disco que digas: “¡Ay, suena viejo!”. Ahora me consiguieron de Coltrane en vinilo la segunda noche en Japón, una bestialidad.

Andrés: Roberto, y el periodismo de rock de viejas épocas…
Roberto: El periodismo de rock es una de las mierdas más grandes que han existido en este país. El periodismo de rock está hecho por pibes que como tienen feo cuerpo creen que si se esconden con una bolsita adelante van a esconder la panza. El periodismo de rock fue incentivado lamentablemente por películas como Alta fidelidad donde un montón de boludos que escriben de rock y no pueden cogerse a la novia, zafaron esa noche llevándola a la novia al cine diciendo: “Ese era yo, ese que ves en la película era yo”, mientras que la novia estaba pensando: “¿Tendrás leche dentro de la pija?”. Cualquier pregunta que empieza con “el periodismo de rock” no es una pregunta. Es un lamento depresivo. Me encanta, me encanta decir estas cosas.

Gillespi: Bueno, invariablemente, el tema del periodismo ya queda cubierto (risas).
Roberto: El periodismo de rock en la Argentina solo existió en el Expreso Imaginario y en La Mano cuando yo les dije a los periodistas: “Acá nadie escribe a través de una enciclopedia ni de Wikipedia ni de Google ni mete algo de la Web ni de Internet ni nada. No me interesan los datos”. La música no se escucha a través de datos, se escucha desde la sensibilidad, desde el espíritu. Ni siquiera se escucha desde el conocimiento. Ella (señalando a su novia) tiene veintitrés años. Le puse el último disco de free jazz que todavía no salió y entendía cada parte. Veintitrés años, nació en Hurligham y ahí va a morir. La música es por sensibilidad. Yo les decía: “El que me escriba con datos, se va”. Bueno, por eso La Mano tuvo momentos que fueron espectaculares. Una vez le dije a Claudio Kleiman en el Expreso Imaginario: “¿Por qué Dylan era judío y se hizo católico? Quiero que me escribas una nota sobre eso”. Me dijo: “¿Por qué yo?”. Le contesté: “¡Porque sos judío!” y escribió una nota excelente. ¿Qué pasó veintidós años después? Aparece una nota que dice “Los años perdidos de Bob Dylan en los ochenta” y hay un periodista que explica lo mismo, hablando de cuando se pasó al catolicismo, en una de esas revistas tipo Mojo de Inglaterra. El periodismo de rock es muy insensible en este país, no pueden describir nada. Si yo tuviera una facultad o una universidad yo les preguntaría: “Explicame qué pasa en Ummagumma”. No lo saben. “Qué pasa en el primer disco de Pink Floyd”. No lo saben. Tenés que saber qué sentís, qué olfato tenés. Porque si no decís: “Hay un lado dedicado a Gilmour, otro a Waters”. Eso es enciclopedismo. Es la información. ¡Ya todos sabemos eso! Tendrían que ser músicos, no les vendría mal ser músicos. Si sos periodista de rock no te vendría mal tocar un poco algo.

Gillespi: Bueno, hay una leyenda por ahí que dice que vos fuiste a hacer una entrevista a una banda llamada Sumo, pegaste onda con todos…
Roberto: Fuimos a ver una banda que, creo, tocaba en la cancha de Estudiantes de Buenos Aires. Me acuerdo por el césped, era de día. Y yo me subí al escenario. Qué loco, ya estaba subido en el escenario con Luca.

Gillespi: ¿Con el saxo?
Roberto: No, estaba caminando y se pusieron a tocar de una forma muy desordenada, era cualquier cosa.

Andrés: Con Stephanie en la batería.
Roberto: En shorts. Era una gorda en shorts y tocando como una bestia. Con una batería Colombo marrón. Yo dije: “Esta banda vale la pena”. Al tiempo lo contacto a Luca, que vivía por acá, en Federico Lacroze con una mujer policía. Era Cabo Primero. Paraba ahí. Fui y empezamos a hablar de Van Der Graaf Generator. Por eso yo digo siempre que entré en Sumo gracias a Van Der Graaf.

Andrés: Claro, Luca trabajó en una disquería en Londres.
Roberto: En Virgin. Él se robaba los discos de Virgin. Bueno, entonces yo me iba justo al Expreso Imaginario. Tenía conmigo el saxofón. Luca ahí me dijo: “¿Por qué no te venís para Hurligham que vamos a ensayar hoy?”. Así que le dije a mi secretaria Adrianita que no iba a la redacción porque quedaba lejos.

Gillespi: ¿Fuiste en tren?
Roberto: Claro, fui en tren con él. Y yo creo que Luca hubiese querido hacer una banda estilo Van Der Graaf, pero requería mucho trabajo. Y después, cuando entró Ricardo, la banda ya fue hacia un embrutecimiento de sonido… Muy brutal y poco sutil. Yo escucho los discos de Sumo y digo: “Qué lástima, cómo perdimos en sutileza”.

Andrés: No pasa quizás eso en Corpiños en la madrugada.
Gillespi: No estaba Ricardo ahí.

Roberto: Bueno, pero todos entramos en una onda que había que tocar al repalazo. Todo se transformó en una bestialidad de sonido, no por culpa de Ricardo.
Gillespi: Y vos Petti, ¿cómo te escuchabas?

Roberto: No me escuchaba. La banda tocaba muy fuerte y quedé sordo de un oído porque tuve el equipo de Ricardo al lado durante siete años. O seis, cinco… No sé cuántos años estuvo.

Gillespi: Yo estuve pocos meses tocando en algunos shows, pero saqué un volumen que después cuando tocaba con otro me decía: “Ehhh, locooo”. Tenías que tocar al máximo de lo que podías dar con tu instrumento.
Roberto: Era a todo pulmón. Es que en ese sentido me parece que la banda perdió sutileza. Bueno, antes había más calidad en la gente que nos escuchaba. Fuimos perdiendo muchas cosas. Era una banda que sonaba mal en vivo, no te olvides de que en esa época había mucha batería electrónica. Fabiana Cantilo, Charly… Todo el mundo era prolijo. GIT, esa banda sonaba increíble. Nosotros no lográbamos eso. Esos tipos que grabaron en Ibiza…

Gillespi: Sí, es verdad. Lo que pasa es que eso después se transformó en un valor. Hay siempre como una creencia de que vos eras el que lo enfrentabas a Luca en la banda. Esa onda de que “el grupo tiene que ser comercial” o “hay que pegarla”.
Roberto: Mirá, el que quería ir a la tele era Luca. Yo le dije un día: “Mirá, ¿cómo vamos a ir a lo de Badía?”. Yo tenía una vergüenza de ir a Badía…

Gillespi: Siempre lo odiaste a Badía…
Roberto: Ja, ja, ja.

Gillespi: Fuiste muy injusto con él.
Roberto: Sí, fui muy injusto. Y lo increíble es que hoy no me arrepienta de ser injusto.

Andrés: Badía, a mi entender, hacía quedar mal a los Beatles.
Roberto: ¡Claro! Badía hablaba de los Beatles como que eran grandes amigos. Fue el tipo que le sacó acá la revolución a los Beatles. Hablaba de los Beatles de la misma manera que Mateyko hablaba de Julio Iglesias. A Julio Iglesias le quedaba bien Mateyko, ¡pero a los Beatles no les quedaba bien Badía! Era como “y estos cuatro fabulooosos”. Yo decía: “¡Noo, nooo!”. Los Beatles no eran eso. Los Beatles eran los que me alejaban de mi iglesia, de mis padres. Los hacía quedar como re amigables. Los Rolling Stones eran, no sé, los hijos de Lucifer.

Andrés: En la época que tocaba Sumo, sobre todo a mediados de los ochenta, recuerdo cuando tocaron en festivales como el de Rock & Pop. ¿Había un monopolio en cuanto a productoras? Hablo en el sentido de que si no estabas con Daniel Grinbank no tocabas en ningún lado…

Roberto: Bueno, lo que pasó fue que no entendíamos nada y nos pareció que si firmábamos con Grinbank nos iba a ir bárbaro. Mentira. A partir de ese día fuimos megapobres.

Gillespi: Yo me acuerdo de que en la época de After Chabón se hizo un Obras, Petti, y yo te acompañé con una canasta a vender sándwiches por Barrancas de Belgrano. Vendías sándwiches vegetarianos que hacía tu anterior pareja, la mamá de Tamara. Eran sándwiches de pan negro que tenían zanahoria rallada y no sé qué. Boludo, ¡yo te acompañaba a vender los sándwiches esos! Y todo el mundo pensaba que Sumo ganaba fortunas.
Roberto: Fueron mi primer contacto con el vegetarianismo. En un momento era la moda, re loco.

Gillespi: No ganabas guita con la banda.
Roberto: Había chicas que me conocían de boutiques y cambiaba los sándwiches por autógrafos. Por Cabildo. “Si me firmás un autógrafo te compro un sándwich”. Y yo les decía: “¿Dónde querés que te firme?”.

Gillespi: ¿Sabés lo que era este vendiendo sándwiches? Lo que pasó fue que vos, Roberto, te hiciste famoso cuando fuiste al programa de televisión de Guerrero Martinheitz. Eso, boludo… Yo estaba con mis viejos. Mirábamos el programa A solas y no lo podíamos creer. Yo me quería meter abajo de la mesa. No sé si estaba Alfonsín todavía y vos diciendo: “Yo sí, yo fumo porro. Fumo marihuana”, en épocas de militares ¿entendés? Y el negro, lo más choto, diciendo: “Bueno, qué bien”. ¡Era una charla que no se podía creer, boludo! Al otro día estaba todo el mundo hablando de eso, preguntando quién era ese tipo. Nunca te bajaste del caballo en la charla, eras como una especie de Andy Warhol, un tipo de la contracultura. Fue impresionante, no sé si no te invitó una segunda vez. Roberto: No, una sola vez fui…

Gillespi: Ah, la única.
Roberto: Se congestionaron todas las líneas de llamadas. La gente me puteaba.

Gillespi: Y en Sumo, ¿qué carajo pasaba? Porque yo nunca entendí qué carajo pasaba. Por qué eran tan raros.
Roberto: Mucha gente pensaba que éramos así por la droga.

Gillespi: Porque parecía que ustedes iban para lugares distintos, por momentos.
Roberto: Bueno, yo siempre decía que Sumo era por sumar. Decía que Sumo eran distintas capas de música y arriba estaba el pelado. Había dos integrantes que eran del palo del jazz rock: Diego y Ricardo, que quería ser Larry Carlton y en Sumo nada que ver.

Gillespi: Y Diego tenía influencia de Jaco Pastorius, algo así.
Roberto: Bueno, eran de otro palo. No tenían nada que ver con lo alternativo. Los que éramos alternativos éramos Luca, Germán, por escuchar y ser pariente de Timmy, y yo. ¡Si los solos de Germán eran iguales a los de Adrian Belew! Un día le mostré a Belew y me dijo: “Aay Roberto, pero yo no sé. Si lo único que toqué fue Sui Generis”. No sabía tocar y Luca le hacía hacer un solo. Como no sabía tocaba mucho la palanca y eso se transformó en un sonido similar al de Adrian Belew en King Crimson. Eran unos solos terribles.

Gillespi: Sí, sí. Fue muy interesante lo que hizo Germán con muy poco conocimiento…
Roberto: Nada. Germán no sabía nada de nada. Pero fue el que entendió Joy Division. Andá a saber las noches que pasó con Luca escuchando todo eso.

Andrés: Y qué raro debe haber sido para Diego el sonido de bajo que fue fundamental para Joy Division…
Roberto: Antes el que sacaba un sonido tipo Joy Division tocando el bajo era Alejandro Sokol y después también Luca. Diego siempre le agregaba una cosita argentina.

Andrés: En esa época acá se privilegiaba más la técnica, Aznar yendo a estudiar a Estados Unidos, había un sonido más orientado al jazz rock.
Roberto: A nivel técnico, Pedro Aznar fue el tipo que peor le hizo a la música en nuestro país.

Gillespi: Para mí es una falta de respeto.
Roberto: Le enseñó a la gente que tiene que estudiar, que tiene que estar horas y horas practicando para después no tener onda. Talento tiene, onda no tiene. Tiene talento, pero no tiene onda.

Gillespi: Yo pienso igual, no tengo problema en decirlo. Cuando cayó Luca a la Argentina era un extraterrestre. Estaba esa onda acústica amor y paz de Piero, Porchetto de Festival B.A. Rock o era el sonido jazz rock influenciado por los Weather Report.
Roberto: Se copiaba lo peor de la Mahavishnu sumado a lo peor de Gino Vanelli con George Duke, Weather Report ni hablar. Y ni hablar de Steely Dan. El único tipo que logró sacar de todo eso y hacer temas espectaculares acá fue, obviamente, Charly García. Es el único que… Una vez me acuerdo escuché con él una de sus canciones y le dije: “Ese bajo es de Herbie Hancock” y me dijo: “No, no digás nada”. Era una canción de Serú Girán y era el mismo bajo. Serú Girán tenía eso. Creían que eran los Beatles pero no tenían mucho de los Beatles. Estaban más cerca de Manhattan Transfer, mirá lo que te digo. Por eso terminamos revalorizando el rock barrial, sucio, de taller mecánico de Pappo. Porque al final eso es la Argentina. La Argentina es un país de remeras negras que dicen Black Sabbath o tienen la lengua de los Rolling Stones, que tiene una mina con una concha enorme que no se depila que parece una araña y que anda con sus All Stars rojas, parada en un charco en la estación Rubén Darío. Eso es la Argentina.

Salsipuedes
Salsipuedes (Historias de rock argentino) reúne una selección envidiable de conversaciones y suma las experiencias personales del autor.
Publicada por: Planeta
Fecha de publicación: 10/01/2016
Edición: 1a
ISBN: 9789504953289
Disponible en: Libro de bolsillo
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