viernes 26 de abril de 2024
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«Todo lo que necesitás saber sobre la Revolución Rusa», de Pablo Stefanoni y Martín Baña

La Revolución fue rusa, obrera y bolchevique. Pero fue mucho más que eso. Tal vez la mejor manera de evocarla sea contando una historia que valore la pluralidad de voces que formaron parte de ella y que subraye sus anhelos de igualdad y justicia.

Martín Baña y Pablo Stefanoni escribieron un libro agudo y crítico situándose en el momento en que estaba ocurriendo la Revolución. Rescataron los deseos, las prácticas, los temores y las encrucijadas de esos cientos de miles de hombres y mujeres que, en 1917, se rebelaron con la intención de construir un mundo libre.

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

 

4 – Bolcheviques y mencheviques

Como en otros países europeos, en Rusia se fundó un partido socialdemócrata con la aspiración de representar al nuevo proletariado. No obstante, rápidamente la nueva fuerza quedó dividida en dos fracciones: bolcheviques y mencheviques. Las audaces reformulaciones que Lenin hizo del marxismo pusieron en tensión postulados ortodoxos de larga duración y provocaron la ruptura, que se mostraría irremontable. Algunas figuras buscaron la reunificación del partido, aunque sus esfuerzos resultarían infructuosos.

El Reparto Negro fue una agrupación débil en sus comienzos y –a diferencia de La Voluntad del Pueblo– estuvo más orientada hacia el trabajo de masas que hacia el terrorismo. De sus filas saldría en 1883 una fracción llamada Emancipación del Trabajo, formada en el exilio y liderada por Georgy Plejánov, Vera Zasúlich y Pável Axelrod. A este grupo se lo considera como el primero propiamente marxista, ya que colocaba a la clase obrera como el sujeto del cambio. Junto con la Liga de Emancipación de la Clase Obrera –conformada por una segunda generación de marxistas– y los esfuerzos del Bund, un partido socialista judío, pondrían en pie el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) en 1898. Entre los integrantes de la nueva generación se destacarían Vladímir Ilich Uliánov –conocido como Lenin– y Yuli Mártov, quienes hasta ese año se encontraban deportados en Siberia y no pudieron asistir al congreso inaugural celebrado en Minsk.

A fines de 1901 salió a la luz el primer número del periódico partidario, Iskra [La chispa], cuyo ambicioso lema era “de la chispa surgirá la llama”. En 1902 el joven Uliánov publicaba el libro ¿Qué hacer?, texto que lo convertiría en Lenin y en el jefe de la militancia socialdemócrata. Allí rompía lanzas contra las variantes “economicistas” de la socialdemocracia, es decir, aquellas que confiaban en que las luchas reivindicativas de los trabajadores serían generadoras, por sí solas, de una politización socialista. Para Lenin, el capitalismo era un hecho en Rusia y el régimen económico era típico de una sociedad burguesa. Pero sus resultados políticos eran diferentes al del capitalismo occidental: en Rusia todavía persistía el despotismo asiático. Por lo tanto, el partido debía convertirse en una vanguardia que ayudase a las clases subalternas a terminar con el espíritu de sumisión. En pocas palabras: introducir la lucha de clases.

Esto lo había explicado en un artículo fundamental para el caso del campo, “El partido obrero y el campesinado”, de 1901, del cual saldría toda la estrategia del bolchevismo y el propio ¿Qué hacer? Lenin planteaba así la necesidad de introducir “desde afuera”, a través de la acción vanguardista del revolucionario profesional, un espacio político moderno no solo para la clase obrera sino también para el campesinado, con el objetivo de corregir las consecuencias insuficientes del desarrollo espontáneo del capitalismo. Así decía en ¿Qué hacer?: “La doctrina teórica de la socialdemocracia ha surgido en Rusia independiente por completo del crecimiento espontáneo del movimiento obrero, ha surgido como resultado natural e ineludible del desarrollo del pensamiento entre los intelectuales revolucionarios socialistas”. El marxista Lenin evidenciaba aquí una herencia “populista” y se colocaba como un discípulo tardío de Chernyshevsky: el partido debía dirigirse a todas las clases populares y asumirse como el representante de los intereses de todos para acabar con el despotismo.

Pronto, el POSDR se sumiría en fuertes debates internos y, desde 1902 emergerían fracciones enfrentadas. Primero, las divisiones estallaron en la redacción de Iskra y luego en el II Congreso del Partido –que en verdad resultó ser el primer congreso propiamente dicho ya que en el I Congreso de 1898 solo había logrado reunir a nueve delgados– desarrollado entre julio y agosto de 1903. El cónclave se reunió en Bruselas en un local que, según recuerda Trotsky en sus memorias, estaba poblado por gran cantidad de pulgas, y luego prosiguió sus sesiones en Londres. Las discusiones más encendidas referían a un tema en apariencia menor: a quiénes considerar militantes. Pero detrás de estas visiones encontradas anidaba una discrepancia mayor respecto del tipo de partido a construir: mientras que Mártov defendía un modelo de partido más abierto, Lenin contrapuso la necesidad de una organización más disciplinada y profesionalizada, con un marcado vanguardismo que escindía al sujeto social de la conducción partidaria.

El triunfo de la fracción de Lenin en una de las votaciones daría lugar a la división entre bolcheviques [mayoritarios] y mencheviques [minoritarios], aunque durante mucho tiempo estos últimos serían más influyentes y numerosos en Rusia. Lo que parecía una división circunstancial se volvió permanente. No obstante, pese a que en la práctica actuaban como dos partidos en competencia, ambas facciones formarían parte, al menos nominalmente, del POSDR hasta 1912. Trotsky, durante varios años, bregaría por la reunificación partidaria, lo que lo distanciaría de Lenin hasta su adhesión a los bolcheviques en 1917. Sus enemigos internos le recordaron esto hasta sus últimos días.

Con la Revolución de 1905 como una prueba de fuego, la socialdemocracia rusa pasaría a buscar su propia identidad y a adecuar su estrategia a las particularidades de la vida política local. La lucha contra una autocracia ya anacrónica, la mayoría campesina de la población, las nacionalidades oprimidas del Imperio y la debilidad de la pequeña burguesía eran solo algunas de las cuestiones que requerían una reflexión propia que no podía reducirse a una mera imitación de la estrategia de la socialdemocracia alemana.

 

5 – Nacen los sóviets

El zar y la nobleza no comprendieron que los cambios que conllevaba la modernización económica requerían de una nueva estructura política que favoreciera mecanismos de resolución pacífica de los nuevos antagonismos; por el contrario, seguían negándose a aceptar una Constitución y un parlamento. Pero al descontento respecto de la autocracia y el malestar social acumulado se sumó la derrota rusa en la guerra con Japón por el control de Corea y Manchuria. 1905 sería un año decisivo para la ansiada revolución en Rusia.

Junto con la expansión de la industria, el proletariado comenzó a emerger como una fuerza social politizada. El año 1905 se inició con diversas huelgas y protestas obreras por demandas económicas y laborales –sobre todo la jornada de ocho horas–, pero fue el llamado Domingo sangriento del 9 enero de ese año el que desató un verdadero movimiento revolucionario. Ese día, tropas de la Guardia Imperial dispararon contra obreros liderados por Georgy Gapón. El sacerdote ortodoxo había impulsado la Unión de Obreros Industriales Rusos de San Petersburgo, una organización paraestatal que tenía la finalidad de reducir la influencia de los socialistas. El hecho de que el ejército del zar disparara contra trabajadores desarmados que marchaban bajo la sotana de un pope, con un saldo de alrededor de doscientos muertos, causó una enorme conmoción. Por un lado, acabó con lo que quedaba de fidelidad de los trabajadores hacia la figura del zar-protector, en ese entonces encarnada en Nicolás II, y por la otra, sumó rechazos de diversas capas sociales partidarias de una constitucionalización de la vida política.

Las clases medias liberales emergentes pusieron en pie nuevas fuerzas, como el Partido Demócrata Constitucional, conocido como kadete, liderado por Pável Miliukov. La consigna de la convocatoria a una Asamblea Constituyente se fue extendiendo entre liberales y socialistas mientras las huelgas obreras escalaban, pasando del plano económico al político. Además, proseguían los atentados terroristas, como el de un socialista revolucionario que en febrero de 1905 se cobró la vida del gran duque Sergey Aleksándrovich Románov, gobernador general de Moscú e hijo del zar Alejandro II. La agitación se expandió por el campo e incluso entre la flota: los marineros del acorazado Potemkin se rebelaron en junio contra los abusos de sus mandos, que querían obligarlos a comer alimentos en mal estado, y se dirigieron hasta Odesa, donde confraternizaron con los obreros huelguistas. Además, tras la derrota en la guerra con Japón, muchos de los soldados desmovilizados entraron en contacto con los ferroviarios en huelga que levantaban consignas contra la autocracia.

En septiembre, el gobierno anunció la convocatoria a elecciones para una Duma (asamblea legislativa), pero el sistema electoral indirecto fue rechazado por dejar afuera a las masas populares. El movimiento desembocó, en octubre, en una gran huelga general en San Petersburgo, y diversos desórdenes en otras ciudades capitales. La novedad de este movimiento huelguístico, además de su masividad, estuvo dada por una forma organizativa llamada a pervivir y a reactivarse en 1917: los consejos obreros o, simplemente, sóviets.

El primer sóviet apareció a mediados de mayo de 1905 en IvánovoVoznesensk, en el distrito textil de Moscú, la “Mánchester rusa”. Pero esta forma de organización encontró su apogeo durante la huelga general de octubre en la capital, donde se constituyó lo que sería conocido como el Sóviet de Diputados Obreros. El 13 de octubre se celebró la primera sesión en el Instituto Politécnico de San Petersburgo. Como resumió el historiador Oskar Anweiler, el sóviet de San Petersburgo en un principio limitó su tarea a la dirección de la huelga, es decir, no nació con objetivos políticos, sino más bien económicos, que se fueron desbordando. Con el correr de los días se transformaría en un órgano político de representación general de los trabajadores, aunque de manera mínima en 1905. Recién lo sería plenamente en 1917, respondiendo a demandas de grupos sociales que solicitaban su intervención en diversos asuntos. De alguna manera, el origen de los sóviets se encuentra en la necesidad de coordinar la lucha durante las huelgas; de hecho, al principio era difícil distinguir entre sóviet y comité de huelga. Luego terminaría siendo una suerte de “asamblea obrera” que debía tomar posición sobre una multiplicidad de asuntos –grandes y pequeños– y, finalmente, una organización de masas como nunca había existido, generalmente mantenido como un espacio abierto y sin ideología fija. El sóviet solía elegir un comité ejecutivo y comisiones para abordar los diferentes temas.

De manera paradójica, contribuyó a la práctica de elegir delegados una iniciativa del jefe de la policía secreta en Moscú, Sergey Zubátov, un antiguo populista que había logrado infiltrar eficazmente varias organizaciones revolucionarias. La meta de este ambicioso proyecto, que algunos denominaron irónicamente “socialismo policial”, era canalizar las demandas obreras hacia organizaciones controladas por la policía y debilitar así a las incipientes fuerzas socialistas. Pero su gran éxito en términos de convocatoria resultaría su talón de Aquiles: desde 1903 sus actividades resultaron cada vez más difíciles de controlar, hasta acabar en el Domingo sangriento. En los orígenes de los sóviets se puede rastrear la influencia campesina. Algunos historiadores sostienen que las experiencias de la obshchina y del artel’ [cooperativa de trabajadores] pudieron haber intervenido en la invención de los sóviets. De hecho, varios de los nombres utilizados para designar los puestos del sóviet tenían una raigambre campesina, como por ejemplo, stárosta [jefe].

La extensión de la revolución tomó por sorpresa a los partidos. Quien sí llegó a tiempo fue Lev Davídovich Bronstein, más conocido como Trotsky, quien con solo 26 años llegó a ser presidente del Sóviet de San Petersburgo. Buscando evitar la expansión de las protestas, el zar finalmente redactó el “Manifiesto de octubre” por el cual se eliminaban las limitaciones del sufragio para la Duma, la cual tendría poderes que transformarían a la autocracia en una suerte de monarquía constitucional (lo que no ocurrió). Entretanto, los sóviets se habían ido organizando en diversas partes de Rusia. Sin capacidad para derrocar a la autocracia, el contragolpe no tardó en llegar, y en diciembre el Sóviet fue disuelto y varios de sus dirigentes detenidos.

La Revolución de 1905 generó enormes desafíos en la socialdemocracia. Durante el IV y el V Congreso, reunidos en el extranjero en 1906 y 1907, las divergencias se fueron poniendo sobre la mesa en medio de fuertes discusiones tanto teórico-políticas como tácticas. Contra la posición de los mencheviques, Lenin era partidario de buscar la toma del poder, que para sus adversarios era una posición utópica y aventurera, dada la ausencia de las condiciones establecidas por el marxismo ortodoxo para una revolución proletaria. Plejánov y los mencheviques acusaron repetidas veces a Lenin de haberse distanciado del marxismo para revivir el populismo. En este marco, había dos elementos claves: qué posición tomar frente a la burguesía liberal, por un lado, y a la masa de campesinos por el otro.

El marxismo había teorizado sobre la revolución burguesa, cuya tarea era acabar con el absolutismo, abrir paso a un régimen democrático-constitucional y otorgar la tierra a los campesinos. Esa revolución burguesa permitiría luego el fortalecimiento del movimiento obrero junto al proceso de modernización económica –expansión de la industrialización– y cultural del país. Pero mientras que los marxistas europeos conocieron la revolución burguesa como historia, los socialistas rusos debían decidir cómo actuar, en el presente, frente a una revolución en puertas que desde el principio tuvo metas socialistas, con partidos liberales débiles y una clase obrera ya organizada. ¿Cómo aplicar, entonces, la teoría conocida?

En tanto que los mencheviques tenían una lectura más ortodoxa y promovían una alianza con los partidos liberales para derrocar al zarismo, Lenin estaba procesando una actualización de los textos canónicos de Marx y Engels en una nueva síntesis heterodoxa: su convicción –compartida con Trotsky– era que la burguesía como fuerza revolucionaria se había agotado. Como resume Vittorio Strada, para Lenin, “la revolución en curso era burguesa, y no se trataba de realizar inmediatamente una revolución socialista; pero quien dirigía esta revolución burguesa era el proletariado en alianza con los campesinos”. Es más, la “revolución burguesa” no solo sería sin la burguesía sino contra ella. Y a diferencia del desprecio ortodoxo por el campesinado –considerado una rémora del pasado– Lenin plantearía una alianza obrerocampesina, bajo la dirección proletaria, que lo acercaría a las posiciones de los socialistas revolucionarios.

La debilidad numérica de la clase obrera rusa obligaba a Lenin, no obstante, a acentuar la importancia de un comando disciplinado de revolucionarios profesionales. Pero esto no estaba exento de consecuencias: mientras que los mencheviques eran partidarios de reforzar las organizaciones de autogobierno de las masas obreras –especialmente los sóviets, pero también los sindicatos– como formas de politización social, los bolcheviques pondrían toda su energía en el partido, a riesgo de pensar el movimiento social de manera instrumental. Los mencheviques se mostraron prisioneros de su ortodoxia, pese a contar con teóricos de mayor nivel que sus rivales –a excepción de Lenin–, y muchas veces carentes de táctica, pero fueron lúcidos para anticipar algunas de las consecuencias de la estrategia leninista, sobre todo en términos democráticos.

Todo lo que necesitás saber sobre la Revolución Rusa
La Revolución fue rusa, obrera y bolchevique. Pero fue mucho más que eso. Un libro agudo y crítico situándose en el momento en que estaba ocurriendo la Revolución.
Publicada por: Planeta
Fecha de publicación: 09/01/2017
Edición: 1a
ISBN: 978-950-12-9586-3
Disponible en: Libro de bolsillo
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