martes 19 de marzo de 2024
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Nisman: otra postal de la impunidad

Sobre el cuerpo del fiscal Alberto Nisman se realizaron tres pericias en los últimos tres años. Las tres arrojaron resultados diferentes. Una proeza que, probablemente, sólo se pueda lograr en Argentina. Somos un país extraordinario.

Los diez peritos del Cuerpo Forense de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que están entre los mejores de la región, concluyeron que no se pudieron encontrar pruebas de homicidio. No detectaron golpes recientes y que el fiscal estaba solo cuando ocurrió el deceso. Con todo no descartaron ninguna hipótesis. Por entonces la causa era investigada por la justicia ordinaria. Tanto la fiscal como la jueza reconocían, en privado, que estban más cerca de calificar el deceso como suicidio, inducido o no, pero no lo hicieron. La firme posición de la jueza federal Sandra Arroyo Salgado, ex esposa del fiscal, que contrató peritos propios y señaló que se trató de un homicidio las disuadieron. Mejor esperar.

Los cuatro peritos de la Policía Federal que, junto al perito designado por Diego Lagomarsino, conformaron la Junta Criminal fueron contundentes: Nisman se disparó. Nadie estuvo en el departamento cuando esto ocurrió y su cuerpo no fue arrastrado.

Cuando el caso pasó a la Justicia Federal todo cambió. Se conformó una comisión con 24 peritos de la Gendarmería Nacional que resolvió de manera concluyente que el fiscal fue asesinado. Dijeron que lo mataron dos personas, que antes lo golpearon y lo drogaron con Ketamina. Luego fraguaron el escenario del suicidio. El juez Julián Ercolini caratuló la causa como crimen y procesó como partícipe necesario del mismo a Diego Lagomarsino (empleado informático y cotitular en una cuenta bancaria no declarada en el exterior de Nisman). Lagomarsino entregó el arma de la que salió el disparo que terminó con la vida del fiscal. La conclusión es obvia: si lo mataron, el informático es parte del plan. Lo curioso es que el juez no determina quienes son los autores materiales ni intelectuales del homicidio. Tampoco explica cómo ingresaron al departamento de Puerto Madero ni cómo hicieron para no ser vistos ni dejar huellas.

En definitiva, más allá del entusiasmo de esta nueva etapa judicial, el caso genera más dudas que certezas. Quizá lo único claro es la participación de agentes de servicios de inteligencia (locales y extranjeros) en el desenlace fatal. Al margen, servicios de inteligencia que el entonces candidato Mauricio Macri prometió disolver.

En las últimas horas es sencillo comprobar que según sea el lado de la grieta en la que se ubique quien opine sobre el tema “a Nisman lo mataron por la denuncia que hizo contra Cristina Kirchner” o “Nisman se suicidó porque estaba por demostrarse que su denuncia era una farsa”. Esto es posible porque hace años que en Argentina la verdad dejó de ser importante. Ese desapego por los hechos se está convirtiendo en una suerte de estigma. Va desde el periodismo a la población pasando por los jueces.

El caso Nisman, más allá de los supuestos avances en la investigación, corre el riesgo de convertirse en otra postal vergonzosa en concordancia con los atentados contra la AMIA y la Embajada de Israel. Lo único que puede evitarlo es que la resolución del caso no responda a la necesidad política de una facción sino a un gesto serio y decidido que conduzca al fin de la impunidad.