lunes 18 de marzo de 2024
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El cantito

El cantito con insultos al presidente de la nación comenzó en la hinchada de San Lorenzo impulsado por fallos arbitrales que favorecieron a Boca, su circunstancial rival. Es sabido que todas las autoridades de la Asociación del Fútbol Argentino son simpatizantes del equipo xeneize, igual que el propio Mauricio Macri, quien fue uno de los arquitectos fundamentales de esta nueva etapa del fútbol nacional. Además, Macri es el hincha número uno del club que presidió de manera muy exitosa hasta su ingreso a la política. Es lo que se dice un apasionado. Incluso al punto de recibir en la Casa de Gobierno al director técnico del equipo de sus amores. Un festival para las suspicacias. Con todo, las sospechas no tienen base real. Boca lidera el campeonato hace meses con justicia. Es el mejor y el más eficaz dentro de la cancha. (Aclaro para algún desprevenido que soy hincha de Rosario Central, víctima del mayor latrocinio cometido en la historia del fútbol profesional a manos del Boca de Daniel Angelici).

Pero volvamos al cantito. Los insultos se reiteraron en una decena de estadios. “Es un fenómeno del fútbol, es como si cantaran contra Boca”, dijeron en el ejecutivo restándole importancia. Luego el episodio se repitió en un subte paralizado de golpe y en varios recitales de rock. “Se trata de un fenómeno impulsado por sectores del kirchnerismo y la izquierda”, explicaron fuentes no identificadas a periodistas de los principales diarios. Alarmado y solidario, Guillermo Marconi, el titular del sindicato de árbitros deslizó a la prensa que estudiaban parar los partidos donde se insultara al Presidente. Dijo que podría encuadrarse en un hecho de discriminación aunque no se afectaba género, raza ni religión. La idea murió en pocas horas. Una medida de esa naturaleza podría afectar la libertad de expresión (así se considera a las críticas de cualquier tono contra los funcionarios públicos, explicó el constitucionalista Andrés Gil Domínguez). Además la prohibición podría potenciar el fenómeno.

El jueves pasado, el mismo día en que el Presidente hizo su discurso ante la Asamblea Legislativa apelando en reiteradas oportunidades al optimismo (“Ya pasó lo peor”, dijo) y a la unidad de los argentinos (“los convoco a todos”, anunció), “el cantito” fue coreado en la previa al show de la inigualable Patti Smith en el Centro Cultural Kirchner.

Aunque la sorpresa es mayúscula, todavía son pocos en el gobierno los que se preguntan con seriedad el por qué de ese repudio colectivo y con ritmo. Hace apenas unos meses los candidatos del oficialismo obtuvieron un formidable respaldo electoral y la imagen del Presidente –a pesar de algún retroceso atribuible a la reforma previsional y a la difícil situación económica– sigue siendo alta.

Vaya paradoja, uno de los tres objetivos que se planteó el actual Presidente en su primer discurso ante el Congreso fue “unir a los argentinos”. Parece más cerca de alcanzar las otras dos metas enunciadas ese día: batir al narcotráfico y lograr pobreza cero. Es que Macri y sus principales asesores, fuera y dentro del gobierno, se convencieron de que agigantar la grieta era un rentable negocio político. Convencidos de que en gran medida el triunfo electoral estuvo abonado por el rechazo a Cristina Kirchner incentivaron la demonización. El llamado Círculo Rojo celebró la movida. Así el Presidente cayó en la tentación fundacional por la que pasaron casi todos sus predecesores. “Lo que se hizo antes de nosotros estuvo todo mal y todo lo que haremos a partir de ahora será maravilloso”.

Pero fueron más allá. Cualquier cosa vinculada al gobierno anterior, incluso los militantes, simpatizantes o meros votantes fueron defenestrados. Ese “treinta por ciento” de la población pareciera ser tan corrupto como Julio López o De Vido. Reciben planes y no trabajan. “Se robaron todo”. “Son vagos”. La lógica 678 –que tanto entusiasmó a la ex mandataria– tuvo en estos dos años su versión privada. Con mayor o menor brutalidad. Con mayor o menor entusiasmo. Desde el cambio de gobierno comenzó a sonar nuevamente esa música intolerante y sólo unos pocos se excusaron de bailarla.
Hace tiempo que la política se “futbolizó” en la argentina. Para el barra brava el otro “no existe” y hay que borrarlo, destruirlo. “No existís”, se gritan. A veces la dirigencia del club coincide en pensamiento e intereses con los barras. En muchas ocasiones esa dirigencia está integrada por políticos. Una estupidez peligrosa. Sin el otro no hay partido. Sin el otro no hay democracia plena.

Desafío al poder, malestar por la situación económica, factura política… Difícil saber con exactitud los motivos del insulto tribunero contra el Presidente, pero no es disparatado pensar que algo de esa bronca regada con tanta generosidad e indiscriminadamente pueda volver en forma de cantito con puteada.

El último discurso ante la Asamblea Legislativa fue el primero en el que Mauricio Macri no embistió contra sus “enemigos”. Quizá no calzaba bien en una exposición destinada a apelar a la confianza y al optimismo de los argentinos en el momento donde más dudas genera el plan económico del gobierno. O tal vez llegó el tiempo de comprender que el otro, está allí y simplemente piensa de manera diferente y alcanza con enfrentarlo en las urnas.