viernes 19 de abril de 2024
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«Héroes argentinos – Doce médicos que hicieron historia», de Jorge Tartaglione

El médico Jorge Tartaglione relata en Héroes argentinos la vida de doce profesionales que se destacaron durante el siglo XX. Es un libro de Historia escrito por un médico y es, por sobre todas las cosas, un libro repleto de historias.  

«Elegí a estos doce médicos porque los admiro. Estudié con los libros de fisiología de Houssay y semiología de Cossio; pude presenciar conferencias y recorrer salas de enfermos operados del corazón con Favaloro. Admiro la hombría de bien de Illia; el concepto social de la medicina de Carrillo, Mazza y Maradona; el esfuerzo de Grierson para insertarse en un mundo rotun­damente machista; la tenacidad de Agote; el pensamiento de Pichon-Rivière; la audacia de Raffo, y la capacidad de comunicar de Escardó.

Hablamos de doce vidas increíbles, de doce héroes silencio­sos que hicieron aportes decisivos para cambiar la calidad de vida de miles de personas y que además debieron superar los es­collos de la situación sociopolítica del país que les tocó vivir. Fueron brillantes y dedicaron su vida a su tarea. Fue­ron censurados y criticados, cesanteados de cargos y obligados a exiliarse; pero todos, pese a los obstáculos, siguieron adelante». Jorge Tartaglione

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

PIOLÍN DE MACRAMÉ
Florencio Escardó

Soy un desesperado de la educación, escribí cientos de artículos  de divulgación, fui el primer médico que llegó a la radio  y televisión para realizar esta tarea. También, entonces,  me atacaron mis colegas, pensaron que iba contra la profesión  y que me iba a quedar con clientes. Ridículo.

Florencio Escardó

Florencio Escardó fue un médico diferente. Un innovador. Una figura descollante que supo conjugar, a través de los medios masivos de comunicación, el ámbito catedrático con el público. Amalgamó las letras con las costumbres argentinas, la prosa y el tango con los sentimientos nacionales. Supo contar lo que todos vemos pero que a muchos nos es invisible.

Se lo puede considerar el gran renovador de la pediatría argentina y del mundo. Entendió el nexo entre emociones, afectos, familia y enfermedades; cambió normas e impuso metodologías. Apenas nació la televisión en la Argentina, se animó a sentarse frente a las cámaras, dictar cátedra de educación médica y soportar las críticas de los colegas.

El interés por el periodismo lo llevó, desde la juventud, a escribir en el diario Crítica con el seudónimo «Piolín de  Macramé» y, con un humor agudo y fino, supo mostrar la realidad y la psicología porteña. Delgado, sonriente, siempre impecable con camisa blanca rayada y corbata de moño azul.

 

Todo comenzó con Juana

Juana tiene dos años, un cuadro de neumonía y está internada en la sala 17 del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez. La madre puede acompañarla durante el día, pero a la noche debe dejarla al cuidado de médicos, enfermeras y personal del pabellón.

Para la niña, todo es diferente a la casa: la cama, la oscuridad, la mirada curiosa de cada uno de los profesionales que pasa, el frío de una habitación muy grande, los ruidos y hasta los olores. Ese desapego le genera a Juana una sensación de desprotección y angustia que inciden directamente en la recuperación. Está triste, extraña a la madre y enfrenta sola el llamado abandonismo.

Juana provocará que el médico Escardó detecte lo que le pasa y se dé cuenta de que resulta absurdo que la madre no esté al lado del ser más querido para así ayudarla en la recuperación.

En esa época, las madres podían visitar a los hijos internados entre las 17 y las 19 y luego quedaban a merced del sistema institucional. A la noche eran alimentados con mamaderas que colgaban de soportes metálicos de las cunas. Esta imagen conmovió a Escardó cuando a los 22 años ingresó por primera vez a una sala de internación pediátrica.

Al llegar a la jefatura del servicio de pediatría, 17 años después, lo primero que hizo fue modificar esta disposición con un razonamiento muy claro: «Qué puede tener de revolucionario pensar que las madres deben estar con sus hijos enfermos».

La sala 17 del hospital Gutiérrez será recordada como el lugar en el que Escardó realizó grandes innovaciones para la pediatría argentina. Fue el epicentro de la medicina humanizada y donde desplegó un argumento muy lúcido para defender el ideal:

¿Cómo alguien puede aprender pediatría si no se está al lado de la madre? Tardé treinta y dos años en conseguir que las madres entraran a la sala en el Hospital de Niños. ¡Treinta y dos años! Es lo único de lo que estoy orgulloso en la vida.

Esta modificación generó que muchas madres de bajos recursos pudieran permanecer junto a los hijos para que la recuperación no fuese traumática. La nueva modalidad de internación hospitalaria causó un revuelo tremendo, porque las madres de todos los niveles sociales querían internar a los hijos en la sala dirigida por Escardó.

Esta situación alteró el normal funcionamiento del hospital y el jefe de la sala 17 fue citado por el director para que le diera explicaciones del alboroto que causaba la internación de los niños con las madres. Escardó se plantó y le contestó: «¡Deme un argumento razonable de por qué no debo hacerlo!» Este hecho cambió años de abandono y hospitalismo en los niños.

Luego desarrolló esta temática que se convirtió en una obra referencial de la conducta médica, junto a su esposa Eva Giberti, una destacada psicóloga, psicoanalista, asistente social y profesora universitaria argentina. Escardó se orientó por los aspectos psicoemocionales y sociales de la pediatría.

Su logro contra el abandono y el hospitalismo que impuso en la sala 17 fue adquirido por todos los hospitales de Latinoamérica. El hecho de que las madres pudieran internarse con sus hijos tuvo una formidable incidencia en la salud de los niños. Los derechos del niño fueron la gran obsesión de Escardó durante su vida.

Fue Escardó quien describió por primera vez en la Argentina el cuadro de hospitalismo, descripto por el psicoanalista austro-estadounidense René Spitz como

[…] aquel estado de alteración profunda, física y psíquica, que se instala progresivamente en los niños muy pequeños durante los primeros dieciocho meses de vida, si son abandonados o permanecen durante un lapso prolongado en una institución hospitalaria.

Y fue Escardó el que se animó a modificar una metodología que llevaba años impuesta y generaba consecuencias nefastas en los niños. Argumentaba así:

El niño que llega a un hospital ve que no es acompañado […] y queda totalmente entregado al sistema institucional, que reside en el cambio de tres o cuatro enfermeras en el día, cuyo número siempre escaso, las obliga a repartirse y actuar de enfermera, cuidadora, mucama, mandadera y secretaria.

Hoy el concepto es muy claro pero en aquellos años no. Los niños eran introducidos en un ambiente hostil y despersonalizado sin la presencia de sus padres, en una situación solo comparable con la de los presos.

Escardó fue el héroe revolucionario de la pediatría que supo darse cuenta e implementar en la Argentina un método que parecía inconcebible para la rígida sociedad médica de la época. En caso de que el niño debiera ser operado, postulaba:

Al penetrar en un hospital y quedar separado de sus padres recibe una agresión quirúrgica. La solución es simple: el niño debe ser totalmente anestesiado, dormirse en brazos de su madre y despertarse en ellos.

También consideraba que los niños no debían ser tratados como ignorantes. Debían saber con detalle cómo serían los instrumentos que se usarían en el momento de operarlos. Hacía hincapié en que los niños debían trabar una cordial relación con el cirujano y todas las personas presentes en el quirófano.

Esta lucha por los derechos del niño no se limitó solo a lograr la internación conjunta madre e hijo, sino que su preocupación se extendió a la familia. Sostenía que los niños recibían maltratos y que los principales agresores eran los padres o quienes oficiaban como tales. No solo reparó en los maltratos psicológicos sino también le preocupaban los accidentes. Argumentaba su postura con datos que perduran en la actualidad:

La mayoría de los agredidos son menores de tres años y aunque la mayoría de los agresores son pobres también los hay entre gente culta y de buena posición económica. Mueren más niños por accidentes que por todas las enfermedades infecciosas de la infancia en conjunto. La mayor cantidad de accidentes se presenta por debajo de los tres años de edad y ocurren en su gran mayoría dentro del hogar, lo que habla del abandono o maltrato.

Impulsó entonces el trato respetuoso hacia el niño: «La niñez no es una etapa transitoria del hombre sino la raíz de este y su permanente esencialidad».

 

El celador

Escardó nació en Mendoza el 13 de agosto de 1904 de un matrimonio de uruguayos. El padre fue inspector de elaboración de alcoholes y por eso tenía una vida nómade, ya que viajaba al lugar en donde su empresa lo enviaba para auditar a las fábricas de alcohol. Tuvo seis hermanos, tres varones y tres mujeres. Consideraba una ventaja tener hermanas mujeres porque le permitió comprender desde temprano el punto de vista femenino, el que defendió siempre.

La vocación por la medicina es probable que se definiera siguiendo la tradición familiar, ya que su bisabuelo Gregorio de Andrada Tabora y su tío Víctor Escardó y Anaya habían sido médicos muy reconocidos en Uruguay. Florencio contó cierta vez que el bisabuelo médico murió a los 80 años al caer de una mula cuando volvía de atender un parto.

La inclinación periodística la heredaría de sus abuelos: el paterno, director del diario mitrista El Patriota, y el materno, dueño de El Telégrafo Mercantil.

Realizó estudios secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires y por haber transitado por sus aulas se consideraba un universitario desde los 12 años. Egresó en 1922. En esta etapa de su vida tuvo el estímulo para desarrollar la actividad literaria. En una oportunidad, contaba el orgullo que sintió el día que lo designaron celador del colegio:

Un día de los últimos de octubre fui llamado al despacho del vicerrector. Yo cursaba el tercer año y estrenaba mi primer pantalón largo. Introducido en la oficina me dijo simplemente: «Por sus notas y comportamiento ha sido designado celador… Lo felicito». Me tendió la mano y se despidió. Me puse en el ojal el redondel de bronce y volví a mi clase como si me hubieran impuesto la condecoración más preciada del mundo. Para mí lo era. Ardía en deseos de salir. Entré a mi casa con la chapa puesta y fui a besar a mi mamá. […]. Mi madre mirándome y con los ojos y la voz húmedos de lágrimas me apretó contra sí y dijo tan solo una palabra: «¡Hijo!» […] He recibido a lo largo de mi vida, muchas distinciones, he alcanzado cargos de primera importancia y obtenido premios codiciados por muchos, pero ninguno tan decisivo en mi vida… como aquel disco de metal…

Un sobrino le pidió alguna vez que le regalara la tan deseada cucarda y él le contestó: «Pedime lo que quieras menos esa chapa. Es fundamental en mi vida, yo estoy muy orgulloso de haber sido celador de ese colegio».

El libro La casa nueva, el relato de los recuerdos del Colegio Nacional de Buenos Aires que escribió en 1983, fue considerado un nuevo Juvenilia, la obra de Miguel Cané sobre la misma institución, pero de 1884.

En La casa nueva, Escardó transmitió la emoción que le causaba caminar solo por el colegio porque al ser celador gozaba del privilegio de llegar a clase con retraso, ya que debía esperar el arribo del profesor del aula a cargo. Esto le permitía caminar sin sus compañeros por el inmenso edificio y gozar la imponente majestad de las grandes escaleras de mármol. Disfrutaba con acuidad de adolescente de ese pequeño deleite vanidoso y simple.

Consideraba uno de sus grandes logros la incorporación de las mujeres al Colegio Nacional de Buenos Aires. En su momento, la propuesta produjo un gran alboroto, llegándose incluso a acusárselo de inmoral. En el mismo libro cuenta que «se temió por la pureza de los jóvenes porteños».

Escardó argumentaba para sostener su propuesta que en el interior del país todos los colegios eran mixtos, y que el mundo afortunadamente era bisexual. Años más tarde contó que había hecho trampa y que, para ganar, retiró su proyecto aclarando que lo hacía para salvar la honestidad de las muchachas porteñas. Así triunfó por dos votos y, en 1959, las mujeres se incorporaron al Nacional. De esta forma logró convertir el régimen masculino del Colegio Nacional de Buenos Aires y de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini en mixto. Esa iniciativa, como tantas otras en su vida, fue resistida y polémica.

En 1923 ingresó a la Facultad de Medicina y sería en esta etapa de estudiante en la que decidiría ser pediatra, por lo que la práctica la realizó en la guardia del Hospital de Niños de Buenos Aires.

Impactado por el ambiente hospitalario, escribió en esos años la primera versión del libro Siluetas descoloridas, donde con fina ironía realizaba una crónica sobre la vida en esos centros de estudio.

Se recibió el 20 de junio de 1929 y de inmediato viajó a Europa como parte de una comisión médica invitada por la Dirección Nacional de Turismo de Francia. El objetivo fue recorrer las estaciones termales de ese país. Luego de esta excursión decidió quedarse a realizar un curso de perfeccionamiento en pediatría y concurrió como médico asistente a la clínica del profesor Francis Rohmer, de Estrasburgo. Posteriormente se dirigió a Nápoles, donde siguió las lecciones del profesor Ernesto Cacace, creador de la nipiología, el término que agrupa todos los estudios científicos artísticos e históricos relativos a las primeras edades de los niños.

Al regresar, Escardó inició la actividad hospitalaria en el servicio de lactantes de la Maternidad Samuel Gache, del Hospital Rawson. En 1933 eligió la enfermedad celíaca como tema para la tesis de doctorado, por la que recibió el premio Ángel Centeno y un año después ingresó al Hospital de Niños, en el que luego de obtener por concurso todos los puestos, llegó al escalafón jerárquico de jefe de servicio en 1942.

En forma paralela había comenzado la tarea docente y fue nombrado profesor adjunto de clínica pediátrica y puericultura. Junto con el profesor Juan Pedro Garrahan organizó el departamento de Neuropediatría del Hospital de Clínicas.

Escardó pertenecía al grupo de individuos con personalidad inquieta, que todo le interesaba, que cuestionaba cada tarea y que las cosas que emprendía las hacía con pasión. Me identifico profundamente con estas características. Fue tan así que, aún cuando era un joven médico, empezó a replantearse el trabajo:

Comenzó a fermentar dentro de mí una crisis […] la medicina, tal cual la veía a mi alrededor, se me tornó casi incomprensible. Entendí que yo no tenía mucho que ver con el caso clínico y con el libro singular que me querían mostrar en las clases […] empecé a experimentar un sacro horror a los cazadores de premios, a los coleccionistas de certificados de cursos… y fui desembocando en la pediatría psicosomática.

 

El antiperonismo

Nunca tuvo sueldo como médico del Hospital Gutiérrez. El cargo era ad honorem. Pero Escardó no fue la excepción y sufrió el embate de la política y la profundidad de la llamada grieta o de las antinomias profundas que padecemos los argentinos.

En 1946 fue confirmado como profesor adjunto de la materia Pediatría, pero el cargo nunca lo ocupó en rechazo a las medidas de las autoridades universitarias de separar de sus puestos a muchos profesores.

En ese momento, la Universidad de Buenos Aires estaba intervenida por el Poder Ejecutivo y muchos profesores habían sido expulsados por ser opositores a Juan Domingo Perón. El gobierno proyectaba una ley que anulaba la autonomía universitaria y, ante esta situación, los profesores universitarios presentaron un manifiesto redactado por el propio Escardó. A partir de este momento, Escardó estuvo separado de la actividad hospitalaria durante nueve años, período que denominó «el exilio».

Como buen emprendedor, esta situación no lo acobardó y durante ese tiempo armó en el consultorio y en su casa particular una cátedra paralela, que llamó la «escuela» y en la que desarrolló actividad docente. De esos encuentros nació un grupo de médicos que generó una nueva pediatría, con un enfoque psicosomático. Escardó consideraba con buen tino que «se enseña lo mismo en un paraninfo que en una mesa de café».

En el período que fue expulsado de la Facultad de Medicina fue invitado a dar clases o cursos especiales por las facultades de Montevideo, Río de Janeiro, Porto Alegre, La Habana, Medellín y Lima.

Después del golpe militar de 1955, Escardó se reincorporó al Hospital de Niños y, en 1958, fue elegido decano de la Facultad de Medicina y luego vicerrector de la Universidad de Buenos Aires.

En la sala 17 del Hospital de Niños creó un verdadero servicio de asistencia pediátrica. El Ministerio de Salud le cedió un pabellón del hospital a la Facultad de Medicina, el que fue ocupado por enfermos crónicos o por niños abandonados. Escardó le adosó un grupo de residentes médicos que, bajo sus órdenes, cumplían tareas asistenciales. El servicio contaba con dos aulas grandes, pabellón de psicología, sala de terapia de grupo y una unidad metabólica. Esa cátedra creó el primer laboratorio de bacteriología pediátrica, un Centro Audiovisual y un laboratorio de Isótopos reconocido por la Comisión Nacional de Energía Atómica.

Un dato que demuestra el cambio de concepción en la manera de encarar la pediatría fue la creación de la residencia de Psicología Clínica. Esa estupenda transformación llegaría al punto máximo con la creación de una escuela para padres que dirigía la esposa de Escardó. El servicio fue el epicentro de una histórica transformación pedagógica. Comprendió que la familia se enferma en conjunto y que las vitaminas que el niño necesitaba para la recuperación estaban en el afecto. Los psicólogos en ese servicio tenían trabajo diario.

En la Escuela para Padres del Hospital de Niños incorporó el concepto social de la enfermedad. Se consideraba que para obtener un buen diagnóstico y acertar con el tratamiento de los niños asistidos, había que indagar y entender la realidad de las familias. Los alumnos de la cátedra de pediatría completaban la formación con trabajos asistenciales y comunitarios en la Isla Maciel, en Dock Sud, sobre los márgenes bonaerenses del Riachuelo.

En la sala 17 ordenó reemplazar todos los números de las camas por el nombre de cada paciente y cuando internaban un niño era recibido por un pediatra y un psicólogo que realizaban una entrevista conjunta. Se consideraba al niño con una visión integral.

La realidad política argentina volvería a alterar la carrera de Escardó. En julio de 1966, un mes después de que el país entrara en otra dictadura — la de Juan Carlos Onganía, que derrocó a otro médico, Arturo Illia— , se produjo la «Noche de los bastones largos». Una carta enviada a The New York Times por el profesor norteamericano Warren Ambrose, quien en ese momento trabajaba en la UBA, denunció a nivel internacional la brutalidad de lo que ocurría y pedía enviar telegramas de protesta al presidente Onganía. Alumnos y profesores que ocupaban edificios de las facultades de Buenos Aires en defensa de la autonomía universitaria fueron golpeados con ferocidad por la guardia de infantería enviada por Onganía, quien además decretó la intervención a las universidades nacionales y la «depuración» académica. Es decir, la expulsión de las casas de altos estudios a los profesores opositores. Fueron despedidos 700 de los mejores profesores de las universidades argentinas. Ante esta situación, Escardó, a diferencia de lo que había hecho en 1945, no renunció y escribió:

Es posible que mi actitud de 1945 se contradiga con la de 1966… No estoy obligado a dar explicaciones, pero siento que es saludable que lo haga… El avasallamiento era el mismo, pero yo estaba más maduro y sobre todo no me encontraba solo.

La jefatura de la sala 17 del Hospital de Niños la ejercería hasta 1976, año en que fue cesanteado de sus cargos con la llegada de otra dictadura.

 

Un polifacético

Escardó compartió de manera temprana la actividad como médico y profesor universitario con la de poeta, escritor y periodista. A los 16 años escribió un primer libro titulado Versos. Y desde ese momento su vida estuvo signada por la medicina y la literatura.

En la época universitaria, el libro Siluetas desconocidas alcanzó una extensa difusión entre los centros de estudiantes. Su obra literaria abarca diferentes temas: Cosas argentinas, Un pueblo despierto o el ya mencionado La casa nueva sobre su paso por el Colegio Nacional de Buenos Aires.

En Geografía de Buenos Aires describió con pasión y color retazos del Río de la Plata. En el ensayo sobre Eduardo Wilde — médico, periodista, político y uno de los exponentes de la llamada Generación del 80—  reflexionó sobre el humorismo y lo describió entre la honorable agresión y el perdón, un término medio entre la construcción y la demolición, entre el amor y la crítica. Para Escardó, el humorismo era clave para reformar al mundo. Por eso, su costado alegre fue el humor. Un humor con el que analizaba las cosas ordinarias de la vida y nos daba una mueca amable, agridulce y filosófica que, por momentos, nos retrataba.

Otros títulos fueron Poemas de la noche, Un pueblo despierto, La sombra de la nube, Ariel el discípulo, Alma de médico, Qué es la pediatría, Sexología de la familia y La sociedad ante el niño.

Con el seudónimo «Piolín de Macramé», con el que lo había bautizado el escritor Nalé Roxlo — para reemplazar al de «Juan de Garay», que había usado antes— , comenzó a publicar en 1921 la columna «Palabras sin objeto», que se llamó «¡Oh!», «Cosas de argentinos» y «Cosas de porteños». Esas columnas aparecieron en los diarios Crítica, La Razón y La Nación.

Piolín de Macramé era un gran médico de niños y un gran aliviador de hombres. Era agudo y no se privaba de realizar reflexiones sobre Buenos Aires. Muchos de aquellos textos, sutiles e ingeniosos, fueron reunidos en libros que llevan el título genérico ¡Oh!

Los piolinogramas eran contundentes y abarcaban temas como el spray, las vacaciones, los técnicos, los antibióticos, los vecinos, las siglas o los aperitivos. Los relatos siempre tenían un poco de hipocresía, ineficiencia, política mal entendida, pedantería y nunca faltaba la defensa de los niños. Escardó comentaba que Piolín de Macramé, al cabo de los años, supo ganarse los amigos y enemigos que merecía. El humor fue su defensa y él mismo explicaba que si no hubiese sido humorista, habría muerto de pena ante los pacientes. También fue guionista de cine. Escribió la película La cuna vacía, de Carlos Rinaldi, protagonizada por el actor Ángel Magaña.

Tuvo tiempo para todos los géneros: produjo las letras de los tangos «La ciudad que conocí» y «En qué esquina te encuentro Buenos Aires». En 1964 compuso con Eva Giberti «Los ejercicios del bebé», un entrenamiento grabado en un disco para el desarrollo del esquema corporal, «La Enciclopedia Gastronómica Infantil» y fundó la revista Mamina.

En el diario El Mundo firmaba con asiduidad la columna «Educando a la madre del soberano», en la que, entre otros temas, aconsejaba alimentar al niño en la cocina y no en la farmacia. Hacía hincapié en que la alimentación debía provenir de la lechería, del almacén y del mercado. Destacaba la importancia de que el niño comiera lo mismo que el resto de la familia — «nada de cocinar especialmente para él», decía—  y que no tomara alcohol hasta los 15 años. Indicaba no usar licuadoras ni prensa papas — para que los niños mastiquen—  y no darle de comer pasivamente porque lo ideal era que comieran solos. Para Escardó, las enfermedades por disminución de las defensas se resolvían simplemente con una alimentación natural. ¿Antibióticos? No. La leche siempre era el mejor remedio.

El 20 de diciembre de 1989, a los 85 años, fue designado presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), cargo que ocupó hasta su muerte.

Esto de hacerme presidente de la SADE es una humorada de la gente. Yo soy médico. Aunque si no hubiera hecho humorismo, no hubiera podido ejercer la medicina porque nuestra profesión es muy triste.

Escardó había dicho que Piolín de Macramé no era el mejor camino para alcanzar un sillón académico, pero que de todas maneras le costaba mucho permanecer sentado. Le tenía horror a la «cultura glútea». Su objetivo durante la presidencia de la SADE fue conseguir la Ley del Libro para defender los intereses de los escritores y que su trabajo fuera debidamente remunerado. También fomentó la literatura argentina.

La sensibilidad por los niños desbordó en la literatura y en el periodismo al publicar libros de poesías, escribir el guión de una película, conducir un programa de televisión o al colaborar en los diarios.

Fue el primer médico que se animó a utilizar la televisión con fines didácticos. Condujo varios programas desde donde se convirtió en consejero de las madres, a las que guiaba en la crianza de sus hijos.

Soy un desesperado de la educación, escribí cientos de artículos de divulgación, fui el primer médico que llegó a la radio y a la televisión para realizar esta tarea. También entonces me atacaron mis colegas, pensaron que iba contra la profesión y que me iba a quedar sin clientes. Ridículo.

Decidió actuar sobre la comunidad como agente de cambio y fue consciente de los riesgos:

Asumí esa tarea en forma absolutamente personal. Usé todos los medios de difusión que estuvieron a mi alcance, las revistas, los diarios, la radio, el cine, el disco, la televisión, escribí libros de educación familiar.

Al comenzar fue duramente criticado. Se dijo incluso que lo hacía para buscar pacientes. De los colegas recibió críticas durísimas porque consideraban inconcebible que los médicos intervinieran en programas de difusión masiva. Con el tiempo, como suele pasar, los colegas lo buscaron para que los asesores en sus publicaciones.

Colaboró con los programas Buenas tardes mucho gusto, que conducía Ana María Muchnik. Con Eva Giberti participó por Canal 9 del ciclo Tribunal de apelación, junto a abogados y periodistas. Hizo además avisos para la televisión. Fue criticado en el ambiente médico, en especial, porque había uno que se refería al uso de un insecticida. Por esa causa lo expulsaron de la Sociedad Médica.

Pese a todo, fue el primero en difundir cuestiones médicas por televisión. Las mujeres con hijos pequeños no se perdían ningún programa suyo. Los matrimonios muy jóvenes, recién casados y con hijos, aprendieron a criarlos con la voz de Florencio Escardó. Todos los médicos que incursionamos en los medios de comunicación padecemos las mismas críticas de nuestros colegas. Comprender, como lo hacía Escardó, que el objetivo es comunicar y que realizamos lo mismo que hacemos en forma individual en nuestros consultorios, pero en forma masiva. Es importante tener en claro que hay que comunicar conceptos que tengan siempre evidencia científica.

Al cumplir sesenta años de médico, Escardó aseguró en una nota que los niños habían cambiado a partir del viaje a la Luna y lamentaba que carecieran de representación social. Ponía como ejemplo a los arquitectos que no reparaban dónde ponían los enchufes o que se hicieran jardines de infantes en los garajes o las colectas para los patronatos o asilos. Una colecta como la de Unicef no debería ser necesaria si el Estado se ocupara de los menores.

También criticó con dureza al Hospital Garrahan, apenas inaugurado, porque lo consideraba monstruoso, ya que para él no se necesitaban hospitales de niños, sino pequeños hospitales vecinales y un buen servicio de ambulancia ya que el 90 por ciento de las consultas es sobre resfríos, catarros, diarreas y lesiones de piel.

Compartía el mismo criterio que otro de los héroes revolucionarios de este libro, el doctor Ramón Carrillo y, más recientemente, con el ex ministro de Salud Ginés González García. En la actualidad, los centros periféricos de salud y atención comunitaria son los encargados de la atención primaria y cumplen la función que quería Escardó. «El nuevo hospital de niños es un cuartel, un invento de los militares que hay que recorrer en monopatín.»

Consideraba que la figura del curandero surgió por el tecnicismo de muchos médicos:

A causa del instrumentalismo, el médico no toca al paciente, no se comunica, no conversa; y entonces aparecen los curanderos. El médico ha dejado de ser patriarca de la comunidad y así aparecieron los verdaderos médicos, los curanderos.

Pese a ser uno los fundadores de la televisión en la década de 1960, aconsejaba que los chicos no estuvieran más de media hora frente al televisor, debido a que esta tenía un total abandono del control de Estado. Además, argumentaba que muchas madres la usaban como babysitter, ya que habían adquirido nuevas tareas sin abandonar las viejas. Afirmaba que la televisión era el opio de los pueblos con reparto a domicilio. «Que la TV no tenga control es como permitir que se vendan golosinas tóxicas, que se eduque a través de los comerciales.»

Escardó transitó una larga vida y fue un agudo observador de los cambios que sufrió su profesión para bien o para mal. Los niños también modificaron sus costumbres con los nuevos tiempos. Le preocupaba la aceleración con la que vivían, que los llevaba a madurar precozmente. Tal vez algo de razón tenía al considerarlos víctimas de las comunicaciones, la televisión, la radio, el cine y las computadoras.

Los chicos magnetizados por los computadores no les permite pensar, hay un aparato que piensa por ellos. Y así se los convierte en objeto de consumo como pasa con los adolescentes.

No comprendía cómo en los libros de pediatría no había un capítulo para la familia, ya que el pediatra no podía hacerse cargo solo de la enfermedad sino de la totalidad de la vida del niño.

Durante años fui médico del Hospital de Niños, era unos de los jefes que atendía los consultorios externos, empezaba a las seis y media de la mañana. Una cosa que me conmovía era que nunca me traían un chico sucio. Esas mujeres que no tenían agua corriente venían con el niño hecho una maravilla, con los pañales gastados pero limpitos. Se habían levantado a la madrugada para preparar al niño. Eso es conmovedor porque muestra una actitud reverencial hacia el médico.

Destaco su preocupación por los aspectos psicosociales de la enfermedad. Es cierto que la mayoría de las medidas que los médicos postulamos son para aquellos que menos necesidades tienen. Estamos de acuerdo con que la alimentación con leche materna es la mejor manera de prevenir la mortalidad infantil. Pero como Escardó decía:

Nada dicen de las madres que no le pueden dar el pecho a sus hijos, ya sea porque ellas mismas estén mal alimentadas, por falta de madurez psíquica o porque estén obligadas a trabajar.

Destacaba las actividades lúdicas para la crianza:

El juego no es para el niño una recreación placentera sino una función vital, de la que un psicólogo pudo afirmar que es más importante que la respiración y la nutrición.

En una reunión de la AMA, al cumplir las bodas de oro como médico, declaró que se trataba de la última generación de médicos que ejerció su tarea como auténticos profesionales liberales. Marcó una fractura entre dos estilos de la medicina, entre el que sostenía su consultorio y no concebía huelgas médicas y el que trabajaba como empleado en un sanatorio o mutual.

Antes la gente decía: «Me atiende el doctor Fulano», ahora dicen me atiendo en el sanatorio tal […]. El médico es integrante de una clase diferenciada que tiene una serie de deberes específicos que están por encima de los conflictos gremiales. Sus claudicaciones son más significativos y dolorosas que las de otras profesiones.

Estoy de acuerdo en esos conceptos de que la práctica médica ha dejado de suponer una relación personal para convertirse en una empresa comercial. Y que a los médicos nos pesa la influencia de la industria farmacéutica. Los médicos no debemos trabajar gratis, pero la posibilidad de paga del paciente no debe inferir ni en contra ni en pro de nuestra dedicación y eficacia.

Debe valer exactamente igual el millonario o el misérrimo y en caso de duda atender primero al más urgido de los dos, sea cual fuere.

Este es un resumen ajustado de la vida de Escardó.

De su primer matrimonio fue padre de Florencio (también médico pediatra) y de Carmen; luego estuvo casado con Eva Giberti con quien tuvo una hija llamada Eva, y posteriormente, con la licenciada Cecilia Leone.

Me sorprende la vida de Escardó: se animó a todo, trascendió los estereotipos y fue un verdadero revolucionario de la pediatría que renovó conceptos científicos y pedagógicos. Mente diferente, escritor, narrador y ensayista que formó parte del grupo de nuestros mejores humoristas.

Sus publicaciones sobre medicina y psicología infantil abrieron puertas a muchas prácticas terapéuticas innovadoras para la época, entre ellas, darles de comer morcilla a los bebés de tres meses y permitir que las madres compartieran la internación con los hijos.

En 1984 recibió un Konex de platino en Letras y el diploma al mérito en Letras, ambos en literatura de humor y fue distinguido como ciudadano ilustre de la ciudad de Buenos Aires en 1990.

Siempre tuvo un carácter jovial, bondadosamente irónico e inflexible frente al prejuicio y la injusticia. Tengo el recuerdo de verlo en la televisión blanco y negro con una sonrisa, como la de un niño pícaro que iba a cometer una travesura. Vestido con traje anticuado y moño, al mejor estilo Fred Astaire.

Murió el 31 de agosto de 1992 a los 88 años. Sus restos fueron cremados y, respondiendo a su deseo, las cenizas se esparcieron en el Jardín Botánico. Su viuda afirmó que era un hombre guiado por el corazón. Solo quería amar y ser amado.

Unos de sus últimos poemas dice: «¿Qué pasa cuando el amor llega tarde? Que el alma, al fin, encuentra la dulzura de merecer la muerte».

Su consigna: «Mire, yo soy un viejo rayado. Siempre le voy a decir lo mismo: el chico no significa ni representa nada para ninguno de nosotros».

«Quien juega con un niño juega con algo cercano y misterioso», dijo otro grande, Jorge Luis Borges.

Héroes argentinos
Un libro de Historia escrito por un médico y, por sobre todas las cosas, un libro repleto de historias.
Publicada por: Planeta
Fecha de publicación: 05/01/2018
Edición: 1a
ISBN: 978-950-49-6203-8
Disponible en: Libro de bolsillo
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