lunes 18 de marzo de 2024
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Bobos

“Quien se deja llevar/ corto de entendimiento”, así define el diccionario de la Real Academia a la palabra bobo.

El frustrado partido entre la selección argentina frente a su par israelí en Jerusalén que terminó en un grave incidente diplomático es la sumatoria perfecta de la inoperancia política de la Cancillería nacional y la irresponsabilidad de Claudio Chiqui Tapia, mandamás de la Asociación del Fútbol Argentino. Hace dos años que el gobierno de Cambiemos practica una suerte de seguidismo bobo de la política exterior norteamericana y eso explica el aval a un partido de fútbol que, evidentemente, era de alto riesgo. El resto lo hizo por ignorancia y por codicia –por bobo– el presidente de la AFA.

Juntos lograron, en menos de 24 horas, que el país quedase envuelto en un fenomenal escándalo internacional y malquistado con palestinos e israelíes. Esto sin contar la tensión y el malestar generado entre los veintitrés jugadores del seleccionado nacional a diez días del inicio del Mundial de Rusia. De yapa sumaron un desaire al Papa Francisco al no visitarlo en el Vaticano como se había pautado. Para quedar mal es mejor no hacer distinción de credos, razas ni banderas.
La historia finalizó como casi todas las historias en Argentina: nadie se hizo cargo de nada. Tapia, a esta altura una suerte de personaje de Capusotto, llegó a decir que la decisión de suspender el partido en Jerusalén era “una contribución a la paz mundial” en una conferencia de prensa de cuatro minutos que no admitió preguntas.

El canciller Jorge Faurie también se lavó las manos. Trató de convencer a quien quiso escucharlo que el gobierno no tuvo nada que ver con la organización de este “maldito” partido. Y que, en su momento, habían sugerido la sede de Haifa, un puerto sobre el Mediterráneo que no despertaba ninguna polémica.

Falso. La propuesta de la ministra de Deportes y Cultura del gobierno de Israel de elegir la sede de Jerusalén data de unas semanas pero siempre estuvo en carpeta con un objetivo explícito: avalar la decisión norteamericana de mudar su capital a esa ciudad algo repudiado por la mayoría de los países. Toda la movida contó con el auspicio del gobierno argentino. Eso explica, entre otras cosas, la llamada del premier Netanyahu al presidente Mauricio Macri para salvar la situación cuando ya era tarde. Para entonces los jugadores argentinos ya habían firmado la defunción del viaje. Leo Messi, el máximo ídolo de millones de chicos en el mundo árabe, suspiró aliviado.

Faurie seguirá dando explicaciones fáciles de refutar. Argentina hace lo que pide Estados Unidos. Desde contribuir al aislamiento de Irán hasta dinamitar la integración regional. También en un tema tan delicado como la paz en Oriente Medio. La cancillería por ejemplo se abstuvo en la votación de Naciones Unidas contra la decisión de Donald Trump de mover su embajada a Jerusalén. Estados Unidos rompió una neutralidad de 25 años y el gobierno argentino también lo hizo alejándose de Brasil y otros socios latinoamericanos. Un gesto inédito para un país donde conviven dos comunidades muy numerosas de judíos y árabes (tanto musulmanes como cristianos) y donde la apuesta histórica fue por los acuerdos de paz.

En cualquier país serio el papelón hubiese terminado con renuncias y pedidos de disculpas. Tapia no se inmutó. Dicen que no devolverá los tres millones de dólares que la pagaron por intentar la frustrada aventura. Y el Canciller está orgulloso, hace su trabajo. La orden que recibió es obedecer al más grande del planeta aunque este sólo coseche repudios y rechazos. Aunque pague con migajas por los mandados. Negocios son negocios. Y en algunas transacciones hay comprometidos miembros del gabinete.

En tanto, miles de israelíes que pretendían disfrutar del equipo argentino y miles de palestinos que querían tener cerca al mejor jugador del mundo fueron involuntarios perjudicados del bochorno. Ojalá alguna vez una selección argentina pueda jugar en una Jerusalén, capital de dos estados.