martes 19 de marzo de 2024
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Una épica modesta

“Les hablo con el corazón”, dijo y aseguró que vivió los peores cinco meses de su vida después de los de su secuestro en 1991. Durante los 25 minutos que duró el mensaje, se permitió algunas pausas y hasta soltó un par de suspiros profundos. “No ocultes tus emociones”, le sugirieron antes de comenzar a grabar. Mauricio Macri hizo caso. Tampoco se privó de mencionar “las tormentas” que azotaron a su gestión aunque minutos después habló de crisis y emergencia. Está en los manuales no escritos de la política: no se puede usar metáforas cuando la gente sufre y la pasa mal.

En la Casa Rosada aseguran que fue el discurso más importante de los brindados por el Presidente. Se jugaba mucho después de su fallida aparición pública de la semana pasada cuando habló menos de dos minutos y el dólar se escapó como un barrilete sin piolín hasta rozar los 40 pesos. Se trata de un relanzamiento forzado.

El mensaje se emitió una hora después de la fijada. Una muestra más del desconcierto que atravesó a todo el equipo gubernamental durante el fin de semana. Con idas y vueltas, múltiples reuniones, internas palaciegas, ministros degradados y otros que terminaron dándole la espalda antes de ser convocados.

El Presidente reconoció que estamos en “una emergencia” y desarrolló su teoría de las tormentas: aumento de tasas en EE.UU., situación de Brasil, la sequía local y la guerra comercial entre las potencias. Del clima pasó a la geografía y habló de los “ríos que hay que cruzar”. Para luego llamar las cosas por su nombre y le dijo crisis a la crisis. Eso sí, agregó que “tiene que ser la última”.

Volvió a responsabilizar a la herencia recibida no sólo de Cristina Kirchner (habló de décadas de retroceso, 70 años apenas), mencionó el destino venezolano que –según él– hubiese tenido Argentina si Cambiemos no llegaba al gobierno y le tiró al kirchnerismo un par de veces con los cuadernos de la corrupción. A la misma hora en que hablaba, su antecesora visitaba los tribunales otra vez.

Casi no hizo autocrítica. Apenas el reconocimiento de haber elegido el gradualismo como camino y el “excesivo optimismo” con el que encaró la gestión mientras todos los mandatarios internacionales lo felicitaban por el triunfo. No mencionó ningún error más. Está convencido de que el avión va en el rumbo correcto y los vaivenes y sacudidas no son responsabilidad del piloto.

En relación a medidas concretas: les pidió un esfuerzo a los que más ganaron con la devaluación y anunció un impuesto a las exportaciones primarias (4 pesos por dólar exportado) y a las industriales (3 pesos por dólar). “Un impuesto malo, malísimo”, lo definió. Luego les pidió a quienes integran parte de su base electoral: “que entiendan que es una emergencia y necesitamos de su aporte”. La medida ya generó protestas entre los afectados (las entidades del campo se sienten traicionados) y sabor a poco entre los que están convencidos de que se produjo una fenomenal transferencia de recursos de los sectores más pobres a los más acomodados. Se podría haber grabado la tenencia excesiva de dólares, por ejemplo.

Antes de anunciar las retenciones con otro nombre, le hizo un gesto al campo: previo a la aplicación del nuevo impuesto se reducirá hasta el 18 por ciento la alícuota que pagan por exportar soja. Otro mayor se hizo el viernes pasado: como denunció el periodista Matías Longoni, en Agroindustria no cerraron el registro de las DJVE para exportar y las cerealeras anotaron 8 millones de toneladas de exportaciones que no tributarán ni un peso al fisco.

Macri señaló como la gran meta de su gobierno, el déficit cero que minutos después explicaría Nicolás Dujovne en conferencia de prensa. Para hacerlo volvió a utilizar su idea fuerza: “no podemos gastar más de lo que tenemos” y prometió reforzar la ayuda social con dos bonos antes de fin de año (unos 2700 pesos). Algo que fue rechazado por las organizaciones sociales horas después.

En el discurso explicó que “concentraría” su gabinete. El equipo se encogió a la mitad con los mismos nombres de siempre. Hubo cuatro invitados a integrar el gobierno, durante el fin de semana, que prefirieron no participar de la nueva etapa: Ernesto Sánz, Martín Lousteau, Prat Gay y Carlos Melconian. La renovación quedó en ajuste.

Macri democratizó la responsabilidad de los problemas: los argentinos “no fuimos capaces de encontrar unidad en nuestro compromiso de avanzar en las reformas estructurales” y criticó a la oposición: “se aprobaron leyes que destruían el presupuesto aprobado y eso generó un impacto negativo, que aumenta la percepción de riesgo de la Argentina. Y el dólar empezó a subir”. Se refería a una ley que ponía límites al aumento tarifario que el presidente vetó. A pesar de los palos a los opositores, dijo después que se está cerca de un acuerdo para el Presupuesto 2019. Te amo, te odio, dame más.

Finalmente, el presidente reconoció “que con esta devaluación la pobreza va a aumentar”. La pobreza es el parámetro que él mismo eligió para que se evaluara su gestión. No sacará una buena nota y lo sabe.

Con todo, a un año de las elecciones, volvió a subir la apuesta. En una suerte de remake de “estamos mal pero vamos bien” o en traducción de Durán Barba: el presente es horrible pero no hay que volver al pasado porque con nosotros el futuro será mejor.

Del optimismo excesivo a enfrentar la dura realidad de la mano del FMI. Cree que “la gente” lo entenderá. Con su discurso Macri anunció una nueva épica. Más sufrida y modesta. Destinada a salir de la crisis. Nada más.