jueves 25 de abril de 2024
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«Ramones en Argentina», de Gerardo Barberán Aquino

La historia oficial de Ramones, la que se ve en los documentales y en los libros y revistas internacionales que repasan su biografía, toma sus visitas a Sudamérica –Argentina particularmente– como un dato de color, una rareza simpática que nunca se desarrolla del todo. El paso de la banda estadounidense por el Cono Sur no fue solo una curiosidad; fue el momento de mayor convocatoria y éxito comercial de un grupo humano en crisis que ya estaba lejos de sus mejores momentos en su país de origen. En Argentina encontraron lo que no habían encontrado en sus veintidós años de carrera previa y lograron una repercusión imprevisible. Su música se instaló en el país, transformó vidas y hasta apadrinó a una escena punk que se mantiene vigente más de dos décadas después de su último show en Buenos Aires.

Ramones en Argentina viene a cubrir ese agujero negro en la línea de tiempo de la historia de la influyente banda. Todos los Ramones vivos, periodistas, productores, músicos locales e internacionales que tocaron o fueron parte de las visitas entre 1987 y 1996 participan de este libro y son los relatores principales de la trama. No se podía contar desde otro lugar.

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

1995

“Van a tocar todas las bandas”. Ese fue el sorpresivo comunicado de los promotores luego de varios días con los representantes pujando por meter a su grupo en la marquesina de Ramones en su última visita a Obras Sanitarias en 1995. Todo el mundo sabía que estaban en la cuenta regresiva hacia su disolución así que la pelea por ganarse un lugar en el escenario fue feroz.

La escena punk porteña estaba en ebullición. Las bandas eran los frutos de esos diecisiete shows previos, que habían llegado a través de los años casi sin pausas. La mayoría estaba editando con menor y mayor suerte sus primeros discos. Flema, Doble Fuerza, Bien Desocupados y Superuva los lanzaron entre 1994 y 1995; bandas como 2 Minutos, Mal Momento y Mala Suerte estaban grabando sus segundas producciones para ese momento y otras, como Cadena Perpetua, ni siquiera tenían un disco terminado. Pero todos estos nombres ya eran familiares para muchos chicos que también salían los fines de semana en los que Ramones no tocaban en Buenos Aires.

—Todas esas visitas le daban vida a la escena punk local —dice Ernesto Acuña, quien por entonces era mánager de Cadena Perpetua y Fun People.

Cada vez que ellos venían nos hacían crecer a todos.

Las fechas que agrupaban alternadamente a todas estas bandas terminaron acuñando el nombre de festipunks: si alguien te había levantado del piso en un pogo de Obras, si habías cruzado miradas con una chica, o si habías quedado debiendo una cerveza en un recital de Ramones era muy probable que volvieras a encontrarte con esas personas en algún festipunk en Cemento, New Order, Arlequines y un largo etcétera de lugares.

—Había mucha camaradería entre los grupos en esa época —dice Gabriel Ríos, quien en 1995 era baterista de Cadena Perpetua—, no es como hoy en día que se matan por ver quién tiene la mejor guitarra o los mejores equipos. Al ser tantas bandas, todas aceptaban abrir el festival al menos una vez y se aseguraban cerrarlo una vez. Hasta 2 Minutos lo aceptaba y eso que eran los más conocidos.

La nueva visita de los neoyorquinos arrancó con la confirmación de cuatro shows: 2, 3, 4 y 5 de octubre. Las entradas se agotaron prácticamente en el acto y pronto se agregaron dos fechas para el 6 y el 7. Se podrían haber agregado muchas más. No era tanta la cantidad de gente que quería ver a los Ramones, sino que era mucha la que quería volver a verlos. Los spots de Rock & Pop anunciaban la residencia en Obras como “Temporada de Ramones”, parafraseando el viejo gag del dibujo animado de Bugs Bunny y el Pato Lucas: “Temporada de patos/temporada de conejos”. Por pedido de la propia banda, la mayor cantidad posible de grupos iba a tener su oportunidad de tocar con Ramones.

La decisión fue una iniciativa similar a la de Soda Stereo en 1992, cuando convocó a bandas emergentes (Babasónicos, Juana La Loca, Martes Menta, etc.) a que abrieran sus shows para la presentación de Dynamo. Los Ramones estaban por apadrinar a la primera plana de la tercera camada punk argentina: Cadena Perpetua, Flema, 2 Minutos, Mal Momento, Mala Suerte, Doble Fuerza, Superuva, Bien Desocupados y… ¿alguien más?

“¿Qué carajo es Paketengan?”, fue el grito coral que se escuchó al anunciarse la noticia de las bandas soporte. Con seis shows por delante y dos bandas por noche, había lugar para todos pero sorpresivamente un lugar estaba cubierto de antemano. Por expreso pedido de los Ramones, una banda llamada Paketengan debía abrir uno de los shows.

—“¿Quiénes son?”, era la pregunta que se hacían todos —dice Gabriel Ríos—, no en el sentido de qué derecho tenían, sino que nadie sabía de la existencia de la banda.

Ni el más prolífico productor de recitales under conocía a Paketengan. Ningún grupo había compartido un show con ellos. Nadie recordaba un volante con alguna fecha. Al parecer, los Ramones eran los únicos que conocían la existencia de la banda formada en Caballito.

Nadie puede contar la historia de Paketengan. Los músicos que tocaron esa noche con ellos tienen versiones encontradas sobre los orígenes de la banda según lo que recuerdan haber escuchado. Algunos dicen que eran de Mar del Plata, pero en realidad era un grupo surgido de las aulas de la Escuela Superior de Comercio Hipólito Vieytes, en Capital Federal. Durante la segunda visita de Ramones a la Argentina, en 1991, los chicos encontraron a Arturo Vega en algún lugar de Buenos Aires, lo reconocieron y comenzaron a charlar. Vega era mexicano y extremadamente agradable para hablar hasta con desconocidos, así que no hubo barreras de idioma para comunicarse con él. Al finalizar la charla intercambiaron direcciones postales y partir de allí se inició una relación de amistad por correspondencia entre este grupo de chicos y Arturo Vega.

—Desde entonces se la pasaron escribiéndole y llenándole la cabeza al tipo para que la próxima vez los inviten a tocar a ellos —recuerda Ernesto Acuña—; y bueno, ahora había lugar, así que los metieron.

 

Según recuerdan los que los vieron en vivo el día del show, la música de Paketengan consistía en un clásico “punk ramonero”. Los chicos de Caballito habían conseguido su objetivo y estaban camino a vivir la semana de mayor éxito de la historia de la banda en la que fue, tal vez, la única semana en la historia de la banda.

Si bien estaban anunciados seis shows en Obras, hubo una posibilidad de un séptimo. Rock & Pop lanzó un concurso en la radio cuyo premio principal parecía demasiado bueno para ser real: un recital íntimo de Ramones para 50 personas.

Cuándo y dónde sería el show eran consultas que nunca fueron respondidas con claridad por la producción. La fecha se fue aproximando y la agenda ya no permitía hacerle un lugar al recital íntimo así que Rock & Pop decidió que los 50 ganadores tuvieran acceso a la prueba de sonido de Ramones el día previo al primer show en Obras.

1º de octubre: Apenas los neoyorquinos pusieron un pie en Buenos Aires ese domingo fueron trasladados hacia su hogar de Avenida del Libertador. Tenían una semana de conciertos por delante y no había tiempo para perder.

Cuando los cincuenta afortunados ingresaron a Obras se encontraron con un estadio vacío, las luces encendidas y miembros de varias de las bandas que tocaban en la serie de shows esperando por los Ramones.

Obras sin gente, solo el sonidista y nosotros —recuerda Cachorro Raggio, miembro de Mala Suerte—. En un momento se subieron al escenario Marky, Johnny y CJ, yo no la podía creer, me puse pegado al escenario con los codos apoyados y las manos en la cara mirándolos tocar pensando “ya está, después de esto, ¿qué más?”.

—Empezaron haciendo Pet Sematary y después tocaron tres o cuatro canciones más. Fue la única vez que vi en vivo a los Ramones —confiesa Hermann, de Mal Momento.

Por supuesto, ver un show íntimo para cincuenta personas en un bar no es lo mismo que verlo en un lugar para cinco mil. Lo que estaban presenciando los ganadores no era más que una prueba de sonido.

—El show fue básicamente una mierda. Obviamente nadie se puso a poguear un solo tema, estábamos petrificados —recuerda Acuña, mánager de Cadena Perpetua.

Luego de la breve muestra gratis, la banda completa fue llevada hacia otro sector del estadio donde firmarían autógrafos y se sacarían fotos con los ganadores. Ese pequeño evento quedó inmortalizado en una tapa del suplemento Sí! del diario Clarín que se publicó luego de la serie de recitales.

—Ya no sabíamos qué notas hacer con los Ramones —recuerda Fernando García, periodista del Sí! en ese entonces—. Se nos ocurrió ahí, estaban todas las bandas así que los juntamos e hicimos la foto de tapa.

La puesta incluía a un miembro de cada banda: Ricky de Flema, Marcelo

Pedrozo de 2 Minutos, Alejandro Fassi de Mala Suerte, Vala de Cadena Perpetua y Tito de Paketengan estaban de pie. Delante de ellos, sentados, los cuatro Ramones: Joey, Marky, CJ y Johnny. Abajo, en cuclillas: Checha de Superuva, Hugo Irisarri de Doble Fuerza, Naza Rojas de Bien Desocupados y Hermann de Mal Momento.

La nota, titulada Adiós, Ramones, adiós, contenía una breve biografía de cada banda. El retrato de la tapa oficializó el padrinazgo de Ramones a toda la nueva camada punk.

2 de octubre: Mala Suerte y Cadena Perpetua eran los grupos soporte de la primera noche. Las bandas fueron citadas a las tres de la tarde para comenzar a probar sonido a las cuatro. “Caímos a las dos, por supuesto, queríamos verlos y estábamos ansiosos”, dice Gabriel Ríos, que solo tenía dieciséis años cuando tocó con Ramones.

Cuando los tres integrantes de Cadena Perpetua –Hernán Valente, cantante y guitarrista, y Eduardo Graziadei en bajo completaban la formación– llegaron a Obras mostraron orgullosos sus credenciales All Access: Ramones 95 a todos los guardias del estadio. Una especie de Wayne’s World pero con derecho a tocar.

La banda dejó sus bolsos e instrumentos en el medio del estadio vacío y comenzó a dar vueltas por las instalaciones junto a los integrantes de Mala Suerte. Marky Ramone estaba probando la batería, una elegante Pearl negra sin ningún tipo de estridencias; la canción que tocaba era 7 & 7 is, de Acid Eaters. Luego de quince minutos, Marky bajó del escenario y se dirigió a los camarines. En ese momento, Gabriel, el más chico de los Cadena, llegó al escenario gracias a su credencial y pudo hacerse del parche que el baterista de Ramones acababa de descartar. Primer tesoro de la noche, pensó. Aprovechó para sacar fotos de la batería desde todos los ángulos y luego salió corriendo a buscar a sus compañeros de banda que estaban perdidos por los alrededores.

Los roadies de Ramones estaban probando el bajo cuando Gabriel, ansioso y sin encontrar a sus amigos, preguntaba la hora a cada persona que se le cruzaba. La última vez que preguntó fue cuando le tocó el hombro a un tipo de All Stars negras y buzo gris gastado, con la capucha puesta, que miraba al escenario. “Cuando se dió vuelta vi que era CJ Ramone, que estaba escuchando cómo salía el sonido del bajo desde la perspectiva del público”, dice Ríos, que se quedó petrificado cuando CJ le guiñó el ojo y lo saludó.

Los Ramones probaron sonido inmediatamente después de ese episodio. Como en la primera visita, lo hicieron sin Joey. Las voces las probó CJ en su micrófono cantando Cretin Family, del nuevo disco, Adios Amigos. “Vi esa prueba de sonido desde todos lados, ya no sabía dónde ponerme”, dice Cachorro Raggio, de Mala Suerte, que por entonces tenía quince años.

Cuando terminaron, el baterista de Cadena Perpetua salió corriendo para ver si podía conseguir un autógrafo pero no lo dejaron llegar al camarín que estaba pegado a la escalera que comunicaba directamente con el escenario. Cachorro seguía en el campo de Obras.

—Pasaron todos pero faltaba Joey —dice Cachorro—. Entonces lo veo subir al escenario. Se dirige al micrófono que nadie había tocado, lo acerca a su cara y dice en tono muy grave: “UOOOOOH” ¡Y se va! Esa fue toda la prueba de Joey.

A esta altura, Ríos estaba solo en los pasillos de color bordó recién pintados de Obras. Su mirada estaba fija en la puerta del camarín de Ramones. La concentración apagó el sonido en su cabeza y Ríos entró en una ensoñación. Una luz apuntaba directamente a sus ojos. La visión se volvió borrosa hasta que comenzó a detectar una forma. Cuando la forma definió una figura gigante a contraluz, Gabriel supo que tenía delante a Joey Ramone. Para ser precisos, al Joey Ramone que nadie conocía.

—Se venía agarrando de las paredes, no podía caminar —dice Ríos—, me quedé petrificado. Él me quiso esquivar y yo me corrí al mismo tiempo, entonces se cayó al piso.

Una estrella con más de veinte años de giras en una de las épocas más salvajes de la historia del rock; una bestia de dos metros de largo estaba tirada en el suelo, a centímetros de la puerta de su camarín, derribada por un chico de 16 años que lo miraba con impresión.

—Me pareció como una rata gigante —recuerda Ríos—. Los anteojos salieron volando, estaba todo despeinado y debajo de todo ese pelo oscuro se notaban las raíces totalmente blancas.

Para ese momento, Raggio ya había llegado al pasillo para ver al gigante caído.

—Apoyó sus manos para levantar su cuerpo —dice Raggio— pero no lo logró, se le vencieron los brazos y volvió a pegar la cara contra el piso.

Entonces sucedió algo que hizo que la situación fuera aun más extraña: Joey, desde el suelo, comenzó a reír. Reía a carcajadas, la saliva caía de su boca y explotaba en el suelo. Le generaba risa su propio fracaso.

La imagen era absurda y patética. Revelaba mucho más de lo que los dos adolescentes que lo miraban atónitos estaban dispuestos a conocer. Las piernas de Joey quedaron en el aire; usaba unas zapatillas Reebok negras, cañas altas, con unos fierros atados a los tobillos con cinta adhesiva negra. Eso era lo que no se veía desde abajo del escenario; el engranaje que permitía que Joey se sostuviera parado delante del público cada noche durante 75 minutos luego de toda una vida de heridas en los pies que terminaron por estropear y entorpecer su andar.

Finalmente, Gabriel le extendió su mano para ayudarlo. Como no podía levantarlo solo, dos encargados de seguridad alzaron a Joey y lo acompañaron hasta la salida de emergencia. Afuera esperaba la combi que lo llevaría de vuelta al hotel a descansar. Había un show que dar.

Un cartel altísimo, entre muchos que iluminaban la Avenida del Libertador, con la inscripción “Estadio Obras” entre dos logos de Coca-Cola le daba la bienvenida por última vez a los ramoneros que, luego de algunas cervezas en el cordón de la vereda, comenzaron a ingresar desde las 20.

La primera banda, Mala Suerte, estaba anunciada para las ocho y media de la noche, y el estadio ya estaba repleto. “Como llegamos primeros, nos preguntaron qué camarín queríamos usar, había uno al lado del de Ramones y otro más alejado. ¿Cuál íbamos a elegir?”, dice Raggio.

La pared que separaba un camarín de otro era de durlock y no llegaba hasta el techo. Este detalle lo advirtieron todas las bandas que ocuparon ese camarín durante la semana y todos tuvieron la misma idea: encontrar la forma de treparse y espiar la intimidad de los Ramones.

Si bien hicieron todas las travesuras posibles para ver a los neoyorquinos, Mala Suerte también se había tomado un tiempo para pensar en su show y generar una primera impresión de alto impacto arriba del escenario. Para 1995, la banda estaba alejándose del sonido que los emparentaba mucho con los primeros discos de Attaque 77 y estaba comenzando a explorar las influencias celtas de bandas como The Pogues; por eso convocaron a un amigo que tocaba la gaita para que abriera el show.

Cinco mil fanáticos de Ramones esperando por la banda que no pisaba ese escenario desde hacía más de un año y lo primero que ven es a un tipo, solo, tocando la gaita. Quizá no fue la idea más brillante.

—Era un genio de la música celta, se tocaba todo el tipo —recuerda Raggio—. Era todo lo opuesto a nosotros y lo mandamos al muere. En los ensayos lo incentivábamos mucho para que salga con huevos y la rompa. Le dábamos aliento y así empezó a tener confianza, pero nosotros sabíamos perfectamente lo que iba a pasar.

Lo que pasó fue que, en cuestión de segundos, el gaitero fue completamente bañado en escupitajos. Completo. De arriba abajo. Tenía a cinco mil punks apuntando en una sola dirección. “Después comenzamos a tocar con toda la banda y se hizo más parejo, los pollos fueron para todos”, dice Raggio.

Luego del show de Mala Suerte había solo quince minutos para desmontar y enchufar los equipos de Cadena Perpetua, que salió al escenario a las nueve y diez.

—Teníamos veinticinco minutos para tocar doce canciones. Tan rápido, tantas canciones, hoy no lo podría hacer —dice Gabriel Ríos.

Además de sus temas, Cadena Perpetua incluyó en su set dos covers: el tango Por una cabeza y Ellos dicen mierda, de La Polla Records, para finalizar el show.

Mientras tanto, en los camarines, los Ramones estaban precalentando, como solían hacer antes de cada show. Marky practicaba golpeando con sus palillos una improvisada batería muda y CJ enchufaba un pequeño equipo. Entre los dos practicaban algunas canciones enteras de la lista y del otro lado del durlock algunos integrantes de Mala Suerte ya estaban parando las orejas.

—Nos dimos cuenta de que estaba sonando Judy Is A Punk —recuerda Cachorro—. No dudé ni un segundo y la empecé a cantar. ¡Estábamos tocando juntos pero divididos por un durlock, por Dios! La canción ya se terminaba y con eso este momento maravilloso que no quería que terminara, así que al final de la canción les grité el típico “one, two three, four” y la magia se hizo presente: como si fuera un recital, arrancaron con la canción que seguía y seguimos cantando.

Los Ramones subieron finalmente al escenario a las diez de la noche para comenzar la serie de seis shows consecutivos en Obras y esta vez no estaba asegurada una nueva visita. Había que ir a verlos. O a despedirlos.

3 de octubre: La lluvia cayó incesantemente en Buenos Aires a lo largo del día y no paró cuando las puertas de Obras se abrieron a las ocho de la noche. Los que no fueron al recital vieron por TV un acontecimiento deportivo histórico: en el Maracaná, Vélez Sársfield perdía tres a cero contra el Flamengo y se estaba quedando afuera de la Supercopa. Luego de soportar las cargadas de los rivales, Flavio Zandoná le cruzó un zurdazo a mano cerrada desde atrás a Edmundo en una de las piñas más recordadas de la rivalidad futbolística entre Argentina y Brasil. En una semana con muchas noticias, esta fue una de las que tuvo mayor repercusión.

Mientras tanto, para los que sí llegaron a Obras, las bandas que iban a abrir el show esa noche eran Bien Desocupados y Paketengan.

Bien Desocupados era una banda en pleno ascenso que acababa de editar su primer disco, A quién le importa, y había recibido buenas críticas en los diarios de mayor circulación. Sus integrantes pertenecían a la legión de fans de Ramones que los seguía a todos lados cuando llegaban a la Argentina. “Desde el 91 ya teníamos fotos con todos. Estábamos día y noche en el hotel.

Los conocíamos bastante”, dice Alejandro Rojas Gauna, bajista de Bien Desocupados.

Paketengan estaba dando su show mientras en el campo se cantaba en contra de los que estaban ubicados en la platea y la popular puteaba a los del campo. Un absurdo duelo de hinchadas. Eso sí, los tres sectores del estadio coincidían cuando encontraban un enemigo en común: “El que no salta es stone” y “Esta es la banda de los Ramones, la que se coge a los Stones” eran coreadas al unísono en cualquier rincón de Obras.

Afuera del estadio, en un bar que cualquiera de la popular o campo definiría como “cheto”, estaban los Bien Desocupados haciendo tiempo hasta que se hiciera la hora de tocar. La calma antes de la tormenta.

—Nunca me sentí cómodo en ese bar —dice Rojas Gauna—, era muy caro así que me fui solo a buscar otro.

Alejandro caminó unas cuadras por Avenida del Libertador y no encontró un lugar mejor para sentarse a tomar una cerveza con sus compañeros. Mientras caminaba de regreso vio la intermitente luz verde de una sirena de ambulancia. Apuró el paso y cuando llegó a la puerta del bar se encontró con sus compañeros saliendo del lugar. Ellos tampoco se sentían cómodos. Una atmósfera extraña se posaba sobre la banda.

Ale, Naza, Gabo, Martín y Fitito caminaron juntos por Libertador durante dos cuadras hasta llegar a Obras. La ambulancia seguía allí; una persona había sufrido un ataque al corazón en una de las puertas de acceso. La sensación generalizada de la banda, finalmente, encontró su razón: la persona, que fallecería en la ambulancia camino al hospital, era el papá de Gabo, el guitarrista de Bien Desocupados.

Gustavo Mazur tenía cuarenta y cinco años cuando llegó a Obras para ver tocar a su hijo, como lo solía hacer cada vez que podía cuando tocaban en Arlequines o algún teatro de zona sur. Sabía que esa era la gran noche de su hijo, que iba a cumplir su sueño de tocar con sus ídolos. Mazur se dirigió a la puerta por donde ingresaban los invitados y justo en el momento en el que le dieron sus entradas cayó al piso. Cualquiera que haya tenido relación con la banda sabía quién era Gustavo, una especie de mentor para ese grupo de amigos que apenas llegaban a los veinte años. “La noticia llegó muy rápido a Obras y a los Ramones. Ellos entendieron al instante que el papá del guitarrista de Bien Desocupados era también mi papá”, recuerda Daniela Mazur, la fan que a esta altura ya se había vuelto amiga de la banda.

—Es el papá de Daniela, y ella tampoco tiene mamá —dijo preocupado Johnny Ramone en camarines al enterarse de la noticia.

Con toda la banda en estado de shock, era obvio que Bien Desocupados no se presentaría esa noche. La decisión se comunicó al público de Obras y la reacción fue inexplicable: la gente lanzó el grito de guerra de Ramones, “Hey ho, lets go”, como celebrando que, al no tocar, la salida de los neoyorquinos estaba más cerca. Apenas dieron a conocer la noticia las luces de Obras se apagaron por completo. No era el anuncio de que se venían los Ramones. No había música, no había iluminación de ningún tipo. Cinco mil personas quedaron a oscuras y nadie sabía por qué. El motivo del apagón fue que la tormenta que había afuera del estadio provocó la explosión en la red eléctrica del barrio y dejó automáticamente sin luz a la Avenida del Libertador.

Con el estadio totalmente negro, comenzaron los movimientos y empujones en el público, la oscuridad le daba impunidad a los de la popular para saltar hacia el campo. A nadie le importaba caer sobre otra persona desprevenida, la invasión se contó en centenas.

De pronto, un sonido mecánico ensordeció a los presentes. Las luces comenzaron a prenderse de a poco gracias a los generadores que consiguió la organización rápidamente. No se podía saber con claridad cuándo iba a volver la energía, lo que sí se sabía eran tres cosas: que los equipos de los Ramones funcionarían al ciento por ciento; que la iluminación que había preparado Arturo Vega no funcionaría a pleno –solo contaba con unos seguidores y pocas de las luces plantadas en el escenario–¸ y la última confirmación era que ese sonido de tractor que producían los generadores no se iba a callar nunca.

Lo que siguió fue uno de los shows más raros de Ramones en la Argentina. El contexto fue por demás desolador y trágico. Haciéndose cargo del día que les tocó, la banda agregó la lista una canción que grabaron en Acid Eaters:

Have You Ever Seen The Rain, de Creedence. Antes de los bises a cargo de CJ Ramone, la luz volvió y la noche cerró como tratando de disimular lo ocurrido. Igualmente, el sabor amargo permanecía. Afuera la lluvia, por suerte, había terminado.

Esa noche Daniela no pudo volver a su casa. Eligió regresar a la habitación que tenía reservada en el hotel Hyatt, ya una costumbre con cada visita de Ramones. Al llegar a su cuarto, vio que tenía varios mensajes: todos eran de CJ Ramone pidiéndole que se pusiera en contacto con él apenas los escuche.

—Lo llamé y enseguida vino al cuarto a estar conmigo. Yo no podía parar de llorar. Mi papá era todo mi mundo. Iba a ser la mejor noche de mi vida, con mi hermano en el escenario junto a mis Ramones y terminó siendo el día más espantoso que viví —dice Daniela.

CJ se quedó toda la noche despierto, dándole fuerzas y haciéndole compañía a su amiga. Al otro día, la plana mayor de los Ramones se puso a disposición.

—Joey me llamó y dijo que quería verme. Me invitó a almorzar y trató de consolarme—recuerda Daniela—. Johnny también me habló y me contó de sus pérdidas en la vida, fue súper sensible.

 

4 de octubre: Doble Fuerza abrió la noche del miércoles. Con un primer disco en la calle, Hugo Irisarri y compañía atacaron el escenario. “El solo hecho de estar parado en el mismo lugar en el que luego iba a estar Joey me hizo sentir bendecido”, dice el cantante de Doble Fuerza. La banda tuvo que conformarse con el camarín más alejado del de Ramones pero igual pudieron acceder a ellos; como muchos otros, los músicos decidieron ir por un saludo respetuoso y nada más. “Llevé unas cosas y no se las pude dar. Me cagué en los pantalones”, recuerda Hugo.

Los Ramones, que ya le habían dado lugar a bandas soporte con alto contenido político en sus letras, otras más oscuras y otras más proletarias, por primera vez iban a darle lugar a lo más nihilista de la escena porteña: Flema, quienes a través de su cantante ultracarismático, Ricky Espinosa, se ubicaban más cerca de la lírica autodestructiva de Dee Dee Ramone que de la de los últimos discos de los neoyorquinos.

Flema ya era una de las bandas más representativas del punk local. Tenían editados dos discos: El Exceso… y Nunca Nos Fuimos. Frases como “Si yo soy así, no es por culpa de la droga” o “Solo en la cama, mirando al techo, con mi bolsita de pegamento”, por supuesto, nunca habían llegado a escucharse en MTV, pero ya eran himnos en el under porteño. Sin embargo, Flema nunca había tocado –ni volvería a tocar– en Obras Sanitarias. La producción les prohibió tomar alcohol antes del show y la banda se comprometió a cumplir con el pedido. “Fue una de las experiencias más intensas que viví”, recuerda Fernando Rossi, bajista de Flema.

La falta de alcohol como elemento de distracción en una banda que prácticamente funcionaba con la cerveza como combustible hizo que los momentos previos al show fueran largos y tensos. “Todos estábamos un poco nerviosos, estábamos muy concentrados”, dice Rossi.

A Flema le había tocado el camarín contiguo al de Ramones y cuando se acercó el momento de salir se empezó a escuchar al público cantando para que subieran a tocar. Los gritos se escuchaban claramente desde los camarines ya que estaban solo a unos escalones del escenario, pero la mayor sorpresa para la banda de Gerli fue que del otro lado del durlock se empezaron a sumar los gritos de aliento: eran los Ramones los que ahoran coreaban y golpeaban las mesas siguiéndole la corriente al público.

—No entendí nada de lo que decían, supongo que era algo buena onda por el recibimiento que íbamos a tener de la gente —recuerda Rossi—. Inclusive Marky golpeó sus palillos contra esa pared divisoria. Pasaron muchos años y sigo pensando que fue un saludo de ellos a nosotros, como un hermano mayor que te saluda y da fuerzas.

Con semejante impulso, Flema llegó hasta los escalones que los llevarían al escenario. Allí se abrazaron entre los cinco integrantes. Ricky tomó la palabra primero y luego Fernando: pidieron que pensaran en sus familias, en sus padres. Luego de la arenga, se dieron un beso y salieron a dar su primer y único show en Obras.

—Cumplimos con nuestras expectativas y tocamos realmente bien —dice Rossi—. Si bien con los años tocamos en shows más masivos, nunca volvimos a sentir lo mismo. Creo que para Flema ese show está en el podio de los mejores tres del grupo.

5 de octubre: Luego de estar al borde de perderlo todo en 1994, Mal Momento jugó bien sus fichas; el pedido de disculpas con la organización en los agradecimientos de su disco debut y un gran segundo álbum, Fin de fiesta, hicieron que la carta blanca de Ramones para que todas las bandas de la escena fueran consideradas los pusieran de nuevo en el cartel con los neoyorquinos.

El año anterior, Hermann, cantante de Mal Momento, a pesar de ser parte del show, no pudo ver a los Ramones en escena.

—Esa vez no llegué a verlos porque se me dio con una chica que me tenía a maltraer desde hace años, así que ¿qué Ramones? ¡Vamos a coger! —dice Hermann.

Esta vez la experiencia sería similar ya que el cantante de Mal Momento no pudo ver a los Ramones en vivo en ninguna de las dos veces en las que tocó con ellos. “Creo que de la emoción, cuando terminamos de tocar me fui de Obras”. Esto es lo único que recuerda Hermann de aquella noche de octubre en la que descargó la emoción contenida por tocar con sus ídolos simplemente yéndose del estadio.

Luego de la trágica noche del 3 de octubre, y todavía conmovidos por lo ocurrido, un llamado de la producción a Bien Desocupados les ofreció la oportunidad de dar su show en Obras. El pedido vino desde los propios Ramones. Los músicos estaban muy golpeados anímicamente así que la decisión no fue fácil, aunque la banda ya había estado en una situación similar.

Meses antes, Nazareno Rojas, guitarrista de Bien Desocupados, estuvo involucrado en una discusión en la puerta de la discoteca El Dorado; los patovicas de la discoteca lo separaron y le dieron una golpiza salvaje que lo terminó mandando al hospital. Al otro día, con Naza internado, Bien Desocupados tenía agendado un show al que ningún integrante pensaba asistir.

—Si ustedes tocan, le va a llegar a Naza —fueron las palabras con las que Gustavo Mazur intentó convencer a la banda—. Toquen porque le va a hacer bien.

Cuando Gabo, el otro guitarrista de Bien Desocupados, recordó aquella situación, no lo dudó: “Vamos a tocar”, dijo. Sería la mejor forma de rendirle homenaje a su padre.

—Tocar en esas condiciones ya fue otra cosa. Estábamos muy mal, pero salimos y vimos todo el estadio lleno. Fue increíble —recuerda Ariel Rojas Gauna.

Por si hiciera falta más apoyo, mientras estaban tocando, a la izquierda del escenario de Obras, CJ y Joey Ramone se acercaron a escuchar el set de Bien Desocupados. “Cuando los vimos se nos aflojaron las piernas”, dice Rojas Gauna.

Como si fuese un comentarista en el campo de juego de un partido de fútbol, el Ruso Verea relató esa noche con precisión todo lo que pasaba cuando los Ramones estaban a metros del escenario, con The Good, The Bad & The Ugly ya rebotando en todo el estadio. “CJ hace unos movimientos de elongación, moviendo el cuello. Joey ya se puso sus guantes”, contaba el Ruso en la transmisión de Rock & Pop.

—La gente que escuchó el relato me dijo que les dieron ganas de salir a comprar diez entradas más —dice Verea.

Luego de que CJ le dejara un cigarrillo por la mitad al conductor, justo antes de subir al escenario, los Ramones estaban listos para otro show en Buenos Aires.

“Esta canción es para Daniela… Take It As It Comes”, dijo Joey Ramone a modo de consejo antes de la versión ramonera del tema de The Doors esa noche.

6 y 7 de octubre: Estas últimas fechas fueron confirmadas a último momento el lunes 2. Ambos shows tuvieron a Superuva y 2 Minutos como bandas soporte, pero el último tuvo un condimento particular. Como al otro día se llevaban a cabo las elecciones nacionales, la veda electoral exigía que todo terminara bien temprano.

Si se pensaba que ya no había un espectáculo más argentino que ir a ver a Ramones a Obras, ese sábado se comprobó que había algo, tal vez lo único: Diego Armando Maradona se volvía a poner la camiseta de Boca Juniors luego de catorce años. Lo haría en la mismísima Bombonera en un partido por el campeonato local frente a Colón de Santa Fe. Las entradas se habían agotado en solo tres horas. Nadie quería perderse el regreso de Diego que, con 35 años, barba candado y una franja platinada al costado de su cabeza, cumplía su sueño de volver, para luego retirarse en Boca. Ese mismo día, Maradona lanzó una de sus frases más populares: “A Toresani le digo, Segurola y Habana 4310, séptimo piso. Y vamos a ver si me dura treinta segundos”.

Esa tarde hubo cinco mil personas que no vieron ni la vuelta de Diego ni sus declaraciones. Para ver el partido, había que perderse a los Ramones, y por más que venían de cinco noches consecutivas a estadio lleno, esta parecía ser la última. Para siempre.

Las puertas del estadio de Obras Sanitarias se abrieron a las tres menos cuarto de la tarde. Superuva iba a ser la primera banda y se subió al escenario a las tres y veinte. 2 Minutos armó un set de media hora donde agrupó en poco más de quince canciones de sus dos discos, Valentín Alsina y Volvió la alegría, vieja!!! El show arrancó a las cuatro de la tarde. Unos meses atrás, 2 Minutos ya había conquistado Obras por su propia cuenta. Se estaba convirtiendo en la tercera gran banda punk en consagrarse en la Argentina.

Con la luz del sol todavía cubriendo toda la ciudad, los Ramones subieron al escenario de Obras Sanitarias por última vez en su carrera a las cinco de la tarde. La sensación era rara por el horario; aunque era un lugar cerrado, la luz atravesaba las ventanas del estadio y no permitían que los juegos de luces cumplieran con su objetivo.

Un show a oscuras y otro con luz solar. Así de particular fue la seguidilla de actuaciones de 1995. A las seis y media de la tarde los Ramones terminaron su show con Joey Ramone diciendo las palabras más esperadas por los fans: “Adiós, amigos. Nos vemos en marzo”.

El público comenzó a salir de Obras con la certeza de que no sería la última vez que verían a los cuatro neoyorquinos juntos. Iba a haber una próxima.

Ramones en Argentina
Todos los Ramones, periodistas, productores, músicos locales e internacionales que tocaron o fueron parte de las visitas a Argentina entre 1987 y 1996 en un solo libro.
Publicada por: Gourmet Musical Ediciones
Fecha de publicación: 09/01/2018
Edición: 1a
ISBN: 978-987-3823-28-2
Disponible en: Libro de bolsillo
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