viernes 19 de abril de 2024
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«Historia de la actividad espacial en Argentina», de Pablo de León

Historia de la actividad espacial en Argentina es el primer libro en su género. Hasta su publicación, los proyectos y las realizaciones locales en el ámbito del espacio y la astronáutica parecían un tema inexistente y, durante los años noventa, incluso tabú.

De León investigó durante más de una década, reuniendo información de diversas fuentes y realizando más de sesenta entrevistas a los protagonistas del desarrollo espacial argentino. El resultado de ese trabajo dio lugar a dos libros: el presente, que cubre desde los inicios de la actividad espacial en Argentina hasta el último vuelo del cohete Tauro 09 –incluidos los programas y las prácticas oficiales y amateur– y otro publicado por Lenguaje claro Editora en 2017, que cubre el programa del cohete/misil Cóndor.

Gracias a la convicción, el empecinamiento y el entusiasmo de personas del ámbito civil reunidas en asociaciones de investigación y difusión –en particular, la Asociación Argentina Interplanetaria, presidida hasta su muerte por el ingeniero Teófilo Tabanera– Argentina vio crecer y afianzar su actividad espacial entre las décadas de 1960 y 1980, pero debido a –por lo menos– políticas deficientes, la mayor parte de lo realizado fue desmantelado en los años noventa. Este libro permite proyectar el futuro de un área científico-tecnológica que merece atención y apoyos sostenidos para impulsar al país al desarrollo autónomo que merece avanzado ya el siglo veintiuno.

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

 

Capítulo 13 – Lanzamientos en Argentina – Aldo Zeoli

En 1959 en el Instituto Aerotécnico se planteaba la posibilidad de fabricar un cohete-sonda. En ese momento no existían aún propulsantes compuestos en el país y todavía no se había establecido contacto con fábricas del exterior, entonces se decidió utilizar un propulsante bibásico.

Según el comodoro Luis Cueto, que trabajaba en el Instituto en aquellos años, “la finalidad era poner a punto un equipo de diseño, construcción y ensayos mediante la ejecución de un desarrollo concreto”.

En esos momentos se encontraba al frente del Instituto un hombre que supo destinar una parte importante de los recursos existentes a la investigación espacial, el comodoro Aldo Zeoli.

Zeoli nació en Rosario, provincia de Santa Fe el 3 de junio de 1916. Allí cursó sus estudios primarios y realizó el secundario en la escuela industrial, de la que egresó como Técnico Mecánico. En 1939 ingresó en la Universidad Nacional de Córdoba, donde se recibió de ingeniero aeronáutico en 1943.

Comenzó a trabajar de ingeniero proyectista en el Instituto Aerotécnico como personal civil, pero, por invitación del brigadier San Martín, fue asimilado como personal militar con el grado de primer teniente, lo cual era frecuente en el caso de egresados universitarios.

La Fuerza Aérea decidió enviarlo al exterior para especializarse y Zeoli viajó a Inglaterra para realizar una capacitación en los laboratorios de la Power Jets, en Lutterworth, donde años antes Frank Whittle había creado la primera turbina jet de ese país. Power Jets era en realidad una compañía privada, en la que se organizaban cursos de perfeccionamiento para personal de las fuerzas armadas. Debido a la relación especial que Argentina mantenía en ese momento con Inglaterra, oficiales argentinos tenían la posibilidad de asistir a los mismos cursos que los oficiales ingleses. Es posible que allí Zeoli combinara su educación como ingeniero y su escasa formación militar con el ambiente de una compañía privada, lo que le permitió adquirir un punto de vista práctico de cara a la producción, que minimizaba los aspectos burocráticos asociados con el desarrollo de nuevos sistemas. Esto fue de fundamental importancia en su vida futura.

A su regreso de Inglaterra, pasó a formar parte del entonces llamado Cuartel Maestre General de Aeronáutica (que después fue el Área Material Córdoba) y cuando ascendió a mayor lo trasladaron como jefe del grupo técnico de la Segunda Brigada Aérea con sede en Paraná, provincia de Entre Ríos.

En 1960 fue trasladado a la Fábrica Militar de Aviones, dependiente en ese momento de la llamada Dirección Nacional de Investigaciones y Fabricaciones Aeronáuticas (DINFIA), con el grado de vicecomodoro, como jefe del Departamento Vehículos Espaciales y Armamento; desde allí le dará vida al Alfa Centauro, el primer cohete de investigaciones realizado en Argentina. Más tarde, como director del Instituto de Investigaciones Aeronáuticas y Espaciales (ex Instituto Aerotécnico) ayudó a crear una familia de cohetes argentinos. Fue el gestor principal de la base de lanzamiento CELPA, en Chamical, impulsor de un lanzador satelital nacional.

Zeoli cuenta:

En 1960 asistí en Buenos Aires a una sesión de una conferencia de investigaciones espaciales y en esa oportunidad pude tomar contacto con el doctor Dryden, quien era el vicedirector de la NASA, porque a esa conferencia asistieron muchos participantes del exterior. Conversando con él me comentó de las tareas que hacían con cohetes sonda. Lo invité a ir a Córdoba a conocer las instalaciones de la Fábrica Militar de Aviones, donde, en lo que se convertiría en el Instituto de Investigaciones Aeronáuticas y Espaciales [IIAE], estábamos trabajando en cohetería, a pesar de que aún no habíamos lanzado todavía ningún cohete al espacio. Aceptó, y ahí nomás lo llevamos en un avión Guaraní construido en la Fábrica. Después de ver las instalaciones y hablar con los ingenieros, le pedí su opinión sobre lo que había visto y qué consejo podía darme. Me acuerdo como si fuera hoy sus palabras textuales: “Mire, Zeoli, tire para arriba, porque se va a encontrar con cosas que no están escritas en los libros”. Me impresionaron mucho sus palabras y así me puse a encarar los planes para el lanzamiento del Alfa Centauro.

Zeoli fue el jefe de todos los proyectos de lanzadores desde el Alfa Centauro hasta el Tauro, lo que lo convierte en el pionero y padre de la cohetería en el país.

En 1970 fue ascendido a director del Instituto de Investigaciones Aeronáuticas y Espaciales. Después de una vida dedicada al trabajo fecundo y lamentando profundamente el curso que en décadas posteriores había tomado la actividad espacial en el país, falleció en Córdoba el 19 de agosto de 2003.

 

Lanzamiento del Alfa Centauro

A fines de 1959, el ingeniero Invernizzi, de la empresa francesa Matra, fue contratado por el Instituto para dar un curso especializado de dos meses sobre cohetería. Posteriormente, dos oficiales de la Fuerza Aérea fueron enviados a estudiar a Europa y dos a Estados Unidos, con lo cual había un mínimo personal capacitado. En ese momento, la intención de Zeoli era fabricar un cohete y lanzarlo en el menor tiempo posible. Para eso, había que contar con lo que se tenía a mano. Los granos disponibles en Villa María determinaron el diámetro del cohete, 94 milímetros, y se utilizó un caño de acero sin costura como cuerpo. El largo total del cohete era de 2.705 milímetros, estaba soldado en un extremo y tenía una tobera de acero sin protección térmica en el extremo opuesto. Cuatro aletas de duraluminio caladas a noventa grados proveían la estabilización necesaria. La carga útil del cohete estaba alojada en la ojiva, que tenía simplemente un instrumental de registro directo consistente en toma de presión estática y dinámica, temperatura interior del módulo de carga útil por termocupla y aceleración sobre el eje longitudinal.

El encendido del cohete se hacía desde el puesto de lanzamiento a través de un panel de control eléctrico. La torre de lanzamiento era una rampa tubular que contenía al cohete en los primeros metros de la trayectoria.

Al apogeo, calculado en veinte kilómetros, el cohete y la carga útil debían separarse y esta última caer en paracaídas para su posterior recuperación. Como el instrumental no transmitía los datos, era fundamental recuperar la carga útil. Un avión debía localizarla e indicar las coordenadas a la tripulación de tierra para que procedieran a recogerla.

Culminadas las pruebas finales de los diferentes sistemas, se seleccionó en la zona de Pampa de Achala, sierras de Córdoba, una extensa propiedad privada, cuyo dueño la puso a disposición de la Fuerza Aérea para la experiencia. El lugar se bautizó como “Base Santo Tomé”, por el nombre de la estancia, y se instalaron precarias carpas para proteger los sistemas de las inclemencias del tiempo.

El 2 de febrero de 1961, ante más de treinta personas, entre militares, técnicos y asistentes (entre ellos un periodista del diario Clarín), se lanzó el Alfa Centauro APEX-A1-02, primer cohete de investigaciones realizado en Argentina. Zeoli actuaba como jefe de la operación, con el entonces capitán Luis Antonio Cueto como segundo jefe del equipo de lanzamiento.

En esta primera prueba hubo problemas para recuperar la carga útil, el sistema electrónico de recuperación no funcionó debidamente y después de veinte minutos de búsqueda desde el aire se ordenó a los aviones el regreso. Una patrulla de búsqueda terrestre finalmente localizó partes del motor cohete a ochocientos metros de la rampa. Aparentemente, la separación se produjo correctamente, pero el paracaídas con la carga útil nunca fue encontrado.

De todas maneras, el lanzamiento resultó exitoso y los medios que cubrieron el evento no dejaron entrever ningún inconveniente. El presidente Frondizi envió una nota de felicitación a todo el equipo y posteriormente los responsables fueron recibidos en la Casa de Gobierno.

La rampa utilizada en este histórico lanzamiento, junto con un modelo del Alfa Centauro, se conservan en el Museo Universitario de Tecnología Aeroespacial (MUTA) en Córdoba, en el mismo lugar donde se construyeron muchos de los cohetes argentinos.

Luego de este primer intento, Zeoli y su grupo de ingenieros y técnicos se pusieron a trabajar de inmediato en un cohete más grande, de dos etapas, el Beta Centauro.

 

Chamical

Estaba claro que la Base Santo Tomé no iba a permitir el lanzamiento de cohetes que ascendieran a más de 25 kilómetros debido al peligro que representaba la caída en las poblaciones vecinas.

Como la intención de Zeoli era crear una familia de cohetes de gran altura, presentó el requerimiento a las autoridades de la Fuerza Aérea, que identificaron un antiguo destacamento que se había utilizado para prácticas de tiro en la zona de Gobernador Timoteo Gordillo, departamento de El Chamical, provincia de La Rioja.

Con el decreto 5270/61, publicado en el Boletín Confidencial del 27 de julio de 1961, se crea oficialmente el centro de lanzamiento.

Esta base existía desde 1944 y desde 1946 se había usado como destacamento de tiro y bombardeo para aviones Avro Lincoln, que venían de la Quinta Brigada Aérea con asiento en Villa Reynolds, en San Luis.

Entre 1950 y 1959 había funcionado un Destacamento Aeronáutico Militar (DAM); en 1961 era poco el uso que se le daba y se había convertido en lo que se denominaba “Centro de Producción Chamical”.

La zona era adyacente a las Salinas Grandes, una región semidesértica de unos doscientos kilómetros de longitud en la dirección de disparo, que permitiría el lanzamiento de cohetes de mayor porte. Otra de las ventajas del lugar era que se encontraba relativamente cerca del Instituto, lo que facilitaba la logística.

A mediados de junio de 1961, la Fuerza Aérea realizó un pedido al Poder Ejecutivo Nacional para destinar el área a lo que, luego, se convirtió en el Centro de Experimentación de Proyectiles Autopropulsados (CELPA). En enero de 1962 comenzaron los trabajos de preparación y adaptación del centro a su nuevo destino.

La base de lanzamiento contaba con una plataforma de concreto de 15 por 18 metros, con una fosa en el centro para el escape de los gases de combustión –donde se instalaba la rampa de lanzamiento–, una casamata para control de tiro –a noventa metros de la primera–, una barraca de verificación previa al lanzamiento, una casilla para el grupo electrógeno, una plataforma para instalar los radares de seguimiento y una plataforma para los cineteodolitos de seguimiento visual.

El sitio para la preparación de lanzamiento estaba iluminado con farolas de mercurio para permitir el uso nocturno. La zona de lanzamiento en sí era de dos mil metros de largo por doscientos metros de ancho.

La casamata, semienterrada y totalmente construida en concreto sobre una estructura de acero reticulada con paredes de diez centímetros de espesor, era una verdadera obra de ingeniería y permitía el impacto directo de un cohete de hasta quinientos kilos de peso sin daños.

Las principales obras se concluyeron en un período de sólo seis meses, en noviembre de 1962, y fueron realizadas por personal civil y militar del Grupo 1 de Construcciones Aeronáuticas y personal de obras de Infraestructura de la Fuerza Aérea. El costo de la construcción, incluyendo pavimentación de caminos y accesos, estuvo cerca de los seis millones de pesos (del año 1961). La base ya tenía una pista de aterrizaje afirmada (sin pavimentar) de dos mil metros de longitud, que permitía el transporte aéreo limitado, y se encontraba a sólo dos kilómetros de la rampa de lanzamiento. El primer jefe de la base fue el comandante Esteban Romero.

La mascota oficial del centro era la figura del cacique Patoruzito, montado en un cohete, obsequiada por el creador del personaje, Dante Quinterno, a la Fuerza Aérea Argentina. El pequeño cacique adornaba la entrada al centro de lanzamiento e, inclusive, se usaba en literatura oficial y en los premios y diplomas que se daba a los técnicos que habían participado en los lanzamientos.

Con el tiempo, la base de Chamical se convirtió en un verdadero centro espacial, con múltiples edificios, cisterna para provisión de agua, talleres, sistemas de televisión propios, red telefónica, equipos de radio, radares, más las comodidades básicas de alojamiento para cien personas; fue el primero en su género en América Latina.

El CELPA Chamical también fue un pequeño polo de desarrollo para esta localidad de La Rioja: cedió uno de sus talleres para la creación de una pequeña escuela técnica, brindaba asistencia médica y aplicación de vacunas a la población civil a través de su enfermería, transportaba agua para los vecinos durante las prolongadas sequías y coordinaba la distribución de alimentos y útiles escolares para las familias de escasos recursos de la zona.

 

Comienza la cooperación con Francia

El 26 de junio de 1962, el director del Centre National de d’Études Spatiales (CNES) de Francia le escribió al ingeniero Tabanera una carta en la que, después de una detallada explicación sobre uno de los programas del COSPAR, consistente en el estudio internacional de vientos ionosféricos ubicados entre los noventa y doscientos kilómetros de altura con el uso de cohetes-sonda, dice:

Francia se propone organizar lanzamientos simultáneos en tres puntos; en Argel (base de Hammaguir), en Francia misma (base de la isla de Levante) y en el hemisferio sur. En realidad, la única otra

 

Visita de Von Braun a la Argentina

El 18 de agosto de 1962, el doctor Fridtjof Speer, del Centro Espacial Marshall de la NASA, visitó Argentina con una invitación de la CNIE para dar una charla sobre el programa Apollo, entonces en planeamiento en Estados Unidos. El objetivo de Tabanera en esos días era invitar al director de ese centro, el doctor Wernher von Braun, considerado por muchos uno de los padres de la cohetería.

Tabanera había conocido a Von Braun varios años antes, cuando éste intentaba que el gobierno de Estados Unidos lo autorizara a lanzar un cohete tipo Redstone modificado para poner el primer satélite artificial en órbita. Debido a que este éxito fue cosechado por los soviéticos con el Sputnik 1, lo que indirectamente dio lugar a la creación de la NASA, Von Braun pasó a formar parte de esta nueva agencia.

La NASA debía cumplir con el mandato del presidente Kennedy: desarrollar los cohetes Saturn que llevaron, años más tarde, a los estadounidenses a la Luna. De esta manera, Von Braun había pasado de ser un diseñador de cohetes militares, trabajando para el ejército, a director del Centro Espacial Marshall y responsable de miles de personas y del manejo de presupuestos de cientos de millones de dólares, con lo cual su tiempo libre para visitar otros países era mínimo. A pesar de todo, Von Braun mantuvo el contacto con Tabanera y cuando éste, en su calidad de presidente de la CNIE, lo invitó al país, el científico no pudo rehusarse.

Von Braun estuvo en el país cinco días a mediados de octubre de 1963 y dejó una impresión duradera en todos los asistentes a sus charlas. El 20 de octubre visitó al presidente Arturo Illia, quien lo recibió en la Casa Rosada, y brindó una primera charla en el Círculo de Aeronáutica sobre el programa lunar tripulado de Estados Unidos (Proyecto Apollo), que fue muy celebrada por la audiencia.

Von Braun, que llegó al país con el ingeniero Hans Hueter, también participó en una serie de discusiones relativas al desarrollo de la cohetería en Argentina; allí brindó su punto de vista sobre cómo elaborar diferentes cohetes-sonda con tecnología local. Se mostró muy interesado en las posibilidades de cooperación con Argentina y por ello viajó a Córdoba; visitó la Fábrica Militar de Aviones, el túnel de viento y el IIAE, donde conoció los talleres de fabricación de los cohetes argentinos y tuvo la oportunidad de contactar a varios de los diseñadores, entre ellos Zeoli, Beverina, Cueto y otros. El libro de visitantes ilustres con su firma se conserva en el Museo Universitario Aeroespacial.

 

Operación Matienzo

En 1965, Argentina se convirtió en el tercer país en realizar el lanzamiento de un cohete a través de la llamada “Operación Matienzo”. Ya en 1963 se habían dado los primeros pasos para esto, cuando Zeoli y sus colegas del ahora llamado “Grupo de Desarrollos Espaciales” comenzaron a planear un lanzamiento en la Antártida.

Historia de la actividad espacial en Argentina
Este libro permite proyectar el futuro de un área científico-tecnológica que merece atención y apoyos sostenidos para impulsar al país al desarrollo autónomo que merece avanzado ya el siglo veintiuno.
Publicada por: Lenguaje Claro
Fecha de publicación: 11/01/2018
Edición: 1a
ISBN: 978-987-3764-30-1
Disponible en: Libro de bolsillo
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