martes 19 de marzo de 2024
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Instrucciones para llorar

“Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos”.

Difícil saber si el Presidente Mauricio Macri leyó Instrucciones para llorar de Julio Cortázar. El mini cuento es una de las joyas incluidas en el libro Historias de cronopios y de famas, publicado en 1962. Si tengo la oportunidad, se lo voy a preguntar. Hace tres años que intento entrevistarlo sin suerte. Sí pude hablar con él un par de veces en lo que va de su mandato en reuniones off de record junto a otros periodistas. Cortázar sabía que el llanto es cosa seria y por eso lo explicaba con humor. El llanto tiene un valor.

Las lágrimas derramadas por el Presidente el viernes pasado mientras la platea del Teatro Colón (por clase social, afinidad ideológica y de intereses, su público más fiel) coreaba “Ar-gen-tina / Ar-gen-tina” y varios Jefes de Estado lo felicitaban por el espectáculo de música y danza que terminaban de ver, coronaron un momento de distensión después de varias semanas de gran tensión. La tremenda recesión, la indomable inflación, la crisis social, la bronca en la calle y hasta el escándalo por la suspensión del clásico River-Boca quedaron por un momento desdibujados tras el clamor cosechado en la catedral lírica. Entonces se abrieron las compuertas del llanto.

En el entorno presidencial no son pocos los que quieren otorgarle a esas lágrimas un valor político y simbólico. Algo así como un antes y un después del “llanto en el Colón”. Hubo hasta quien comparó la escena de las lágrimas con el beso de Juliana Awada en el final del debate presidencial con Daniel Scioli. El presidente prometió en aquel mano a mano una decena de cosas que no cumplió. Sin embargo, pueden felicitarse los comunicadores oficiales, la gente se acuerda del beso y casi no reclama por los compromisos asumidos. La memoria popular es de extrema fragilidad. Los políticos de todos los colores cuentan con ese aliado.

Cualquier persona debe permitirse llorar. Es sano, dicen los especialistas. Motivos nunca faltan. En especial si se trata de un trabajador formalizado. En los primeros nueve meses de este año, la inflación fue 32,4% y los salarios aumentaron 18,6%. Se trata de una pérdida del poder adquisitivo de 13,8 por ciento. Si se toma los últimos doce meses, la pérdida es de  16,8 puntos porque la inflación acumulada fue del 40,5% y los salarios nominales sólo crecieron el  23,7. También hay razones para el llanto si se trata de una de las 70 mil personas en blanco que perdió su trabajo en ese mismo período. Casi 30 mil despedidos sólo en septiembre según datos oficiales. ¿Habrá pensado en ellos el Presidente en esos minutos de emoción y congoja?

Más allá de los números y las gentes que sufren detrás, lo cierto es que la cumbre del G20 fue un éxito para el gobierno. La euforia de la primera línea de Cambiemos es justificada. La organización casi no tuvo fallas (sólo se escucharon las quejas de los periodistas por la falta de wifi, esencial para comunicarse en el mundo moderno: “volvimos a usar el teléfono para transmitir”, se quejó Carlos Cué de El País de Madrid). Al margen de los problemas con internet, la organización cosechó elogios de varios de los líderes reunidos en Buenos Aires.

Otro logro: no hubo violencia en las calles. Comparado con las batallas campales que se registraron en la última reunión en Hamburgo, aquí no pasó nada. El blindaje en torno a CABA, la inteligencia previa, algunas detenciones, la falta de transporte y los acuerdos con las líderes de la movilización, entre otras cuestiones, fueron decisivos. Gran contraste con la violencia futbolera de la semana anterior.

Hubo un documento final, algo que parecía improbable en el arranque de las deliberaciones en Costa Salguero. Se llegó a un relativo consenso entre los líderes mundiales. Se hizo referencia al cambio climático en forma unánime con la salvedad hecha por el presidente norteamericano. En el gobierno hasta se apuntan como un logro propio la tregua en la guerra comercial que mantienen EEUU y China y que fue acordada durante la cena entre Xi Jinping y Donald Trump donde bebieron malbec mendocino. ¿Por qué no? ¿Quién se va a quejar?

Más allá de las declamaciones repetidas, nada en concreto se logró en relación a la lucha contra la desigualdad y la pobreza. El uno por ciento más rico del mundo acaparó el 82 por ciento de la riqueza que se generó en 2018 mientras que el 50 por ciento más pobre –unas 3.700 millones de personas– no se benefició en lo más mínimo de ese crecimiento (datos del último relevamiento de Oxfam) y seguirá siendo así.

Lo importante es que Macri mantuvo 17 encuentros bilaterales, algunos con “los verdaderos amos del planeta” y firmó numerosos convenios de colaboración. En el gobierno aseguran que algunos se traducirán en inversiones concretas con impacto en el mediano plazo. Treinta de esos acuerdos se firmaron con China que pasó de economía “depredadora” –como la definió la vocera de Trump– a “socio estratégico”. Hasta se logró la ampliación de la asistencia financiera (el famoso swap de monedas). Más allá de los coqueteos con los dos gigantes, lo cierto es que tanto con China como con Estados Unidos, Argentina tiene un altísimo déficit comercial. Seguimos exportando materia prima y nos siguen inundando de productos elaborados. Ningún país se desarrolla si no logra romper esa lógica.

“Todos se fueron felices”, confesó un legislador oficialista que participó de varias de las recepciones diplomáticas. Parece la frase de una tía después de haber servido el café con masitas para los parientes, un domingo por la tarde después de la comilona familiar. Hubo paseos por el Malba y buena carne argentina para todos y todas. Hubo fotos grupales y apretones de manos. Hasta intercambios amables con Theresa May. Hasta un gran espectáculo en el Colón que se transmitió en directo.

Y, si faltaba algo, “el Presidente lloró” ante las cámaras en el gran coliseo. Fue apoteótico. Horario central de la tele. “Argentina volvió al mundo”. Pico de rating. “Los líderes extranjeros acompañan y valoran el esfuerzo”. Trending topic en las redes. Imagen de portada para los diarios. “Vamos que se puede”.

Ahora sí, a pesar de la malaria general, se puede pensar en la reelección.