jueves 28 de marzo de 2024
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«Capitalismo progresista», de Joseph E. Stiglitz

Todos tenemos la sensación de que el sistema económico se inclina a favor de las grandes empresas. Unas pocas corporaciones dominan sectores enteros; la industria financiera regula la economía a su antojo; los gobiernos negocian acuerdos comerciales que en absoluto benefician a los intereses de los ciudadanos; y las tecnológicas custodian celosamente una ingente cantidad de datos personales sin supervisión y trafican con ellos. Las nuevas tecnologías, lejos de ayudar, tienden a empeorar las cosas, contribuyendo a disparar la desigualdad, ralentizar el crecimiento y fomentar el desempleo.

Pese a todo, Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, insiste en que, aunque no nos lo parezca, tenemos el poder de reconstruir los cimientos del capitalismo. En este oportuno libro, identifica las verdaderas fuentes de la prosperidad económica compartida, basadas en la investigación, la educación y el imperio de la ley.

Consciente de los peligros del fundamentalismo de mercado, y de la amenaza al poder judicial, las universidades y los medios de comunicación, instituciones que durante mucho tiempo han sido la base de la prosperidad y la democracia, nos descubre cómo hemos llegado a esta situación y marca el camino para combatir algunos de los mayores desafíos de nuestro tiempo.

A continuación, un fragmento a modo de adelanto:

 

6 – El desafío de las nuevas tecnologías

Silicon Valley y los avances tecnológicos a él asociados se han vuelto un símbolo de la innovación e iniciativa estadounidenses. Figuras que trascenderán a su propia época, como Steve Jobs y Mark Zuckerberg, han llevado sus productos a consumidores de todo el mundo; productos que esos usuarios veneran y que hacen posible que vivamos mejor conectados entre nosotros. Intel ha creado chips que los hacen «pensar» más rápido —hacer cálculos más rápido— que los mejores cerebros del mundo. La inteligencia artificial (IA) puede ahora vencer a los seres humanos no solo en juegos simples como el ajedrez, sino en otros más complicados como el go, donde el número de movimientos posibles es mayor que el de todos los átomos del universo. Parece que Bill Gates representa lo mejor del espíritu americano: tras acumular una fortuna calculada en 135.000 millones de dólares, comenzó a donar enormes cantidades a la caridad, empleando a la par sus energías para combatir enfermedades en todo el mundo y mejorar la educación en Estados Unidos.

Aun así, con todas estas virtudes, hay un lado oscuro en estos avances y es que generan inquietudes legítimas respecto a la pérdida de empleos. Además, las nuevas industrias son proclives a innumerables abusos, desde el de su poder de mercado, pasando por la invasión de la privacidad, hasta la manipulación política.

 

Pleno empleo en un mundo de alta tecnología

Existe hoy gran angustia en relación con el mercado de trabajo. Ya en el siglo XX creamos máquinas que han resultado más poderosas que los humanos. Ahora somos capaces de crearlas para que sean más eficientes que los humanos en tareas rutinarias. La IA presenta en la actualidad un desafío incluso mayor. Podemos hacer máquinas que no solo desarrollan tareas programadas mejor que nosotros, sino que aprenden mejor, al menos en ciertos dominios.

Por ende, las máquinas pueden superar a los humanos en muchos empleos clave. Una mejor educación y capacitación laboral puede ser un paliativo a corto plazo para muchos, pues los ordenadores pueden sustituir a los radiólogos, por ejemplo, y lo están haciendo de hecho, de modo que ni siquiera un título de médico brinda hoy un salvavidas. Se prevé que, en pocos años más, los coches y los camiones autónomos reemplazarán a los conductores; de ser cierto, resulta singularmente preocupante, pues la conducción de camiones representa hoy una enorme fuente de empleos para hombres que solo tienen estudios de secundaria o menos que eso.

La inquietud radica en que estas máquinas sustitutivas de la mano de obra harán descender los salarios, sobre todo los de los trabajadores poco cualificados, y aumentar el desempleo. La respuesta natural ha sido aumentar las habilidades de los trabajadores, pero en muchas áreas esto no será suficiente: con la IA, los robots pueden aprender tareas complejas más rápidamente y ejecutarlas incluso mejor que los humanos con una buena formación.

Hay quienes llaman a no preocuparse tanto: mirad al pasado, dicen. Los mercados siempre generaron empleos cuando la economía se reestructuraba. Además, claman estos tecnooptimistas, se ha exagerado el ritmo de los cambios. En rigor, no se evidencian ni siquiera en los macrodatos: los aumentos en la productividad en años recientes son significativamente inferiores a los de los años noventa y las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Robert Gordon, académico de la Universidad del Noroeste, argumenta en su ensayo superventas, The Rise and Fall of American Growth: The US Standard of Living Since the Civil War, que, de hecho, el ritmo de la innovación ha descendido. Con todo, igual disponemos de Facebook y Google, pero estas innovaciones palidecen comparadas con la importancia que tuvo la electricidad, por ejemplo, o hasta los cuartos de baño en el interior de la casa y el agua potable, que desempeñaron un papel tan relevante en mejorar la salud y aumentar la longevidad de la población.

Puede ser, sin embargo, que estas experiencias pasadas no constituyan una guía segura para el futuro. Hace más de medio siglo, John von Neumann, uno de los matemáticos más destacados de mediados del siglo XX, sugirió que podríamos llegar a un punto en que resultara menos caro fabricar una máquina que sustituya a un ser humano que contratar y capacitar a otro. Tales máquinas serán a su vez producidas por otras máquinas, que aprenderán cómo producirlas. Lo que importa en la decisión de las empresas de usarlas o no en lugar de trabajadores humanos no es solo el alza en productividad que ello supondría, sino también la relativa facilidad y el bajo coste con que pueda diseñarse, fabricarse y operarse la adecuada. Las máquinas, por ejemplo, no hacen huelga. No se requiere de un departamento de recursos humanos para asegurarse de que no estén descontentas. No se dejan influir por las emociones. La predicción de Von Neumann se ha cumplido ya en ciertas labores; como hemos dicho, las máquinas pueden reemplazar ya a los radiólogos. Pero el espectro de tareas y la cifra de empleos sustituidos podrían acelerarse rápidamente, dados los progresos habidos en IA en los últimos cinco años. Algunos avances en IA no conducirán al reemplazo laboral, sino que aumentarán el desempeño humano. A estas innovaciones se las denomina a veces, en el dominio de la IA, asistentes de la inteligencia, y pueden aumentar la demanda de trabajo y hacer subir los salarios; en el pasado, buena parte de la innovación ocurrió de este modo. Pero yo no contaría con que esto siga así. Hay una posibilidad de que, por malos que hayan sido los problemas de desempleo con anterioridad, estos empeoren. La tecnología podría evolucionar de formas que los textos de economía identifican como acarreadoras de «polarización», con un aumento relativo de empleos que requieran habilidades de un nivel altísimo, y el resto conformado por puestos de trabajo de muy poca cualificación, con los salarios bajos correspondientes.

Capitalismo progresista
Un brillante y provocador manifiesto para salvar al capitalismo de sí mismo.
Publicada por: Taurus
Fecha de publicación: 03/01/2020
Edición: 1a
Disponible en: Libro de bolsillo
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