jueves 28 de marzo de 2024
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«Pantalla partida», de Natalí Schejtman

Después de ciento cincuenta entrevistas y la revisión de documentos públicos y archivos audiovisuales, Natalí Schejtman consigue la proeza de contar setenta años de historia argentina desde una óptica precisa y magnética: las idas y vueltas de su TV pública, de Evita a Sofovich, del levantamiento carapintada a 6, 7, 8.

Entre la transmisión inaugural (el Día de la Lealtad de 1951) y el presente hubo cambios de edificio, de nombre, de logotipo, de programación, de relación con el poder y, sobre todo, de funcionarios. También se agigantó un mito: ese que sostiene que se trata, a la vez, de un elefante blanco y un agujero negro para el dinero de los contribuyentes.

Schejtman, especialista en medios públicos internacionales, pone en cuestión ese y otros lugares comunes y recorre una historia que alterna momentos buenos, malos y horribles con nombres que hicieron grande a la televisión y otros que –aunque merezcan pasar al olvido– son ubicados en su justo sitio.

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

 

Capítulo 15 – 6, 7, 8 La edición al poder

— Somos los Stones — le dijo Federico Kon a Fernando Agejas el 23 de diciembre de 2015, cuando recorría los pasillos de la TV Pública que rebalsaban de gente. Eran productor general de contenidos y productor ejecutivo de 6, 7, 8, el programa de Canal 7 que terminaba su ciclo después de siete años al aire, y veían la efusividad de la audiencia, que había ido especialmente al canal a despedirse. Llevaban banderas argentinas y carteles dibujados a mano agradeciendo al programa. El trazo casi infantil de esos dibujos combinaba con la estética por la que había apostado el ciclo desde el inicio en marzo
de 2009: un piquete de cartón pintado con los números 6, 7 y 8 en el medio de la coqueta Figueroa Alcorta, la avenida que custodia el edificio del canal y el corredor norte de la ciudad de Buenos Aires.
Kon ya había trabajado con Diego Gvirtz, creador y dueño mayoritario de Pensado Para Televisión, la productora que inventó el programa que se estaba terminando, en sus títulos anteriores: Televisión Registrada (TVR), Fútbol prohibido, Indomables (luego Duro de domar), entre otros. De sus pocas apariciones públicas, se nota su hablar cansino. Cuesta imaginar a Kon detrás de su computadora escribiendo informes o canciones con rimas sagaces para sus programas con la velocidad de la que hablan quienes trabajaron
con él. A pesar de sus años en la industria, su tono parece más bien desapegado de lo televisivo.
En realidad, 6, 7, 8 fue, desde el vamos, poco televisivo: convocó a periodistas de gráfica o radiales, o incluso a profesores universitarios, que se presentaban vestidos y peinados del mismo modo en que uno esperaría encontrarlos en un aula de Sociales de la UBA o en una redacción. Ese aspecto de reunión en la sala de profesores o en una asamblea, bajo una luz blanca que no ocultaba las desprolijidades, contribuía a ubicarlos en un lugar distinto del establishment. Esa era su tesis principal: el poder estaba en otro lado. No en Canal 7, ni
siquiera en el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y mucho menos en este manojo de profesionales de las ciencias humanas y la comunicación. Por algo la frase en la que se apoyaban los números que daban nombre al programa era esa: la crítica al poder real.
Aunque tanto la prehistoria como la historia del programa atraviesan el núcleo duro del poder político en Argentina hasta llegar a guionarlo.
A comienzos de los 2000, Gvirtz era un productor exitoso y también algo disonante en el ambiente. Había pasado buena parte de su juventud grabando la televisión argentina. Se convirtió así en dueño de uno de los archivos más suculentos y mejor organizados del país. Sus programas insignia, en especial TVR, ponían el archivo a hablar. Por eso el motor de la productora eran los visualizadores, para quienes la jornada laboral consistía en ver horas y
horas de grabaciones. En ese rol entró Agejas después de ver un cartelito en la facultad de Sociales, sede Ángel Gallardo. En 2002, la forma de catalogar el material era manual. Y lo que se grababa era dividido en cuatro categorías: archivo —alguna declaración tajante como «nunca voy a votar a X» que pudiera confrontarse con otra frase—, segmento —algo que tuviera potencia para conformar un informe autónomo—, tema —cuando se mencionaban discusiones relevantes— y disparador —una frase, una pelea, algo con que arrancar un informe—. De a poco el sistema se profesionalizó con más visualizadores, más filtradores que destacaban el material que valía la pena, y data entry que empleaban un software especialmente diseñado para ver los programas directamente en la computadora y trabajar con archivo listo para ser usado.
La gente que trabajaba en la productora se entusiasmaba con la discusión política y el uso del archivo con ese fin, a diferencia de un estilo más de bloopers o errores que había sido la marca de Perdona nuestros pecados, nacido también en Canal 7 y conducido por Raúl Portal (quien demandó, junto con su hijo Gastón, a Gvirtz por plagio, desatando un largo juicio por el que el creador de TVR fue finalmente sobreseído).
El personaje público de Gvirtz llamaba la atención. Totalmente rapado, serio, de mirada enigmática y no muy verborrágico, solía exponer con cierta regularidad a sus enemigos públicos de la industria audiovisual. En 1996 estrenó en América Sports el ciclo Fútbol
prohibido en el que apuntaba contra Torneos y Competencias, que tenía un contrato de exclusividad con la AFA para la transmisión del fútbol, con una propuesta de programa deportivo casi artesanal y anti establishment. Después de un breve paso por Canal 9, de
donde fue levantado, y previa presentación de una denuncia contra Torneos en la secretaría de Defensa de la Competencia, Gvirtz terminó trabajando para TyC, algo que resultó profundamente irritante para el periodista deportivo Diego Bonadeo, conductor
de Fútbol prohibido. IBOPE fue otro de los blancos preferidos del productor, obsesionado por el rating, cuando ya era la cabeza de TVR, Indomables y del programa Periodistas. En 2003, acusó a la medidora de rating de monopólica y de aportar números de dudosa veracidad. Sus enemistades de la industria eran acompañadas por amistades que lo fortalecían.
En agosto de 2005, TVR, conducido por Fabián Gianola y Claudio Morgado, invitó a Mario Pontaquarto, arrepentido en la causa de las coimas en el Senado que noqueó la presidencia de Fernando de la Rúa, como «crítico invitado», una figura que comentaba los informes de la semana y hacía reflexiones finales. Rolando Graña, director de noticias de América, decidió cortar sus intervenciones. Gvirtz denunció la censura y sacó sus programas de la señal. Pocos meses después los mudó a Canal 13 gracias a su buena relación con Carlos De Elía, su gerente de noticias. En el medio, el jefe de Gabinete Alberto Fernández lo contactó para que fuera a Canal 7, pero él desestimó la oferta: «No me interesaba trabajar en Canal 7. En un momento no me quedó opción. No podés hacer un programa crítico desde Canal 7. La historia me demostró que yo tenía razón», dice en una entrevista para este libro en marzo de 2020, cinco años después de haber vendido su productora al Grupo Indalo.
Él, además, elegía Canal 13, se identificaba con su línea editorial y con varias de sus figuras periodísticas. La cúpula de la productora estaba formada por Gvirtz, su hermano Fernando, Kon y Martín Moyano.
La confrontación con el agro por las retenciones móviles fijó un antes y un después en la escena mediática. Televisión registrada exhibía volantazos que dejaban ver algún tipo de tensión con el canal que lo albergaba. En un programa de fin de marzo, TVR se mostraba crítico con la postura de la Mesa de Enlace y sus defensores, de quienes extraía textuales clasistas, racistas y violentos, en línea con la declaración de Cristina Fernández de esa semana que hablaba de «piquetes de la abundancia» para describir el pedigree de la protesta social que encaraba el campo. Tres meses después, pocos días antes del voto no positivo de Cobos, el programa estaba parado junto al campo: un informe mostraba a Luis D’Elía como un dirigente inconsistente que se había acercado al gobierno por clientelismo, a Kirchner como un incitador a la violencia durante sus años a cargo del gobierno en Santa Cruz y a él y Cristina como negadores de su pasado menemista. Gvirtz consideraba bufones de los Kirchner a Telefé en general y a Mario Pergolini en particular. En una entrevista en Noticias en agosto de 2008, cuando le preguntaron por qué pasó de apoyar al Gobierno a criticarlo, él lo adjudicó a un cambio de parecer: «Seguramente en algún momento compramos algún discurso o pensamiento del Gobierno, pero nos dimos cuenta de que estaban mintiendo y cambiamos. Hicimos catarsis y corregimos». Pero más de una década después, Gvirtz da otra explicación para este libro: dice que el tesón anti gobierno, que se hizo del modo más exagerado posible, respondió a presiones del canal para alinearse y necesidades económicas vinculadas al mantenimiento de su empresa.
Esos cambios bruscos hacían evidente cuán fácil era moldear un producto como ese a los vaivenes editoriales: los archivos fragmentados, el montaje rápido, cierto anonimato en la autoría del informe que surgía de la multiplicidad de fuentes citadas. Todo cooperaba.
El tono crítico hacia el Gobierno dominó en TVR durante 2008 aunque sin demasiada virulencia. Para 2009, cerró por cuarto año consecutivo con el Trece por los dos programas: TVR y Duro de Domar, que pasó al mediodía como Duro de almorzar, y fue levantado al poco tiempo. Para ese momento PPT ya había puesto un pie en Canal 7, adonde Gvirtz llegó gracias a sus redes políticomediáticas: el periodista Maximiliano Montenegro, que había sido parte de Periodistas, lo contactó con Sergio Massa, entonces jefe de Gabinete. De ahí, llegó a Canal 7, donde se reunió con ejecutivos por debajo de Tristán Bauer.
En el canal, el productor era de esas personas que venían de arriba. Rápidamente, las autoridades de la TV Pública y de la productora convinieron hacer un programa sobre medios que indagara con informes en profundidad acerca de diferentes temas estructurales del país gracias a su frondoso archivo. No sonaba raro para el canal: Semanario insólito, La noticia rebelde, los documentales de Roberto Cenderelli en el alfonsinismo, Perdona nuestros pecados o Yo amo a la TV habían hecho del género una especialidad del canal estatal. El lugar del medio también se había abocado al tema desde la misma pantalla en 2006. Tenía, de hecho, una sección llamada «Archivo vivo» a cargo de Miguel Rodríguez Arias, el padre de los programas de archivo con Las patas de la mentira. El de Gvirtz ocupó el mismo horario que su antecedente del medio, pero no se le pareció para nada.
Los idas y vueltas con el Siete, convertido para ese momento en TV Pública, no eran menores. El primer conductor iba a ser Diego «Chavo» Fucks, pero el canal lo bochó por considerarlo inapropiado para su pantalla. El nombre del programa iba a ser Tiradores, y pasó algo similar: muy agresivo, le dijeron a Gvirtz. En realidad, el creador de TVR quería otro nombre, uno que demuestra que en su confección no reinaba la ingenuidad: Vendidos. Tampoco pasó el filtro.
PPT propuso el nombre «más boludo que pudiera haber», y uno se puede imaginar a Gvirtz y su equipo en su oficina, deshilachando palabras hasta llegar a una ecuación indolente: son 6 panelistas, en Canal 7, a las 8 de la noche. Seis, siete, ocho. Aunque en realidad al principio eran cinco (el sexto era el público). Y con el tiempo, pasó a emitirse a las 9.
La conductora de consenso fue la periodista María Julia Oliván, de las más televisivas del plantel.
La productora mantenía sus programas en Canal 13 y estrenaba uno en Canal 7, un gesto audaz en una esfera pública que ya había empezado a construir un muro divisorio. Hacia mitad de año, la relación de PPT con el Trece ya se había tensado por la crítica recurrente a sus figuras periodísticas. En el segundo semestre del año, TVR emitió informes apoyando la Ley de Medios y cuestionando el origen de los hijos adoptivos de Ernestina Herrera de Noble. Amparados en el contrato que decía que el programa podía salir hasta las 23:59, TVR era cada vez más un late night show conducido por Sebastián Wainraich y Gabriel Schultz.
Gvirtz había trabado una muy buena relación con Néstor Kirchner, con quien se juntaba a conversar a menudo sobre política y sobre medios. Kirchner, que había consumido con devoción e irritación la programación de TN, Canal 13, Clarín y Radio Mitre, ahora incluía a 6, 7, 8 en su dieta informativa. Alguien que conocía de cerca a la productora describe a Gvirtz como un «ministro informal». El Gobierno se había enamorado de su forma de contar. Y sus observaciones sobre lo mal que comunicaba el Gobierno eran atendidas por gente de peso interno: en definitiva, después de alimentar a una variedad de medios privados con pauta oficial para contrapesar los hostiles titulares de Clarín en todas sus plataformas, un programa del canal público empezaba a constituirse, en 2009, como un espacio que imponía agenda.

Pantalla partida
70 años de historia argentina a través de la pantalla de canal 7.
Publicada por: Planeta
Fecha de publicación: 10/01/2021
Edición: 1a
ISBN: 978-950-49-7081-1
Disponible en: Libro de bolsillo
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