martes 23 de abril de 2024
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El aire que respiramos en Buenos Aires, factor de riesgo cardíaco

Un estudio muestra que los niveles de contaminación atmosférica de la Ciudad de Buenos Aires son suficientes para alterar la función del corazón y provocar un daño mayor en el infarto. Los experimentos, efectuados con animales, develan el mecanismo a través del cual el material particulado que flota por las calles porteñas daña el tejido cardíaco.

Son partículas minúsculas: miden menos de 2,5 micrones (un micrón es la milésima parte de un milímetro). Provienen de la quema de combustibles fósiles, de la abrasión del asfalto y del desgaste de los frenos de los vehículos, entre otras fuentes.

Hace relativamente poco tiempo, se estableció que ese material particulado que está suspendido en el aire de las grandes ciudades incrementa el riesgo de mortalidad debida a eventos cardiovasculares. De hecho, una publicación reciente efectuada por las principales sociedades cardiológicas del mundo determinó que la polución del aire es, por su importancia, el cuarto factor de riesgo cardíaco, después de la hipertensión, el tabaquismo y la dieta.

Como no se puede experimentar con seres humanos, los trabajos científicos que muestran el efecto de estas partículas sobre la salud de las personas son el resultado de análisis estadísticos: se cruzan datos para encontrar asociaciones o correlaciones entre la concentración de estas partículas en el aire y los eventos cardiovasculares que se producen en un lugar determinado durante un tiempo establecido. Es decir, son estudios indirectos.

Ahora, una investigación llevada a cabo por científicos argentinos demostró de manera directa los efectos del aire de Buenos Aires sobre el corazón. “A partir de los resultados de nuestros experimentos anteriores, trabajamos con la hipótesis de que el material particulado más pequeño se aloja en los pulmones y que eso provoca una reacción inflamatoria que tiene efectos en otros órganos. Nosotros nos enfocamos en el corazón”, cuenta Pablo Evelson, investigador del CONICET en el Instituto de Bioquímica y Medicina Molecular.

Las callecitas de Buenos Aires…

Uriburu entre Paraguay y Marcelo T. de Alvear. Una calle del barrio de La Recoleta. Allí, en un edificio perteneciente a la Universidad de Buenos Aires, se instaló una toma de aire que conduce a una habitación donde se realizó el experimento.

Un grupo de ratones fue expuesto a ese aire urbano a lo largo de cuatro meses. Durante igual tiempo, otro grupo de ratones respiró el aire de esa toma, pero filtrado; es decir, sin partículas.

“A los tres meses, los ratones que estaban expuestos al aire urbano presentaban una reacción inflamatoria en sus pulmones, a diferencia de los animales que recibían el aire filtrado”, señala Evelson. “Y comprobamos que eso impacta en el corazón”, completa.

Para evaluar ese impacto cardíaco, los investigadores redujeron transitoriamente el flujo sanguíneo al corazón de los animales de ambos grupos para provocarles un pequeño infarto. “Vimos que la extensión del infarto es significativamente mayor en los ratones que estuvieron expuestos directamente al aire urbano con respecto a los que recibieron el aire filtrado. Esto indica que el aire urbano llevaría a que el corazón esté menos preparado para resistir un esfuerzo”.

Cuando analizaron los procesos moleculares que pudieron haber provocado ese resultado comprobaron que, en el tejido cardíaco de los animales que respiraron partículas del aire de la calle, el metabolismo del oxígeno está disminuido. “Observamos que la funcionalidad de las mitocondrias, que son las que transforman el oxígeno en energía para las células, está alterada. La biogénesis mitocondrial, es decir los mecanismos que tiene la célula para reparar o reemplazar a las mitocondrias que no funcionan, está disminuida”.

Los resultados del trabajo, dirigido por Evelson, fueron aceptados para su publicación en Environmental Pollution, una revista de alto impacto en el mundo científico.

“Está comprobado que, por mínima que sea la cantidad de esas partículas en el aire, provocan daño en la salud. Nuestros hallazgos son una prueba in vivo de ese daño que confirma la necesidad de tomar medidas urgentes para reducir la contaminación”.

Gabriel Stekolschik

Vía

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