jueves 25 de abril de 2024
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Adelanto de «Pasión por la ignorancia», de Renata Salecl

El concepto de ignorancia necesita ser reevaluado, porque estamos atravesando un cambio revolucionario en la naturaleza del conocimiento. El desarrollo de la genética, la neurociencia y el big data ha cambiado la manera en que entendemos lo que puede conocerse sobre una persona. Los nuevos tipos de información traen aparejadas nuevas angustias, agravadas por lo difícil que resulta determinar con exactitud qué significará dicha información, quiénes tendrán acceso a ella y quiénes podrán usarla o manipularla. El surgimiento de nuevos tipos de información en el campo de la medicina implica que “saber o no saber” ha cobrado una importancia vital para el individuo. Igual de importante es examinar la ignorancia en relación con los nuevos mecanismos de poder.

En tiempos de crisis la gente, individualmente, suele optar por la ignorancia para no tener que procesar eventos o sentimientos traumáticos. No obstante, para algunos esta ignorancia no implica desconocimiento, sino más bien rendirse a un torrente ilimitado de información.

A continuación, un fragmento a modo de adelanto:

EL FRACASO DE LA AUTOVIGILANCIA

Aunque nos bajemos fervientemente una aplicación de autoayuda tras otra, en general nos olvidamos de ellas enseguida y, por un motivo u otro, dejamos de controlar nuestro avance. Los investigadores que intentaban entender por qué olvidamos tan rápido estas aplicaciones redescubrieron un término aristotélico, “acracia”, que describe la manera en que a veces actuamos insensatamente contra nuestros propios intereses. En su intento por alentar hábitos más saludables, varios gurús desempolvaron la misma palabra. Hoy se la utiliza más que nada para designar una forma de procrastinación que nos impide llevar a cabo nuestros planes, aunque sabemos que nos convendría hacerlo.

Se han realizado varios estudios interesantes sobre la acracia y los dispositivos de seguimiento en el campo de la medicina. En uno de ellos, a los participantes se les pagó por aumentar la cantidad total de pasos que daban cada día. Durante el estudio, mientras duró la recompensa económica, todo indicaba que les resultaría fácil cambiar de estilo de vida y mejorar su salud. La idea era que la mejora en su bienestar general los ayudaría a seguir con el programa una vez que el dinero dejara de ser un factor de motivación. Sin embargo, para la mayoría ese no fue el caso. Cuando se terminó el dinero, en general se terminó también la actividad física.

Usar dinero como incentivo para cambiar nuestros hábitos es una medida discutible. De todas formas, para ilustrar nuestro argumento quizá sea más útil recurrir al psicoanálisis si queremos examinar el fracaso de la autovigilancia. En las últimas dos décadas, los psicólogos han investigado la fuerza de voluntad basándose en gran parte en un estudio que la puso a prueba con dos ejercicios relacionados entre sí1. Roy Baumeister y sus colegas primero les indicaron a dos grupos de personas qué debían comer. Ambos grupos tenían delante de ellos un plato de galletitas de chocolate y un tazón de rábanos. A un grupo se le pidió que comiera solo los rábanos, mientras que al otro se le permitió comer ambas cosas. La idea era medir cuánto autocontrol haría falta para que el grupo de los rábanos resistiera la tentación de comer galletitas.

Después de este primer ejercicio, a ambos grupos se les pidió que resolvieran problemas de ingenio que en realidad eran insolubles. Resultó que el grupo que podía comer galletitas pasó mucho más tiempo tratando de encontrarles una solución a los problemas que el otro grupo. Una de las explicaciones propuestas fue que la fuerza de voluntad es como un músculo, que puede desarrollarse ejercitándola periódicamente, pero que si se exige demasiado, se agota. Así que si el grupo de los rábanos agotó toda su fuerza de voluntad tratando de no comer galletitas, no le quedó más fuerza para obligarse a resolver el problema en cuestión. En cambio, los que comieron galletitas y no tuvieron que apelar a su fuerza de voluntad en el primer ejercicio pudieron ponerla en práctica en el segundo, donde persistieron estúpidamente en tratar de resolver los problemas que sus colegas abstemios (con cerebros libres de azúcar) identificaron como insolubles y dejaron sin resolver.

En los últimos años, como el experimento de Baumeister nunca pudo replicarse, los psicoanalistas llegaron a la conclusión de que “la fuerza de voluntad no es un recurso limitado, pero creer que sí lo es hace más improbable que pongamos en práctica nuestros planes”. Según esta nueva perspectiva, estaríamos ante una profecía autocumplida: si damos por sentado que controlarnos agotará nuestra fuerza de voluntad y por lo tanto nos hará fracasar en nuestros intentos por llevar adelante otros proyectos, entonces es probable que fracasemos. Sin embargo, si no creemos que exista una “fatiga de la fuerza de voluntad”, entonces las probabilidades de fracaso disminuyen.

Otros estudios han tratado de evaluar qué influencia tienen las emociones en nuestra habilidad para cambiar nuestras conductas según habíamos planeado. Algunos libros de autoayuda recomiendan que estemos atentos a lo que sentimos cuando empezamos, por  ejemplo, un nuevo régimen y que, en lugar de usar toda nuestra energía lidiando con emociones negativas, tratemos de canalizar esa energía para crear un entorno que facilite nuestros objetivos.

Ahí es donde entran en juego las aplicaciones y la tecnología portátil. La idea es que nos ayuden a crear un entorno positivo, para que nos resulte más sencillo aplicar nuestros planes de superación personal. Si fijamos objetivos claros para cambiar nuestras vidas, estas aplicaciones en teoría deberían ayudarnos a alcanzarlos. Lamentablemente, la realidad es que quienes bajan esas aplicaciones y compran ese tipo de aparatos son tan propensos a “olvidarse” de hacer los seguimientos que tenían pensado hacer y de ignorar sus objetivos como quienes no recurren a esas tecnologías, por lo que ahora ha aparecido un nuevo tipo de dispositivo diseñado específicamente para alimentar nuestros sentimientos de culpa o de angustia por no usar los dispositivos anteriores.

Por ejemplo, hay una pulsera electrónica llamada Pavlok, que le permite al usuario castigarse a través de pequeñas descargas eléctricas, que pueden aplicarse cuando haya cedido a la tentación de hacer algo que había planeado no hacer. Esta descarga supuestamente debería despertar esa vocecita interior que nos dice: “¡A despertarse, es hora de ir al gimnasio!”, “¡Basta de papas fritas!” o “¡No hay que seguir perdiendo el tiempo en Facebook!”. Los fabricantes de Pavlok aseguran que su dispositivo nos ayudará a aprovechar nuestro “verdadero” potencial y permitirá que nos responsabilicemos por nuestro comportamiento para que así nos resulte más fácil cambiarlo cuando haga falta. Este aparato se basa en ejercicios de condicionamiento inspirados en el famoso experimento que Pavlov llevó a cabo con perros a comienzos del siglo xx. Así como Pavlov condicionó a sus animales para que empezaran a salivar cuando no había comida, los fabricantes de Pavlok afirman que su dispositivo puede condicionarnos para evitar conductas que nos perjudiquen. Los usuarios dicen haber podido eliminar todo tipo de malas costumbres, como atracarse de comida, comerse las uñas, arrancarse el pelo o dormir de más, después de empezar a asociarlas con la posibilidad de recibir descargas eléctricas.

La popularidad y proliferación de dispositivos así plantea algunas preguntas interesantes sobre la necesidad de medir tantas cosas en la vida y lo que en realidad se gana con ello. Por ejemplo, Kérastase, un fabricante de productos de cosmética capilar, creó un nuevo cepillo “inteligente”, codiseñado con la empresa de tecnología Withings, que supuestamente evalúa cómo tratamos nuestro pelo. Con ayuda de un micrófono incorporado, el cepillo “escucha” cómo nos peinamos y después mide el frizz o la sequedad del pelo y la presencia de puntas partidas. Otro dispositivo para los runners, el Apple Watch Nike+, viene en dos talles y trae un GPS incorporado, una banda deportiva perforada para mayor ventilación, compatibilidad con la aplicación Nike+ Run Club y comandos exclusivos a través de Siri para empezar a correr. Equipado con notificaciones push, la aplicación Nike+ Run Club alienta al usuario a correr, motivándolo todos los días con varios recordatorios. Por ejemplo, “¿Hoy corremos?” aparece en la pantalla a la hora en que la persona suele salir a correr. La aplicación también envía y recibe desafíos entre amigos y avisa sobre el estado del tiempo. Además de la información sobre el entrenamiento disponible a simple vista, como la velocidad, la distancia y el ritmo cardíaco, también se comparten resúmenes del progreso entre los contactos del usuario para alentar la competencia amistosa.

La incitación constante, la comparación con los demás y los castigos autoimpuestos son tácticas que las nuevas tecnologías están aprovechando para ayudarnos a lograr nuestros objetivos de autosuperación. Aunque hay quienes consideran que esto es útil, deberíamos recordar que toda la ideología de la autosuperación puede contribuir asimismo a los sentimientos de inferioridad, angustia y culpa. En consecuencia, algunos elegirán lidiar con esos sentimientos desagradables tratando al dispositivo como si fuera no un sustituto del superego, sino un sustituto de la misma autosuperación que se está buscando. El filósofo austríaco Robert Pfaller acuñó el término “interpasividad” para describir la estrategia de utilizar un dispositivo como un intermediario que realiza ciertos actos en lugar de la persona. Un ejemplo es alguien que con frecuencia graba películas, pero nunca las mira. Al grabarlas, puede hacer otras cosas mientras siente que la grabadora, en cierto sentido, las “mira” por él. Lo mismo puede decirse de una aplicación de meditación. La descargué, la pagué y hago algunas de las meditaciones que me pide hacer, pero a los pocos días ya aprendí a ignorarla. Como la tengo en mi celular, la aplicación puede verse como un reemplazo de mi práctica meditativa, que “meditaría” por mí, interpasivamente, mientras yo sigo haciendo mis otras tareas domésticas, quizá más divertidas. Esto puede servirnos para ignorar los sentimientos de angustia y culpa que de otro modo sentiríamos por no cumplir nuestros objetivos.

La proliferación de estas aplicaciones y dispositivos portátiles se basa en la idea de que se puede manipular a la gente para actuar de una manera más productiva y menos perjudicial para sí misma. Si quienes promueven su uso son nuestros empleadores, cabe deducir que el fin es crear trabajadores más sanos, más motivados y más concentrados, y que por lo tanto trabajen mejor, sean más productivos y cuesten menos. Cuando ignoramos este tipo de aplicaciones y dispositivos, no es que estemos eligiendo comportarnos conscientemente de forma autodestructiva. Más bien lo que sucede es que nos mueve algo que no puede controlarse ni alterarse fácilmente: nuestros deseos, fantasías e impulsos inconscientes. El hecho de que abandonemos tan rápido nuestros objetivos, nos olvidemos de nuestras aplicaciones de autosuperación o las usemos de forma interpasiva no debería verse como un indicio de que no estamos tratando de cambiar nuestras vidas, sino como prueba de que esos cambios no son fáciles, por másracionales que sean, ya que nuestro inconsciente suele actuar contra nuestros propios intereses.

El problema no es que nos olvidemos de las distintas aplicaciones que descargamos para cambiar nuestra conducta ni que para algunos el hecho mismo de descargar una aplicación sea suficiente para sentirse mejor. El problema es que las aplicaciones no se olvidan de la gente que las descargó.

Pasión por la ignorancia
El concepto de ignorancia necesita ser reevaluado, porque estamos atravesando un cambio revolucionario en la naturaleza del conocimiento. El desarrollo de la genética, la neurociencia y el big data ha cambiado la manera en que entendemos lo que puede conocerse sobre una persona. Los nuevos tipos de información traen aparejadas nuevas angustias, agravadas por lo difícil que resulta determinar con exactitud qué significará dicha información, quiénes tendrán acceso a ella y quiénes podrán usarla o manipularla. El surgimiento de nuevos tipos de información en el campo de la medicina implica que “saber o no saber” ha cobrado una importancia vital para el individuo. Igual de importante es examinar la ignorancia en relación con los nuevos mecanismos de poder.
Publicada por: Godot
Fecha de publicación: 07/01/2022
Edición: Tapa blanda
ISBN: 9789878413846
Disponible en: Libro de bolsillo
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