En un tiempo donde la verdad dejó de ser importante, donde los grandes medios se vanaglorian de crear noticias en lugar de contarlas y los periodistas «estrella» se muestran orgullosos -por dinero o convicción- de dirigirse sólo a los convencidos, Carlos Ulanovsky se convirtió en un antídoto contra la degradación de un oficio noble y esencial para el control de los poderosos en un sistema democrático. Ula es nuestro San Pugliese. Les aseguro a los colegas honestos y lúcidos que basta invocarlo para que el panorama se aclare.
Ulanovsky, como Tomás Eloy Martínez, enseña desde su praxis y su prédica que el dilema central del periodismo actual sigue siendo ético. No importa si escribimos en una pantalla o en una libreta, si transmitimos desde la radio o por streaming, la cuestión es qué contamos, cómo lo contamos y desde dónde lo hacemos. Con qué grado de empatía con los que sufren, narramos las noticias que los involucran y afectan. Evitando que el ego tape los hechos.
Es maestro de periodistas, tal vez, a su pesar. Participó de la fundación de la Carrera de Periodismo en la UBA y del Taller Escuela Agencia. Pero, más allá de la cátedra, fue en su trabajo donde se convirtió en paradigma del deber ser. Es una maravilla observar el rigor que lo atenaza y le impide entrevistar sin saber todo sobre el entrevistado. Verlo preguntar, con su cuaderno repleto de datos y un listado completo de consideraciones sobre la persona que tiene enfrente. Un privilegio para aquellos que están cerca y entienden que esta profesión se aprende, pero también «se roba». En eso estamos desde hace años: mirándolo, leyéndolo, escuchándolo… robándole.
Y como si el ejercicio profesional no fuese suficiente, dedicó parte de su tiempo a registrar la historia de los medios de comunicación y de sus protagonistas. Un gesto de celebración de la memoria para que todos podamos comprender. Carlos es un testigo implacable e imprescindible.
En medio de la tormenta de las fake news, los gritos de los conductores de la tele, las operaciones mediáticas y la búsqueda desesperada de los clicks; ante tanta confusión y vedetismo, lo miro laburar con la pasión y la serenidad de siempre y digo: «Ula, Ula, Ula» y creo que me salvo.
(Escrito para el libro «Querido Ula», compilación de Humphrey Inzillo y Martín Giménez)