viernes 26 de abril de 2024
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Milei, Menem, Moisés y Julio César

En abril de 1998 durante un vuelo hacia Nueva Zelanda para una visita oficial, cuando el avión Tango 01 intentó el aterrizaje en la ciudad de Wellington, ráfagas de 140 kilómetros por hora amenazaron con hacerlo caer. El pánico entre el pasaje, donde había funcionarios y periodistas, fue total. El entonces presidente Carlos Menem, le pidió a su hija Zulemita que se ajustara al cinturón y calmó a todos con la siguiente frase: “Tranquilos, no temáis, estáis con César y su estrella. Nada malo va a pasar”. Así de enorme era la autovaloración que el riojano tenía de sí mismo. Javier Milei, que lo admira profundamente, tiene una autoestima semejante. No se compara con un emperador romano, pero se auto percibe Moisés, el libertador del pueblo judío y uno de sus profetas esenciales. “Tranquilos, yo los liberaré de la casta, de la inflación y del Estado”, es la síntesis de todos sus discursos.

Milei tiene múltiples coincidencias ideológicas con Menem y él mismo lo destaca cada vez que puede: quiere desregular la economía, achicar el Estado al máximo y volver a las AFJP. Pero su empatía mayor se da en la autovaloración. Por eso el carácter fundacional que le da a su mandato. El resto lo hace el desprestigio acumulado por la dirigencia política y el enojo de gran parte de la población después de años de empobrecimiento, inflación, corrupción e inseguridad.

Una acotación pertinente: en algún momento, si es que quieren presentarse como una opción electoral a futuro, el llamado progresismo y los restos del peronismo deberían revisar este pasado bochornoso que le ofrecieron a la sociedad con una profunda autocrítica. El radicalismo, la Coalición Cívica y el Socialismo, por su parte, deberán bucear en sus identidades originales si es que no quieren ser fagocitados por la nueva derecha y construir una opción social demócrata y republicana con chances de llegar al poder.

En tanto, en la apertura de sesiones ordinarias del Congreso, y montado sobre esa plataforma de malestar generalizado y desprestigio de sus rivales más que desde un atril, el libertario fustigó durante más de una hora a gobernadores, legisladores de todos los partidos menos del suyo, sindicalistas, empresarios “prebendarios”, periodistas “ensobrados” (categoría destinada a quienes no lo halagan o rinden pleitesía) y, de inmediato, los llamó a firmar un pacto “fundacional” que, más que pacto, es un pedido de rendición a sus ideas. Así lo definió el prestigioso constitucionalista Andrés Gil Domínguez: “el Pacto de Mayo es en realidad el ´contrato de adhesión de mayo´ basado en la extorsión a los gobernadores e imponiendo una lógica unitaria de partido único. Solo falta que abajo de la firma los gobernadores tengan que consignar: Viva la libertad, carajo”.

Es más, Milei les dijo claramente a los gobernadores que sólo lo firmaría si antes le aprueban la Ley Ómnibus que naufragó por su propia voluntad en el Congreso. La oferta es “alivio fiscal” para sus provincias. En buen romance: los fondos necesarios para poder pagar los suelos de maestros y policías. “Hay que ver cuánta plata necesitan los gobernadores para levantar la manito”, se sinceró José Luis Espert, el socio más aplicado del presidente en Diputados. La reacción fue casi instantánea: los gobernadores de Juntos por el Cambio se apuraron a manifestar su entusiasmo con la convocatoria, al igual que los peronistas Martín Llaryora y Raúl Jalil, de Córdoba y Catamarca. Lo curioso es que van a discutir un documento que ya está escrito y cerrado. Cualquier parecido con el Síndrome de Estocolmo no es pura coincidencia.

Milei es un gran comunicador. Su campaña y extraordinario triunfo electoral, se basó en hablar sobre los temas que más preocupan a los argentinos: inflación, inseguridad y corrupción. Pivoteó sobre un prejuicio, que tiene fundamento real, “los políticos tienen privilegios mientras ustedes se mueren de hambre”. Se sigue haciendo fuerte allí. Es difícil, desde el sentido común, no coincidir con varios de los puntos de su “paquete anticasta”, eliminar jubilaciones de privilegio (se olvidó de los jueces), acortar reelecciones indefinidas en el sindicalismo, reducir asesores, castigar a los corruptos, evitar la emisión descontrolada, bajar el déficit, etc. No importa si esas propuestas se pueden implementar o no. Todas sus intervenciones contienen verdades a medias. Lo relevante es que sus votantes lo perciban en la pelea contra “los malos”. Eso deja en segundo plano la ausencia de un plan productivo y de desarrollo y el detalle no menor de que, hasta el momento, el gran ajuste se descargó sobre jubilados y trabajadores.

El presidente desprecia a los políticos y, al parecer, con eso alcanza. Siente que los tiene en un puño y que “la gente” celebra cada una de sus estocadas. Prescindiría del parlamento si pudiera, pero eso es imposible “por ahora”. Si firma un acuerdo con los representantes de la casta es por puro pragmatismo político. Y si no quieren firmar los confrontará. Se los advirtió claramente. Piensa que gana aunque pierda. Si lo derrotan políticamente siempre tendrá el atajo de decir que los herejes no dejaron a Moisés cumplir con su misión divina.