sábado 12 de octubre de 2024
Lo mejor de los medios

Adelanto de «Una historia de cómo nos endeudamos», de Ariel Wilkis

Ser argentino puede resultar una experiencia impagable. Literalmente. Endeudarse con un banco, una casa de electrodomésticos, una tarjeta de crédito, un prestamista privado o el almacenero del barrio es una estrategia habitual de las clases medias y populares para gestionar desde sus aspiraciones de consumo y movilidad social hasta la más modesta supervivencia cotidiana.

Sin embargo, los vaivenes de la economía argentina hacen que, cíclicamente, el sueño del acceso al crédito se transforme de pronto en la pesadilla del saldo que no se llega a pagar. En este libro atrapante, Ariel Wilkis lee la historia argentina a través de las formas que adquirieron las deudas de los hogares y las familias desde 1983, entrelazando las políticas económicas de los sucesivos gobiernos con los relatos de experiencias personales y familiares.

El abordaje es original: las deudas privadas suelen quedar por fuera del radar de las estadísticas oficiales y del interés de economistas e investigadores. Estas páginas recorren los planes de ahorro previo de los años ochenta, los créditos hipotecarios en dólares y el boom de la compra de electrodomésticos del menemismo, el consumo popular favorecido por el kirchnerismo, los fallidos créditos UVA del macrismo y la quema de ahorros durante la pandemia.

Hoy, mientras el gobierno de Javier Milei ajusta a los deudores y da libertad de acción a los acreedores, la Argentina tiene una economía sin crédito y una sociedad con deudas. No es un problema menor: esa experiencia carcome las expectativas sobre el porvenir y atenta contra la ilusión de un mañana mejor, la ficción democrática más necesaria e irrenunciable. Si acceder a un crédito es el futuro, deber dinero es el pasado. Este libro es también una mirada posible sobre el presente de una Argentina encerrada en esa encrucijada.

A continuación, un fragmento a modo de adelanto:

Esto […] nos obliga a seguir manteniendo, profundizando y transformando las políticas que sostengan la demanda agregada. En términos criollos, sostener que la gente pueda tener poder adquisitivo, sobre todo los sectores de mayor vulnerabilidad que al no tener capacidad de ahorro, que al no poder viajar al exterior y al no poder comprar dólares son los que consumen hasta el último peso que les ingresa.
Discurso de la presidenta de la nación Cristina Fernández de Kirchner, apertura del 130º período de Sesiones Ordinarias del Congreso nacional, 1º de marzo de 2012

El tormentoso fin de la convertibilidad había queda-do atrás hace una década. Ahora lo que empezaba agotarse era el ciclo económico sobre el cual el kirchnerismo había buscado enterrar el legado de esa gran crisis de 2001.

2011 (año de la reelección de Cristina Fernández de Kirchner –CFK–) había culminado con un balance cambiario complejo. Según datos publicados por el BCRA, el volumen operado en el mercado único de cambios había sido el más alto desde 2002, un 12% mayor que el del año anterior e incluso por encima del registrado en el de la crisis internacional de 2008. Después de un prolongado período de quietud, el precio del dólar en el mercado informal porfiaba en una tendencia al alza, y en el mercado oficial se había acentuado la demanda de divisas a medida que se acercaba el 23 de octubre de 2011, fecha de las elecciones presidenciales. A fines de ese mes se implementó la medida cambiaria que daría nacimiento a un sistema de regulaciones restrictivas que en los cuatro años siguientes sería perfeccionado. La “batalla” contra la dolarización argentina empujaba estas medidas que buscaban aplacar los signos más visibles de las dificultades de un modelo de gestión económica que se tornarían cada vez más evidentes en el transcurso de los años siguientes. Atrás habían quedado los años de los superávits gemelos (comercial y fiscal) que habían sido gestionados por Néstor Kirchner al comienzo de la recuperación económica de la posconvertibilidad aprovechando el boom internacional de las commodities de inicios de la década de los dos mil.

Un capítulo virtuoso de este período fue la decisión de pagar la deuda con el FMI acrecentada durante los meses finales del gobierno fallido de la Alianza. La deuda con los acreedores privados internacionales seguiría un camino más sinuoso y litigante los años posteriores. El nivel de empleo y de ingre-sos tuvieron una fuerte recuperación que se vio interrumpida por las consecuencias de la crisis financiera internacional de 2008, cuyas derivas en la política interna tomaron la forma de medidas sobre las ganancias del sector agroexportador (“la 125”) y un conflicto en las calles prolongado por varios meses (“el conflicto con el campo”). La cíclica restricción externa de la economía argentina volvía a asomar y, ya lanzado el proyecto reeleccionista de CFK, mostraba su cara política: las corridas cambiarias. A medida que se acercaba la elección presidencial de 2011, la ley de hierro de la democracia argentina hacía sentir su rigor. El mercado cambiario ocupaba el centro de la escena electoral condicionando expectativas y proyecciones del electorado y los políticos profesionales.

Con un apoyo del 54% de los votantes, y lejos del 16,81% que obtuvo el socialista Hermes Binner, el candidato que le seguía en la cantidad de sufragios, CFK asumía su segunda presidencia en este contexto. En marzo de 2012, las palabras de la presidenta reelecta ante los representantes de las dos Cámaras del Congreso, que reprodujimos al comienzo de este capítulo, expresaban tanto las presiones que pesaban sobre la economía y la política a través de la fuga hacia el dólar por par-te de la sociedad argentina como la convicción del rol político del consumo para el proyecto que representaba y tenía en su marido fallecido el año anterior su referente máximo.

Frente a la Cámara Argentina de la Construcción y a muy poco de comenzar su mandato, en 2003, Néstor Kirchner lo había dicho con estas palabras: “A diferencia de los modelos de ajuste que tan duramente conocimos permanentemente, ubicamos al consumo en el centro de esa estrategia de expansión”. Una década después, y en un contexto económico adverso, recuerda la investigadora Micaela Díaz Rosáenz (2017), CFK trazaba la genealogía del ideal y estilo de consumo del proyecto kirchnerista:

Este mercado interno que sigue consumiendo porque sigue la política, inaugurada en 2003, de mejorar constantemente el poder adquisitivo de nuestros trabajado-res, porque ha desarrollado políticas de inclusión social, como la Asignación Universal por Hijo, que ha permitido que aquellos sectores que no tienen un trabajo formal o que aún están desocupados puedan consumir y esto es básico: sostener la demanda y sostener el consumo.

En efecto, durante las sucesivas presidencias kirchneristas, el Estado invirtió en industria manufacturera, expandió el mercado interno e implementó un conjunto de novedosas políticas asistenciales que apuntaron a mejorar la crítica situación de los sectores sociales más relegados. En esos años, las estadísticas de los organismos internacionales daban cuenta de una región donde se ampliaba la “clase media” y se reducía la pobreza y la desigualdad de ingresos. Del mismo modo que sus pares en Bolivia (Evo Morales), Venezuela (Hugo Chávez), Brasil (Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff), Ecuador (Rafael Correa) y Uruguay (José Mujica), los Kirchner establecieron la “inclusión de mercado” como paradigma de bienestar para los pobres. Este paradigma reasignó fondos públicos para la población más marginal del país, lo que le permitió no solo comer, sino también participar en el mercado de consumo. Tales políticas gubernamentales marcaron un cambio de lo que llamo una política de contención –destinada meramente a mantener a los pobres por encima de la línea de pobreza– a una política de rehabilitación, en que el propósito de dar dinero a los pobres era integrarlos en el mercado y reactivar toda la economía.

Así, el gobierno argentino fue proponiendo una nueva interpretación sobre el dinero público que circulaba hacia los sectores más relegados. La política de contención surgida en los años duros de la crisis de 2001-2002 estuvo representada por el plan Jefes y Jefas de Hogar, que tenía el objetivo de apaciguar a una sociedad en llamas y transferir el dinero para prevenir un deterioro de las condiciones de vida. En la nueva política de rehabilitación, el uso del dinero tenía un tinte positivo no solo para quienes lo recibían, sino para el conjunto de la economía. Esta resignificación estaba acompañada por la valoración del dinero en manos de los sectores populares frente a otros sectores sociales más acomodados.

A lo largo del último año de su segundo mandato, CFK hizo mención al consumo en 4 de cada 10 discursos que pronunció (Díaz Rosáenz, 2017). Esta centralidad crecía a medida que los números económicos no acompañaban a la gestión kirchnerista tal como había sucedido en los primeros años de gobierno de Néstor Kirchner y de la primera presidencia de CFK, la época de los superávits gemelos, del desendeudamiento con el FMI y de un mayor fortalecimiento de los niveles de empleo y los ingresos. Desde 2011, la actividad económica mostraba signos de estancamiento, los niveles de reservas del BCRA empezaban a menguar y la inflación asomaba por arriba del 20% anual. El desempeño del consumo también estuvo acompañado por la activación de medidas orientadas a mantenerlo, programas que fueron, muchos de ellos, marcas registradas de una época, de una narración y una memoria política: a la Asignación Universal por Hijo (AUH) de 2009 se fueron sumando el programa Procrear de créditos a la vivienda (2012), la Tarjeta Argenta (de ese mismo año) con descuentos para jubilados y pensionados, el programa Precios Cuidados (2013) para contener la inflación, el programa Ahora 12 (2014) que ampliaba el financiamiento de compras en cuotas y el Renovate (2015) que permitía adquirir electro-domésticos con descuentos, entre otros.

Con los motores calentándose para afrontar las elecciones presidenciales de 2015 y con un mercado cambiario que volvía a estar en el centro de la escena condicionando ese proceso, a pocos meses de abandonar la Casa de Gobierno ante un auditorio internacional la presidenta, casi como balance y resumen de su modelo, expresaba:

La inyección que provocó en el mercado la demanda agregada, el consumo de los pobres, de los más pobres, que no son los que fugan sus recursos a cuentas en Suiza o en paraísos fiscales, la Asignación Universal por Hijo que recibe cada trabajador, cada mamá, es gastada en zapatillas, en útiles para la escuela, en alimentos, en cosas que contribuyen fuertemente a dinamizar la economía (CFK, disertación en la FAO, 2015, cit. por Díaz Rosáenz, 2017).

Todo proyecto político plantea necesariamente un ideal y un estilo de consumir. Por lo tanto, todo gobierno democrático se apoya en parte en un modelo de consumo. Durante el kirchnerismo, el aumento del “consumo popular” fue toma-do como una bandera del éxito de sus políticas.

Radiografía del consumo durante el kirchnerismo

La mayor redistribución llevada a cabo por los gobiernos kirchneristas permitió a los grupos sociales más relegados el acceso a bienes de consumo masivo, lo que significó, por lo tanto una mejora en su calidad de vida. La reactivación económica iniciada en 2003 fue acompañada de una mayor inter-vención estatal en materia de regulaciones de las relaciones laborales, el aumento de la cobertura previsional y las políti-cas sociales de transferencias de ingresos (Benza, 2016). Estos eran los logros reivindicados y promovidos por los gobiernos del ciclo progresista de los años dos mil en América Latina. Los años en que las estadísticas de los organismos interna-cionales hablaban de un crecimiento de la “clase media” en la región, la caída de la desigualdad medida por el índice de Gini y el retroceso de los niveles de pobreza. Desde el punto de vista social, el mayor mérito de estos gobiernos fue recom-poner niveles de ingresos pulverizados por la alta inflación de los ochenta y el desempleo de masas de los noventa.

La recuperación de los ingresos en este período involucró a todos los grupos sociales. Sin embargo, quienes se vieron más favorecidos fueron los sectores populares (Benza, 2016; Dalle y Stiberman, 2017). En el período 2003-2010, los ingre-sos de este segmento aumentaron alrededor de un 77%; en contraste, ese incremento para las clases medias fue del 37%. En otras palabras, este crecimiento diferencial de los ingresos condujo a una reducción de la distancia que separaba a los sectores populares del resto de la población (Benza, 2016).

Un dato insoslayable del período kirchnerista: el quintil de hogares más pobre aumentó un 402% su ingreso mensual medido en valores corrientes entre la medición de 2004-2005 y la medición de 2012-2013. Mientras tanto, el quintil más rico lo hizo un 264%. Este mejoramiento impactó en una ma-yor participación en el consumo.

Entre 2003 y 2012, el patentamiento de autos nuevos se multiplicó por seis. Y entre 2004 y 2013, creció más del doble la cantidad de personas que viajaron al exterior. La encuesta de gastos y consumos del hogar del Indec ayuda a captar esta transformación. Los años de fuerte recuperación (medición 2004-2005) muestran un salto en el consumo de bienes ligados al equipamiento del hogar (computadoras, microondas, lavarropas, heladeras); la tendencia se estabiliza los años del segundo gobierno de CFK (medición 2012-2013) cuando la actividad económica empieza a enfriarse y la inflación a tomar vuelo. Mariana Luzzi y Carla del Cueto, que recogieron algunos de los datos más sobresalientes de este proceso, subrayan justamente la modernización de los equipamientos del hogar como un proceso clave del período, que incluyó, por ejemplo, el reemplazo de artefactos con tecnologías semiautomáticas o manuales por los mismos bienes automatizados y la incorporación de nuevos bienes a la vida cotidiana (como el celular).

Esta tendencia general de la ampliación del consumo en los años del kirchnerismo tuvo rasgos distributivos muy marca-dos. En el inicio del ciclo kirchnerista, el primer quintil representaba el 27,5% de la población y realizaba el 9,91% del gasto total; en el final representaba el 28,3% y realizaba el 13% del gasto. Entre ambos momentos, el quintil más rico perdió 5 puntos porcentuales de su participación en el con-sumo total. En el mismo sentido se encuentran los datos de gasto medio de la población. Entre 2004 y 2005, el primer quintil consumió un 64% menos que el promedio; en la última medición del ciclo kirchnerista, lo hizo un 54%.

Lo anterior se refleja en un indicador claro: la brecha total de consumo entre ricos y pobres disminuyó en aquellos años del 7,3 al 5%. Este dato se registra en todos los ítems analiza-dos menos en el de las propiedades; en algunos de esos ítems –indumentaria y calzado, equipamiento y mantenimiento del hogar–, incluso disminuyó más de la mitad.

Ariel Wilkis lee la historia argentina a través de las formas que adquirieron las deudas de los hogares y las familias desde 1983, entrelazando las políticas económicas de los sucesivos gobiernos con los relatos de experiencias personales y familiares.
Publicada por: Siglo XXI Editores
Fecha de publicación: 05/01/2024
Edición: primera edición
ISBN: 978-987-801-332-9
Disponible en: Libro electrónico

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