Javier Milei habla como un dictador, gesticula como un dictador, pero no actúa como tal. Por lo menos todavía. Se comporta sí como un barrabrava, un energúmeno vociferante y pendenciero. En esto es original, nunca antes alguien con sus modos había ocupado la Casa Rosada. Hay algo bestial y a la vez calculado en sus maneras. Por momentos da vergüenza escucharlo insultar o utilizar expresiones vinculadas al sexo anal para humillar a sus críticos.
Su principal asesor, Santiago Caputo, lo convenció de que era la mejor forma de captar el enojo popular contra los gobiernos anteriores. Así hizo campaña, a las puteadas, y sigue pensando que eso le da rédito. ¿De verdad, esto le agrada a quienes lo votaron? Si me guío por los aplausos de los empresarios y financistas que lo invitan a sus coloquios, sí. Pero quiero pensar que la mayoría de los argentinos no son así de crueles y maleducados.
Milei envileció el discurso público a límites extremos y no le preocupan las consecuencias. Según explica sólo se defiende de mentiras y agresiones que le propinan. En su estrategia hay que atacar a los periodistas para que ninguna crítica, por más fundada que esté, pueda afectarlo. Ni la escandalosa estafa con $LIBRA -en donde fue partícipe necesario- ni los nombramientos por decreto para la Corte Suprema, ni el acuerdo con Rovira para que se caiga el proyecto de Ficha Limpia. La lógica que trata de imponer es que todos los periodistas mienten, todos son “ensobrados”, que los únicos que dicen la verdad son los integrantes de Las Fuerzas del Cielo. Curiosamente los colegas que reúnen más sospechas de venalidad y falta de independencia son los que lo adulan en lugar de entrevistarlo. No es muy difícil comprobarlo.
Hasta ahora emitió insultos y empujó a sus huestes en las redes sociales a hostigar y amenazar a los críticos, sean de la prensa o economistas (con más bronca sobre los que tradicionalmente le hablan a un público que él considera afín a sus ideas). Santiago Caputo -que controla los servicios de inteligencia y los organismos de recaudación entre otros resortes claves del Estado- interrumpió una entrevista y le tomó una foto a la credencial de un fotógrafo que lo había retratado. También fue herido de gravedad un fotoperiodista que cubría una protesta frente al Congreso. Roberto Navarro fue golpeado por un militante libertario. No es poco en un año y medio de gestión. Y todo esto mientras las cosas con la economía, según afirma, le van bastante bien.
Esta semana puso un pie en el primer peldaño de una deriva más autoritaria. Participó de una sesión adulatoria de seis horas en un streaming conducido por el militante ultraoficialista Daniel Parisini, alias Gordo Dan, y jugó con la idea de meter presos a periodistas. “No odiamos lo suficiente a los periodistas”, se regodeó en la consigna lanzada por el GorDan.
Entre aleluyas de sus fieles, allí anticipó que denunciaría en la justicia a tres de ellos que, supuestamente, lo compararon con Hitler. En realidad lo que hicieron, por lo menos Carlos Pagni y Ari Lijalad, fue hacerse eco de una discusión que se está dando en el mundo sobre los nuevos liderazgos de la derecha extrema y lo peligros que eso representan para la democracia. Desde allí algunos trazan paralelismos con los años previos al ascenso del nazismo.
Milei no es un dictador, pero habla y gesticula como si lo fuese.