El hombre que terminó con la carrera electoral de Cristina Kirchner alguna vez militó en el peronismo. Podría señalarse como una paradoja, pero tal operación es imposible. Es cierto que Horacio Rosatti ocupó varios cargos en la gobernación santafesina por el Partido Justicialista y que en 1995 fue elegido intendente de la ciudad de Santa Fe por el mismo partido. Es cierto que llegó a ser Procurador del Tesoro y Ministro de Justicia en la gestión de Néstor Kirchner, pero es difícil ubicarlo dentro algún partido que no sea el de su propia ambición.
Rosatti es una suerte de Frankestein jurídico. Su relación con el operador judicial de Mauricio Macri, el huidizo Fabián Pepín Rodríguez Simón lo llevó a aceptar ser nombrado en la Corte Suprema de Justicia de la Nación por decreto, su primer gran defección habiéndose especializado en derecho constitucional. Luego cuando el escándalo de las designaciones (lo otra fue la de Carlos Rosenkrantz) el Senado los avaló. Parecía un ingreso equlibrado: dos juristas, uno vinculado a un partido popular y otro ex abogado de las grandes corporaciones. Al poco tiempo, por sus fallos y omisiones, pudo comprobarse que ambos respondían a las mismas lógicas. Ambos eran hijos del matrimonio entre el Poder Económico y la Familia Judicial.
Me incluyo en la lista de los decepcionados, los que pensamos a Rosatti como un jurista, independiente, inteligente y sensible. Su transformación es una de las más extraordinarias que pude ver en toda mi carrera periodística. La segunda señal de su voracidad quedó, otra vez, en evidencia cuando se votó a sí mismo para llegar a la presidencia del Alto Tribunal.
El tercer aviso de su metamorfosis quedó firmado. Fue uno de los tres votos que consagraron el 2 por 1 que favorecía a represores. Los otros dos jueces que votaron la medida fueron Rosenkrantz y Elena Highton de Nolasco. El repudio masivo de la ciudadanía, que le impidió incluso dar una charla en Santa Fe, lo hizo dar marcha atrás.
El cuarto escalón fue su llegada al Consejo de la Magistratura. Con una argucia, aprovechó la demora del Congreso en sancionar una nueva ley, logró quedarse con la Presidencia del organismo que estudia el accionar de los jueces. Se convirtió así en juez y parte. Bajo su liderazgo el Consejo de la Magistratura prácticamente no funcionó. La última medalla fue impedir que se analice la conducta de los jueces federales que recibieron dádivas del grupo Clarín en forma de viaje al enclave turístico en Lago Escondido. Sobre ese escándalo, que revela el nivel de connivencia entre el llamado Círculo Rojo y los jueces, jamás dijo una palabra.
Del dirigente justicialista con valores y convicciones, del constitucionalista que alguna vez encarnó y defendió valores republicanos, hace rato que no queda nada. Este martes pasado culminó su faena apurando una decisión que modificó el escenario electoral. Es imposible no aceptar que durante el kirchnerismo hubo corrupción, pero el fallo salió en tiempo récord y a pedido. Mientras tanto la Corte duerme las causas que involucran a empresarios, a dirigentes macristas, los reclamos de jubilados o la constitucionalidad del Decreto 70/2023.
Horacio Rosatti cumplió su sueño: pasará a la historia. El tema es cómo.