viernes 19 de abril de 2024
Cursos de periodismo

«El Perro. Horacio Verbitsky, un animal político», de Hernán López Echagüe

 

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«El Perro. Horacio Verbitsky, un animal político», es el nuevo libro del periodista y escritor Hernán López Echagüe, quién durante más de dos años siguió de cerca el mundo de Horacio Verbitsky del que también participó, porque fueron militantes montoneros en los setenta y colegas en el diario Página/12 durante los noventa. La obra incluye el testimonio de diversas fuentes y conversaciones con su protagonista que reflexionan sobre quién fue, quién es hoy y qué es real acerca de lo que se piensa de él. El autor logra con destreza e inteligencia girar alrededor de su figura, interpelarla y así escribir páginas que harán historia. A continuación, el capítulo 2 a modo de adelanto:

Capítulo 2

Página/12 era el diario en el que deseaba publicar cualquier periodista joven, alumbrado y con inquietudes sociales, es decir, que había caído en la cuenta de la existencia del vecino, de un prójimo, de alguien sin voz que gracias a tu pluma la tendrá: el rescate de los nadies, de los condenados de la tierra, algo así como que con la luz de tu ingenio iluminaste la razón en la noche de ignorancia y por ver grande a la Patria tú luchaste con la espada con la pluma y la palabra.

Publicar al menos una miserable pastilla.

Firmar una nota en ese diario equivalía a ganar entidad pública, y honorable, desde luego, y experimentar una sensación de pertenencia al mundo de la literatura periodística y progresista. Osvaldo Soriano, Pasquini Durán, Miguel Briante, Tomás Eloy Martínez, Miguel Bonasso, Juan Sasturain, Juan Gelman, Eduardo Galeano, Osvaldo Bayer, HV, Rodrigo Fresán, Alan Pauls, Juan Forn, Eduardo Berti, Homero Alsina Thevenet, José Pablo Feinmann, el brillante diseñador Oscar Iglesias, las tiras de REP. La cuarta o quinta fundación del nuevo periodismo.

Crónicas escritas como auténticas crónicas. Titulares ingeniosos. El humor político de Daniel Paz y Rudy, que en un cuadro lograban expresar todo lo que muchas veces el diario no lograba expresar a lo largo de sus treinta y dos páginas. Espacios destinados a noticias y análisis sobre derechos humanos y conflictos sindicales. Periodistas, escritores y dueños y directores y correctores y serenos y cadetes, y hasta cafetero y sanguchero y cortacables del diario, todos, absolutamente todos, al parecer comprometidos con el bienestar de la sociedad y con el periodismo como un bien social. Y con la reivindicación del ideario de los sectores más avasallados, discriminados, perseguidos, descompuestos y menospreciados de la sociedad. Y con la reconstrucción de la memoria. Vamos, joder, que en ese diario no podía haber más que gente pura y desprendida. “¡Este es un diario progresista y hecho por compañeros!”, se metió a los gritos una vez Lanata en el medio de una asamblea que estaba a punto de convocar a un paro porque adeudaban un par de sueldos. Y cómo no recordar a Salvador Benesdra, de la sección internacionales, de pie sobre su escritorio, explicando también a los gritos y los brazos en molinete que todo bien con decirnos compañeros, todo bien con la línea editorial del diario, ¡pero estamos en un sistema capitalista y esta es una empresa que se rige por las leyes del capitalismo, y nos deben meses y no aceptan que pidamos aumento de sueldo! ¡Y encima nos quieren hacer creer que un paro es contrarrevolucionario!.

Algunos redactores lo miraban con compasión y muy divertidos con la situación se pusieron a hacer una cadena de palabras sonreídas de un oído al otro. En particular los jóvenes estrellados del diario, Marcelo Zlotogwiazda, Ernesto Tenembaum, Román Lejtman, Jorge Cicuttin. Suponían que era otro brote psicótico —Benesdra había tenido brotes psicóticos desde chico—, del mismo modo en que el tío de Jaromil, protagonista de La vida está en otra parte, de Milan Kundera, suponía que Voltaire era el inventor del voltio. Cierto es que ponerse a explicar con gran claridad y énfasis las leyes del capitalismo, y sin tomarse un poco de aire, saltar a que los extraterrestres invadirán Buenos Aires y se robarán el Obelisco, le quitaba un poco de solvencia a las palabras anteriores de Benesdra. También es cierto que escucharlo decir una larga frase en siete idiomas distintos, le ponía lo que lo otro le quitaba. Y escucharlo hablar de literatura o de música o de política, añadía y añadía.

La dirección del diario actuó de inmediato: pidió una ambulancia a un psiquiátrico y a Benesdra y su sistema capitalista psicótico se los llevaron a la rastra dos enfermeros del tamaño de un ropero.

A propósito de las huelgas y los paros y las demandas del gremio de los periodistas, Bayer critica con inclemencia la conducta de HV en el diario. “En Página es conocida su postura frente a la primera huelga que hicieron los trabajadores. Fue una vergüenza. El paro fue total, nadie trabajó, ¡y Verbitsky escribió todo el diario él solo! Carnero total, ese era el comentario común de todos los compañeros de Página por entonces”.

—En Página/12 no me plegué al paro dispuesto por una comisión interna que vos conociste tan bien como yo, porque era suicida destruir ese proyecto alternativo cuando en Clarín y La Nación nunca paraba nadie. Pero es falso que haya escrito cualquier otra cosa que no fueran mis notas firmadas habituales. Participé incluso en los retiros de firma y usé mi columna para explicar las razones del conflicto, cosa que la comisión interna me agradeció y Tiffenberg todo lo contrario. Son fantasías seniles por algún rencor que se originó en mis críticas a Hebe cuando celebró los atentados del dos mil uno en Estados Unidos. Poco antes Bayer me había mandado una carta agradeciéndome todo lo que hacía contra las leyes de impunidad, anuladas en marzo de ese año por una presentación del CELS, y declarándose mi amigo. Y a partir de septiembre empezó a insultarme en ese estilo tajante, como si yo fuera Roca o Sábato.

(El dos de enero de 1996 Benesdra se tiró del décimo piso de su departamento de la calle Solís. Meses más tarde Ediciones de la Flor publicó su obra El traductor, una exquisita novela autobiográfica. Ricardo Zevi, el protagonista, tiene la suerte desdichada de trabajar en una editorial que se llama Turba. Y la descripción de Turba no es otra cosa que la descripción de la atmósfera que se absorbía en la redacción de Página/12).

* * *

Cuentan que en una de las reuniones previas a la creación del diario, cuando andaban enfrascados en el asunto de definir a qué tipo de lector iba a estar dirigido el diario, Pasquini Durán cerró el debate con ingenio: “El lector soy yo”. La nota de tapa de la primera edición la escribió HV. Sí, juro. Y la volanta: Fidelidad con dudas. Fue en mayo del ochenta y siete. Era sobre la jura de fidelidad a la Constitución Nacional de todos los oficiales, suboficiales y soldados de las Fuerzas Armadas.

Esto que hoy parece obvio era algo excepcional, apenas un mes y medio después del alzamiento carapintada de Semana Santa. Tanto, que en uno de los cursos de capitanes de la Escuela Superior de Guerra, el jefe tuvo que repetir tres veces la fórmula “¿juráis por Dios y por la Patria observar y hacer observar la Constitución Nacional, si fuera necesario, hasta perder la vida?”. Entre intento e intento, algunos oficiales se quejaron por el compromiso que se les requería de dar la vida “por algo que no conocemos en profundidad”.

En cambio accedieron a dar una desvaída respuesta cuando el director apeló a los viejos reflejos y les recordó que era “una orden de la superioridad que debía cumplirse”. Incluso cuatro oficiales fueron arrestados por negarse a prestar el juramento.

Un aparte. O quizá no lo es. Quizá responde a un hilo invisible. Es un suplicio tratar de hacerlo llevadero. Pero ahí va, porque hay que poner una dosis de esfuerzo y buena voluntad y seguir con la escritura.

El veintitrés de enero del ochenta y nueve fue un día de mierda.

No hay otra manera de decirlo. ¿Un día triste, un día tormentoso, un día de incredulidad, un día de agobio, de mareo, un día sin consuelo? Los militares y los muchos civiles que habían bailado sobre el país durante siete años se pusieron a brindar ya en el mediodía del veintitrés de enero del ochenta y nueve. Había reaparecido la guerrilla. ¡Y nos vienen a hablar de derechos humanos! ¿No era que habíamos exterminado a todos? Síntesis de La Tablada: el Movimiento Todos Por la Patria, de ahora en más emetepé, tenía información muy certera de que en la madrugada del veintitrés de enero del ochenta y nueve una banda de militares carapintadas iba a iniciar un golpe de Estado que tendría como punto focal el Regimiento de Infantería Mecanizado 3 General Belgrano, en La Tablada (La Tablada: localidad del partido de La Matanza, en la provincia de Buenos Aires, Argentina. Se encuentra en zona oeste del Gran Buenos Aires. Limita con la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y con otras seis localidades del partido de La Matanza: Lomas del Mirador, San Justo, Ciudad Evita, Aldo Bonzi, Tapiales y Ciudad Madero).

Pero antes de La Tablada…

… Marta Fernández y su compañero Quito Burgos regresaron al país en junio del ochenta y tres. Habían alternado el exilio en Cuba y en México. De nuevo los pies en la tierra. Reencuentros varios. Con Francisco Pancho Provenzano, Roberto Felicetti y Carlos Samojedny, militantes del ERP que recién habían salido de la cárcel. En realidad se reúnen a partir de la revista Entre Todos. Una revista que había creado Enrique Gorriarán Merlo en Managua y que de tronco editorial tenía la presunción de que era cosa sencilla trasplantar a la Argentina el modelo de la revolución nicaragüense. “Nos reencontramos con Verbitsky. Creo que fuimos nosotros los que le presentamos a Pancho Provenzano”, dice Marta. “Horacio publicó varias notas en la revista Entre Todos. Por ahí tengo alguna carta en la que nos pide que le pagáramos: ‘Quitaucho y Martingala’, así nos llamaba de manera cariñosa, ‘supe que le pagaron a tal, por qué no me pagan las colaboraciones a mí también’. Pero nunca fue miembro del emetepé, aunque sí teníamos una relación amistosa y de discusión ideológica. Nos veíamos, íbamos a cenar juntos. El podía opinar sobre lo que estábamos haciendo porque la idea fundadora del emetepé era reunir personas de todos los orígenes, escuchábamos a todos los que estuvieran por la liberación nacional. Horacio era uno de nuestros interlocutores, en ese sentido. Recuerdo que no le gustaba quese llamara Movimiento y prefería la idea de Corriente, y lo escuchábamos con atención, incluso su opinión influía para que se armaran discusiones en la conducción, pero doy fe de que nunca fue una persona del Movimiento de manera orgánica”.

Y bueno, el emetepé, alentado por la conducción de Gorriarán Merlo, trató de copar el regimiento. Hubo muertos. Unos treinta emetepistas, nueve militares y dos policías. Todavía hay cuatro desaparecidos. Que no son militares ni policías, desde luego. Sigue Marta: “El veintitrés de enero se terminó todo. Nosotros creíamos, de muy buena fuente, que iba a haber un golpe, y decidimos adelantarnos. Puede ser que estuviésemos equivocados, pero hay que respetar a la gente que está dispuesta a entregar su vida de ese modo”.

—Sobre La Tablada, en el diario creíamos la versión de Jorge Baños sobre el golpe carapintada. Yo formé parte de una reunión que se hizo en el Congreso, con Carlos Auyero y otros dirigentes promoviendo la resistencia civil si había un golpe. Ahí no me gustó la actitud manijera de los del emetepé, la mujer de Quito Burgos asistía y creo que también el cura, que me parecía un chanta, actitud que me hizo recordar otras épocas que creía felizmente superadas como dice el lugar común. Pero de todos modos, frente a lo que creíamos que se venía, eran matices triviales. No me acuerdo si me llevó dos o tres horas darme cuenta de que no era lo que parecía. El uso que hizo el emetepé del grupo de Auyero, fue tremendo. Llevaban mi número de teléfono en el bolsillo, lo cual me valió la convicción de muchos de que era parte del delirio. Lo mismo respecto del diario, que hasta había hecho una tapa con la denuncia de Baños y del que se decía que era del emetepé. Yo pensaba que era uno de los grupos que ponían algo de dinero a cambio de espacio, columnas y coberturas, como también Federico Storani y más tarde Eduardo Angeloz, aunque en este caso había en el diario amigos de los emetepé de la época anterior. Las amenazas al diario eran tremendas y había pánico.

—¿Vos no sabías que Gorriarán Merlo había financiado la salida de Página?

—Yo nunca tuve nada que ver con la dirección del diario. El que sabía era Lanata, según me entero ahora. Yo hacía mi columna desde esta oficina y nunca he ido a la redacción salvo el mes después de La Tablada, que estaban los cortes de luz y todo eso, y en mi oficina no había luz, entonces me fui con mi computadora y me instalé con vidriera a la calle, que me viera todo el mundo que estaba allí. Ahí trabajé durante un mes, en el momento en que amenazaban con bombardearnos el diario, con tirotearnos, bueno, ese mes, el que quisiera pasar a tirotear, el que estaba a la vista era yo. Preguntá a la gente del diario quién se instaló ahí a poner el pecho.

—Roberto Felicetti dice que vos estabas al tanto, que sabías que Gorriarán había puesto la plata para sacar el diario.

—Nunca en mi vida lo vi a Roberto Felicetti, no le conozco la cara ni él me conoce a mí. No se la conozco a Gorriarán y nunca estuve en mi vida con Gorriarán. Jamás. De todo el grupo de ellos la única persona que yo conocí fue Francisco Provenzano. Y Quito Burgos. Pero la conducción de ellos… nunca tuve trato con ellos. Es más, yo vengo de otra práctica política, de otra orga, de otra familia política. Yo tuve un ofrecimiento de Gorriarán para ir a verlo, a tener una entrevista con él en algún lugar en donde estaba escondido él y yo no quise ir a verlo, no me interesó.

—Sos un tipo informado, ¿no sabías cómo se financiaba el diario?

—Pará. Yo creo que sé cómo se financiaba el diario, no dije que no supiera. ¡Sokolowicz lo financiaba!

—¿Creés que lo financiaba solo Sokolowicz?

—Mirá, yo lo que supongo es que Sokolowicz cazaba guita de donde viniera. Pero que lo financiaba él no tengo dudas.

* * *

HV pierde el norte. El día de La Tablada. En poco más de tres semanas escribe y publica en Página/12 una serie de columnas de opinión en las que se abalanza de todos los modos posibles sobre el emetepé. En pasajes lo hace con sarcasmo. Un par de días después de la desastrada aventura que había tramado Gorriarán Merlo, escribe una nota que titula “Por la espalda”.

Aunque se haya producido en un regimiento, la puñalada del lunes penetró en la espalda de toda la convivencia democrática brutalmente trastornada, de los organismos de Derechos Humanos que reclaman justicia y verdad y no aceptan la ley de la selva, de los 10.000 desaparecidos que lucharon por una sociedad justa, de la incipiente Resistencia Civil que comenzó a organizarse para que nadie nos robara la libertad, del pueblo que está harto de médiums que se arrogan una representación que no han ganado para malversarla en aventuras que le repugnan.

Cuatro días después publica “Jugar con Fuego”:

El repudio más explícito a la bárbara acción del MTP, que se inició disparando contra soldados conscriptos de 18 años, que no son oficiales torturadores sino hijos del pueblo, no es incompatible con el reclamo para los detenidos del trato humanitario que ellos negaron a sus víctimas.(…) Entre los militantes que constituyeron la agrupación en distintos lugares del país había un núcleo de ex adherentes al PRT-ERP, que en sus sucesivas cariocinesis habían seguido vinculados con quien fuera su jefe militar, Enrique Gorriarán Merlo, quien no figuraba en la conducción del MTP pero lo orientaba desde el exterior, presumiblemente Cuba o Nicaragua. (…) ¿Creían realmente en la inminencia de un golpe, y aplicando una lógica particular corrieron con su balde de nafta a apagar el incendio; o quienes en 1987 acusaban a los militares de inventar una guerrilla para justificar sus actos inventaron lisa y llanamente un golpepara disimular los suyos?

El cinco de febrero publica “Tontos e inteligentes”.

El MTP ha fracasado ahora con el modelo nicaragüense de insurrección popular a partir de un gran golpe armado, porque no expresa ninguna necesidad social de hoy. El sistema político funcionando a pleno y los partidos populares con medio y un siglo de existencia y sostenidos por un Ejército enraizado en la sociedad y en la historia, relativamente subordinado, pese a la rebelión de Rico y Seineldín, a un gobierno legítimo no pueden confundirse con los regímenes coloniales de Asia o con las bandas mercenarias de Batista o Somoza, que echaron a la policía cubana y nica en brazos de los partisanos, con tal de defenderse de ellos. El lumpen sacerdote Puigjané es un remedo grotesco de la masiva participación católica en la revolución sandinista.

“Me dolieron los ataques de Verbitsky”, Marta va, “que diera como ‘información nueva’ algo que sabía de todos los tiempos, y que todos lo sabían, pero a modo de chicana él ponía: Quito Burgos, hijo de un coronel del Ejército. Como si eso significara algo ahora, pero siempre lo supo y nunca le pareció mal. Mi marido llevaba una vida de lucha. Ya había estado tres años preso por el plan Conintes. Y llamarlo a Puigjané ‘lumpen sacerdote’ fue demasiado. Por si hiciera falta, niego categóricamente que Verbitsky o Lanata tuvieran alguna idea del operativo que se iba a realizar. Les cayó como un balde de agua fría.

Nos quedamos muy solos. Los primeros apoyos vinieron del exterior. Debo reconocer, sí, que Hebe, en la primera ronda de la Plaza de Mayo que hubo dijo: ‘Prefiero equivocarme con mis amigos y no con mis enemigos’. Todos los organismos de derechos humanos se portaron bien, pusieron abogados para la defensa. El CELS, que por entonces no era de Verbitsky, dijo que iban a defender a ‘los carenciados y a los jóvenes’. La última vez que lo vi a Horacio fue para pedirle que hiciera algo por la huelga de hambre que estaban haciendo los compañeros presos por La Tablada, que llevaba más de cien días. Creyó que era mentira, que no podían durar en huelga de hambre tanto tiempo. Además me dijo: ‘¿Qué garantías tenés de que no vuelvan a hacer lo mismo?’. ¡No me podés decir estas cosas, Horacio! No lo volví a ver”.

A Juan José Salinas se le vuelan los pájaros. Escucha la seguidilla Tablada/Verbitsky/Página/12, y los pájaros se le van. “Como Gorriarán era el principal accionista de Página, ellos quedaron totalmente desubicados. No sabían qué decir. Cuando se enteraron de que yo estaba por escribir un libro sobre La Tablada, llamaron a una reunión urgente de jerarcas del diario: fueron Verbitsky, Tiffenberg, Hugo Soriani, Jorge Prim y compañía. El razonamiento fue bastante simple: ‘Salinas está escribiendo un libro sobre La Tablada. Sabe que Gorriarán puso plataen el diario. Ergo, tenemos que desacreditarlo’. Ese fue el consejo de Horacio. Yo no sé qué pasó, pero por esa época salía bastante, era muy sociable, y empecé a notar que todos los que antes me saludaban ahora me daban la espalda. No entendía muy bien por qué, hasta que un día, en una salida social, Gabriela Cerrutti, que tenía excelente relación con Verbitsky, me espeta: ‘Vos sos un botón, mejor que estés lejos’. ¿Quién te lo dijo? ‘Horacio’. Al día siguiente voy a ver a Verbitsky, mientras seguía escribiendo el libro de La Tablada. Voy y le pregunto si él me acusó de servicio. Me dijo que no, que jamás lo hubiera hecho. Igual, para que se quedara tranquilo, le ofrecí una especie de trato: yo te doy a leer el original del libro, pero vos me sacás el veto en Página/12. Así fue. Yo le di a leer el libro antes de publicarlo, me objetó algunas tonterías. En el libro no se menciona, porque no era nuestra intención, yo no soy botón, nada sobre la relación de Página y Gorriarán. Igual, ya el rumor estaba largado, yo cumplí mi parte, pero ellos nunca me sacaron el veto de Página/12”.

—Salinas lo ha escrito mil veces, pero es falso. Su problema en Página era con sus ex compañeros de El Porteño, donde yo no estuve, por historias que no conozco. Creo que a lo largo de mi vida he sido crítico con mucha gente, tal vez demasiada, pero lo escribo y lo firmo. Jamás he murmurado por detrás, como sugieren ambas acusaciones. Vos estuviste en Página y te consta por experiencia propia que nunca tuve incidencia en la contratación o no de personal. Menos en caso de alguien a quien ellos conocían bien y yo apenas.

* * *

Quiero saber cuándo Página/12 vendió buena parte de su paquete accionario al Grupo Clarín. ¿A fines del noventa y tres? ¿Mediados del noventa y cuatro? HV me mira como si no entendiera el sentido de la pregunta. Echa el cuerpo hacia atrás, reclinando con su peso el respaldo de la butaca, y cruza las piernas. Es diestro en el arte de maniobrar el tiempo, los silencios, la impaciencia del otro cuando la pregunta que se le formula le causa malestar. Porque cae de maduro que sabe la respuesta.

Se anuda las manos a la nuca. Dice:

— ¿A vos te consta?

Otra vez el bendito te consta. Preguntarle al que pregunta si le consta lo que acaba de preguntar, corre parejo a un acto de coerción. ¿Te consta?, en estas circunstancias, no suena a interrogación, suena a expresión restrictiva, refrena el diálogo, te sujeta al apremio de ponerte a colmar el escritorio de documentos, videos, grabaciones, fotografías, copias de contratos y de correos electrónicos y de huellas digitales, y entonces, sí, poder gritar: ¡Sí, tomá, me consta! Pero todos sabemos que en estos casos, en el medio de una charla, nadie puede exhibir una constancia de que esto o aquello le consta de modo irrefutable, a menos, claro, que hubiese estado en el momento preciso debajo de la mesa de negociaciones, agazapado, reteniendo la respiración, a la espera de que todo le conste, y en compañía de un escribano, desde luego.

—Lo único que me consta, Horacio, si es que podemos tomarlo como una constancia valedera, es que a partir de octubre del noventa y tres hubo un cambio de política editorial en el diario. Como recordarás, fue después de la investigación que publiqué sobre las patotas del gobernador Eduardo Duhalde, buen amigo de Héctor Magnetto, y el navajazo y las piñas que me dieron en la puerta de mi casa como toda respuesta. Escándalo nacional e internacional, ¿te acordás? En esos días te encontraste con Laura en el bar de la esquina del sanatorio Otamendi, donde me internaron; ella te preguntó, o se preguntó en voz alta, por qué se la agarraban conmigo y no con vos, que escribías cosas más picantes. “Lo que pasa es que no saben con qué se van a encontrar”, le dijiste, “no saben quién está detrás de mí”. ¿Te acordás?

Le sonríe a Laura:

—Sí, me acuerdo.

—Bien, entonces me fui a España con mi familia, unos veinte días, para airearme un poco, lo sugirió el diario, y cuando volví ya no tenía escritorio, me mandaban a escribir pastillas y pirulos, nomás, me trasladaron a la sección Sociedad, y meses más tarde ocurrió el episodio de la censura total a una nota sobre la provincia de Buenos Aires que el propio diario me había pedido, y entonces mi renuncia.

De nuevo la impavidez de su cara. Da la impresión de no haberme escuchado. Me mira como diciendo: “¿Ya terminaste? Bueno, ahora dejame seguir con el hilo de mi conversación”:

—Lanata dijo que él se fue de Página/12 porque entró Clarín. Ahora, yo sé por qué se fue Lanata de Página/12. Puede ser que, además, sea cierto lo de Clarín, yo no lo sé. Pero sí sé cómo fue la salida de Lanata del diario. Lanata, como ha hecho en todos lados, arma un producto, vende el producto, y después vive de rentas, va de visita, aparece un rato, todos le arman la cosa y él con ese ingenio tan divertido que tiene lo dice, lo que han laburado otros, y cada vez llega más tarde y no va y todo lo demás. Y se empieza a calentar con un proyecto nuevo. Esa ha sido la historia de él a lo largo de veinticinco años. El empezó un programa de radio, en ese programa de radio tenía mucha publicidad de Chiche Aráoz, del Ministerio de Desarrollo Social, y en el diario descubrieron que esa publicidad en el programa de radio era el pago de un reportaje a doble página que le había hecho a Chiche Aráoz en el diario. Hizo el reportaje en el diario y lo facturó en la radio. Por eso lo echaron. Y no lo dijeron por pudor, por miedo, porque tenían ellos también algún pecado que ocultar, pero no lo dijeron. Pero internamente todos sabíamos eso, yo supe eso.

 

El Perro. Horacio Verbitsky, un animal político
Durante más de dos años, el periodista y escritor Hernán López Echagüe se sumergió en el mundo Verbitsky. Un mundo que en parte también es el suyo: en los setenta fueron militantes montoneros, y, en los noventa, colegas en el diario Página/12. Horacio Verbitsky siempre trabajó en su oficina sin ventanas, custodiado por libros, papeles, afiches, premios, un equipo de música y silencio. Un ambiente que trae a la memoria el despacho de un investigador de novela negra norteamericana; desde allí, en soledad, ha sabido construir una esfera de poder de alcance inefable. López Echagüe –lo sabemos- no se anda con chiquitas cuando bucea y escribe. De modo que aquí no estamos frente a un biógrafo y a un biografiado en un sentido ordinario, canónico. Con lo recogido en diversas fuentes –un vasto material por momentos inflamable-, el autor ha conversado largamente con el protagonista. Se leen esas conversaciones con la tensión de un duelo. ¿Quién es hoy Horacio Verbitsky? ¿Quién fue? ¿Cuánto de todo lo que alimenta la sola mención de su nombre es real?. Hernán López Echagüe, con destreza y filosa inteligencia, gira de muchas maneras alrededor de su figura, la interpela, la chucea, pone el cuerpo y logra páginas que harán historia.
Publicada por: Vergara
Fecha de publicación: 03/02/2015
Edición: primera
ISBN: 9789501526257
Disponible en: Libro de bolsillo
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