jueves 25 de abril de 2024
Cursos de periodismo
InicioPeriodismo JustoTransición y después

Transición y después

Entre Cristina Kirchner y Mauricio Macri ya no hay una grieta, se acaba de abrir un abismo. La reunión en la quinta de Olivos en la que se tenía que discutir detalles de la transición fue breve y formal. El gobierno nacional ni siquiera habilitó imágenes del encuentro entre la Presidenta de la Nación y el Presidente electo. Tampoco cedió espacio para que Macri hablara con la prensa. El líder de Cambiemos que anunció el domingo por la noche su objetivo de “unir a los argentinos” y descartó cualquier ánimo de “revancha”, llegó a la reunión después de haber calificado al gobierno saliente de mentiroso y corrupto en media docena de entrevistas. El prólogo del cónclave no podía ser peor. Algo así como la crónica de un fracaso anunciado. Al otro día, Cristina Kirchner, en su primera aparición pública después de la derrota electoral, aseguró “jamás haremos algo que dañe la gobernabilidad” pero luego advirtió: “Hemos empoderado al pueblo en sus derechos. Son ustedes los que deberán defenderlos si alguien se atreve a querer arrebatárselos”. Sonó a advertencia. Cuando desde uno y otro lado anunciaban algo parecido a una tregua volvieron a sonar en el país los tambores de la guerra. Un pésimo augurio para el tiempo político que vendrá.

Macri se quejó públicamente por la falta de colaboración de la Presidenta y sus ministros. “No tenemos información, no sabemos con lo que nos vamos a encontrar”, aseguró. El Jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, replicó que los dirigentes de Cambiemos querían montar un show mediático y que esas transiciones “se hacen con discreción” y citó los encuentros que vienen manteniendo el titular de la AFIP y Alberto Abad, quien será el futuro recaudador y ya ocupó ese cargo entre 2002 y 2008. El Jefe de Gabinete del próximo gobierno, Marcos Peña, canceló un encuentro que estaba previsto con Fernández amparado en el “no vale la pena” de su líder político. Lo cierto es que la intransigencia de un lado y las amenazas y chicanas del otro, complicaron al máximo el escenario del recambio.

Abrir los ministerios y suministrar toda la información requerida debería ser una obligación republicana fuera de toda discusión. Pero no lo es. Y Macri lo sabe. Por esa razón sorprende la torpeza de algunos de sus movimientos y los dichos de sus funcionarios. Bautizar Néstor Kirchner al Centro Cultural del Bicentenario fue un gesto torpe y mezquino pero pedir el cambio de nombre de ese edificio (lo hizo Hernán Lombardi, futuro responsable de los Medios Públicos) horas antes del encuentro entre los dos presidentes funcionó como una chicana. La política es negociación y en este caso murió antes de comenzar. Macri le regaló a Cristina Kirchner los argumentos para justificar el quite de colaboración.

El presidente electo necesita información oficial pero también pretende la renuncia de tres funcionarios (los titulares del Banco Central, La Procuración General y la AFSCA). También el apoyo a algunas medidas en el Congreso de la Nación donde su fuerza está en minoría, incluso sumando al interbloque de la UCR. No parece lo más inteligente ingresar a una negociación a los gritos o anunciando con barrer algunas políticas entrañables para el oficialismo. La Presidenta aportó su cuota de soberbia. Está convencida que la diferencia entre su candidato y el nuevo Presidente fue pequeña (2,80 por ciento) que eso sólo debería funcionar como un dique a las pretensiones de su principal rival político. “Que se queden tranquilos todos los argentinos, no vamos a hacer las cosas que nos han hecho a nosotros. ¿Saben por qué? Porque este espacio político, plural y diverso, uno de cuyos principales componentes es el peronismo, ha sufrido persecuciones, proscripciones, como nunca tal vez ningún otro partido. Y es precisamente en nombre de esos dolores y tragedias que jamás se nos ocurriría hacer algo que dañara la gobernabilidad y la convivencia”. Pero acto seguido aseguró que defendería “las conquistas logradas” y advirtió: “el Estado no es una empresa” en implícita referencia al futuro gabinete. En Cambiemos no saben de qué punta del ovillo discursivo deben tomarse.

Algo queda claro el cambio de roles de oficialismo a oposición y viceversa comenzó como un round más de una vieja pelea. Martín Sabbatella (tiene mandato hasta 2017) y Alejandra Gils Carbó (su puesto es vitalicio) no dejarán sus puestos en la AFSCA y en la Procuraduría General de la Nación salvo que se los pida Cristina Kirchner. La renuncia de Alejandro Vanoli al Banco Central es más factible. El gobierno kirchnerista adujo la necesidad de tener “en línea” al principal banco del Estado con la conducción económica cuando propició la salida de Martín Redrado de ese organismo autárquico. En Cambiemos estudian una serie de denuncias judiciales para tratar de forzar las tres renuncias. En el gobierno lo que consideran una contradicción: “Nos pedían independencia y ahora quieren poner gente de su confianza”.

Mientras tanto, a pesar de los reclamos opositores para que se posterguen las sesiones en el Congreso, el bloque oficialista seguirá adelante con su agenda y en el Poder Ejecutivo continúa con nombramientos de último momento. Las dos movidas son legítimas pero éticamente cuestionables. “Es la guerra”, definen con precisión dirigentes parlamentarios de ambos lados. La oposición logró frenar la asunción de los camporistas Juan Ignacio Forlón y Julián Alvarez en la Auditoría General de la Nación.

El gobernador de Buenos Aires Daniel Scioli y su sucesora, María Eugenia Vidal, se presentaron como la otra cara de la moneda. Se reunieron, conversaron, se prometieron colaboración y posaron para la foto. “Es que Vidal fue muy cuidadosa”, explicó un dirigente sciolista. Según el futuro ministro de Economía, Hernán Lacunza, el nuevo gobierno recibirá un déficit de 15 mil millones de pesos que pone en riesgo “hasta el pago de salarios y aguinaldos”. Sin embargo, la gobernadora electa sólo expresó: “Buenos Aires es una provincia difícil”. Luego garantizó el pago de los sueldos para todos los empleados estatales. “Scioli no es Cristina pero es evidente que Vidal no es Macri”, fue la conclusión del funcionario consultado para esta nota.

El radical Raúl Alfonsín le entregó el poder al peronista Carlos Menem en 1989 de manera anticipada. Antes hubo saqueos y violencia en las calles. Previamente hubo un golpe de mercado. Hubo foto y saludo. En 1999 Menem le colocó la banda al radical Fernando De la Rúa cuyo gobierno no pudo terminar su gestión. Hubo foto y saludo. La represión de las protestas populares se cobró más de treinta vidas y abrió una crisis institucional inédita. Esta es la tercera vez que un partido le cede el poder a otro de distinto signo en 32 años. Hay grandes diferencias con aquellas transiciones. La calma social es evidente. El debate político muy intenso. Se supone que la clase política maduró junto a los ciudadanos. Más allá de la foto y los buenos modales, intentar mínimos consensos es un desafío que involucra a todos. La democracia plena es el mejor antídoto contra la violencia.