miércoles 24 de abril de 2024
Cursos de periodismo

«Por qué escuchamos a Aníbal Troilo», de Eduardo Berti

Elegante y popular, romántico y atorrante, discreto y emocional. En su múltiple condición de compositor, director de orquesta, bandoneonista y mito porteño, Aníbal Troilo, Pichuco, es acaso aun más que la suma de estas partes. Es el creador sin par de una música adelantada a su tiempo, una música del futuro que se encargó de evocar en tiempo presente el barrio que ya no es el que era, las dolorosas ausencias y otras sinrazones; en fin, el pasado. O, quizá, la propia infancia.

En algún sentido heredero de Gardel, gurú de los más grandes cantores, a su manera él fue uno de ellos: su gola era el fueye. Y aunque casi no se fue del barrio, devino universal por el solo hecho de hacer foco en el detalle, por demostrar que, casi siempre y al menos en el tango, menos es más. De estos y otros elementos está compuesto el planeta Pichuco, un mundo apasionante y eterno que Eduardo Berti ayuda a revelar con una paleta de argumentos a la vez sencillos y sólidos que, sin embargo, de ningún modo clausuran el debate.

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

Retrato japonés de Aníbal Troilo

Si Troilo fuese un barrio de Buenos Aires, sería el barrio de Abasto, donde nació, o el de Palermo, donde creció.

Si Troilo fuese un antiguo cine de Buenos Aires, sería el Petit Colón de la avenida Rivera (después llamada Córdoba), en cuyo foso hizo algunas de sus primeras armas.

Si Troilo fuese un viejo cabaret porteño, sería el Marabú, donde debutó con su orquesta en 1937 (un cartel anunciaba, en letras de tiza: “Todo el mundo al Marabú / la boite de más alto rango / donde Pichuco y su orquesta / harán bailar buenos tangos”), pero también el Tibidabo que inauguró en 1942 y en el que tocó durante una década.

Si Troilo fuese una emisora de radio, sería la vieja Radio El Mundo, a la que se incorporó en 1939. Formó parte del elenco estable durante una década, también.

Si Troilo fuese otro género musical, otro género fuera del tango, sería una mezcla de jazz con milonga.

Si Troilo y su orquesta fuesen un equipo de fútbol, serían La Máquina de River con su admirado Amadeo Carrizo y su querido Adolfo Pedernera.

Si Troilo fuese un puesto en la cancha de fútbol, sería el de “centrojás”, como le gustaba decir; y, por cierto, en esa posición jugaba cuando era pibe.

Si Troilo fuese un personaje de Shakespeare, no estaría mal que fuese el Troilo shakespereano con “su nariz roja de alcohol”, como lo pinta Crésida.

Si Troilo fuese un día de la semana, no sería jamás el lunes. Si Troilo fuese una canción de los Beatles sería Aquí, allá y en todas partes.

Si Troilo fuese una marca de cigarrillos y una marca de whisky, sería Chesterfield y Old Smuggler. Si Troilo fuese un poeta popular, sería Julián Centeya.

Si Troilo fuese una calle de Buenos Aires, sería la avenida Corrientes, especialmente la esquina de Corrientes y Paraná.

Si Troilo fuese una pizzería porteña sería El Cuartito, donde iba a menudo con Zita a comer pizza de anchoas.

Si Troilo no fuese Troilo, sería Gardel y los guitarristas de Gardel.

Si el Himno Nacional fuese un tango escrito por Troilo, sería Sur.

Si Troilo fuese un bar de Buenos Aires, sería el antiguo Bar del Carmen, la actual esquina Aníbal Troilo de Paraguay y Paraná, “casi una extensión de la casa del Gordo, con canilla libre de whisky, que solía acompañar con queso cheddar”, como escribió una vez Irene Amuchástegui.

Si Troilo fuese una noche en el antiguo Bar del Carmen, sería aquella en la que Vinicius de Moraes y él se tomaron “hasta la temperatura”, como bromeaba el pianista José Basso.

Si Troilo fuese otro compositor de tango, sería Juan Carlos Cobián.

Si Troilo fuese otro director de orquesta, sería una mezcla entre Julio de Caro y Osvaldo Pugliese.

Si Troilo fuese un tango instrumental de su repertorio (un tango instrumental y no escrito por él), sería Danzarín, de Julián Plaza y, más aun, su versión de 1944 de Quejas de bandoneón, de Juan de Dios Filiberto, donde él plasmó las famosas variaciones de Feliciano Brunelli.

Si Muchacha ojos de papel (con su voz de gorrión) fuese una canción del repertorio de Troilo, sería Malena (con su voz de alondra).

Si Troilo fuese una frase de su compañera Zita, sería aquella célebre “Pichuco está cicatrizando” con la que ella le respondió a alguien que pedía por Pichuco muy temprano en la mañana.

Si Troilo fuese un tango que nunca llegó a grabar, sería acaso el que muchos nombran como su primera composición: Medianoche (1934), con letra de Héctor Gagliardi. (Y que no es el otro Medianoche, el de Tavarozzi y Escaris Méndez, que Troilo grabó en los cincuenta con Raúl Berón.)

Si Troilo fuese un color, sería el verde de Tinta verde y Yuyo verde: el rojo de Tinta roja y Colorao, colorao; el dorado de Ficha de oro; el blanco de Ropa blanca, Palomita blanca y Pico blanco; el rosa de Rosa de tango y Color de rosa; el gris de En esta tarde gris; el negro de Ojos negros y Milonga en negro; el violeta de La violeta; el carmín de Carmín… en fin, todo el cromatismo de Color tango.

Si Troilo fuese una palabra lunfarda, sería “fiaca”, aunque él mismo reconocía que, cuando se sacudía la fiaca de encima, brotaba la inspiración.

Si Troilo fuese una tanguería, sería aquel mítico Caño 14 que Atilio Stampone fundó un poco a la medida de él.

Si Troilo fuese un alumno fiel de Troilo, sería Raúl Garello.

Si Troilo fuese un músico de jazz, sería una mezcla entre Louis Armstrong y Duke Ellington.

Si Troilo fuese un héroe famoso de la literatura, sería una especie de Wakefield, una versión bonachona del personaje de Nathaniel Hawthorne que, en su caso, le dice a Zita “salgo a comprar una soda, Pocholita” y vuelve tres días más tarde… Sin soda, claro.

Si Troilo fuese el título de uno de los tangos instrumentales que grabó, sería Inspiración.

Se dice de mí

Atilio Stampone: “El tango moderno nace con Aníbal Troilo y todos los que venimos después somos hijos de su orquesta (Piazzolla también, Salgán también) porque, cuando éramos pibes, jóvenes, todo el mundo ambicionaba tocar con el Gordo Pichuco. Hasta Troilo, las grandes orquestas continuaban con el estilo decareano o de Osvaldo Fresedo, modificado con más fuerza rítmica, pero siempre como continuadores de esa línea. El que rompió por completo con ese esquema fue el Gordo”.

Julio Nudler: “Creo que Troilo era un personaje que desbordaba al propio tango. Era un personaje que representaba a toda una sociedad, a toda una manera de ser. Era un estilo”.

Hugo Baralis: “Era alguien mágico, especial. Tenía una aureola como músico y como personaje”.

Raúl Garello: “Su orquesta era como él, una orquesta que pasaba por el corazón, muy atildada y a la vez atorranta. No había una nota de más ni una nota de menos. Era un maestro del silencio. Algo difícil de manejar en la música: la pausa, el silencio. Era enemigo de los virtuosismos y muy esencial”.

Osvaldo Piro: “Todos los bandoneonistas de mi generación eran troileanos. Era el modelo nuestro: su pinta, su forma de frasear, el ángel que poseía y lo que musicalmente había aportado con la orquesta”.

Tito Reyes: “Yo siempre dije que todos los músicos y todos los cantores tendrían que haber pasado seis meses por la orquesta de Aníbal Troilo. Tendría que haber sido obligatorio”.

Por qué escuchamos a Aníbal Troilo
Un recorrido por la vida y genialidad del compositor y bandoneonista que trascendió generaciones.
Publicada por: Gourmet Musical Ediciones
Fecha de publicación: 12/01/2017
Edición: 1a
ISBN: 978-987-3823-20-6
Disponible en: Libro de bolsillo

 

- Publicidad -

Lo último