Leer este libro te llevará el 0,0005 % de tu vida, entre 7.200 y 14.400 segundos. Quizá los mismos que Blade Runner 2049 o la trilogía original de Star Wars. Aunque ya sabes que el tiempo es relativo, como tantas otras cosas.
Si tu vida es larga y próspera, vivirás más de 2.000 millones de segundos, aunque la tercera parte de ellos los pases durmiendo. El resto te tocará estar despierto, vivirlos y disfrutarlos, porque pueden ser apasionantes. Así que piensa bien en qué vas a invertirlos.
En unos años, es posible que algunas de las cosas que leerás en este libro #tomadas por ciertas ahora# ya no tengan sentido. Nada permanece, nada es constante. «Lo único constante es el cambio», predijo Heráclito hace 2.500 años. Es lo maravilloso de la ciencia, que avanza imparable día tras día.
Por eso quiero que este libro te sirva de inspiración y te ayude a construir tus sueños, a iniciar tu propia búsqueda de respuestas a todas las preguntas que se te ocurran, sin apelar a los dioses del Olimpo, que siempre aportaban una respuesta mitológica y fascinante, sí, pero nada científica.
A continuación un fragmento, a modo de adelanto:
Capítulo 4 – ¿Qué ley física incumplen las naves de Star Wars?
“A 600 km sobre el planeta Tierra no hay nada que transmita el sonido. No hay presión atmosférica. No hay oxígeno. La vida en el espacio es imposible.”
De la película Gravity (2013),
ALFONSO CUARÓN
No sé la de veces que vi la trilogía inicial de Star Wars cuando era pequeño. Aunque lo que realmente me encantaba no era tanto verla como escucharla. Me alucinaba el sonido de los sables láser, cogía cualquier palo que tenía a mi alcance (preferiblemente, una escoba) y no paraba de blandirlo por el pasillo de casa intentando reproducir con la boca cómo sonaban. O cualquier nave que construía (o lo que fuera que más se le pareciese) para hacer que volara y luchara con otra en medio del salón mientras no paraba de emitir soniditos tratando de imitar sus disparos. O las explosiones cuando eran alcanzadas.
Imaginaba cómo los insidiosos Tie Fighters de la Armada Imperial, esas naves que son una bola con algo así como dos paneles solares a los lados, perseguían a los raudos X-Wing de la Alianza Rebelde, reconocibles por sus alas en forma de X, como la que pilotaba Luke Skywalker. Sin duda, algunas delas escenas más características de la saga de Star Wars son esas en las que, en las profundidades del espacio interestelar, contra un fondo de titilantes estrellas, se producen trepidantes batallas entre naves espaciales. Se disparan rayos rojos y verdes que producen ese particular ruido láser, tambiénresuenan grandes explosiones…. Un momento: ¿disparos?, ¿explosiones?, ¿ruido en el espacio exterior? Con el tiempo me explicaron, en clase de física, que eso era imposible; que, si saliésemos de la atmósfera de la Tierra, comprobaríamos que nada suena, nos internaríamos en un silencio absoluto, sin ruidos ni explosiones, sin la canción del verano. ¿En serio? ¿Y eso por qué?
El sonido es una onda que percibimos con nuestros oídos cuando esa onda hace vibrar nuestros tímpanos y nuestro cerebro interpreta la señal. Cuando sedan estas circunstancias, oímos algo: una voz, un pitido, un estruendo, Mozart. Pero también es preciso que las ondas tengan un medio por el que propagarse: las olas del mar son ondas que se propagan por el agua; si agitamos una cuerda, las ondas se propagarán por la propia cuerda; si tiramos una piedra a un charco, se propagarán ondas por su superficie, y las ondas sísmicas se propagan por la materia que forma el planeta. Asimismo, las ondas sonoras son ondas de presión que se propagan por el aire, o por el agua, según el medio en el que estemos «sumergidos». En cualquier caso, hace falta un medio para que se propague la onda, que no es más que energía en movimiento que hace vibrar a las moléculas que constituyen dicho medio.
Dependiendo del medio en el que nos encontremos, el sonido se propagará a diferentes velocidades: cuanto más denso sea el medio, mayor será su velocidad, porque las moléculas estarán más cercanas unas de otras. Así, se propaga más rápidamente en líquidos que en gases, es decir, llega antes en el agua que en el aire, lo cual les viene genial a las ballenas para comunicarse más rápido que los humanos, incluso alejadas kilómetros unas de otras en la infinidad del océano. Y, también, más rápidamente en sólidos que en líquidos; por eso, si pusiéramos la oreja en la vía del tren (como hacen los bandidos en las películas del Oeste, cosa poco recomendable), lo oiríamos en la lejanía aunque no lo oyésemos en el aire, porque la vía transmite mejor la presión. Por lamisma razón, es más fácil enterarnos de lo que dicen los vecinos si pegamos la oreja al tabique que nos separa de ellos. Aunque tampoco sea recomendable.
Sin embargo, el caso es que no vivimos en el mar, ni continuamente pegados a vigas o paredes, por suerte. Lo que realmente nos afecta es la velocidad en el aire: 340 m/s, 1.225 km/h, la misma que superó Baumgartner y que también superan algunos aviones que viajan más rápido, cuando se dice que rompen la «barrera del sonido». Por este motivo, los aviones supersónicos (por eso se llaman así), si van lo suficientemente rápido, producen un fuerte ruido al superar esa barrera. Habrás visto alguna vez esa foto, la de un caza que parece emerger de una nube por arte de magia. El disco blanco que se forma es vapor de agua condensándose a consecuencia de la onda de choque. Este fenómeno se conoce como «singularidad de Prandtl-Glauert». Incluso lo hace Superman en su última película. Y no solo una vez, sino dos, tres, cuatro, cinco veces consecutivas, a una velocidad ya hipersónica…
Así pues, en la atmósfera terrestre, o en el mar, o en una piscina, podemos oír sonidos, pero no en el espacio exterior (a partir de unos 100 kilómetros de altura, según la Federación Aeronáutica Internacional), que está vacío, pues no tiene medio por el que propagarse. Bueno, en realidad el espacio no está totalmente vacío: se calcula que existe un millón de átomos de materia por metro cúbico de volumen (puede sonar a mucho, pero es muy poco), y también se encuentran zonas donde hay nubes de gas y polvo o la misteriosa materia oscura. La temperatura ahí fuera es de aproximadamente –270 ºC (o 2,7 K). El caso es que hay tan poca materia que difícilmente puede propagarse una onda sonora, igual que tampoco podemos respirar, porque no hay aire.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, si asistiésemos a una explosión en el espacio exterior, la veríamos como si nos hubiesen metido algodones en los oídos, como si hubiésemos bajado el volumen a la televisión. Es raro, pero es así. En realidad, el sonido es un fenómeno reservado a muy pocos lugares en el Universo, donde tiene que haber un medio en el que se transmita la onda, un receptor que la reciba (como el oído) y un sistema que la interprete (como el cerebro).
Cierto es que George Lucas no se preocupó mucho de que Star Wars fuera consecuente con las leyes físicas que conocemos (por lo demás, tampoco existen robots inteligentes como R2-D2 y C-3PO, o seres alienígenas como Jabba el Hutt o Jar Jar Binks, o al menos no los hemos descubierto), pero no puedo dejar de agradecerle que me hiciera soñar, imaginar otros mundos o hacerme pasar media infancia haciendo ruiditos por toda la casa (mi madre no sé si opina lo mismo). Sin embargo, no todo el género de ciencia ficción es igual. Existe la llamada ciencia ficción «dura» (hard science fiction), que trata (aunque no siempre lo consigue) de que, dentro de sus fantasías futuristas o espaciales, se cumplan las leyes científicas. En dicho género cabe encuadrar a autores de corte más científico como Isaac Asimov (autor de la serie de la Fundación o Yo, Robot), Arthur C. Clarke (autor de 2001, una odisea espacial) o Stanislaw Lem (autor de Solaris o Fiasco). En este sentido, hay algunas películas donde sí se representa correctamente el inquietante silencio del espacio; es el caso de 2001: Odisea del espacio, de Stanley Kubrick, o la más reciente Gravity, de Alfonso Cuarón. En esta última, George Clooney y Sandra Bullock están observando la Tierra desde la Estación Espacial cuando ella le pregunta: «Kowalsky, ¿qué es lo que más te gusta del espacio?». Él la mira profundamente y contesta: «El silencio, doctora Stone, el silencio»
He lanzado esta pregunta en las redes sociales: «¿Qué ley física incumplen las naves de Star Wars?».
Y vuestra sabiduría ha hablado:
Instagram:
andejuji17: ¡No se puede viajar a la velocidad de la luz! Pero quién sabe si en los mundos de Star Wars las leyes de la física funcionan igual… lo mismo algún día conseguimos ser más veloces que la misma luz… de momento, que la «masa por la aceleración» os acompañe
Twitter:
@jorgegrau19: La ley física incumplida es que Yoda (que es como una rana grande) pueda hablar. La glotis de los batracios no está preparada para hacerlo.
Facebook:
Rakel Gonzalez Ruiz: Que no se puede librar batallas tan largas sin parar para mear… es lo más físico que se me ocurre.