martes 19 de marzo de 2024
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Contra los heraldos negros

Un aluvión de pesares. Una inexplicable concatenación de desgracias sacude nuestros sentidos cada día. Caen los entrañables entre los desconocidos. Se apagan o sufren centenares de personas y sus nombres son devorados por las estadísticas. Algunos de esos dolores nos atraviesan en forma personal. Ojalá pudiera cerrar todas las ventanas para no percibir la presencia eficiente de los heraldos negros, pero se filtran por el teléfono y la web. Son eficaces y sofisticados mensajeros.

El virus del Covid 19 se presenta democrático y transversal, pero no es verdad. Si bien no suele hacer distinciones a la hora de anidar con su veneno, es evidente que trata peor a los que menos tienen, a los cansados, a los tristes. Es necesario encontrar alegría en medio de la pelea.

En las noticias manda el miedo con sus infinitas conjeturas. Pesa más el egoísmo que la solidaridad. Algunos gritan, cuidan su lote, su quintita, se aferran al metal, a sus privilegios. ¿Cómo anteponer la ética de la ternura ante tanto sálvese quien pueda? Haciéndolo. En miles de sitios la esperanza ilumina. Un ejército de médicos y enfermeros, doctoras y auxiliares, le planta cara a la tragedia. Benditos hospitales, clínicas, dispensarios, humildes salitas de barrio. Son naves que resisten en la tormenta. Benditas también sus tripulaciones. Parecen locos, disfrazados de astronautas. Sostienen, brindan aire, rescatan del abismo, brindan abrazos sin abrazar, dan consuelo. Celebran cada ademán de vida como si de cada episodio dependiese el triunfo final de esta guerra silenciosa.

¿Podremos estar a la altura de semejante esfuerzo? A pesar del dolor y la angustia personal, de la tristeza que se empeña en rondarnos como un animal doméstico, vale la pena ser uno más entre los que sostienen, los que cuidan, los que ayudan, los que dan aliento, los que calman. Vivimos un tiempo sombrío. El tema es cómo queremos atravesarlo.