miércoles 24 de abril de 2024
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Adelanto de «El sueño intacto de la centroderecha», de Gabriel Vommaro y Mariana Gene

No hay duda de que Juntos por el Cambio encarna hoy un proyecto de centroderecha vital, con candidatos competitivos y su sueño refundacional intacto. Con ese sueño asumió el gobierno en 2015, buscando barrer con el país peronista, pero se encontró con la Argentina real, sus actores y sus problemas.

Este libro explica las razones profundas del fracaso del programa reformista que buscó una transformación económica y cultural del país y analiza cuáles son hoy las condiciones sociopolíticas para que una coalición de centroderecha oriente a la sociedad en el sentido que quiere. Si en 2015 el triunfo de Cambiemos tuvo mucho que ver con la moderación del discurso y la promesa de mantener muchas de las conquistas sociales del ciclo anterior, en 2023 notamos cómo crece la identificación con la derecha por parte de la sociedad y hasta qué punto las opciones de centro se ven tensionadas por los referentes libertarios, que corren cada vez más explícitamente el horizonte de lo que puede decirse y hacerse.

¿Qué chances tiene el sueño persistente de la Argentina liberal? ¿Qué aprendió Juntos por el Cambio de su paso por el poder? ¿Tratará de recuperar la lección de la moderación para buscar un consenso político, o de endurecer la estrategia para hacer lo mismo pero más rápido? ¿Qué resistencias puede encontrar un proyecto de desregulación económica, apertura de los mercados y disciplinamiento de los agentes sociales organizados y sus demandas redistributivas? Tras años de agotamiento social, ¿cómo reaccionarán los sectores más afectados?

Por primera vez en la historia del país, la derecha tiene innegable centralidad en el tablero político y electoral y sigue buscando su momentum para que los viejos sueños se hagan realidad. En una apuesta magistral de reconstrucción histórica y reflexión política, Mariana Gené y Gabriel Vommaro hacen un aporte imprescindible para entender cabalmente, en una época marcada por la polarización y el descontento creciente con las élites, qué límites y posibilidades tendría una coalición de derecha para poner en práctica reformas de gran alcance.

A continuación, un fragmento a modo de adelanto:

Las dos caras de Cambiemos frente a la protesta y la política social

Desde el inicio del gobierno, dentro del PRO convivieron diferentes posiciones sobre cómo gestionar la relación con las organizaciones sociales, tanto en lo que se refiere a la regulación de la protesta como al perfil que debía adoptar la política social. Sin duda había un objetivo compartido por todos: lograr gobernabilidad y garantizar el orden en la calle. El funcionario del Ministerio de Desarrollo Social encargado de la interlocución con estas organizaciones lo resume del siguiente modo: “Yo le decía [a Stanley]: ‘¿Qué querés en cuatro años?’. ‘No quiero tener estallido social y no quiero tener conflicto permanente’. Bueno, eso fue lo que se hizo” (entrevista con funcionario durante el gobierno de Cambiemos y armador nacional del PRO, 1/12/2021). Pero los medios para llegar a ese fin podían ser muy distintos.

La tensión entre el objetivo de controlar el gasto público y a la vez mantener la paz social obligaría al gobierno a transitar un andarivel estrecho de equilibrios precarios. Como se ha mostrado, el peso de los legados de políticas sociales expansivas y la vitalidad de la oposición pueden hacer que los gobiernos conservadores retrasen y hasta prefieran no encarar procesos de ajuste explícitos y que, en cambio, prioricen estrategias graduales y menos visibles de desgaste de esas políticas (Niedzwiecki y Pribble, 2017). Además, muchos gobiernos de derecha llegan al poder con estrechos márgenes electorales –el macrismo no fue la excepción–, lo cual puede llevarlos incluso a adoptar políticas sociales expansivas, tradicionalmente asociadas con gobiernos progresistas, por razones estratégicas (Fairfield y Garay, 2017).

La ministra de Desarrollo Social durante todo el período, Carolina Stanley, apostó a una buena relación con los movimientos y a una relativa continuidad de la política social instituida durante el ciclo anterior. Ella y sus equipos tenían llegada a los referentes de estas organizaciones desde su experiencia en el gobierno en la CABA, donde fue ministra de la misma cartera a partir de 2011, en reemplazo de María Eugenia Vidal. Ese vínculo se había ido tejiendo en torno a temas tan disímiles como la organización de los cartoneros, el funcionamiento de los paradores para personas en situación de calle o la administración de subsidios. En ese marco, su interlocución con las organizaciones sociales había sido fluida.

Miembro del corazón del proyecto macrista, Carolina Stanley fue una de las pocas funcionarias “bilingües”, que sabía hablar el lenguaje de los empresarios y el de los dirigentes populares. Hija de un alto ejecutivo del Citibank ya retirado, educada en colegios exclusivos y miembro del PRO desde sus orígenes a través de la Fundación Grupo Sophia, también había pasado por el peronismo en su primera experiencia en la política como asesora de la diputada María Laura Leguizamón, y tenía buen diálogo con casi todo el arco político. Distintos miembros de las organizaciones de base socioterritorial rescataban en público ese rasgo: “No es una cheta que no sabe nada de la vida, no es soberbia, […] no nos estigmatiza”, decía en 2017 Daniel Menéndez, de Barrios de Pie; “Es humanamente distinta del resto del gobierno. Sabe lo que es el sufrimiento, no está haciendo ‘carrerismo’”, afirmaba el propio Grabois en 2018.

Durante los primeros dos años, Stanley compartió la negociación con las organizaciones sociales con un importante funcionario del gobierno nacional: Mario Quintana, el vicejefe de Gabinete abocado a los temas sociales. Ambos funcionarios negociaron leyes que implicaron una continuidad de la política social del kirchnerismo e incluso un avance de la agenda de la economía popular, como veremos en el próximo apartado. Esa opción por el sostenimiento de los legados del ciclo anterior en materia de políticas implicaba algunos desplazamientos que no afectaban negativamente a las organizaciones. En especial, la estrategia inicial del macrismo fue restringir la interlocución de los intendentes con los sectores populares para debilitar al PJ. En su lugar, las organizaciones sociales se presentaban como un vehículo necesario y a la vez más “neutro” políticamente. Para la posición más dialoguista dentro del gobierno de Cambiemos, estos movimientos no resultaban disruptivos para su proyecto y los ayudaban a distribuir bienes materiales y simbólicos por fuera del circuito peronista clásico. Según lo interpreta uno de los referentes de Barrios de Pie:

Ellos querían sacar, no darle el manejo del conflicto social al peronismo, correr al kirchnerismo de esta centralidad. Veían en los movimientos sociales una estructura que les permitía coordinar el conflicto, tener interlocución, que era más neutra políticamente. Que no acumulaba para nadie, o por lo menos era funcional a lo que querían desarticular, que era su principal problema (entrevista con uno de los principales líderes de Barrios de Pie, 9/3/2020).

Entre 2016 y 2017 Quintana ocupó un lugar central tanto en la negociación de leyes sociales y en la determinación del monto para el presupuesto de la emergencia social como en el censo de la población de barrios populares que realizaría el gobierno. Esos fueron, además, los años en los que su posición en la administración Cambiemos creció de manera notable, como parte del esquema diseñado a imagen y semejanza del gobierno de la CABA, en el que el seguimiento cotidiano de la gestión estaba en manos del poderoso CEO que supo ser Rodríguez Larreta. En el gobierno nacional, esta función era compartida por Quintana y Lopetegui. Aunque no tenía experiencia política previa, Quintana se destacó rápidamente por sus ambiciones en ese campo.

Se trataba de un funcionario que se ajustaba al perfil arquetípico del PRO: empresario exitoso –hecho a sí mismo– que llegaba a la función pública con un ethos moralizante y con un sentido de entrega para hacer que “los mejores” produjeran un cambio cultural en el Estado (Vommaro, 2017). En el área social, fue el abanderado dentro de Cambiemos del proyecto de establecer una alianza con las organizaciones sociales. Parte de esta idea provenía del lazo especial que creyó construir con Juan Grabois, a quien lo unía un origen socialcristiano común. Aunque en veredas opuestas, ambos dirigentes manifestaban tenerse aprecio mutuo; Quintana promocionaba las charlas “profundas” que compartían y el respeto que se profesaban. “Juan Grabois es una persona que respeto por su coherencia y por sus intenciones, más allá de que podamos tener diferencias. Juan se preocupa por los pobres y yo también”, afirmaba Quintana por entonces.

En octubre de 2016 escenificaron esa cordialidad en público durante la presentación del primer Relevamiento Nacional de Barrios Populares y el anuncio de la extensión de la AUH a siete mil nuevos beneficiarios. Para los medios, se trataba de un operativo por parte del gobierno para intentar acercarse al Papa, con quien el líder de la CTEP tenía relación estrecha. Lo cierto es que Grabois tendría un lugar de privilegio en ese acto, sentado entre Stanley y Quintana. Ese día declaró, con guiños a estos funcionarios: “Tenemos mejor diálogo con este gobierno” que con el kirchnerismo, aunque aclaró que la fortaleza que habían alcanzado las organizaciones sociales demostraba que podían cooperar en acciones puntuales con el Estado “a pesar de que seamos críticos a una orientación política y económica que va en contra de nuestros compañeros”.

Para muchos miembros del gobierno, el vicejefe de Gabinete mostraba una especie de fascinación por esa amistad impensada, que le hacía confundir los alcances de las pertenencias ideológicas y las pretensiones políticas de sus interlocutores.

En Jefatura de Gabinete hubo varios tipos que estaban obnubilados por conocer las cosas nuevas [en los encuentros informales con líderes de organizaciones sociales]. ¡El error de algunos dirigentes nuestros era tomarlo como ‘Voy a una cena socioantropológica’ y no a conocer tipos que hacen política! Y que nunca van a estar con vos. Y si te la pueden poner, te la van a poner. Eso fue muy naíf (entrevista con funcionario durante el gobierno de Cambiemos y armador nacional del PRO, 1/12/2021).

Esta visión optimista sobre la posibilidad de producir un acercamiento político con algunas organizaciones sociales, lejos de ser vista de forma unánime como naíf en ese momento, expresaba más bien la confianza del nuevo gobierno en la posibilidad de establecer bases sólidas para un predominio político duradero. La idea de reclutar a parte de los movimientos sociales y sus referentes para las filas del PRO no solo fue confirmada en entrevistas por distintos actores dentro y fuera de Cambiemos, sino también por dirigentes de las organizaciones “por conquistar”. Uno de los referentes sociales con más visibilidad pública se refería con sorpresa a lo que consideraba una confusión entre afinidad personal y afinidad política por parte de Quintana:

Yo creo que sobre mí tuvieron en algún momento expectativas de ganarme. Sobre todo en la época de la negociación de la Ley de Barrios Populares, a pesar de que yo les dije en todo momento ‘Con ustedes yo no voy a ningún lado’, pero, bueh, tenían alguna expectativa. En algún momento tuve la percepción de que me querían enganchar, diríamos, no mal […]. Creo que pasaron dos cosas: por un lado, que él [Quintana] estaba de vicejefe para temas sociales, y estaba muy concentrado en eso, y trabajó mucho en el Renabap [Registro Nacional de Barrios Populares] durante un mes. Y cuando vos trabajás en algo concreto, podés pensar distinto, pero estás con una tarea concreta, y el tipo es muy capaz. Pudimos laburar bien […]. Hubo una especie de escena de sentirse traicionado por expresiones mías, y yo decía ‘¡Pero estás loco! ¿Cuándo yo te dije que estaba de acuerdo con el gobierno?’ (entrevista con uno de los principales líderes de la CTEP, 5/12/2019).

Más allá de las ilusiones de algunos sectores del gobierno, lo cierto es que durante los primeros años de la administración Cambiemos las organizaciones sociales crecieron y se afianzaron como intermediarios o facilitadores de la política social, logrando quitar parte del poder a los intendentes peronistas, pero también a los de la propia coalición oficialista. Para los observadores afines al gobierno, ese entendimiento era llamativo, como lo muestra una larga nota en La Nación titulada “Movimiento Evita, la organización kirchnerista que aún crece durante el macrismo”. Para los socios de la coalición, por su parte, esa alianza táctica era claramente problemática, un error en términos políticos y una molestia para quienes tenían que gobernar territorios donde el poder de estos movimientos crecía. Uno de los dirigentes radicales con mejor llegada a la Casa Rosada evoca así la incomodidad entre los socios políticos por este tema:

El Movimiento Evita comenzó a hacerse fuerte en las provincias, incluso en algunas gobernadas por el radicalismo o con intendencias del radicalismo o del PRO. Si yo me pongo a contar todas las veces que llegaba a Buenos Aires y venía con una bronca fenomenal […]. Por ejemplo, no me voy a olvidar jamás, un día en 2016 estaba por entrar a una reunión, me llama Cornejo, gobernador de Mendoza: ‘¿Estás ahí en la Casa Rosada?’. Él ya sabía que yo estaba. ‘Estoy entrando’, ‘Agarralo a Quintana y cagalo a trompadas y decile que es un gran hijo de puta porque me acaban de llamar de Godoy Cruz donde me dicen que en el barrio La Favorita (¡el barrio La Favorita, un emblema!), en el barrio La Favorita están con las pecheras del Movimiento Evita haciendo un relevamiento para el Anses para darle todo…’. ¡Hijo de puta, en una provincia gobernada por el radicalismo! A los cinco minutos me llamaba Ramón Mestre de Córdoba: ‘¡Estos tipos, del Movimiento Evita, los de Grabois me están haciendo esto…!’. Entre las cosas que arreglaba Mario con las organizaciones sociales, no era solamente la intermediación de los programas sociales, ¡eran acciones de gobierno! Era el Anses, el PAMI, esto, lo otro. Entonces vos decís, a ver, por un lado el gobierno ganaba paz social y tranquilidad, pero eso era estar alimentando un monstruo que al final del camino, todos esos tipos dijeron –con la misma cara de piedra con la que recibían la ayuda y sellaban los pactos con el gobierno–, decían por otro lado: ‘Este Macri, traidor, de derecha, pum, pum, pum’. Bueno, jodete, ¡jodete! (entrevista con exsenador radical, 4/3/2020).

En el extremo contrario de la posición sostenida por Quintana se encontraba la de Patricia Bullrich. La ministra de Seguridad fue escalando posiciones dentro del gobierno, en especial, como vimos, cuando a partir de fines de 2017 defendió a rajatabla la mano dura en casos sensibles como el del policía Chocobar –que había disparado por la espalda y dado muerte a un ratero en el barrio de La Boca– o de Santiago Maldonado, activista en defensa del pueblo mapuche que estuvo desaparecido por varias semanas en 2017 tras la represión de una protesta por parte de la Gendarmería Nacional y cuyo cuerpo apareció setenta y ocho días después en el río Chubut, presuntamente muerto por ahogamiento. Para Bullrich, dejar crecer a las organizaciones era un error a corto y mediano plazo, tanto porque era ingenuo suponer que en algún momento iban a acompañar un proyecto político de centroderecha, como porque sus votantes podían castigar el continuismo en materia de gasto público y política social. Según sus cálculos, el pedido de su base social más dura era que no se diera espacio alguno a los dirigentes socioterritoriales ni se los legitimara siquiera en términos simbólicos. La diferenciación con el peronismo suponía reivindicarse como el “partido de la libertad”, y estos actores poco valorados por sus votantes presentaban la oportunidad para hacerlo. En sus propias palabras,

Yo lo discutí siempre, cada vez que pude en Gabinete, en las reuniones que hacíamos en Chapadmalal y en todos lados: yo siempre dije que no estaba de acuerdo con esa política social. Siempre lo planteé, nunca me lo guardé. Porque sinceramente creía que el continuismo en esa área nos iba a desempoderar de sectores que nosotros necesitábamos ganar. No copiando el mismo modelo, ¿no? Sino generando justamente una salida distinta. Pero bueno, no fue una discusión que… Fue una discusión que no la gané, y la calle tampoco [porque no se pudo aplicar el protocolo antipiquetes presentado en febrero de 2016] (entrevista, 26/2/2020).

Según la exministra, una de las razones por las que no logró imponer su criterio era el temor a la ingobernabilidad frente a la capacidad de movilización de las organizaciones sociales: “En la coalición había una mirada quizá de cierto miedo, de que las cosas se fueran de mambo” (entrevista, 26/2/2020). Pero también existía la presunción de “algunos que pensaban que esos movimientos podían abrevar en nuestra fuerza política”. Para Bullrich, que conocía a parte de esos dirigentes desde sus años de militante de la Juventud Peronista, esta posición denotaba “ingenuidad”:

Desde las áreas sociales de nuestro gobierno pensaban que había una posibilidad de un acuerdo, una alianza, una amistad con ellos, y yo me acuerdo de que en una reunión Quintana me dijo “Bueno, pero vos estás en una posición muy gorila”. Le digo “Mirá, yo lo conozco a Pérsico desde que tenía 16 años, Pérsico no es un pibe que te va a ir por los cincuenta mangos a sacarle de la tarjeta 50 pesos a nadie, Pérsico es un cuadro político, cuyo objetivo es construir un poder social para enfrentarse a nosotros”, este es su tema (entrevista, 19/3/2020).

En este contexto, según el ala más dura del PRO en cuanto al manejo de la cuestión social, la solución no era desarrollar organizaciones sociales macristas sino desempoderar a las existentes. Un modo de hacerlo era mediante la represión de la protesta, promovida desde el Ministerio de Seguridad con el protocolo para uso de armas de fuego ante piquetes y manifestaciones, y el otro era desmontando la política social del kirchnerismo a partir de opciones más restringidas, en las que “el Estado no sea la solución a todos los problemas” (entrevista con ministra del gobierno de Cambiemos, 19/3/2020).

En medio de esos dos polos estaban los negociadores provenientes del peronismo en el Ministerio de Desarrollo Social, que ya habían tenido experiencia en la relación con las organizaciones desde la Dirección de Economía Social del gobierno de la CABA. Según uno de los principales actores de la negociación gubernamental con las organizaciones, cuyo perfil no era mayoritario en la cartera pero que iría ganando cada vez más poder y margen de acción durante la gestión (Perelmiter y Marcalle, 2021), era necesario tener canales de diálogo fuertes con los movimientos y a la vez controlar su crecimiento. Hacer equilibrio entre negociar con ellos con pragmatismo y restarles protagonismo. Desde su óptica, el problema de la intervención de Quintana en ese vínculo era que entorpecía ingenuamente negociaciones que debían ser más duras. Pero a la vez, el inconveniente que presentaba la otra posición dentro del PRO era que sus defensores desconfiaban de los métodos de negociación que se utilizaban desde el Ministerio de Desarrollo Social y querían endurecer al máximo la relación con las organizaciones. La posición del gobierno en esa materia siguió las ambigüedades de esta disputa interna. Si por un lado se quejaban de una relación que juzgaban excesivamente blanda, luego se preocupaban cuando la protesta social era transmitida en directo por los canales de noticias y elegían ceder a sus reclamos antes que dar esa imagen pública. Según evalúa el principal negociador del Ministerio de Desarrollo Social:

Las orgas empezaron a entender lo que yo decía siempre: “las dos horas de TN”. Yo siempre fui con el mismo planteo: “Mañana van a venir estos y van a cortar acá, si yo les doy esta cuchara y este sobrecito de edulcorante [la entrevista transcurre en un bar], no acampan ni nada”. “¡No, pero ellos te amenazan con la extorsión!”. Okey, no les doy nada. Venían, estaban dos horas en directo por TN, ¿viste cómo te ponían el precio del blue? Bueno, te ponían la marcha ahí [en un recuadro durante toda la transmisión]. “Bueno –me decían–, ¡fijate cómo hacés para sacarlos de ahí!”. ¡Era más barato ayer! Y hoy se envalentonan y además psicológicamente es patológico lo que hago, “Vengan, hagan quilombo que les doy” (entrevista con funcionario durante el gobierno de Cambiemos y armador nacional del PRO, 1/12/2021).

Más allá de estas tensiones, el objetivo de la paz social durante los primeros años de gobierno de Macri fue aceptablemente cumplido.

¿Qué recursos debió ceder Cambiemos para lograrlo?

El sueño intacto de la centroderecha
y sus dilemas después de haber gobernado y fracasado
Publicada por: Siglo XXI
Fecha de publicación: 03/01/2023
Edición: primera
ISBN: 978-987-801-219-3
Disponible en: Libro de bolsillo
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