Un ensayo sobre las distintas fases del capitalismo a través del tiempo: ese sistema inexorable que empezó a vapor, derivó en industria y hoy se codifica en un presente hecho de precarización e inteligencia artificial. Para entender cómo llegamos hasta acá e imaginar cómo seguimos.
A continuación, un fragmento a modo de adelanto:
Los dueños del futuro
Los modelos de negocios y prácticas empresariales que dinamizan un software capitalista con el tiempo se integran a las instituciones y prácticas estables hasta sedimentar en el hardware social y económico. En Argentina podemos distinguir tres generaciones de empresarios sedimentados o en vías de serlo. A la primera ya la vimos: es la de Rocca, Bulgheroni, Macri, Bunge & Born y Eurnekian, entre otros menhires que crecieron al calor del desarrollismo 2.1 como contratistas del Estado o industriales diversificados bajo diferentes sistemas de promoción, especularon con la inflación de los 80 y aprovecharon las privatizaciones de los 90.
A esa le sigue una segunda generación, formada bajo la crisis del capitalismo 2.1. Individuos y familias que entraron al mundo de los negocios a fines de los 70, surfearon la ciclotimia de los 80 y 90 y se consolidaron en plena crisis de 1998-2002. Eduardo Costantini y Eduardo Elsztain en los desarrollos inmobiliarios, las familias Bartolomé y Grobocopatel en los agronegocios, el matrimonio Sigman-Gold en la industria farmacéutica y Alfredo Coto en el comercio minorista son algunos de los que, con toda justicia, pueden ser llamados “emprendedores”: nacidos bajo las crisis, aprendieron a adaptarse y desarrollaron productos y negocios novedosos. Incluso un heredero de sangre azul como Federico Braun tuvo que reestructurar violentamente el imperio centenario de La Anónima para garantizarle vida en el siglo XXI.
Finalmente, hay una tercera camada de empresarios surgidos a partir de la crisis de 1998-2002. Una generación de capitalistas que vio pasar el auge y caída de las puntocom para retomar el legado del e-commerce y desarrollo de software. Marcos Galperin, de Mercado Libre, es la figura más representativa de este grupo, que también integra Globant. Además de su vocación por la disrupción digital y los modelos de negocios 4.0, a esta generación X la define una ideología, casi un desmarque identitario: no quieren ser “empresarios”, quieren ser “emprendedores”. Los “empresarios” son locales y opacos, especialistas en las prácticas y roscas corporativas del capitalismo 2.1, usan corbatas de seda con nudo ancho y toman scotch sobre un sillón Chesterfield; los “emprendedores” son globales, transparentes, innovadores, hacen deportes extremos y escuchan pop rock internacional.
En los años 90, Linda Rottenberg, CEO estadounidense en viaje de negocios por Buenos Aires, se tomó un taxi y charlando con el conductor descubrió que era ingeniero. Le preguntó entonces por qué no se había convertido en un entrepreneur. “¿Un empresario?”, le respondió el taxista con sorpresa y desprecio. Linda entendió en ese momento que en el idioma castellano no existía una palabra para diferenciar a los entrepreneurs de los “empresarios”, más identificados con los businessmen como Franco Macri o Carlos Bulgheroni. En 1997 Linda se reunió con Peter Kellner, que venía de un viaje de negocios de China, e idearon la ONG Endeavor, destinada a difundir la figura y virtudes del emprendedor como motor de la economía.
Ese credo hizo carne en la tercera generación de capitalistas argentinos, muchos de los cuales participan de Endeavor Argentina. Si bien ninguno de ellos le debe su fortuna a un contrato estatal, tampoco ninguno logró hacer negocios a espaldas de la sociedad y el Estado argentinos, sus crisis, vacíos legales y vicios morales, todas oportunidades que supieron aprovechar. Y en la medida en que las empresas crecían y ocupaban espacio en el hardware argentino, contribuyeron a combarlo y formatearlo, pocas veces corrigiéndolo, algunas veces transformándolo y muchas veces consagrando sus defectos.
De emprendedores a empresarios
En 2004 cuatro rollizos argentinos especialistas en finanzas e ingeniería en sistemas desembarcaron en el aeropuerto de Heathrow, en Londres. Eran Martín Migoya, Guibert Englebienne, Néstor Nocetti y Martín Umarán. Llevaban una libreta donde habían apuntado potenciales clientes y contactos. Poco tiempo después lograron cerrar un contrato con la compañía de pasajes aéreos baratos lastminute.com. Era el primer cliente importante de Globant, la empresa que los cuatro emprendedores habían fundado en 2003 intentando aprovechar los bajos costos locales en dólares para ofrecer servicios informáticos y desarrollos de software al exterior. Todavía es un misterio de dónde salió la inversión inicial: la leyenda habla de un fondo bursátil secreto que otorgó grandes retornos después de la crisis de 2002. En 2006, Google decidió que iba a comenzar a adquirir software de otras empresas y la primera elegida fue Globant. Desde entonces la firma fue contratada por Disney, Coca-Cola, Nike, Ferrari, LinkedIn, National Geographic, American Express, Telefónica, BBVA y la multinacional de videojuegos EA Games. Abrió oficinas en el interior de Argentina, Uruguay, Colombia, Inglaterra y Estados Unidos, mercado al que destina el 80% de sus servicios. En 2013 Globant salió a la Bolsa de Nueva York, hoy sus fundadores y directores poseen menos del 6% de la compañía, cuya sede legal está ubicada en Luxemburgo y deben rendir cuentas ante un board de fondos internacionales.
Como tantas startups, Globant tiene más clara su misión que su producto. Según Migoya, es una empresa que ofrece una mezcla de software y marketing cuyo propósito es crear “viajes digitales que son realmente importantes para millones de consumidores. Ayudamos a que las marcas interactúen con sus clientes generando fuertes conexiones emocionales”. Como observó Hernán Vanoli, el marketing tradicional, con sus encuestas y focus groups, va dejando lugar a senderos, parques y puntos de abastecimiento virtuales sustentados en el procesamiento algorítmico de datos. Maneras de dar forma a la existencia digital. El libro manifiesto de Globant se titula The never ending digital journey: creating new consumer experiences through technologies (El interminable viaje digital: creando nuevas experiencias de consumo a través de las tecnologías); el capitalismo 4.0 como el producto emergente del diseño centrado en el usuario en el entorno virtual.
“Hoy en día —dice Englebienne— la tecnología nos permite trabajar más en red y apalancarnos en la motivación de cada uno de nuestros empleados para generar y explorar ideas. No podemos olvidar que los millennials que hoy nacieron en un mundo digital están acostumbrados a tener voz, a desafiar la autoridad y quieren hacer un impacto. También tienen el sentido de urgencia de un mundo que cambia rápido y donde ellos quieren desarrollar rápidamente sus carreras. Nuestra filosofía en Globant es la de crear un entorno que saque lo mejor de nuestra gente”. En 2013, Globant perdió un contrato con EA Games porque no llegaron a cumplir con los plazos de entrega. En respuesta, la empresa ofreció retiros voluntarios y trabajos on the bench, a la espera de que la actividad aumentara, y despidió a unos trabajadores que pretendían sindicalizarse. En 2016 compró otra firma en India para reclutar ingenieros allí.
En mayo de 2017 Mercado Libre alcanzó una cotización de 12.000 millones de dólares, y superó a YPF, que, ya expropiada, cotizaba en 9700. La empresa fundada por Marcos Galperin había salido a la Bolsa de Nueva York en 2007 y luego entró en Nasdaq, en reemplazo del caído en desgracia Yahoo! Ahora estaba entre las 50 páginas más visitadas del mundo y tenía más de 166 millones de usuarios.
Por esas vueltas de la vida, Galperin había trabajado en YPF entre 1994 y 1997, de donde se fue para probar suerte en los negocios digitales. Con más experticia en finanzas que en informática, como casi todos los emprendedores digitales, probó suerte con un sitio de finanzas online que abandonó ante la competencia de Patagon.com. Se enfocó entonces en el e-commerce. Con el financiamiento de un conglomerado de fondos de inversión en 1999 fundó Mercado Libre. Luego llegarían capitales de Goldman Sachs, Banco Santander y un partnership con el sitio de subastas Ebay, que posee el 18% de Mercado Libre y que selló su suerte con la competencia. Desde 2008 fue adquiriendo o desplazando a DeRemate.com y OLX —ambas fundadas por Alec Oxenford— entre otras e-commerce latinoamericanas.
A sabiendas de que su expansión continental lo llevará a competir con el gigante Amazon, Galperin amplió sus negocios. El comercio electrónico tiene dos talones de Aquiles: la logística y los pagos. A través de Mercado Envíos y de Mercado Pago, Galperin logró superarlos. Mercado Pago es un sistema de pagos online que financia al consumidor mientras el vendedor cobra el monto total en el acto a través del teléfono celular, y es también el salto de Galperin a los servicios financieros. Ya logró la inclusión financiera de buena parte de la economía local además de coparles la parada a las tarjetas de crédito, ahora apunta directamente a los ineficientes bancos argentinos, un rival más fácil que Amazon. “El modelo financiero tiene fallas estructurales —dice Galperin a tono con el humor local post 2001, o el humor global post 2008—. Las ganancias siempre son privadas, pero cuando hay una crisis las pérdidas son de la sociedad. Tienen que pagar más impuestos a las ganancias para generar fondos anticíclicos, no puede ser que cuando ganen se la lleven y cuando pierden hay que salvarlos para que no se arme una crisis catastrófica como la de 2001”. Totalmente cierto. Tanto como que, a diferencia de Mercado Pago, los bancos están sujetos a la regulación del Banco Central en materia de liquidez y solvencia.
En el acto de expandirse, Galperin aterrizó en el siempre intimidante hardware local. Con la bajada a la logística, Mercado Libre se enfrenta a los conflictos del capitalismo tangible: sueldos bajos, tercerización y conflictos sindicales. Con el salto a los servicios financieros, debe mirar a los ojos del Estado y las corporaciones. Galperin dejó de ser emprendedor para comportarse como empresario: se acogió a un régimen de promoción (la Ley de Productores de Software y Servicios Informáticos, que bonifica más de la mitad de las contribuciones patronales y el impuesto a las ganancias) sin cumplir los requisitos; en 2017 solicitó una línea de financiamiento por 4000 millones de pesos a tasa fija subsidiada al Banco Nación; y más tarde logró quedarse con el sistema de billeteras virtuales para el pago de asignaciones sociales desarrollado y abandonado por el mismo Banco Nación. La sedimentación ha comenzado, el capitalismo 4.0 argentino ya tiene a sus “empresarios”.
La industria argentina del software emplea actualmente a más de 150.000 profesionales. A julio de 2023, representó el 2,7 % de las exportaciones totales de bienes y servicios de Argentina, y superó en investigación y desarrollo al resto de las industrias. Globant y Mercado Libre tienen bien ganada la cucarda de “emprendedores”: desarrollaron negocios novedosos aprovechando el capital circundante, alteraron el funcionamiento de sus ramas de negocios y se globalizaron desde el principio. Pero también merecen llamarse “empresarios”: interactúan con el hardware dado y en el acto de modificarlo se integran a él, compartiendo su destino.
Dos salidas
En 2023 China redujo sus importaciones de soja en 9 millones de toneladas. Según el gobierno, forma parte de una estrategia para garantizar su seguridad alimentaria, dado que la oferta de soja se concentra en regiones muy específicas, de las cuales sólo Brasil representa el 60 %. Por otro lado, es esperable que el desarrollo acelerado del capitalismo chino altere sus pautas de consumo. Puede desplazarse desde la carne de cerdo (el verdadero consumidor de soja) hacia el beef, como hizo el Reino Unido hacia fines del siglo XIX. O puede desplazarse hacia un menor consumo de carne, como están haciendo todos los países desarrollados en el siglo XXI. En todo caso, el “mundo” que se abrió en 2001, con el ingreso de China a la OMC, está cerrándose, mientras se abre otro, más precario y conflictivo en torno a recursos escasos y transiciones tecnológicas y energéticas. El capitalismo 4.0 está demandando cereales, agua, tierras raras, metales estratégicos, electricidad y los hidrocarburos que queden. Probablemente, la versión 4.1 seguirá esa tendencia.
Para Argentina, el “dos mil uno” llega a su fin por dentro y por fuera: la acumulación de problemas sin resolver del software inaugurado en 2002 coincide con el fin de las condiciones internacionales que lo hicieron posible. Y en esta hora crítica, busca una salida. O dos: una es encontrar entre los recursos naturales un nuevo cuerno de la abundancia; otra es refundar el país una vez más. Escarbar en el fondo del hardware físico o resetear el software con tal violencia que supere todos los lastres del hardware social.
El nuevo hardware de la abundancia
Mal que le pese al presentismo millenial, no descubrimos Vaca Muerta. La estructura geológica de unos 30.000 km² es conocida desde 1931, cuando recibió su nombre actual. A pesar de que abarca cuatro provincias, pertenece a la Cuenca Petrolera Neuquina. Por ese motivo, también era conocida por la industria petrolera presente en la zona desde hace casi un siglo: Vaca Muerta era una maldición, un macizo rocoso de 3000 metros de profundidad que había que esquivar. Todo cambió con el fracking, que hizo posible sacar esquisto de las piedras. En 2007 Repsol-YPF inició exploraciones, y cuatro años después descubrió reservas de hidrocarburos no tradicionales que hoy se estiman en 27 millones de barriles. En el medio, el Estado expropió YPF, el país perdió su soberanía energética, llegando a gastar 2 puntos de su PBI en importaciones de hidrocarburos, y los sucesivos gobiernos adoptaron una panoplia de medidas para incentivar la producción: subsidios a la oferta de gas en 2010, precios atractivos para los inversores en 2016 y más subsidios en 2020.
La explotación de Vaca Muerta cuenta con ventajas y desventajas. Por un lado, la cuenca es una zona petrolera histórica que dispone de infraestructura logística y productiva, muchos pozos ya están localizados, la tecnología de fracking lleva veinte años de maduración que redujeron sus costos y hay un ecosistema de 18 petroleras nacionales y multinacionales operando en la zona, con YPF a la cabeza seguida por Chevron, Shell, Total, Pan American Energy y Pampa Energía, entre otras. Por otro lado, Vaca Muerta sufre los cuellos de botella propios de un país subdesarrollado, sin acceso al crédito y con escasez crónica de divisas: falta de equipos de perforación y fractura, e infraestructura insuficiente para sacar el petróleo y el gas de Neuquén. Habría que rehabilitar el Oleoducto Trasandino, cerrado desde 2006, duplicar la capacidad de Oleoductos del Valle, que transporta el crudo a Buenos Aires, construir un tercer oleoducto hacia la zona atlántica, y ampliar la capacidad del Gasoducto Presidente Néstor Kirchner, que conecta Vaca Muerta con la provincia de Buenos Aires. La falta de recursos también limita las políticas de incentivo, que no van más allá de subir tarifas (política impopular) o extender subsidios (política deficitaria: en 2022 el gobierno debió retirar los subsidios aprobados en 2017 por restricciones presupuestarias).
El otro cuerno de la abundancia es el litio. El noroeste argentino integra, junto a Chile y Bolivia, el llamado “triángulo del litio”, una región que concentra casi dos tercios de todo el litio del planeta. En rigor, el litio es un metal superabundante que se encuentra hasta en el agua de mar, pero no siempre es posible extraerlo. Y aun donde es viable, su extracción es compleja.