El trabajo, publicado en la revista Brain Topography, contribuye a comprender mejor cómo se integra lo lingüístico y lo social en la interpretación de mensajes.
La vida cotidiana está llena de estímulos e intercambios con otras personas. Somos seres sociales en un contexto de situaciones. Imaginemos esto: un hombre viaja incómodo en un colectivo lleno de gente. De golpe, el vehículo frena y alguien comenta en voz alta: “¡Qué bien se viaja!”. Nadie interpreta que lo diga en serio. Quienes lo escuchan entienden la queja. Lo que ocurre implica el procesamiento de información proveniente de múltiples canales. La interpretación se produce en un intervalo brevísimo de tiempo. Se trata del uso de sarcasmo, un tipo de lenguaje indirecto muy frecuente en la comunicación cotidiana. Decodificarlo implica procesos mentales y cerebrales complejos que para la especie humana se producen de manera natural e instantánea, salvo que algo no esté funcionando.
La habilidad de “leer entre líneas” fue el eje de un estudio reciente llevado adelante por investigadores de la Unidad Ejecutora de Estudios en Neurociencias y Sistemas Complejos (ENyS, Conicet-Hospital El Cruce-Universidad Nacional Arturo Jauretche), la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, y la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral. El trabajo, publicado en la revista Brain Topography, analizó cómo se activa el cerebro de personas hispanohablantes al procesar frases sarcásticas.
Mediante la utilización de técnicas de neuroimagen y un paradigma experimental novedoso, los investigadores identificaron regiones cerebrales que trabajan en conjunto durante la comprensión del sarcasmo. A partir de combinar texto e imagen, o presentar sólo la imagen o sólo el texto, se propusieron delimitar cómo se activan diferencialmente áreas neuronales al interpretar el mismo enunciado (“¡Qué bien se viaja!”) con dos intencionalidades enunciativas: sarcástica y literal.
El mapa cerebral del doble sentido
Según la investigación liderada por Mariana Bendersky, neuroanatomista e ilustradora, y Lucía Alba-Ferrara, científica especializada en neurociencias cognitivas, las áreas del cerebro implicadas incluyen: la corteza prefrontal medial, clave para entender las intenciones del otro, la unión temporoparietal, especializada en representar estados mentales ajenos; la ínsula izquierda y la amígdala, implicadas en evaluar emociones y empatía, y áreas del lenguaje como la corteza temporal superior y la circunvolución frontal inferior, necesarias para interpretar el significado en contexto.
Estos hallazgos refuerzan la idea de que el sarcasmo no es solo cuestión de palabras, sino de una integración compleja entre redes neurales que involucran habilidades sociales, emocionales y lingüísticas, y que se activan en simultáneo para poder interpretar el mensaje de manera adecuada.
Más que palabras
Comprender el sarcasmo implica varias habilidades. No depende sólo del procesamiento lingüístico, sino que requiere la capacidad de inferir los pensamientos, intenciones y emociones de otra persona. Primero, debemos darnos cuenta de que la persona no piensa lo que dice en términos literales. Segundo, debemos interpretar que quiere que entendamos otra cosa, generalmente lo contrario a lo dicho. Esta capacidad de “interpretar lo que piensa el otro” se conoce como teoría de la mente o mentalización.
Interpretar intenciones es una tarea compleja, pero eso no es todo. También necesitamos claves contextuales (como saber que el estudiante estaba distraído) y paralingüísticas (el tono de voz, la expresión facial) para interpretar correctamente el mensaje. El sarcasmo, entonces, es una forma sofisticada de lenguaje que combina lo social, lo emocional y lo lingüístico. Y por eso se lo considera el subtipo de lenguaje pragmático más relacionado con la teoría de la mente.
Un estudio pionero en español
Hasta ahora, los estudios con resonancia magnética funcional sobre procesamiento del sarcasmo no habían utilizado tareas adaptadas al español. Muchos de ellos, además, requerían un alto esfuerzo cognitivo por parte de los participantes, lo que podía interferir en la identificación precisa de las regiones cerebrales involucradas en el sarcasmo. Por ese motivo era posible confundir las activaciones específicas con las de la red ejecutiva (encargada de funciones como planificación, atención y memoria).
Para cubrir ese vacío, el equipo diseñó un paradigma experimental en español, con estímulos más simples y precisos. Participaron 18 personas sanas, diestras, que realizaron una tarea de comprensión del sarcasmo mientras se registraba su actividad cerebral con un escáner de alta resolución. El estudio se enfocó en comparar la actividad neuronal ante frases sarcásticas versus literales, con y sin apoyo visual.
Nicolás Vassolo, licenciado en psicología por la Universidad Austral y primer autor del artículo, se ocupó de la validación de la tarea a nivel conductual. “Antes de llevar la tarea al resonador, nos aseguramos de que los estímulos (las viñetas tipo historieta que utilizamos en el protocolo) fueran comprensibles y realmente midieran lo que se proponen medir”, explica. De esta manera, el equipo se aseguró que las imágenes estuvieran captando sarcasmo, y no otra cosa.
“¿Por qué? Porque lo que quiero ver es cómo se activa el cerebro al interpretar sarcasmo —no cómo responde ante confusión, ambigüedad o malentendidos. El proceso de validación responde justamente a eso: ¿estamos midiendo el sarcasmo realmente?”, enfatiza.
El valor de estudiar lo cotidiano
Comprender las claves de la interpretación del lenguaje indirecto tiene múltiples aplicaciones. Los hallazgos de este tipo de estudios contribuyen a mejorar la programación de herramientas de inteligencia artificial, por ejemplo.
“Con algoritmos multimodales para el procesamiento del lenguaje natural, las máquinas podrían integrar múltiples fuentes de información, como el tono de voz, la expresión facial o el contexto conversacional, y así desarrollar una forma rudimentaria de modelar estados mentales”, comenta Alba-Ferrara.
También permiten explorar nuevas vías para detectar y tratar condiciones neurológicas. “Las áreas del sarcasmo o del lenguaje figurativo son accesorias. Las utilizamos cotidianamente, pero ante una lesión neurológica podrían reclutarse para compensar funciones dañadas”, expresa por su parte Bendersky. Y agrega: “En enfermedades como el trastorno del espectro autista, esta capacidad de entender el sarcasmo se pierde. Esto también sucede en algunas epilepsias”.
Detrás de un comentario sarcástico en el colectivo, existe todo un sistema que se activa en fracciones mínimas de segundo. Así funciona el cerebro computacionalmente al interpretar el contexto, captar el tono, leer la intención y, finalmente, entender que lo que se dijo no era literal.
Magdalena Biota