jueves 26 de junio de 2025
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Adelanto de «El periodismo es lindo porque se conoce gente» de Carlos Ulanovsky

El maestro de periodistas Carlos Ulanovsky recupera una forma de ser, actuar, pensar y trabajar en esos templos laicos que son las redacciones, hoy en vías de extinción. Personajes que, con solo una mirada, un guiño o un silencio, nos avisan que cuando nosotros fuimos ellos ya están de vuelta.

¿Qué es la picardía en el periodismo?, se pregunta Ulanovsky. No es la ventajita, la canchereada, ni la humillación al compañero. Tampoco la operación interesada ni el procedimiento corrupto. Es algo de oficio, olfato, intuición, curiosidad, pero, sobre todo, astucia para romper la solemnidad y dar vuelta una página para llegar al cierre.

El libro recoge historias de medios gráficos donde dejaron su impronta Roberto Arlt, Rogelio García Lupo, María Esther Gilio, Jacobo Timerman, Rodolfo Walsh y otras grandes plumas. Enumera decálogos, apuntes y recomendaciones de Leila Guerriero, Jorge Fernández Díaz, Reynaldo Sietecase, Juan Sasturain y muchos otros. Y recupera, en base a numerosos testimonios y la propia experiencia de Ulanovsky, un sinfín de anécdotas que se resisten a caer en el olvido.

“El periodismo es lindo porque se conoce gente” es un latiguillo de los periodistas en el que mezclan ironía y escepticismo en partes iguales. El autor no se avergüenza de reconocer la excusa del periodismo para ejercer el cholulismo por conocer gente notable. ¿Es profesión, vocación, apostolado, especialidad, macaneo o algo divertido? Tal vez sea un poco de cada cosa, pero un oficio respetable al fin y, a la vez, fascinante. Como la pluma experta del querido Ula y las ilustraciones de Rep que coronan este libro.

A continuación, un fragmento a modo de adelanto:

Julio Ramos y Héctor Ricardo García

Periodista y licenciado en Economía por la UBA, Julio Ramos sacó el diario Ámbito Financiero en 1975, año del fatídico “Rodrigazo” que instaló las bases de la política económica de la dictadura que llegaría meses después. Ramos, que recibía en su oficina a interlocutores y visitantes, a quienes les exigía que acotaran al máximo lo que tuvieran
para decirle, con un cartel que decía “Por favor, hable con copete”, fue el creador de una sección llamada “Charlas de Quincho” que, en poco tiempo, fue una de las más leídas. La catalogó de esta manera: “Información con entretenimiento”. Y redondeó: “Soy periodista. Todo lo que veo y oigo lo cuento, salvo que sean cuestiones personales, situaciones íntimas o romances que pudieran originar escándalos”. En su diario oficializó una polémica sección: las “publinotas”. En 1994, en el semanario La Maga así habló de sus características. “Si usted quiere aparecer en la página siguiente a las centrales, lo paga y aparece. Esto es así en el The New York Times y también en este diario. El valor figura en el tarifario de publicidad”. En lo que, seguramente, constituía una apreciable instrucción para sus redactores en esa misma entrevista agregaba: “Las empresas tienen su precio. No distinguen raza, religión, nada. La moneda de pago con quien le da información es, algún día, hablar bien de lo que esa empresa o quien habla en su nombre hacen. Quien no entienda esto no entiende nada de periodismo”. Resolvió con naturalidad, como si eso perteneciera a lo intrínseco del oficio, el significado de cualquier clase de toma y daca informativo. “Es obvio que si usted vio diez veces a un funcionario, llegará un momento en que el tipo le va a decir ‘Che, dale bolilla a esto que hicimos, o a esto que tenemos para informar: no sabés el trabajo que nos costó’ ”. Se podría intentar definir su tarea parafraseando un dicho eterno de Alberto Olmedo: “Éramos tan pragmáticos”. Ramos falleció en 2006 y el que inventó y condujo es otro de los tantos casos de un medio que no sobrevive a su creador. Luego de 47 años de editarse en papel y luego de varios pasamanos empresarios, el diario de actualidades económicas y financieras dejó de aparecer a principios de 2024, aunque mantiene activa una edición digital.

Hugo Gambini, que pasó por la legendaria redacción del diario Crónica de Héctor Ricardo García escuchó de su boca una historia que pinta al periodista talentoso, pero también alude al hombre al que le sobra calle, audacia e intuición. Refiriéndose a su formato tabloide que hacía poco había aparecido, una vez llegó preocupado a la redacción y a los gritos dijo: “La cagamos con el formato. Ayer estaba en la calle Lavalle, la gente salía de los cines y afuera llovía mucho. Todo el mundo compraba La Razón porque por el tamaño sábana se podía proteger más”. Nada de eso, y pese a otra clase de lluvias y tormentas, lo frenó para hacer un diario popular y masivo así como tampoco como para convertirse en un poderoso empresario de medios, dueño de diarios, revistas, radios, canales de aire, señales de noticia y también salas de teatro y empresas discográficas. Solo trinaba cuando de alguno de sus medios se decía que era sensacionalista. Ofendido, sostenía: “Eso es discriminación. ¿Por qué no hablan del sensacionalismo de saco y corbata?”. Tuvo una vida de película; fue uno de los primeros en tomar como lucha personal el reclamo, de las islas Malvinas; sufrió censuras y clausuras de varios gobiernos, atentados políticos de todos los colores ideológicos; fue secuestrado por la guerrilla de izquierda, purgó prisión por un presunto delito económico.

En 1963, año de la aparición del diario cuyo eslogan sigue siendo “Firme junto al pueblo”, medio país hablaba del asesinato de Norma Mirta Penjerek, una joven estudiante de origen judío que apareció asesinada. Ese episodio (duró meses en modo culebrón por entregas) instaló el diario en la consideración de la gente. En esos tiempos iniciales también apeló a otros ardides. Recién afincada en el mercado argentino, la transnacional Pepsi organizó un concurso de preguntas de interés general. Molesto porque al nuevo diario no había llegado ni una mínima pauta publicitaria, García ideó una estrategia que molestó sobremanera a la empresa. “Sin nombrar la marca, publicábamos frases como ‘si lo que busca son las respuestas del certamen refrescante acá las encontrará de a poco’ y tirábamos pistas sobre las respuestas”, explicó. Eso también aumentó notablemente las ventas y en abril de 1964 pudo poner dos ediciones diarias en la calle, la quinta y la sexta. El periodista Carlos Ferreira atribuyó a una trinidad de intereses la identidad principal del diario: fútbol, carreras de caballos e información policial. Y en muchas ocasiones García corroboró el fundamento de Ferreira. Queda sintetizado en estas frases: “Así como antes la gente llamaba al diario para alertar sobre cualquier incidente, siniestro o caso de violencia ahora alerta a Crónica TV antes que a la policía o a los bomberos. Y hasta la policía nos llama a nosotros para chequear o confirmar datos”. Acerca del estilo también aportó: “Yo inventé hace 30 años lo que ahora hace Mauro Viale. Que los delincuentes se entreguen frente a las cámaras. Por eso, en una época en que las seccionales de la ciudad eran cincuenta, a nosotros nos llamaban Seccional 51. Me acuerdo del día que el boxeador Andrés Selpa llegó conmocionado al canal, y después de poner un revolver sobre una mesa, dijo, al aire: ‘Acabo de balear a mi mujer. No sé si la maté’. La policía se lo llevó de aquí. Y eso hicimos con los muchos que preferían entregarse en Crónica TV. Los fotografiábamos para la nota en el diario y eso era una forma de blanqueo, porque sabían que así, después, no los iban a golpear o a torturar”. Héctor Ricardo García murió en 2019 a los 86 años. Desde hacía unos años había resignado la titularidad de sus empresas. Atrás quedaban más de 60 años de vida periodística y muchas, muchas picardías.

Solo queda el Humor

En junio de 1978, cuando la dictadura exigió a los medios que el Mundial de Fútbol a disputarse en el país fuera considerado cuestión de Estado, apareció la revista Humo® (abreviatura de Humor Registrado). En la tapa, se incluía la caricatura del director técnico del seleccionado argentino César Luis Menotti, más flaco, como consumido y con unas orejas que inequívocamente remitían a las del entonces ministro de economía Martínez de Hoz. El dibujo, de alto contenido irónico, estaba acompañado por una frase que lo empardaba en intención: “El Mundial se hace, cueste lo que cueste”. A partir de entonces, y durante 21 años y 566 ediciones, la revista Humor desafió al cerrojo informativo y se convirtió en alternativa al pensamiento único en un momento en que cualquier tipo de contenido diferente podía ser considerado subversivo. Desafiante, se plantó en la vereda opuesta del Mundial, criticaba con astucia a la televisión cuando todos los canales estaban en manos del Estado y hasta se permitía chanzas sobre las consecuencias irreparables del
modelo económico. Desde el número inicial (calificado por la censura imperante de “exhibición limitada” en los kioscos) fue observada, amenazada y en varias ocasiones castigada con secuestros. La revista fue una creación del notable caricaturista y editor Andrés Cascioli. Durante los años que apareció en dictadura, se caracterizó por publicar lo más de lo menos permitido. Basta revisar la colección para darse cuenta de que los principales jerarcas de las Fuerzas Armadas –en ese entonces dueños de la vida y de la muerte– fueron dibujados en modo sátira por Cascioli y otros talentosos ilustradores. Por esas cosas que a veces ocurren, una publicación que propiciaba la risa y el pensamiento, cosas muy mal miradas en ese tiempo, se les filtró a los militares y a sus muchos asesores civiles.

El medio celebró a partir de 1984 el retorno a la vida constitucional. Aunque apoyó al gobierno de Alfonsín, miembros del radicalismo y funcionarios temblaban ante algunas ocurrencias, con el débil argumento de que la recuperación de la democracia era muy reciente, y había que cuidarla. Pero verdaderamente mal le fue en la década menemista. El presidente y muchos de su entorno respondieron a cada chiste con juicios que, sumados, se convirtieron en un auténtico acoso judicial para la empresa. En esos años la revista vivió una experiencia extraña: más tapas adversas publicaba, más descendían sus ventas. A la persecución política y judicial se sumó la tributaria, y también intervenciones judiciales de ex empleados. El 18 de octubre de 1999, con las caricaturas de Duhalde y Ruckauf en tapa y con Ediciones de la Urraca (la empresa de Cascioli que, en un momento, llegó a tener doce publicaciones) quebrada, apareció el último número de Humor. Repasar ahora la colección es la posibilidad de reconocer a una publicación memorable que durante más de veinte años mostró, a su manera, mucho de lo que ocurrió, convirtiendo tantos
momentos horribles o difíciles en risa transformadora.

British Lady

“Se había transformado en una rutina. Cada dos o tres semanas, sonaba el teléfono de mi escritorio y aparecía la voz de Helen. Era una lectora de décadas del Buenos Aires Herald, que desde las primeras conversaciones se presentó como una British Lady”, cuenta acá, en deliciosa primera persona el periodista Sebastián Lacunza. “Comunicarse con la redacción de un diario nunca fue fácil. Pero Helen, una mujer mayor y tenaz sabía que tenía que llamar entrada la noche. Los muchachos de la guardia la reconocían y me la pasaban
sin vueltas”.

–Lacunza, soy Helen, la British Lady de Hurlingham.

Y de inmediato, cuenta Lacunza, seguía un reclamo: un crucigrama repetido, que faltaban noticias comunitarias, una tira cómica que no aparecía o, lo más grave, que ese día el diario no había llegado a su casona, ubicada en uno de los enclaves ingleses forjados a la vera de las vías ferroviarias construidas desde el último cuarto del siglo xix. La queja llegaba junto a la advertencia de que la perderíamos como lectora para siempre. “Que Helen me llamara desde su casa, ubicada en el segundo cordón del Gran Buenos Aires, a 30 kilómetros del centro de Buenos Aires, para reclamar que su canillita no le había dejado el Herald actuaba como aliciente porque significaba que los días anteriores sí había llegado… A veces ni siquiera se repartía en tiempo y forma en Callao y Las Heras, a veinte cuadras de la redacción”.

“Su llamado me servía como control de calidad y para detectar errores”, confirma ahora quien desde mayo de 2013 ocupara el cargo de director del diario escrito en inglés que se publicó durante 141 años (1876-2017). Fue un diario muy reconocido incluso a nivel mundial “en especial, por la denuncia de los crímenes atroces de la dictadura militar”. Se lamenta Lacunza: “Si las últimas décadas del diario fueron difíciles, los dos años finales fueron decididamente críticos. Los lectores, como Helen, se volvieron muy mayores y sus descendientes no necesitaban un periódico en inglés como fuente primaria de información”. A fines de 2017 el grupo empresario propietario del diario (Indalo) despidió a tres cuartos del personal y transformó al más que centenario medio en semanario. “Quedamos tan solo seis periodistas y una diagramadora”, recuerda Lacunza y afirma que el cambio fue “traumático”.

La reaparición del Herald como semanario fue a principios de noviembre de 2017, con una edición de 56 páginas y llegada a una página web. Un esfuerzo periodístico que Lacunza califica como “odisea”. Seguramente así fue. Y en un momento el teléfono de Sebastián volvió a sonar y quien hablaba era Helen. “Recibí un reto de novela. A pesar de que la diagramadora Patricia Fernández había hecho una brillante rediagramación, Helen se quejó porque el crucigrama le había resultado pequeño para su menguada vista de dama británica. Ocho meses después, en agosto de 2017, llegaría el cierre definitivo. “Por un tiempo me quedé sin palabras. Solo atiné a llamar a colaboradores y a personas que habían sido importantes durante mi gestión, para darles y que me dieran consuelo. También llamé a Helen que apenas me escuchó, preguntó: ‘¿Qué? ¿Vuelve el Herald?’’’.

Lacunza se quedó sin palabras para hablar, pero no para escribir. En 2021 escribió y publicó El testigo inglés, un libro sobre los 141 años de historia del diario de habla inglesa. “Se me ocurrió que Helen podría decirme unas palabras para incluirlas en el epílogo. Tenía su teléfono con característica 4662, pero nadie contestó”.

El maestro de periodistas Carlos Ulanovsky recupera una forma de ser, actuar, pensar y trabajar en esos templos laicos que son las redacciones, hoy en vías de extinción. Personajes que, con solo una mirada, un guiño o un silencio, nos avisan que cuando nosotros fuimos ellos ya están de vuelta.
Publicada por: Marea
Fecha de publicación: 06/01/2025
Edición: primera edición
ISBN: 978-987-823-082-5
Disponible en: Libro de bolsillo

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