viernes 19 de abril de 2024
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«Charlas TED», de Chris J. Anderson

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TED revolucionó la forma en que se habla en público, la manera como se divulga el conocimiento y los escenarios en los que se comparten ideas a escala global. Desde 2006, cuando se empezaron a realizar y a transmitir a través de la red, las charlas TED se convirtieron en una marca única de cómo presentar y hablar, al mismo tiempo que se consolidaron como herramientas de aprendizaje y divulgación de ideas frescas, innovadoras y creativas sobre todos los temas de interés humano.

Detrás de cada charla hay un cuidadoso proceso de selección y entrenamiento para que los presentadores logren tocar los corazones de su audiencia y sacudir su realidad. Este libro pone al alcance de todos cómo ocurre el milagro de hablar bien en público de la mano del director general de TED, Chris Anderson.

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:


Capítulo 7 – EXPLICACIÓN

Cómo explicar conceptos difíciles

Daniel Gilbert, psicólogo de Harvard, llegó a ted con una tarea imponente: en una sola charla breve se proponía explicar un concepto sofisticado denominado “felicidad sintetizada”, así como por qué esta nos lleva a realizar predicciones muy inexactas sobre nuestro propio futuro.

Veamos cómo empezó. He aquí el inicio de la charla:

Cuando dispones de veintiún minutos para hablar, dos millones de años parecen una eternidad.

Una frase inicial anclada en el aquí y el ahora pero que de inmediato crea intriga:

Pero, evolutivamente, dos millones de años no son nada. Y sin embargo, en dos millones de años, el cerebro humano ha triplicado su masa y ha pasado del medio kilo de este antepasado nuestro, el [Homo] habilis, a esta pieza de un kilo y trescientos cincuenta gramos que todos tenemos entre oreja y oreja. ¿Qué tenían los cerebros grandes que hacían que la naturaleza quisiera que todos tuviéramos uno? ¿Sientes una chispa de curiosidad? Ese es el primer paso para obtener una explicación satisfactoria. Una vez la mente se siente intrigada, se abre. Quiere ideas nuevas. Gilbert sigue tentándonos:

Bien, pues resulta que cuando el cerebro triplica su tamaño, no solo se vuelve tres veces mayor, sino que obtiene nuevas estructuras. Y una de las razones principales por las que el cerebro creció tanto es que desarrolló una parte nueva llamada… corteza prefrontal. ¿Qué es eso tan importante que hace por nosotros la corteza prefrontal como para justificar una reestructuración arquitectónica integral del cráneo humano en un abrir y cerrar de ojos evolutivo?

Sin dejar de estimular nuestra curiosidad, Gilbert acaba de colarnos el primer concepto que irá construyendo: el de la corteza prefrontal.

Una de las cosas más importantes que hace: es un simulador de experiencias. Los pilotos practican con simuladores de vuelo para no cometer errores reales en aviones. Los seres humanos cuentan con ese maravilloso recurso de adaptación por el que, de hecho, tienen experiencias en su cabeza antes de ponerlas a prueba en la vida real. Se trata de un truco que ninguno de nuestros antepasados podía ejecutar, y que ningún otro animal es capaz de hacer como nosotros. Se trata de una adaptación maravillosa. Es tan importante como los pulgares oponibles, el bipedismo o el lenguaje, en tanto que es una de las cosas que sacó a nuestra especie de los árboles y la llevó a los centros comerciales.

Camuflado entre capas de humor nos llega otro concepto interesante: el de “simulador de experiencias”. Se trata de una pieza clave. Y se nos ofrece gracias a una metáfora muy sencilla: la del simulador de vuelo. Nosotros ya sabemos lo que es, por lo que podemos imaginar qué puede ser un simulador de
experiencias. Pero, ¿podría quedar más claro con un ejemplo? Pues sí:

Si la marca de helados Ben & Jerry no tiene un sabor de “cebolla e hígado” no es porque lo prepararan, lo probaran y les diera asco. Es porque, sin levantarnos del sofá, somos capaces de simular ese sabor y sentir asco antes de preparar el helado.

Un sencillo y vívido ejemplo del simulador en acción, y lo entendemos todo perfectamente. Pero ahora la charla da un giro intrigante:

Veamos de qué manera funcionan nuestros simuladores de experiencias. Llevemos a cabo un rápido diagnóstico antes de que yo prosiga con el resto de la charla. He aquí dos futuros distintos que les invito a contemplar. Pueden intentar simularlos y decirme cuál de los dos preferirían. Uno de ellos es ganar la lotería. El otro es convertirse en parapléjico.

Los asistentes a la charla se ríen, aunque algo nerviosos, y se preguntan qué viene a continuación. Y lo que viene a continuación es una diapositiva realmente asombrosa: Gilbert nos muestra datos que apuntan a que, un año después de ganar la lotería o desarrollar una paraplejia, los dos grupos son, de hecho, igual de felices. ¿Qué? ¿Cómo? Eso no puede estar bien. Ese concepto nuevo de simulador de experiencias te ha llevado de pronto a un lugar que no esperabas. A un lugar incomprensible. Los hechos que se te presentan no tienen sentido. Experimentas una brecha de conocimiento, y tu mente desea que esa brecha sea cubierta lo antes posible.

De manera que Gilbert procede a cubrirla, y lo hace ofreciendo otro concepto nuevo:

La investigación que ha llevado a cabo mi laboratorio… ha revelado algo que a nosotros nos resulta bastante desconcertante, algo que nosotros denominamos “el sesgo del impacto”, y que es la tendencia del simulador a funcionar mal… para hacernos creer que distintos resultados se diferencian más entre sí de lo que en realidad se diferencian.

Al darle un nombre —“el sesgo del impacto”—, el misterio, en cierto modo, se vuelve más creíble. Pero nuestra curiosidad se enciende más que nunca en su intento de vencer ese vacío. ¿Es realmente posible que malinterpretemos nuestros niveles de felicidad futura hasta ese punto? Gilbert alimenta esa veta de curiosidad revelándonos su concepto clave:

Desde trabajos de campo hasta estudios en laboratorio, vemos que ganar o perder en unas elecciones, ganar o perder a una pareja sentimental, conseguir o no un ascenso, aprobar o suspender un examen en la universidad, etcétera, etcétera, tienen menos impacto, menos intensidad y mucha menos duración de lo que la gente da por supuesto que tienen. Y esto casi me deja helado: un estudio reciente que muestra cómo afectan los grandes traumas de la vida a la gente apunta a que, si se trata de algo que ocurrió hace más de tres meses, salvo en algunas excepciones, no tiene el menor impacto en tu felicidad.

¿Por qué? Porque la felicidad puede ser sintetizada… Los seres humanos cuentan con algo que podría considerarse como una especie de sistema inmunitario psicológico. Un sistema de procesos cognitivos, en gran medida inconscientes, que les ayudan a cambiar sus visiones del mundo para que se sientan mejor en los mundos en los que se encuentran.

Ahí la tienes, la felicidad sintética explicada. Se ha construido sobre los conceptos de la “corteza prefrontal”, el “simulador de experiencias” y el “sesgo del impacto”. Y, para aclararla, Gilbert recurre a otra metáfora, la del “sistema inmunitario”. Tú ya sabes qué es un sistema inmunitario, por lo que pensar en esto como en un “sistema inmunitario psicológico” es fácil. El concepto no se ofrece en un solo paso, sino pieza a pieza, y con metáforas que te guían y te muestran la manera de hacerlas encajar. Pero es posible que sigamos sin creérnoslo del todo. Así que Gilbert nos hace saber que sí, que quiere decir lo que parece estar diciendo, y lo hace compartiendo con nosotros una serie de ejemplos sobre el funcionamiento del sistema inmunitario de varias personas:

• Un político caído en desgracia y agradecido de haber caído en desgracia.

• Un preso condenado a pesar de ser inocente que describe sus treinta y siete años en la cárcel como “una experiencia gloriosa”.

• Y Pete Best, el batería rechazado de los Beatles, quien, en unas declaraciones muy conocidas, dijo: “Soy más feliz de lo que lo habría sido con los Beatles”.

Y con estos ejemplos, sin duda, nos lleva a su terreno y nos convence. Gilbert prosigue indicándonos que dicho fenómeno se observa en todas partes, y que podemos vivir una vida más sabia y más feliz si lo tenemos en cuenta. En el fondo, ¿por qué perseguimos la felicidad cuando tenemos en nosotros mismos la capacidad de fabricar todos los productos que deseamos? Pero ya hemos visto lo suficiente como para revelar los elementos fundamentales de una explicación magistral. Recapitulemos:

Paso 1: Empezó en el punto en el que nos encontrábamos.

Tanto literalmente —“Cuando dispones de veintiún minutos para hablar…”— como conceptualmente, sin intimidantes suposiciones sobre nuestros conocimientos de psicología o neurociencia.

Paso 2: Encendió una hoguera llamada “curiosidad”.

La curiosidad hace que nos preguntemos “por qué” y “cómo”. Es la sensación de que hay algo que no acaba de encajar, de que existe un vacío de conocimiento que no se ha llenado. Eso es algo que ocurrió casi al principio y se cubrió de inmediato de manera teatral con sus datos inesperados sobre parapléjicos y ganadores de lotería.

Paso 3: Presentó los conceptos uno a uno.

No puedes entender el concepto principal si antes no te muestran las piezas de las que depende, en este caso la “corteza prefrontal”, el “simulador de experiencias” y el “sesgo del impacto”.

Paso 4: Recurrió a metáforas.

Requirió metáforas como la del simulador de vuelo y la del sistema inmunitario psicológico para dejar claro de qué estaba hablando. Para que una explicación resulte satisfactoria deben tomarse los hechos desconcertantes y construir una conexión entre ellos y algún modelo mental del mundo ya existente para alguien.

Las metáforas y las analogías son herramientas clave necesarias para lograrlo. Ayudan a dar forma a la explicación hasta que finalmente esta encaja y se produce ese tan satisfactorio “¡Ajá!”.

Paso 5: Usó ejemplos.

Pequeñas historias, como la de Pete Best, ayudan a fijar en su sitio las explicaciones. Es como decirle al cerebro: ¿te parece que entiendes esta idea? Pues entonces intenta aplicarla a estos hechos. Si encaja, es que ya lo has entendido.

Al final de la explicación, nuestro modelo mental del mundo ha quedado actualizado. Es más rico, más profundo, más verdadero. Un mejor reflejo de la realidad.

La explicación es el acto que de manera consciente incorpora un elemento nuevo al modelo mental de alguien, o que reordena elementos ya existentes de un modo más satisfactorio. Si, como ya he sugerido, el objetivo de una gran charla es construir una idea en el interior de la mente de alguien, entonces la explicación es la herramienta esencial para alcanzar dicho objetivo.

Muchas de las mejores Charlas ted alcanzan su grandeza mediante explicaciones magistrales. Y existe una hermosa palabra para definir el regalo que nos hacen: Comprensión. Podemos definirla como la actualización de una visión del mundo para que refleje mejor la realidad.

Existen indicios, procedentes de distintas fuentes —desde la neurociencia hasta la psicología, pasando por la teoría educativa—, de que así es como ha de producirse la comprensión.

Esta se construye como una jerarquía en la que cada capa suministra los elementos que construyen la capa siguiente. Empezamos con lo que sabemos, e incorporamos pedazos pieza a pieza; cada parte se posiciona gracias al uso de un lenguaje que ya se comprende, con el apoyo de metáforas y ejemplos. Las metáforas, tal vez literalmente, revelan “la forma” del nuevo concepto para que la mente sepa como incorporarlo de manera efectiva. Sin esa forma, los conceptos no pueden ponerse en su lugar, por lo que una parte clave a la hora de planificar una charla pasa por encontrar el equilibrio adecuado entre los conceptos que introduzcas y las metáforas que hacen falta para hacerlos comprensibles.

El lexicógrafo Erin McKean nos lo ofrece como un bello ejemplo del poder de la metáfora.

Si estás dando una charla sobre el lenguaje JavaScript a un público general, podrías explicar que la gente, por lo común, tiene un modelo mental de lo que es un programa informático según el cual este consiste en un conjunto de instrucciones que se ejecutan una tras otra. Pero en el JavaScript las instrucciones pueden ser asincrónicas, lo que significa que no puede tenerse la seguridad de que la línea 5 vendrá siempre después de la línea 4. Imagina que te estás vistiendo por la mañana y que fuera posible que te pusieras los zapatos antes que los pantalones (¡o los pantalones antes que los calzoncillos!). Pues eso es algo que puede ocurrir con el JavaScript. Una sencilla metáfora y… ¡clic! Se enciende la bombilla.
Si el núcleo de tu charla es explicar una idea nueva muy potente, te resultará de gran ayuda preguntarte: “¿Qué supones que tu público conoce ya? ¿Cuál será tu tema de conexión? ¿Cuáles son los conceptos necesarios para construir tu explicación? ¿Y qué metáforas y ejemplos usarás para revelar esos conceptos?

 

La maldición del conocimiento

Por desgracia, las cosas no son tan fáciles. Todos sufrimos de un sesgo cognitivo para el que el economista Robin Hogarth acuñó el término “la maldición del conocimiento”. Expuesto brevemente, nos resulta difícil recordar qué se siente al no saber algo que nosotros sabemos muy bien. Un físico vive y respira partículas subatómicas y es muy posible que dé por supuesto que todo el mundo, claro está, sabe qué es un “quark encantado”. Durante un cóctel al que asistí recientemente, quedé asombrado al oír a un joven novelista de gran talento preguntar: “No dejas de hablar de ‘selección natural’. ¿A qué te refieres exactamente?”. Yo creía que cualquier persona con estudios secundarios comprendía las ideas básicas sobre la evolución. Me equivocaba.

En The Sense of Style: The Thinking Person’s Guide to Writing in the 21st Century, Steven Pinker sugiere que vencer el curso del conocimiento tal vez sea el requisito más importante a la hora de convertirse en un escritor de estilo claro. Si eso es cierto para la escritura, en la que los lectores tienen tiempo para detenerse y releer una frase varias veces antes de proseguir, entonces ha de ser aún más cierto cuando hablamos. Pinker sugiere que no basta con ser conscientes de ese sesgo. Debemos mostrar los borradores a amigos o colegas y suplicarles que nos comenten con despiadada sinceridad cualquier cosa que no entiendan. Y lo mismo ha de hacerse con las charlas, sobre todo con aquellas que buscan explicar algo complejo. En primer lugar, comparte un borrador del guion con colegas y amigos.
Después prueba a dictar la charla ante un público privado. Formula a los asistentes, muy concretamente, estas dos preguntas: “¿Tenía sentido?”, “¿Hay algo que te haya resultado confuso?” Admiro desde hace mucho tiempo la capacidad de Pinker para explicar las maquinaciones de nuestra mente, por lo que le pedí que, en este punto, me guiara un poco más. Y me contó que, para que se produzca una verdadera comprensión, ha de comunicarse plenamente la estructura jerárquica de una idea. Un importante hallazgo de la psicología cognitiva es que la memoria a largo plazo depende de la organización jerárquica coherente del contenido: pedazos dentro de otros pedazos en el interior de otros pedazos. El reto de un conferencista es usar el medio del discurso, que es fundamentalmente unidimensional (una palabra tras otra) para representar una estructura multidimensional (jerárquica y de vínculos transversales).

Un hablante empieza con una red de ideas en la cabeza, pero por la propia naturaleza del lenguaje debe convertirla en una cuerda de palabras.

Es algo que implica cuidar cada una de las frases y la manera que tienen de conectarse unas con otras. Quien habla en público deben tener la seguridad de que los oyentes saben de qué modo cada frase se relaciona a nivel lógico con la precedente, si dicha relación es de similitud, contraste, elaboración, ejemplificación, generalización, anterioridad y posterioridad, causa, efecto o expectativa truncada. Y deben saber si el punto que en ese momento se plantean es una digresión, parte del argumento principal, una excepción al argumento principal, etcétera.

Si imaginas la estructura de una charla explicativa como un hilo conductor que tiene otras partes conectadas a él —anécdotas, ejemplos, amplificaciones, digresiones, clarificaciones, etc.—, entonces, en conjunto, esa estructura puede parecerse a un árbol. El hilo conductor es el tronco, y las ramas son las diversas partes unidas a él. Pero para que tenga lugar la comprensión,
es fundamental que el oyente sepa en qué punto del árbol se encuentra.

Es ahí donde a menudo la maldición del conocimiento impacta más fuertemente. Las frases, por sí mismas, resultan todas comprensibles, pero quien habla se olvida de mostrar cómo se vinculan unas a otras. Para el conferencista eso es algo que le parece evidente.

He aquí un ejemplo muy simple. Alguien que da una charla dice:

Los chimpancés tienen muchísima más fuerza que los seres humanos. Los seres humanos encontraron la manera de usar herramientas para amplificar su fuerza natural. Claro que los chimpancés también usan herramientas.

El público se queda confuso. ¿Qué se pretende demostrar? Tal vez el conferencista intentaba argumentar que las herramientas importan más que la fuerza, pero no quería dar a entender que los chimpancés nunca usan herramientas. O que los chimpancés ahora son capaces de aprender a amplificar su, ya de por sí, inmensa fuerza física. Las tres frases no conectan, y el resultado es un lío. El ejemplo de arriba debería sustituirse por esta otra formulación:

Aunque los chimpancés poseen una fuerza muy superior a la de los seres humanos, a estos se les da mucho mejor el uso de herramientas. Y esas herramientas han amplificado la fuerza natural de los seres humanos mucho más allá de la de los chimpancés.

O (y con un significado distinto):

Los chimpancés poseen una fuerza muy superior a la de los seres humanos. Y ahora hemos descubierto que también usan herramientas. Podrían usarlas para aprender a amplificar su fuerza natural.

Lo que ello implica es que algunos de los elementos más importantes en una charla son los pequeños conectores que
proporcionan pistas sobre su estructura general. “Aunque”, “Un ejemplo reciente…”, “Por otra parte…”, “Partamos de la base de que…”, “Ejercer por un momento de abogado del diablo…”, “Debo contarles dos historias que amplían este hallazgo…”, “Haciendo un paréntesis…”, “En este punto podría objetarse que…”, “Así pues, en resumen…”.

Igualmente importante es la secuenciación precisa de las frases y conceptos para que la comprensión pueda construirse de manera natural. Cuando compartía los primeros borradores de este libro, había incontables ocasiones en las que la gente señalaba: “Creo que lo entiendo. Pero quedaría mucho más claro si cambiaras de orden esos dos párrafos y explicaras un poco mejor la relación entre ellos”. Es importante conseguir la claridad en una obra escrita, y es más importante aun cuando se trata de una charla. En última instancia, siempre es mejor pedir ayuda a personas ajenas al tema, porque son las que mejor detectarán las lagunas.

Deborah Gordon, conferencista ted que explicó de qué modo las colonias de hormigas pueden enseñarnos importantísimas ideas en red, me contó que la búsqueda de lagunas en las explicaciones es una parte fundamental en la preparación de toda charla.

Una charla no es un contenedor, un recipiente en el que se introduce el contenido, sino un proceso, una trayectoria. La meta es llevar al oyente desde donde se encuentra hasta un lugar nuevo. Ello implica intentar que la secuencia sea tan gradual que nadie se pierda por el camino. No se trata de ser paternalista, pero si pudieras volar y quisieras que alguien volara contigo, lo tomarías de la mano, despegarías y no lo soltarías, porque una vez que la persona se cae, ya no hay nada que hacer. Yo ensayaba en presencia de amigos y conocidos que no supieran nada del tema, y les preguntaba si se sentían desconcertados o qué preguntas se suscitaban en ellos, con la esperanza de que al rellenar esas lagunas para ellos estuviera también rellenándolas para otras personas. Resulta de especial importancia controlar mucho la jerga.

Cualquier término técnico con el que los oyentes no estén familiarizados debe ser suprimido o explicado. Nada frustra más al público que una exposición de tres minutos llena de siglas cuando no se tiene la menor idea de qué es una sigla. Tal vez uno pueda saltarse la norma una sola vez, pero cuando los términos de jerga se acumulan, la gente, sencillamente, se desconecta.

No defiendo con ello que todo haya de explicarse como si los asistentes a una charla tuvieran diez años. En ted nos regimos por una pauta pronunciada por Einstein: “Hazlo todo lo más simple posible. Pero no más”*. No se trata de insultar la inteligencia de los asistentes a una charla. A veces los términos especializados resultan esenciales. Para la mayoría de públicos no hace falta aclarar que el adn es una molécula especial que porta una información genética única. Ni hace falta explicar las cosas en exceso. De hecho, las personas que explican mejor son las que dicen lo justo para que los oyentes sientan que las ideas se les ocurren a ellos. Su estrategia pasa por presentar el concepto nuevo y describir su forma apenas lo necesario como para que las mentes preparadas de los asistentes a una charla lo pongan en su sitio ellas solas. Se trata de algo que al conferencista le ahorra tiempo y que al público le resulta profundamente satisfactorio. Cuando termina la charla, este último se muestra encantado de ser tan listo.

 

De la explicación al entusiasmo

Existe otra herramienta clave para las explicaciones. Antes de intentar construir tu idea, intenta dejar claro lo que no es. Te habrás fijado en que yo ya he recurrido a esta técnica a lo largo del libro, por ejemplo al tratar de los estilos de charla que no funcionan antes de plantear los que sí sirven. Si explicar es crear un pequeño modelo mental en un largo espacio de posibilidades, resulta de ayuda reducir, primero, el tamaño de ese espacio. Al descartar posibilidades plausibles, facilitas mucho al público que se concentre en lo que tú le planteas. Cuando, por plantear un caso concreto, la neurocientífica Sandra Aamodt pretendía explicar por qué la atención plena ayudaba a la hora de seguir una dieta, comentó: “No digo que tengas que aprender a meditar o a practicar yoga. Estoy hablando de comer con conciencia: aprender a comprender las señales de tu cuerpo para que comas cuando tengas hambre y dejes de comer cuando estés saciado”. Entre los grandes maestros de la explicación de las Charlas ted están Hans Rosling (reveladores gráficos animados), David Deustsch (pensamiento científico no convencional), Nancy Kanwisher (neurociencia accesible), Steven Johnson (de dónde vienen las ideas) y David Christian (historia de un gran lienzo). Los recomiendo a todos encarecidamente. Todos ellos construyen en tu interior algo nuevo y poderoso que atesorarás siempre.

Si eres capaz de explicar algo bien, puedes usar esa aptitud para crear verdadero entusiasmo en tu público. Bonnie Bassler es una científica que investiga cómo se comunican las bacterias entre sí. Dio una charla que profundizaba en la investigación que estaba llevando a cabo su laboratorio, bastante compleja pero asombrosa. Al ayudarnos a comprenderla, nos abrió la puerta a un mundo de posibilidades intrigantes. Así es como lo hizo. Empezó por hacer que la charla nos pareciera significativa. Después de todo, no era evidente que entre el público hubiera gente extraordinariamente interesada en las bacterias. De modo que sus primeras palabras fueron estas:

Sé que se ven a sí mismos como seres humanos, y así es más o menos como las veo yo también. Cada uno de nosotros está formado por un billón de células humanas, que nos hacen lo que somos y nos capacitan para hacer todas las cosas que hacemos. Pero es que, en cualquier momento dado de la vida, en cada uno de nosotros hay diez billones de células bacterianas. Así pues, en un ser humano hay diez veces más células bacterianas que células humanas… Y esas bacterias no son viajeras pasivas, sino que nos resultan increíblemente importantes: nos mantienen con vida. Nos cubren con una armadura corporal invisible que impide que nos alcancen los ataques ambientales y hacen que nos mantengamos sanos. Digieren nuestra comida, preparan nuestras vitaminas y, de hecho, educan a nuestro sistema inmunitario para que ahuyente a los microbios. De modo que hacen todas esas cosas asombrosas que nos ayudan y son vitales para mantenernos con vida, y nunca se les atribuye ningún mérito. Muy bien. Está hablando de nosotros, ya lo hemos llevado al terreno de lo personal. Esos bichos son importantes.

A continuación, una pregunta inesperada despierta nuestra curiosidad:

La cuestión que nos planteábamos era: ¿cómo pueden hacer lo que hacen? La verdad es que son increíblemente pequeñas, hay que usar microscopios para verlas. Viven una especie de vida aburrida durante la que crecen y se dividen, y siempre se han considerado unos organismos asociales y huraños. Así pues, nos parece que son demasiado pequeñas para incidir en el entorno si actúan simplemente como individuos.

Esto se pone interesante. ¿Va a contarnos que, de alguna manera, las bacterias cazan en manada? ¡Estoy impaciente por saber más cosas! Entonces Bonnie nos sumerge en una investigación detectivesca en la que varias pistas apuntan a que las bacterias deben actuar concertadamente. Hay una historia fascinante sobre un calamar bioluminiscente que usa el comportamiento sincronizado de unas bacterias para hacerse invisible.

Y finalmente llegamos a su descubrimiento de que unas bacterias invasivas podrían lanzar un ataque sobre un ser humano.
No pueden hacerlo individualmente. Pero lo que hacen es emitir una molécula de comunicación. A medida que más bacterias van comunicándose en el cuerpo, la concentración de esa molécula aumenta hasta que de pronto todas “saben” colectivamente que son las suficientes como para atacar, y entonces todas empiezan a emitir toxinas a la vez. A eso se le llama percepción de quórum. ¡Vaya!

Comenta que ese descubrimiento abrió nuevas estrategias para combatir bacterias. No las mates: limítate a cortar sus vías de comunicación. Con la expansión de la inmunidad antibiótica, ese es un concepto ciertamente emocionante.

Y entonces pone fin a su charla planteando una implicación más amplia aún:

Defiendo que esa es la invención de la multicelularidad. Las bacterias llevan en la tierra miles de millones de años; los seres humanos, doscientos mil. Creemos que las bacterias establecieron las reglas sobre la organización multicelular… Si conseguimos entenderlas en esos organismos primitivos, la esperanza es que puedan aplicarse a otras enfermedades humanas, así como también a comportamientos humanos.

En cada etapa de la charla de Bonnie, cada una de las piezas se construía cuidadosamente sobre la anterior. No aparecía jerga que no se explicara. Y aquello la hacía capaz de abrirnos a nosotros nuevas puertas de posibilidad. La suya era, sí, una ciencia compleja, pero aquel público nuestro, no experto, se entusiasmó mucho y, al final, para su asombro, todos nos pusimos de pie y la aplaudimos.

No podrás transmitir una idea nueva, potente, a un público a menos que aprendas a explicar. Y eso es algo que solo puede hacerse paso a paso, alimentando la curiosidad. Cada paso se construye sobre la base de lo que el oyente ya sabe. Las metáforas y los ejemplos son esenciales para revelar cómo se arma una idea. ¡Cuidado con la maldición del conocimiento! Asegúrate de no presuponer cosas que harán que el público se pierda. Y cuando hayas explicado algo especial, el entusiasmo y la inspiración surgirán enseguida.

Charlas TED - La guía oficial de TED para hablar en público
Este libro pone al alcance de todos cómo ocurre el milagro de hablar bien en público de la mano del director general de TED, Chris Anderson.
Publicada por: Paidós Empresa
Fecha de publicación: 09/01/2016
Edición: 1a
ISBN: 978-950-12-9449-1
Disponible en: Libro de bolsillo
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