jueves 25 de abril de 2024
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La era de los life hackers: trucos de productividad personal

¿Cómo surgen las mejores ideas? ¿Es posible que un buen baño de agua caliente, caminatas largas, reírnos, meditar, soñar despiertos en un café, dibujar lo que pensamos y hasta hacer malabares nos lleven a ser más creativos? Los más recientes avances científicos sugieren que sí, y este libro repasa, en forma entretenida y con un lenguaje sencillo, las últimas técnicas para lograr explosiones de creatividad.

Ideas en la ducha tiene las respuestas a algunas preguntas como: ¿cuáles son los hábitos y las rutinas de las personas más innovadoras? ¿Cómo romper con el piloto automático? ¿Qué trampas mentales nos impiden cambiar? ¿Cómo conviene organizar el día para maximizar los momentos de inspiración? ¿Cuál es el recorrido para que una idea se convierta en un gran negocio?

Sebastián Campanario destierra el mito de que sólo los genios excéntricos tienen ocurrencias y nos ayuda a conectarnos con la creatividad en un mundo tan cambiante que transformó la capacidad de innovar en la ventaja competitiva más relevante y sustentable para las personas y las empresas.

El libro, que fue un éxito de ventas y críticas cuando se editó en 2014, vuelve ahora a publicarse en formato de bolsillo.

A continuación un fragmento:

 

La era de los life hackers: trucos de productividad personal

Aunque duerme sólo seis horas, a Fer Isella apenas le alcanza el tiempo restante del día para cumplir su rutina como músico, productor, emprendedor y padre de dos hijos chiquitos. Su agenda está repleta de viajes, seminarios y desafíos creativos, por lo cual no le quedó otra que obligarse a autogestionar su tiempo y su energía de la manera más eficiente posible.

Hace años que empezó a apelar a una serie de trucos de productividad personal para mantener el equilibrio y la funcionalidad: explica que, como es un adicto al trabajo, comenzó a usar una aplicación en la computadora que establece bloques de tiempo de 45 minutos en los que se cancela todo acceso a redes sociales y demás distracciones, lo cual le permite no procrastinar —no demorar tareas—. Este programa le sirve además para marcar una pausa obligada para dar una vuelta y alejarse de la computadora. Al menos una vez por día, en uno de estos recreos, Isella aprovecha para meditar, otra actividad que lo ayuda a enfocarse y ver sus objetivos con mayor claridad.

Isella recomienda llevar siempre un cuadernito para anotar ideas y planes de acción y aplica religiosamente una técnica de priorización de tareas importantes a la que llama “MIT”, por su sigla en inglés. De esta forma, empieza el día consignando entre uno y tres objetivos claves, y trata de focalizarse en esas metas hasta concretarlas, sin importar el tiempo que lleven.

El boom de la productividad personal tiene cada vez más seguidores en la Argentina, y ya es un fenómeno particularmente intenso en el mundo de las industrias creativas. Sus cultores intercambian consejos, libros y charlas online que ayudan a mejorar la eficiencia no sólo en el trabajo, sino también en la vida cotidiana. Descubrieron “atajos” novedosos y a menudo contraintuitivos que sirven para ganar tiempo, energía y bienestar físico y emocional. El auge de estas estrategias se da en paralelo con el crecimiento del trabajo independiente y hogareño, que exige reglas estrictas para aprovechar el tiempo y no dispersarse.

El movimiento de los que no paran tiene un nombre que surgió hace diez años en una conferencia de tecnología en los Estados Unidos: “life hacking” (“hackeo a la vida”). Surgió como una alternativa para la problemática de programadores de software con exceso de trabajo. El significado original de la palabra “hackear” es irrumpir en un programa o plataforma informática, lo que resulta una solución poco elegante, pero efectiva, para un desafío de computación específico. En un inicio, las recomendaciones se limitaban a métodos de sistematización, sincronización de archivos y filtrado de correos electrónicos, pero luego este mundo comenzó a ampliarse. Y también su radio de fanáticos: ya no sólo abarcó a programadores, sino también a emprendedores y a trabajadores de las industrias culturales y del marketing con mucha demanda de autogestión de agenda.

Diego Luque es el director de innovación de Ogilvy y se reconoce obsesionado con el life hacking. En el último año, la explosión de aplicaciones para celulares colocó las estrategias de productividad personal en un nivel superior en eficiencia y sofisticación. Entre las favoritas de Luque están Any.Do, que sirve para planificar a la noche las tareas del día siguiente; Pocket, que guarda todo lo que no se pudo leer durante la semana, para mirarlo el sábado o el domingo; Day One, un diario personal que ayuda a planificar, y Seven, que propone rutinas de gimnasia intensa de siete minutos por día. Seven promete que en siete meses se logra un físico como el de Cristiano Ronaldo. Luque afirma que el gran secreto del movimiento de life hacking tiene que ver con la adopción de hábitos que promueven la productividad. Cuantas más herramientas se incorporen al piloto automático, más eficiente se vuelve el día.

Las aplicaciones disponibles son tantas que marean. Manolo Jofre, de la agencia de innovación +Castro, explica que ése es un problema de esta época. Hoy las opciones abundan, y eso hace que se dramatice el hecho de no encontrar fácilmente lo que uno quiere. Jofre se reconoce como un hombre desordenado que trata de adaptar las mejoras de productividad a su tipo de personalidad. Cuando charlé con él, estaba preocupado porque aún no había podido hallar un buen sistema para guardar y ordenar sus notas en distintos formatos. Su jefe, Nicolás Pimentel, se diseñó un fondo de pantalla que responde bien a su necesidad de caos, cuenta Jofre, y envía una captura del monitor con círculos de colores que tienen comentarios como “Me falta ver”, “Ver ya!!!”, “Leer más tarde”, “Para guardar” y “Boludeces”.

Hombre de pocas palabras, el crítico, realizador de cine, mago y cinturón negro de sipalki Sebastián Tabany, consultado al respecto de sus herramientas de productividad, manda una respuesta por mail que es una life hack en sí misma: “1, 3, 8, 10, 14, 18, 19, 20, 34, 39 y 40”. No es la serie numérica maldita de Lost, sino los números de trucos para optimizar la vida cotidiana que utiliza de un listado de 50 que apareció en el sitio TwistedSifter. El “1” es usar clips para organizar los cables de los cargadores y de la PC, el “3” es agregarle helado al frasco de Nutella (o de dulce de leche) cuando ya casi no queda, y aprovechar así todo el contenido, el “18” es organizar las remeras de manera vertical en un cajón para poder verlas todas y no usar siempre las que están arriba, el “34” es un método para cocinar un brownie en una taza y el “40” un estilo “ninja” (rápido y eficiente) para doblar la ropa.

Los cultores de la maximización de la productividad personal aseguran que no importa la experiencia que uno tenga, siempre habrá un truco desconocido para simplificar la vida. Joel Gascoigne, cofundador de Buffer, un sitio con consejos para freelancers y trabajadores hogareños, no puede creer la cantidad de gente con doctorados que se sorprende cuando aprende que apretando al mismo tiempo “control” y “F” se habilita una búsqueda por palabra en la PC.

Pablo Schiaffino, economista de la UTDT y de la Universidad de Palermo, reconoce que sin sus medidas de productividad personal él no sería nada: tiene un Excel donde va cargando todos los días el tiempo que dedica a cada cosa que hace, con columnas con títulos como Paper A, Paper B, Proyectos Económicos Familiares, Consultoría, Novela, Reuniones, etc. De esta manera optimiza el tiempo y regula cada tarea. A los 30 años, Schiaffino es una persona metódica en todos los aspectos de su vida, a tal punto que decide mantener patrones de comportamiento antes de sus partidos de fútbol. Lleva la cuenta de la cantidad de cigarrillos que consume antes de cada encuentro y de la cantidad de tiempo que le dedica al entrenamiento previo, entre otras cosas. Así sabe cuándo le conviene parar de fumar y ponerse a entrenar para maximizar el rendimiento físico durante el partido.

¿Qué otros “atajos” aprovecha un buen life hacker? Pinta sus llaves de distintos colores para no perder tiempo tratando de identificar la correcta, evita las reuniones innecesarias, se arma rutinas y apela a vestirse con un “uniforme” todos los días para no gastar energía en decisiones triviales que ocupan espacio mental que podría ser usado para la creatividad.

Como todo fenómeno de moda, en Estados Unidos y Europa la obsesión por la productividad personal llega a puntos extremos. Una de las biblias de los life hackers es el libro La semana laboral de cuatro horas, que ya lleva vendidos más de un millón y medio de ejemplares en todo el mundo. Su autor, Thimothy Ferris, ideó un método para automatizar al máximo tareas no deseadas, chequear los mails sólo una vez al día, eliminar las actividades de muy bajo retorno e identificar aquellos objetivos que responden a una expectativa social y que por lo tanto pueden saltearse. Aplicando estas estrategias, Ferris asegura que las jornadas extenuantes de trabajo quedan reducidas a un mínimo. Como el cuento de Roberto Fontanarrosa “El récord de Lauven Vogelio” (Nada de otro mundo, 1987), en el que un corredor profesional recurre a todo tipo de detalles insólitos —como inyectarse hormonas de guepardo o trasplantarse huesos más livianos— para ganar milésimas de segundo en una carrera de velocidad.

Sin embargo, Lauven Vogelio logra correr tan rápido que termina pulverizándose en el aire ante la mirada atónita de su equipo de quince entrenadores y científicos. El life hacking en dosis elevadas también puede tener contraindicaciones. De hecho ya existen gurúes que se proclaman “adictos recuperados” a la búsqueda permanente de productividad. John Paulus, un escritor y bloguero estadounidense especializado en estos temas, afirma que decidió bajarse de la carrera de la productividad porque lo desviaba de preguntas más profundas y existenciales, tales como si le gustaba lo que estaba haciendo o si se sentía satisfecho con su vida. En su libro El antídoto, Oliver Burkeman llama a dejar de hacer listas de objetivos para no posponer los momentos de felicidad y aprender a disfrutar más del presente.

El bloguero Merlin Mann, otro gurú de la productividad, recomienda focalizarse en un “hábito columna vertebral”, cuyo cambio tenga un efecto cascada sobre el resto de las actividades, como una rutina deportiva, una dieta, una variación en el camino al trabajo que nos desvíe del café con medialunas. Modificar hábitos no es una tarea sencilla, pero recientes descubrimientos científicos pueden ayudar a que resulte algo menos complicado de lo que pensamos.

 

Cambio de hábitos: apague el piloto automático

Hasta los 35 años, Hyun Chang Chung, un experto en software para el sector bancario que se crió en Santiago del Estero y en la actualidad trabaja en Chile, se consideraba “bastante vago” para los deportes. Según me contó en un largo intercambio de correos electrónicos, Hyun Chang Chung jugaba al fútbol los martes, corría cada tanto y fumaba un paquete de cigarrillos por semana, hasta que un día un amigo de la oficina le recomendó leer 50 maratones en 50 días, de Dean Karnazes. Entonces sintió un primer llamado que lo empujaba hacia un profundo cambio de hábitos. Decidió estirar su rutina de trote de 10 kilómetros a 20 kilómetros, y aunque reconoce que terminó exhausto, asegura haber sentido un click en la mente el ver que no tenía que estar superentrenado para poder duplicar la distancia que recorría. Y entonces se dio cuenta de la cantidad de limitaciones mentales que nos autoimponemos a diario.

A los pocos meses se anotó en su primer ultramaratón de 100 kilómetros, que se correría durante tres días en Vietnam. Y desde entonces, como un Forrest Gump especializado en carreras de montaña, Chung no paró y completó los recorridos de ultramaratones míticas como las de Mont Blanc o Western States, además de un ironman, la prueba más exigente del triatlón, que consta de 3,86 kilómetros de natación, 180 kilómetros de ciclismo y 42,2 kilómetros de carrera de a pie.

Pero la historia de la metamorfosis de Chung no termina ahí. Al ver que la alimentación es clave en la competencia de alto rendimiento, se volvió vegano —ya no consume productos de origen animal—, y con el tiempo su familia comenzó a acompañarlo, a comer mejor y a enfermarse menos. Así, la costumbre de correr tuvo lo que los especialistas en el estudio de los hábitos llaman “efecto cascada”: produjo cambios profundos en costumbres arraigadas no sólo en él, sino en la gente que lo rodeaba.

 

Los círculos de la rutina

Charles Duhigg, autor del best seller El poder de los hábitos (Urano), explica que a las modificaciones de rutinas que tienen un efecto dominó se las llama “hábitos prioritarios”. Cuenta que más de un 40% de nuestro día transcurre en piloto automático, en una suerte de círculo repetitivo que algunos neurocientíficos llamaron el loop o rulo de la rutina.

Según estudios realizados por investigadores de la Universidad de Duke en 2006, cuatro de cada diez decisiones pertenecen a estos círculos repetitivos. Esto representa una parte muy importante de nuestras vidas, plantea Duhigg, y tiene una enorme influencia en nuestra salud, en las finanzas familiares y en nuestra propia felicidad. Según explica la “economía neurocientífica”, el estado rutinario se coordina desde los ganglios básicos del cerebro, y requiere mucha menos energía que el sistema que regula las decisiones a nivel consciente y que tiene como base la corteza prefrontal. Ernesto Weissmann, profesor de Teoría de la Decisión de la UBA y titular de la consultora Tandem, refuerza esta teoría agregando que los hábitos operan como los atajos mentales: una vez que uno recorrió el mismo camino muchas veces deja una huella que los vuelve automáticos, asociativos y libres de esfuerzo. Por eso son muy difíciles de modificar.

Para Duhigg, los “círculos de la rutina” tienen tres partes comunes, y saber identificarlos puede resultar muy útil para empezar a cambiar hábitos que, en la práctica, son casi imposibles de alterar. El primero de estos tres componentes es un “disparador”, que puede ser una sensación —tener hambre, sueño, etc.—; el segundo es el comportamiento rutinario en sí mismo, y luego viene la recompensa, que el autor define como algo que al cerebro le satisface, que parece decir “recuerde este patrón para repetirlo en el futuro”.

Remover los tres componentes a la vez es extremadamente difícil. La clave está, sostiene Duhigg, en mantener el disparador y la recompensa, pero modificar la conducta rutinaria. El experto cita el caso de Alcohólicos Anónimos, que basa parte de su éxito en encuentros grupales a la hora de la salida del trabajo. De esta manera reemplazan la costumbre de ir al bar, pero preservan el “premio” de la socialización. O el consumo de alguna sustancia que dé un estímulo similar al de la nicotina al que apelan muchos de quienes quieren dejar de fumar.

El autor de El poder de los hábitos recuerda que empezó a bajar de peso cuando advirtió que su rutina de comer una dona a media tarde estaba gatillada por el deseo de ir a conversar con compañeros de trabajo a la cafetería. Entonces lo cambió por otra merienda más sana, preservando la zanahoria de la conversación.

 

El momento ideal

Una idea reciente e interesante que propone la ciencia de los hábitos es que los períodos de cambios forzados son muy propicios para modificar conductas que se consideran nocivas. Duhigg remarca que las empresas de consumo masivo saben que las etapas de embarazo y los primeros meses del bebé son un lapso ideal para bombardear a madres y padres con mensajes publicitarios, porque están más propensos a cambiar las marcas de café o de pasta de dientes que consumen. Es algo que sucede a nivel inconsciente. Otros períodos de turbulencia a nivel de rutinas pueden ser un divorcio o una mudanza. O un viaje a un lugar desconocido. Duhigg explica que ése es el motivo por el cual las vacaciones son un período ideal para plantearse dejar de fumar o iniciar un nuevo deporte, ya que las iniciativas de este tipo que se encaran en un viaje demostraron ser más duraderas que las que se inician en el período laboral.

La habilidad para que sea más fácil cambiar hábitos en el futuro incluso puede enseñarse a los hijos a través de actividades que refuercen el sentido de autodisciplina. Duhigg piensa que las lecciones de piano o de deporte para un chico de cinco años no tienen por objetivo crear una estrella de la música o de la alta competencia, sino entrenar habilidades de autocontrol. Un chico que en primer grado puede seguir una rutina de un instrumento musical, en sexto grado tendrá las herramientas necesarias para poder terminar sus deberes a tiempo.

En la actualidad, con 41 años, Chung entrena seis veces por semana, entre 45 minutos y una hora en cada sesión, indispensables para las carreras de montañas de distancias “ultra” (más de 50 kilómetros) en las que se especializó. Admite que se siente motivado por la posibilidad de conocer lugares del planeta increíbles, que de otra forma jamás hubiera visitado, aunque acepta que la autodisciplina es clave para no empezar a acumular excusas como “lo hago después de chequear el mail”, o “lo hago después de comer”. Esos pensamientos, dice Chung, hay que tomarlos como alertas rojas. Hay que apretar el botón de “Just do it”, como dice el eslogan de Nike, y una vez terminada la sesión, entonces sí, venderse a uno mismo todas las historias que uno quiera creerse. Chung creció en Santiago del Estero y vivió siempre entre cargadas de sus amigos por la fama de perezosos que estigmatiza a los habitantes de la provincia del norte, donde tienen una clásica pregunta: “¿Para qué hacer hoy lo que podemos hacer mañana? A los 35 años Chung aprendió que pensar al revés puede contribuir muchísimo.

Ahora, lector, le pido un favor: como ejercicio final, deje de leer este capítulo ahora, póngase unos shorts y zapatillas y salga a correr como Chung. Hágalo ahora. No siga con este texto, no queda absolutamente nada interesante en lo que resta. Por favor, abandone la lectura en este momento. Cambie de hábito. ¡Basta, deje el libro ya! ¿Cuántas veces hay que repetírselo? ¡Vio que no es tan fácil! Ok, ok: relájese y siga funcionando con el 40% de sus conductas en piloto automático. Ya habrá otra instancia más propicia para animarse al cambio.

Ideas en la ducha
Todas las técnicas para ser más creativos e innovadores.
Publicada por: Debolsillo
Fecha de publicación: 02/01/2017
ISBN: 9789877252064
Disponible en: Libro de bolsillo
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