martes 19 de marzo de 2024
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Fumar y beber en exceso aumenta los riesgos quirúrgicos

Dos hábitos son más riesgosos que uno cuando se trata de problemas relacionados con la cirugía, según un nuevo estudio de 200 816 pacientes que antes de someterse a sus intervenciones fumaban cigarrillos o bebían dos o más bebidas alcohólicas al día o mantenían ambas conductas.

Ser fumador o beber varios tragos al día se asoció con tasas más altas de problemas después de la cirugía. Pero tanto fumar como beber con regularidad conllevan riesgos aún mayores.

Los candidatos a cirugía que en las semanas previas fueron interiorizados respecto a los riesgos quirúrgicos provocados por la bebida redujeron aproximadamente a la mitad su consumo de alcohol, incluso muchos se abstuvieron por completo.

«Tanto fumar como beber en exceso son condiciones de salud crónicas que se han relacionado con complicaciones quirúrgicas graves y readmisiones de quienes se sometieron a cirugía, pero nunca se habían estudiado en conjunto», remarca Fernández, profesora asociada en el Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de Michigan, EE.UU.

Los riesgos quirúrgicos por fumar y beber

El primer estudio nuevo, publicado en Annals of Surgery *, utilizó los datos del Michigan Surgical Quality Collaborative. El registro estatal demuestra que el consumo diario de cigarrillos sumado al de dos o más bebidas alcohólicas, incrementa las probabilidades de retornar al quirófano, el hospital o la sala de emergencias. Los resultados surgen al compararlos en los pacientes que no consumían alcohol ni fumaban o solo uno de los dos habitos.
Aquellos con practicaban ambos también tenían una mayor probabilidad de sufrir una infección, un coágulo o algún otro tipo de complicación posoperatoria, según los nuevos hallazgos reseñados por los autores.

Detalles del trabajo

El estudio se basa en datos de 200 816 pacientes que entre 2012 y 2018 se sometieron a 11 tipos de cirugía general en 69 hospitales del estado de Michigan.

El 1,4% del total tenía tanto hábitos de consumo de riesgo por ser fumadores de cigarrillos, otro 1,4% tenía hábitos de consumo de riesgo pero no fumaba y 22% fumaba pero no presentaba hábitos de consumo de riesgo. El 75% restante no reportó patrones de consumo de riesgo y no fumaba.

Fernández y sus colegas analizaron las complicaciones quirúrgicas, las reoperaciones, los reingresos al hospital y las visitas al departamento de emergencias dentro de los 30 días posteriores a la operación.

Los pacientes con hábitos de consumo de alcohol de riesgo y también fumaban tenían un 77 % más de probabilidades de necesitar una segunda operación en comparación con los no fumadores ni tenían hábitos de consumo de alcohol de riesgo.

Los que fumaban y tenían patrones de consumo de alcohol de riesgo también acentuaban su propensión a complicaciones quirúrgicas, reiteración de hospitalización o visitas a las salas de emergencia, respecto a quienes no fuman ni beben en niveles de riesgo.

Antecedentes y registros

Si bien el artículo señala que investigaciones anteriores han demostrado riesgos relacionados con fumar y el alcohol, remarcan que este fue el primero en demostrar las complicaciones quirúrgicas adicionales que acarrean el fumar y beber en niveles riesgosos.

Si bien la detección del consumo de tabaco y el asesoramiento para dejar de fumar en la preparación para la cirugía se han vuelto más rutinarios, se ha prestado menos atención al consumo de alcohol, dice Fernandez.

Según los autores, la base de datos MSQC muestra la forma que la detección del consumo de alcohol no es uniforme en todos los hospitales, exhibiendo además que pocos utilizan herramientas estandarizadas capaces de identificar en forma consistente a las personas que mantienen hábitos de consumo de alcohol más riesgosos.

En función de las limitaciones detectadas, los autores utilizaron la Prueba de Identificación de Trastornos por Consumo de Alcohol para evaluar a las personas programadas para una cirugía electiva que les permitió identificar a 51 pacientes en situación de riesgo que resolvieron evaluar en particular por el trastorno que podría ocasionarles el consumo de alcohol.

Luego, estos pacientes fueron derivados a un asesor de salud que en sesiones dedicadas les informó las complicaciones del alcohol en la cirugía. Las sesiones, según los pacientes, fueron planificadas con 10 minutos de duración o dos de 45 minutos; en este último encuadre, se las acompañaba con entrevistas motivacionales y propuestas de metas.

A continuación, los participantes debían informar su nivel de consumo de alcohol después de transcurridos uno y cuatro meses, con el agregado de análisis de sangre en busca de evidencia de consumo de alcohol.

En ambos grupos (la educación menos intensiva y el entrenamiento más intensivo), el consumo de alcohol semanal promedio autoinformado por los pacientes disminuyó entre un 50% y un 60%. Los biomarcadores mostraron la coincidencia estricta con los autoinformes.

El grupo de trabajo desarrolló el enfoque basado en entrevistas en profundidad a pacientes con patrones de riesgo por elevado consumo de alcohol. Los autores relatan que obtendría mayor aceptación entre los pacientes un enfoque de ‘entrenamiento de salud’ que evite la estigmatización del consumo de alcohol y el lenguaje que se relaciona con la adicción, para centrarse en las consecuencias del alcohol en la salud entre quienes aguardan una cirugía.

Fernández y sus colegas, presentarán en breve un ensayo controlado aleatorio que abarca cientos de pacientes en estado prequirúrgico.
Los investigadores anuncian que profundizarán aún más el impacto de la detección y el asesoramiento sobre el consumo de alcohol en las semanas y meses previos y posteriores a las intervenciones quirúrgicas.

El estudio utiliza un diseño único que distribuye al azar a los pacientes antes y después de la cirugía en uno de los dos enfoques de entrevistas mencionados.

Entre otros objetivos, los autores se proponen alcanzar las mejores estrategias para que los pacientes no solo logren reducir el consumo de alcohol sino también sostenerlo antes de la cirugía y con posterioridad.

El artículo se detiene en las causas que, en comparación con el tabaquismo, intervienen en la subestimación y limitado estudio del alcohol como factor de riesgo quirúrgico, destacando la elevada aceptación del consumo de alcohol por parte del conjunto de la sociedad, incluso entre los profesionales médicos.

Los autores advierten que los analgésicos recetados en los casos quirúrgicos pueden interactuar con el alcohol de manera riesgosa, incluidos los opioides y el paracetamol.

Al finalizar, recomiendan que la comprensión de los riesgos potenciales conduzca a que los pacientes se aboquen a la reducción del consumo de alcohol antes de las ointervenciones con el fin de disminuir las complicaciones quirúrgicas o evitar las pérdidas de vida como consecuencia de sobredosis accidentales.

Por el contrario, si alguien con un trastorno grave por consumo de alcohol se somete a una cirugía y luego debe abstenerse de consumir alcohol durante su recuperación hospitalaria, los síntomas de abstinencia pueden ser dañinos o incluso fatales.

Vía

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