martes 19 de marzo de 2024
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El efecto placebo también existe en la alimentación

En los últimos años se ha incrementado el número de personas que manifiestan una cierta intolerancia a algunos alimentos, pero también se han multiplicado los mensajes alarmistas sobre el tema. Son mensajes que en algunos casos no tienen ninguna evidencia científica y en otros exageran aspectos que pueden ser ciertos, pero en mucha menor medida.

Las famosas fake news también están en alimentación. Muchas veces pueden favorecer ciertos negocios, como consultas dietéticas y productos milagro, o algunos todavía más oscuros. El daño que pueden hacer a la sociedad debe ser considerado y debería ser combatido desde las administraciones.

Parte de estos mensajes demonizan distintos aspectos de los productos horneados. Que si el gluten es malo, que si los hidratos de carbono son malos, que si los panes con rápidas fermentaciones son malos, que si los azúcares son malos, que si la lactosa es mala.

Para entender muchas de estas cosas es necesario hablar del efecto placebo y nocebo.

Placebo y nocebo: dos viejos conocidos de la medicina

El efecto placebo se basa en que las personas se sienten mejor cuando consumen algo sobre lo que tienen unas expectativas positivas. No solo la gente manifiesta encontrase mejor, sino que algunos pacientes ven modificadas sus analíticas y realmente experimentan una mejora (no solo lo piensan). Esto es bien conocido, y se incorpora en los estudios médicos sobre la efectividad de los medicamentos.

El efecto nocebo es el fenómeno opuesto, y se basa en que ciertas personas se sienten peor ante la idea de estar consumiendo productos que esperan que les vayan a sentar mal. En medicina es habitual que algunas personas experimenten los efectos secundarios asociados a un medicamento cuando creen que lo han consumido, aunque lo que hayan consumido sea una sustancia neutra.

¿Pueden darse estos efectos cuando comemos?

Veamos algunos ejemplos relacionados con la nutrición. En estudios sobre la efectividad de medicamentos antiobesidad se ha demostrado que un 20 % de los pacientes con sobrepeso y un 8 % de los obesos que tomaron un placebo (sin efecto) redujeron su peso cuando creían que tomaban un medicamento antiobesidad. Algunos incluso mejoraron indicadores médicos como el nivel de lípidos, el índice glucémico y la presión sanguínea.

La dispepsia es un trastorno digestivo relacionado con la comida. Se sabe que la ingesta de grasas saturadas potencia los problemas asociados en estos pacientes (dolor abdominal, pesadez, hinchazón). En un interesante estudio, pacientes con dispepsia consumieron yogures con alto y bajo contenido en grasa. Lo curioso es que el etiquetado era correcto en unos yogures e incorrecto en otros. Los síntomas negativos experimentados por los pacientes fueron mayores cuando se consumieron yogures etiquetados como altos en grasa, independientemente de si el contenido en grasa era alto o bajo.

En el caso de la intolerancia a la lactosa también se ha comprobado que pacientes intolerantes experimentaban los síntomas abdominales típicos cuando consumían un placebo (polvo de aspecto similar, pero sin lactosa). Lo más curioso es que estos mismos síntomas los experimentaban algunos pacientes que no eran intolerantes a la lactosa. Algo parecido ocurre en los casos de intestino irritable, y se sabe que los efectos placebo y nocebo deben ser tenidos en cuenta en los estudios sobre estas enfermedades.

¿De verdad es usted intolerante al gluten?

Se sabe que el efecto nocebo puede tener una gran influencia en la sobreestimación de los casos de intolerancia al gluten no celiaca. Esta intolerancia, que se conoce desde hace menos que la celiaquía y la alergia al trigo, parece haber crecido enormemente en los últimos años.

Lamentablemente no es fácil de diagnosticar y muchas personas se autodiagnostican y reducen o eliminan el consumo de gluten. Se sabe que en algunas ocasiones el consumo de trigo genera problemas intestinales en pacientes no celiacos, pero no se sabe con claridad si esto se debe al gluten, a otras proteínas presentes en el trigo o a determinados carbohidratos englobados en el término FODMAP.

Lo que sí se sabe es que en todas las investigaciones es muy complicado obviar el efecto nocebo (personas que sufren los síntomas porque están convencidas de que el trigo les sienta mal sin que haya ningún motivo para ello).

En una revisión se ha determinado que solo un 16 % de pacientes diagnosticados con sensibilidad al gluten no celiaca manifestaron problemas con la ingesta de gluten, y de ellos el 40 % también los manifestaron al consumir un placebo, por lo que mostraron un claro efecto nocebo.

La dificultad de estudiar los beneficios de los alimentos

Estos son solo algunos ejemplos, pero la bibliografía que demuestra el efecto placebo y nocebo es realmente extensa. Esto no quiere decir que algunas dolencias o enfermedades no existan. Solo que, si los estudios no se hacen correctamente, pueden estar sobredimensionadas.

Algo parecido ocurre con estudios que intentan demostrar las bondades de algún alimento, ingrediente o componente. En estos casos, si los estudios se realizan con consumidores, estos deberían recibir un placebo de forma aleatoria si queremos obtener resultados confiables.

En nuestro día a día tenemos consecuencias mucho más dramáticas del efecto nocebo. La difusión por parte de gente famosa puede incrementar el número de personas que dejen de consumir un producto. Y es posible que estas personas realmente se sientan mal cuando lo consumen, ya que están convencidas de esos efectos negativos (efecto nocebo).

Esto ha podido ocurrir con los productos a base de trigo, sustituidos en unos casos por otros cereales con gluten, incluso por otros trigos antiguos, como la espelta, escanda o kamut, o por centeno. Y realmente la buena prensa de estos trigos y cereales puede hacer que les sienten bien (efecto placebo). En casos más extremos, se han sustituido los productos con gluten por otros sin gluten, normalmente menos saludables.

La difusión de mensajes negativos sobre ciertos ingredientes, alimentos o aditivos sin una base científica puede incrementar el coste de la cesta de la compra en el mejor de los casos. En el peor, desembocar en una dieta de menor calidad nutricional. Esto no quiere decir que, en algunos casos, exista una información validada y rigurosa sobre los peligros de un exceso de consumo de ciertos productos y no deba ser difundida.

La conclusión de todo esto es que debemos tener una sana relación con la comida, sin miedos infundados, y tomar nuestras decisiones basándonos en publicaciones e instituciones de contrastada valía. A la hora de difundir información negativa debemos ser prudentes.

Manuel Gómez Pallarés

Vía

The Conversation

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